CAPÍTULO 28
- Tomás, voy a
cabalgar hasta la Finca de Don Rómulo.
Quiere que platiquemos acerca de los costos de la obra. No sé por qué, pero este caballero no se cree la historia de las influencias, como si se les estuviera pasando la factura.
- Lo que pasa Patrón, es que los caballeros de acá son
muy correctos y les gustan las cuentas claras y no tener deudas con nadie.
- Pero Tomás, si ellos no podían financiar la
construcción,¿ qué más quieren? Deben dar gracias, media vuelta y fin de la historia.
- Es que por mucho que usted sea amigo de Don
Sebastián y que él tenga palancas para haber reconstruido el puente, nadie se lo cree, porque es que muchas veces el Santo Domingo se llevo el puente y Don Sebastián nunca llegó a considerar tremenda posibilidad, además usted sigue siendo el extranjero, aunque duela patrón, la desconfianza pesa, y uno no sabe si están pensando en que usted haya pagado la obra solo para adueñarse del acceso a las tierras.
- ¿Qué locura? ¿y es que pueden creer que soy capaz de
poner un puesto de peaje? . No pienso quedarme de por vida en estas tierras. Me gustan mucho, casi al deleite, pero solo como mi posada turística privada, más nada. A veces, extraño mi vida en Ámsterdam, los mejores clubs, las hermosas y agitadas calles repletas de rostros nuevos, los suntuosos autos deportivos y las constantes reuniones de negocios. No me importa que mi estrés se deba al medio en donde he realizado mi vida, es parte de mí y eso no lo cambian unas cuantas hectáreas de tierras, ni los mejores sementales.
- ¿Ni las faldas Don Bruno? – Indagó inmerso en una
sonrisa picara.
- Solo si se trata de Lorena Blasco Veragua.
Aún no eran las nueve de la mañana cuando Bruno Linker, templó las riendas de su caballo, golpeteó el lomo en medio de una orden y se lanzó en galope tras los caminos bordeados de espesa vegetación andina. Árboles altos de hojas anchas, de copas frondosas, aves cantoras durante cada segmento de camino, baches, y rocas propias de la rudimentaria vía que lo conducía hasta las tierras propiedad del Hacendado Rómulo. Cinco kilómetros y medio era la distancia aproximada para poder surcar el sendero cuesta arriba que asomaba una fachada de ladrillos rojos tras un pedestal de mármol en donde se erguía una fuente de piedra blanca con un Cupido al estilo propio de las obras de Fernando Botero que apuntaba la flecha de su arco hasta donde debería estar el Cerro “el Gobernador”. Acercándose para rodear la fuente se hacía más audible la caída de agua desde la base que sostenía los voluminosos pies de Cupido. El recorrido le había consumido casi una hora de su tiempo, si no hubiera sido porque no deseaba asistir en las destartaladas camionetas de uso de la finca, lo habría hecho. Estaba complacido en mandar a Lorena de “compras” en la confortable camioneta doble cabina. Al estar cerca del agua, el equino relincho sediento mientras Bruno esquivó el contacto con la fuente.
- Buenas días, Don Bruno. Venga por acá para que le dé
agua a su bestia. A leguas se ve que está sediento.
Era la voz del señor Rómulo, quien aún no se dejaba ver. Su voz provenía de una pared recubierta de enredaderas y trinitarias que embellecían la fachada. Bajándose de la montura y atándolo a unos bebederos que distaban a pocos centímetros de la pared se encamino. Doblando el recodo, levantó la vista y se topo con una concurrida asistencia.
A primera vista pudo contabilizar diez de los principales hacendados de Altamira de Cáceres. Detallando un poco más se percato de que también estaba uno de los dueños de una Mucoposada entre otros rostros que no pudo asociar con los recuerdos sociales durante su estadía.
“Lo que me faltaba, una reunión de políticos de pueblo para perder mi tiempo”- Pensó molestó, mientras buscaba tomar asiento en el sitio que la voz del señor Rómulo le indicaba mientras su subconsciente atrapaba comentarios y palabras del entorno para deshilarla hasta poder descifrar el mensaje de tantos susurros.
- Buenos días caballeros-Dijo Bruno Linker, rompiendo
los murmullos que se escapaban en el entorno mientras se dirigía a la silueta regordeta del propietario de la finca anfitriona. Su acento extranjero sonó perceptible. - No sabía que se trataba de una reunión de interés público, pensé que era una conversación privada Don Rómulo, pero estamos aquí, así que expongo mi disposición a los presentes y les ruego la brevedad posible en lo que a mis servicios corresponda, ya que como sabrán tengo compromisos que me atañe resolver antes del medio día.
