CAPITULO 4
Mientras la señora Verónica estimulaba la circulación en los hematomas de su huésped, ella no dejaba de preguntar por la llegada del camión de hortalizas. Era casi medio día y aunque sabía que Bruno Linker esperaba el camión para cargar los productos que estaban cosechando, también sabía que de no llegar antes de las dos de la tarde no saldrían. Lo había escuchado de varios de los hombres en el terreno. El camino era distante y peligroso por los constantes derrumbes que dejaba la lluvia así que, lo que menos deseaban era pasar la noche en medio de los matorrales bajo las inclemencias del frío propio de esos parajes. Lorena sintió desesperarse en medio del dolor por sus laceradas piernas. La señora Verónica no hacía otra cosa que crear suposiciones acerca del designio del destino que solo lograban perturbarla mucho más. Que si se había lastimado de esa forma era porque su destino era permanecer allí mientras se recuperaba o que quizás esos percances eran aviso de un peligro mayor, cuando realmente el único peligro que Lorena percibía era el del seductor Bruno Linker. No se imaginaba viviendo bajo su techo durante más tiempo, su contacto era embriagador y nunca fue partícipe de tal estado o sensación. Abstemia desde que tiene uso de la razón, no se permitía situaciones que la incitarán a ello. Así que Bruno Linker era: bebida vetada para ella.
Tal como lo temía el camión no llegó. La mercancía no se despacho y Lorena Blasco Veragua no pudo regresar a la ciudad, por el contrario yacía adolorida bajo una colcha rosada, impregnada de cremas de eucalipto y alcanfor que buscaban diezmar los efectos visibles de la fuerte caída, por suerte parte de su pantalón sobrevivió. Estaba roído pero impregnado de barro por todas partes. Lo podía contemplar colgado sobre el espaldar de una silla junto a la cama, abatido en combate sin ánimos de presentarse de nuevo en público. Se preocupo. La señora Verónica había traído otra de sus batas y la había dejado sobre su cama. Era floreada y mucho más ancha que la primera. Por un momento prefirió imaginarse con las camisas de Bruno cubriendo su prenda intima de encajes blancos.
Un par de señoras y una joven que trabajaban en el campo prepararon el almuerzo para que la señora Verónica pudiera quedarse el tiempo necesario al pie de la cama del huésped. Fue imposible deshacerse de su amable presencia, no se separo de ella en ningún momento. A la hora del almuerzo dispuso darle la comida como si se tratase de un convaleciente, luego la señora almorzó en la habitación. Asumía la caída como su responsabilidad por tal razón debía cuidarla. Por un instante un pensamiento oscuro la perturbó al asociar su vivencia con la conocida película americana “Misery” de Stephen King, en la que un escritor reconocido, herido en un accidente de vehículo bajo una implacable ventisca, es rescatado por una amable enfermera que termina convirtiéndose en su peor pesadilla. Tuvo miedo. Sacudió su cabellera un poco, como si con ello pudiera sacudir sus pensamientos. ¡Ese subconsciente sádico iba acabar con ella!
Luego de almorzar ambas se quedaron dormidas unas cuantas horas, Lorena bajo la colcha rosada y la nana sobre una silla con un cobertor de lana sobre sus pies.
Cuando despertó se encontró con la mirada fija del dueño de la casa. La miraba con los brazos cruzados, reclinado en una silla contra la pared y apoyando sus pies sobre un costado de la cama. La colcha rosada estaba amontonada sobre sus piernas desnuda. “¡Dios, desde cuando estaba ese hombre allí! ¿Y la nana? ¿Cómo se le ocurre dejarme sola con este señor?”- pensó al sentarse aprisa reclinándose contra la cabecera de la cama y correspondiéndole con las miradas mientras se aferraba a la colcha.
- ¿qué pasa? ¿Por qué me mira de esa forma?
Expresó una mueca con los labios en un gesto que resulto inescrutable. No llevaba sombrero puesto, así que su cabellera castaña liberaba un par de flecos sobre su frente. Tampoco vestía jeans ni sus botas frazzani.
Lorena rememoró escenas de la película” Misery”. Quiso ponerse de pie, pero no tenía pantalones puestos y su camisa no era lo suficientemente larga.
