39

 

 

 

El jueves terminamos de montar Pollock, aunque ahora se titula La vista desde aquí (idea de Ivy), que me gusta más. El corto está bien; solo el tiempo dirá si es lo bastante bueno, pero después de ver el montaje de doce minutos y cuarenta y ocho segundos, aun sin los ajustes de color y el doblaje del sonido, tengo una sonrisa en la cara y lágrimas en los ojos. Aunque últimamente lloro con bastante facilidad.

Cuando vuelvo a casa, me encuentro a Ivy en el suelo, jugando con Bebé M.

—Hola —dice, con una mirada extraña, entre culpable y risueña.

—¿Estás bien?

Ivy asiente con la cabeza.

—He salido.

—¿Adónde?

—Eh, bueno, al ayuntamiento.

—¿Le has…? —Señalo al bebé, que está intentando arrancar a lametazos la pintura a un sonajero de madera—. ¿Le has puesto…?

Ivy vuelve a asentir.

—Un nombre, sí.

—Pero si no hemos elegido… Creía que lo íbamos a hacer mañana. Juntos.

Ivy se encoge de hombros. Mala suerte, tío.

—¿Y bien?

Ivy levanta a nuestro hijo y me lo trae.

—Dile hola a Daniel —dice.

Ojalá pudiera hacerlo, pero estoy llorando tanto que no puedo articular palabra. Ivy nos rodea a los dos con sus brazos, y nos quedamos así, abrazados y llorando en medio del salón, durante un buen rato.