- No se preocupe señor Linker que el tiempo que le
vamos a quitar será el justo. Todos tenemos compromisos que resolver, por esa razón estamos acá- El hombre lucía agotado al levantarse, no obstante las palabras de bienvenida sonaron efusivas y firmes. Su mirada evaluativa posó en cada rostro, por un instante, creyó que escucharía un discurso solemne digno de alguna efemérides- el asunto que nos ha traído hasta acá es el de la culminación de la obra. Queremos agradecer la labor que ha realizado nuestro amigo, el señor Linker ante las fuentes gubernamentales pertinentes para llevar a cabo el sueño de acceso a las vías que durante tantos años hemos esperado concretar con una infinidad de promesas de gobiernos. Todos los elegidos han venido con su politiquería a seducirnos con los proyectos, pero todos por igual, salen sin cumplir ninguno. Hoy nos dimos cuenta que hemos elegido a los hombres incorrectos, es una lástima señor Bruno que usted no cumpla con los requisitos de naturalización para ser electo como nuestro candidato- Sorprendido soltó una risa bastante visible y audible que de no ser por la simpatía que su personalidad irradiaba, habría sido considerado una ofensa. Bruno Linker jamás se imaginó que podía ser visto como un “político de carretera”. Disimuló en un máximo esfuerzo el deseo de soltar una risotada. Esperó su turno, así que se reacomodó en la silla plástica para continuar escuchando.
- En más de una ocasión , le preguntamos al señor Linker
si la obra requería de alguna inversión y siempre nos dio la misma respuesta. Que para ventura nuestra contaba con una excelente red de contactos, ¡que válgame Dios!, cuántos acá quisiéramos tener. En este momento no tenemos palabras para expresar nuestro agradecimiento. Son pocas las personas que desinteresadamente colaboran de esta forma. Es irónico que precisamente, dos personas que nada tienen que ver con estas tierras sean quienes hayan resuelto las dolencias de años enteros. Contradictorio y sorprendente, pero así son las cosas. Por esa razón estamos reunidos para hacerle entrega a usted de una cuota de nuestra contribución.
Bruno Linker se puso de pie interrumpiéndolo al girar la vista a todos los presentes. El gusano de la indignidad brotaba por los poros, no sabría cómo explicar que aunque nada tuvo que ver con que el río se llevará el puente, sí tenía que ver en los obstáculos puestos para sacar la producción a la ciudad. Su inmadurez, su deseo lujurioso y hasta el egoísmo que como hombre poseía era el culpable del retraso en los envíos de la producción. Los camiones eran propiedad de Don Sebastián y siendo él su apoderado, bastaba una palabra suya para hacer lo que se deseara. No era digno de agradecimiento alguno. A ello debía anudar su interés propio en mejorar el acceso a su finca para cada vez que deseará rentarla a los amantes del turismo andino en los países bajos, entre otras amistades y su inolvidable hermana. Era solo un conflicto de interés en donde él llevaba la batuta. Rechazando cortésmente el agradecimiento, se excuso, argumentando que de ser ese el motivo de su invitación, se rehusaba a romper su pasada palabra. Su contribución en la obra no tenía precio alguno. Al intentar retirarse, el orador de orden lo detuvo.
- En vista de su honorabilidad, no podemos más que
darle un merecido aplauso y rogar a Dios para que nos mande un candidato como usted.
Un mar de aplausos detuvo su paso en seco, sonrió levantando una mano, correspondiendo con ello al saludo de los presentes.
- Lo que si le vamos a pedir acepte, señor Linker, es su
colaboración moral, haciendo entrega junto con el señor Artiaga, mi persona y otros delegados, de un detalle que deseamos hacer para su huésped, la Ingeniero de la obra.
- ¡Claro!, será un placer.
- En vista de las circunstancia y la premura del viaje de la
señorita, hemos decidido comprar el auto de la esposa de mi hermano. Es del año pasado, pero en condiciones, está como nuevo. Casi nunca lo manejó, ustedes saben cómo son nuestras mujeres, no agarran carretera si no llevan chófer- un sinfín de carcajadas inundo el espacio y se silenciaron al verse la mano del interlocutor extendida- y como siempre estamos trabajando, ni modo. Bueno, lo cierto es que deseamos hacerle algunos presentes y la única forma de que pueda llevárselos, es en su propio carro.