- ¿Cómo te sientes?- Esa pregunta la trajo de vuelta al mundo.
- Bien. Bien. Gracias. El camión no vino ¿cierto?
- Un derrumbe montaña arriba los detuvo. Mañana será otro día.
¿Quieres llamar a tu casa y explicarles tu demora?
- Sí, por favor.
Él sacó el celular de su camisa, marcó el número grabado y se lo entregó. No se inmutó ni un momento parecía absortó en la conversación que su huésped mantenía con Marcos. Fue breve y hasta puntual para evitar creerse una abusiva e hizo un gran esfuerzo por evadir la oferta de su padrino Mauricio Arcadipane de irla a buscar en su propia camioneta, además no sabía en qué parte de los andes se encontraba así que continuaba a la merced de Linker.
- Mi padrino quiere venir a buscarme- Espetó entregándole el
móvil con el tacto distante y presuroso para evitarse las peligrosas sensaciones electrizantes de aquel poste humano. Deseó escuchar un claro: “sí, por supuesto, te daré la dirección” pero…
- No es necesario, hazle saber que estas bien y que tan pronto
llegues a Mérida te embarcas rumbo a Caracas. A propósito no te he escuchado hablar con tus padres, solo con esos dos señores. ¿Te fugaste de casa o qué?- Su subconsciente se mofaba de su ingenuidad. “¡qué boba, creyendo en pajaritos preñados! ¡Sí claro, ya te iba a dar la dirección!”
Lorena no sabía ahora, si mentir o decirle la verdad. Había algo en él que aún no descifraba. No parecía un villano, pero tampoco un ángel, así que no se sentía libre de platicar de su vida desprovista de familia. Aunque se lo había comentado a su nana, estaba segura que ella no le había contado nada a él, todavía. ¡Bueno pues, en algún momento se va a enterar! Levantó el rostro para decir lo que tanto le costaba.
- No tengo padres.
Otra mueca más sensual invadió su rostro. De repente se mostró indiferente. Eso no era ninguna novedad para él. Tampoco los tuvo y nunca fue obstáculo en su vida. Se reacomodó en su sitió dejando caer los brazos sobre sus muslos que reposaban sobre la colcha – entonces, estás completamente sola- se escuchó analítico y frío más que erótico.
- No. Tengo más familia de la que se imagina.
- ¿y novio? ¿pareja? ¿esposo? ¿Prometido?
Su voz sonaba tan graciosa, muy distante de ser sensual, que no pudo evitar reírse.
- ¿Y se puede saber por qué desea saberlo?
- Curiosidad.
- Soy casada- espetó con seriedad y mirada esquiva.
- Vaya, que buena noticia. Entonces podemos hablar
maduramente de nuestras experiencias bajo las sábanas y así diezmar la tensión del encierro.
- ¿qué… qué quiere decir? ¿de qué experiencias habla?- su voz
se escuchaba pausada y baja.
Él se puso de pie y se echó a reír con tal ímpetu que la desconcentró. Lorena no sabía cómo levantarse sin exhibir su desnudez. Su rostro se ruborizó cuando él dio media vuelta y se sentó de bruces en su cama, sobre la colcha y sus piernas, que se recogieron espantadas por su presencia.
- No tienes ojos de mentirosa, ¿por qué dices que eres casada?
Apuesto que ni siquiera tienes novio. Mírate. Ve al baño y mírate en un espejo. ¡Te has vuelto como un tomate! Ah, pero también sé que no puedes salir de la cama porque tus pantalones están en la lavadora y no querrás ir desnuda por ahí ¿cierto? No sería apropiado- Ella los buscó con la mirada sobre el espaldar de la silla, pero ninguno de los dos estaban donde los había dejado, la silla estaba con él y los pantalones desaparecidos. La bata de Doña Verónica guindaba de un perchero en la pared. Sus ojos burlones la intimidaban de una forma única.
- Eso no es cierto y considero que mi vida no es de su
incumbencia, señor Bruno.
- Te equivocas Lorena Blasco Veragua, porque todo lo
que está dentro de mis linderos, me incumbe y en cierta forma hasta me pertenece.
