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Te… t… t…
—¿Como qué suena? —pregunto.
—T… t…. —El arruga la cara de la concentración, y su piel recién afeitada se vuelve roja por el esfuerzo. Sin la barba parece más pequeño y frágil que nunca.
—Más despacio, Elly —dice Phil—, respira tranquilo y desde el pecho.
—¡P… p… pechos! —dice El—. ¡Pechos como globos!
—¿Pechos? —dice Craig.
El asiente varias veces con la cabeza y señala con un dedo el pecho de Ivy.
—Tetas. Ts… tetas… siguen in… —El levanta ambas manos temblorosas y se las pone delante del pecho.
—¿Inmensas? —intenta Ivy.
—¡Mensas, joder! —dice El, mientras patalea contra el suelo y aplaude. Y su risa es descontrolada, virulentamente contagiosa.
En casa todavía tenemos horas bajas y días bajos. Ahora dormimos en la misma cama, y Ivy llora en sueños a menudo; no llega a despertarse, más bien lloriquea y derrama lágrimas con los ojos cerrados. Algunos días no encuentra la motivación suficiente para salir de casa, y otros hasta le cuesta levantarse de la cama. Pero también tenemos días buenos: sonreímos, jugamos, nos abrazamos, y a veces hasta reímos. Aunque nunca de este modo. Pero así es El. Es la primera vez que le veo desde que nació nuestro hijo, y, de no ser porque era el cumpleaños de Phil, puede que hubiera tardado más en venir. Lo último que necesitamos es que diga algo falto de tacto. Por suerte, parece que el deterioro de su memoria ha borrado el recuerdo de que esperábamos gemelos.
Phil cumple cuarenta y cinco hoy, y estamos celebrándolo con una barbacoa tranquila en su jardín. Solo somos seis: Ivy, M y yo; Phil, Craig y El. Dos familias de tres; dos miembros dependientes que balbucean; dos series de circunstancias que plantan su alegría frente a la tristeza.
—Ojalá saliera el sol —dice Phil, temblando.
Me vuelvo hacia Ivy, esperando que reprenda a Phil por esa «mierda de deseo», pero no dice nada. Solo mira al cielo despejado, sonriendo con resignación.
—Sí, ojalá —dice.
Craig y Phil ya no ocultan su afecto por el otro: nada osado ni falto de tacto, se acarician la mano, se abrazan, o se besan cándidamente. El se burla de ellos, claro, pero tras esa fachada se puede ver que está encantado.
A pesar de ser el cumpleaños de Phil, la celebración es contenida. Porque esta casilla del calendario significa algo más que otra vela sobre la tarta de Phil. Entre hoy y el cumpleaños de El, Phil se llevará a mi mejor amigo, al amor de su vida, a Suiza. Irán a Dignitas (o como insiste en llamarlo El, «De Guitas»), y en el vuelo de regreso Phil se sentará solo —espero que emborrachándose a base de gin tonics— mientras El viaja dentro de una caja cerrada en la bodega. El no quiere que nadie más que Phil sepa cuándo va a ocurrir exactamente, pero será antes de finales de noviembre.
—Ahora t… tiene que t… tratarme b… bien. C… como a una p… princesa. ¡Ja, ja!
—Lo que hace uno para llamar la atención —digo yo.
—¡Me m… moriría por ll… llamar la… a… tención! ¡Ja, ja, ja!
El no sabe lo de Daniel, pero Phil sí, y cuando oye la broma de El hace una gesto de dolor, y nos mira para ver si nos ha ofendido su alegre pedorreta en la cara de la muerte.
El patalea contra el suelo.
—¡Me m… moriría!
—¡El! —exclama Phil—. Vas a despertar al bebé.
El se vuelve hacia Ivy y el bebé.
—¿P… puedo c… co… cogerla? —dice extendiendo sus brazos escuálidos y temblorosos.
—Es un niño —dice Phil.
—P… parece una ni… iña.
—¡El!
—A lo m… mejor es ma… marica.
—No mientras yo pueda evitarlo —digo.
Phil me da un suave puñetazo en el brazo.
—Co… coger… la.
—El, no creo que…
—Toma —dice Ivy, acercando a Bebé M a su silla de ruedas—. Pero debes tener mucho cuidado, ¿vale?
El asiente con la cabeza y se tranquiliza. Ivy le pone a M en los brazos, pero se queda agachada junto a las piernas de El como un recogepelotas a punto de entrar en acción.
—Q… qué bien —dice El, mientras sujeta al niño suavemente contra su pecho—. ¿C… cómo se ll… llama la ni… iña?
—Es niño —dice Ivy—. Aún no tiene nombre.
—¿Cuánto tiempo tiene? —pregunta Craig.
—Treinta y siete días —contestamos Ivy y yo al unísono.
Legalmente tenemos cuarenta y dos días desde la fecha en que nació M para elegir un nombre y registrarlo. No sé cuál es la penalización por no hacerlo, pero si no nos decidimos por un nombre en los próximos cinco días, pronto lo averiguaremos.
—¿No… t…. nombre?
Ivy niega con la cabeza.
—No encontramos ninguno bueno.
—E… El es buen n… nombre. S… sobre todo si es m… marica.
—Lo pondré en la lista de candidatos —le dice Ivy.
El frunce el ceño como si algo le preocupara. Se vuelve hacia Phil.
—No d… jiste que eran g…
Todos contenemos la respiración.
—¡Gemelos! —dice El—. G… gemelos.
Hoy hemos aludido a nuestra tragedia, y hemos tocado el tema con referencias indirectas para sortear la mente de El. Pero ahora nos ha cogido con la guardia bajada. Puedo sentir la mirada de Craig y de Phil atravesándonos.
Ivy niega con la cabeza.
—Solo uno, El —dice Ivy—. Era solo uno.
—Bueno —le digo a El—. ¿Te has cansado de la barba?
—Si v… voy a Sui… Suiza con ba… barba —dice—. La t… tendré p… para siem… pre, ¿no? Puede q… que pase de m… moda.
—Puede que tengas razón, Ivy —dice Craig.
—¿Cómo?
—Tal vez él… —dice Craig señalando con la cabeza al bebé—, tal vez tenía que ser solamente él desde el principio.
Phil se queda mirando a Craig con una expresión impasible.
—Quiero decir… que así es como empieza todo, ¿no? —Mira a El, que está distraído sacándole la lengua a Bebé M. Craig articula con los labios la palabra «gemelos» sin pronunciarla. Y dice—: Cuando son idénticos… empiezan siendo uno solo, ¿no? Lo…, lo siento, no sé si…
Ivy coge el niño de los brazos de El y lo levanta por encima de su cabeza, sonriéndole. El sol hace que su pelito de punta parezca un halo borroso de luz.
—¿Tiene razón el tío Craig? —le dice al bebé con voz cantarina.
M sonríe y luego eructa.
—Sí. A mí también me gusta esa idea —dice Ivy—. Sí. Me gusta. Me gusta mucho.