Bruno Linker, imaginó con mucha jocosidad, cuáles serían esos presentes: “gallinas rojas, plátanos, café, hortalizas, rosas, dulces andinos, bebidas caceras, tejidos de las esposas, papelón y cuanto producto se dé en la región. Los andinos suelen ser espontáneos, cordiales y sobre todo muy hospitalarios con quienes se ganan el corazón y sin duda alguna Lorena Blasco Veragua los había conquistado a todos. ¿Qué podía decir? ¡ Diablos!
Un par de compuertas inverosímiles presionaron el pecho de Bruno Linker como si se tratara de un sándwich. El aire empezó a faltarle. Se sentó de bruces. Oprimido. Como si estuviera abatido en combate.
- ¿ Pasa algo señor Linker? ¿no le ha parecido buena idea?
Todos hemos colaborado para la compra del auto, así que no hay problema en la adquisición. Respecto al traspaso. Mi hermano y mi cuñada están dispuestos a viajar a Caracas un par de días, para realizarlo. Se le moja un poco la mano al notario del registro para que agilice los papeles y solucionado, el regalo se habrá hecho formalmente- algunos rieron ante lo natural que sonó la realidad del país.
- ¡No!, no pasa nada. Sorprendido, solo eso, aunque es un
buen gesto, no creo que la señorita acepte un regalo tan oneroso. Después de todo ella lo ha tomado como una práctica de pre-grado.
- Sabemos que ha tenido percances con su camioneta,
para poder llevarla de regreso y como es su huésped, respetamos el hecho de que sea usted quien tenga el honor, por esa razón y considerando que usted o su capataz podrían acompañarle hasta Mérida es que pensamos que ese es el mejor obsequio.
Don Braulio me comentó que él la iba a acercar hasta la terminal, pero que la ingeniero había amanecido muy mal de salud, esperemos que solo sea una carta a nuestro favor para poder agradecerle su apoyo y no sea nada grave.
- Por supuesto, no es nada grave- su voz se escuchó
forzada. No quiso ni imaginar lo que pensaría ese grupo de caballeros con aires del siglo pasado si descubrieran que su enfermedad era solo una retención forzada de calor necesaria para su cuerpo. No comprendía que estaba pasando, pero sea lo fuera no actuaba a su favor. Sus planes se irían al suelo si Lorena aceptara aquel oneroso obsequio. ¿Cómo excusaría su viaje tras de ella a Caracas?. ¿Y su velada?. ¿Cómo iba a poder fugarse del festín con un grupo de viejos atentos a los movimientos de su huésped?¡ Diablos!, eso no podía estar pasando. ¡Era su oportunidad! Nadie imaginaba lo difícil que resultó decidirse a hacer lo que planifico hacer. Era la decisión más importante en toda su vida… – ¿y a qué hora creen adecuado hacer el honor de la entrega?
- Cuatro de la tarde, a esa hora aún favorece la luz del día
para que la ingeniero revise la mecánica del auto y disponga su viaje.
- Bien, aunque les aseguro que nada será aceptado, no
por desprecio hacia sus intenciones sino a su carácter…altruista- Sonrió incómodo- Es una joven muy dedicada y su labor es loable, pero estoy seguro que es incapaz de aceptar semejante gesto de gratitud. Respecto a mi camioneta, he mandado a reparar sus fallas y está a la perfección para el viaje. He planificado llevarla junto con mi capataz, claro.
Los presentes no parecían receptivos a una negativa por parte de Lorena. Era como si tuvieran la certeza de que aceptaría aquel auto. Tampoco lucían de acuerdo con la intervención de Linker. En su mente manejaban indicios de no ser convincente.
Minutos después la reunión se dio por finalizada. La mayoría asistiría a las tierras de Linker para el agasajo, así que debían darse prisa para finiquitar asuntos pendientes mientras sus mujeres, como era costumbre, les esperarían con las camisas almidonadas, los zapatos de baile con gran lustre, los sombreros de pana y los relojes de marcas que solo lucían en los bailes de pueblo.
"Momento de regresar". Bruno Linker sacudió las riendas, palmeó con suavidad su ejemplar sin dejar de pensar en lo práctico que hubiera sido viajar en camioneta. Debía darse prisa si deseaba modificar sus planes de forma favorable a sus intenciones.