- ¿qué le pasa? ¿se volvió loco o qué? Esta mañana usted fue
muy amable conmigo y ahora parece… detestarme. Si le molesta mi presencia disculpe, pero sabe muy bien que solo estoy aquí porque no tuve opción.
- ¿por qué me dijiste que eres casada?
- ¿qué quiere que le diga? Qué mis padres están muertos y que
de paso soy soltera para ser presa fácil de un completo desconocido.
- Para ser una mujer tan analítica y metódica deberías retener
más tus palabras, pero eso era lo que quería que admitieras. Que me temes.
- ¿qué?
- Sí. Que desconfías de mí-
- ¿es usted una especie de pervertido o algo así?
- No, Lorena. Te volviste a equivocar. Vamos hacer algo
para que lo pasemos bien los dos- ella le lanzó una mirada demoniaca. Sus ojos parecían dos esferas desorbitadas que poco a poco retomaron su forma original al darse cuenta de qué no era lo que pensaba- Háblame un poco de ti y yo… hablaré de mí.
- Por su puesto ¿y a qué jugaremos a la botellita, pico y fondo?
¿o al Gato y al ratón?
- Saco mi bandera blanca. ¿Le parece? Sin ironías Lorena- la
tuteó- Pero lo único que Lorena quería que sacará era su atractivo cuerpo de su vista.
- Si doña Verónica lo dejo cuidándome, no se preocupe. Puede
irse. Estoy de lo mejor, además mi intención no es crearle molestia.
- Lo siento señorita “necia”, pero nana Verónica le ha tomado
tanto estima que si la dejo sola un segundo no dejara de sermonearme el resto del día… a ver, recapitulando. Si no eres casada debes tener algún novio o… amante, ¿cierto?- Su voz parecía un susurro de seducción a sus pies. Sus brazos se apoyaban en la cama mientras su cuerpo intentaba serpentear sobre la colcha rosada abrumando a Lorena quien se encogía de brazos y piernas en la cabecera de la cama. Debió percibir su extrema intimidación porque levantó la mirada al igual que su cuerpo para ponerse de pie. Su pantalón de vestir negro lo hacía ver diferente al rústico hacendado. Lucía elegante a pesar de lo simple de la camisa, pero su pantalón ponía en evidencia sus protuberancias masculinas entre las piernas, eso la inquietaba y no terminaba de entender por qué. No era la primera vez que veía esas formas bajo el atuendo de un hombre porque durante algunos años frecuentó gimnasios unisex de la capital y ese era el panorama del día a día, así que no comprendía porque ese hombre la intimidaba tanto. Su mejor amiga solía preocuparse de forma exagerada por ella y especialmente por su apagada vida de mujer. Lamentablemente – según su amiga- su padre, alertado por los peligros del mundo exterior, dio por cerradas las extenuantes idas y venidas al gimnasio al “expresar y cumplir” con su intención de instalar su propio gimnasio en casa. Con eso habría que enterrar por completo la posibilidad de activar la vida sexual de su amiga y esto la hizo entrar en Shock. Sabrina a pesar de ser una mujer liberal no era promiscua extrema. Era fiel a su pareja “mientras existiera la relación “y al parecer disfrutaba al máximo de ella y como buena amiga deseaba que Lorena también disfrutará de lo que según, Dios les había dado con tanta benevolencia. Solía ilusionar a su amiga con las maravillas de la anatomía masculina, pero todo intento era infructuoso. Sencillamente a Lorena no le interesaba perder el tiempo en los brazos de un hombre. Por supuesto no tenía nada que ver con otras tendencias sexuales. No estaba en sus planes. Simple como eso.
- Me gustan las mujeres casadas porque su experiencia es el
portal al paraíso-. Su voz sonaba como un susurro erótico.
- En mi caso me reservo el derecho de admisión, señor Bruno-
Enfatizó al verlo ponerse de pie y merodear la cama con los brazos dentro de los bolsillos laterales de su pantalón de vestir. Levantó una ceja con rasgos de sorpresa ante lo que escuchaba. Sus ojos brillaban y de nuevo no supo reconocer el verdadero color de sus pupilas. Negro intenso. Color miel. Variaba al igual que su brillo. “¡Dónde están mis pantalones!” – Pensó molesta consigo misma al quedarse dormida. Él dio algunos pasos hasta la ventana. Pausado y con las manos aún dentro de los bolsillos. Se detuvo mirándola por el rabillo del ojo.
- Me gusta tu respuesta. Muy Firme y profunda. Denota
control…¿Siempre eres tan controladora? – Se volvió sobre si mismo apoyándose sobre la mesa junto a la ventana. Sus glúteos reposaron sobre ella mientras la miraba de brazos cruzados-. Nunca conocí a una mujer tan planificada, exigente y rígida con su propia vida.
- Siempre hay una primera vez señor Bruno.
- Cierto, señorita siempre hay una primera vez. Esta es la mía ¿y
la suya? cuándo y acerca de qué será. Siento curiosidad
- La mía ya la he tenido con usted. Es la primera vez que me voy
con un desconocido. Y créame, me arrepiento.
- También eres una desconocida para mí.
- Sí, pero no estoy armada y no creo que represente un peligro
para alguien.
- Eso no se ha determinado aún. En cuanto a mi arma, la
necesito para el campo. No es mi intención intimidarla. Disculpe si lo he hecho- Expresó en baja voz, como si lo sintiera de verdad-. Retomando el tema de los novios, las parejas y los esposos, ¿quieres decir que no tienes novio?
- No. No es eso. Lo que pasa es que no sabría cómo llamarle a
mi relación. Es una especie de matrimonio no constituido y un noviazgo en términos mayores- mintió con alevosía
- Simple: lo interpreto como que tienes un concubino o una
relación con un amigo con derechos- Su mirada seria la carcomía mientras disfrazaba su desencanto chasqueando su perfecta dentadura. La escuchaba y no podía creer que esa mujer de mirada dulce y angelical perteneciera a otro cuerpo. A otro hombre. Su rostro sin lentes era aún más tierno. Esperaba que refutará sus palabras pero Lorena no lo hizo, por el contrario se reacomodó entre la colcha y el cobertor con la barbilla en alto- retadora- cómo quien se enorgullece de cierta posición o actitud. Por una extraña razón la deseó aún más. Su miembro viril lo delató. Empuñó sus manos dentro de los bolsillos y quiso meterse entre sus sábanas, pero una voz interna lo hizo meditar, después de todo, nunca había tomado a una chica que no diera el primer paso y no pensaba cambiar su forma de actuar.
- Sí, es así. Marcos y yo somos más que un par de amigos. Lo
extraño mucho. Por esa razón deseo regresar pronto.
- Así será Lorena. Regresará pronto... ¿y cuánto tiempo tienes
conociéndolo?
- Toda la vida.
- ¿toda la vida?- perplejo- Suena aburridor.
- Sí , toda la vida, lo que pasa es que nos criamos juntos y no es
nada aburridor.
- Pero ¿y cómo pareja cuanto tiempo llevan?
- Seis años.
- ¿Seis años? ¿y se han sido fieles? ¿de qué planeta es ése
hombre? ¿y tú?- Inquirió aprisa al descubrir su afirmación.
- Es fácil cuando se respeta al otro, cuando se ama y se siente
cariño, cuando se comprende el dolor ajeno y se es fiel en cuerpo y mente.
- ¡por favor! ¿qué ridiculez es esa? Desde que la tierra es tierra la
fidelidad no existe. ¿Y el amor ? Eso es basura. El hombre es tan puto como la mujer.
- …No tolero a los hombres que ven a la mujer como un objeto
sexual- Murmuró cabizbaja-… Lamentó lo que le ha pasado señor Bruno. Doña Verónica me contó de su divorcio. Lo siento. Pero por sus vivencias no debería juzgar al resto de las personas, ni debería expresarse como lo ha hecho. De verdad siento mucho su fracaso.
- ¿Lo sientes? ¿estás bromeando? Deberías felicitarme.
Divorciarme fue lo mejor que me ha pasado en toda la vida. Vivir con esa mujer fue un castigo por todas mis… infidelidades.
Lorena sonrió cabizbaja como queriendo decirle: “Lo ve, es esa la razón de su fracaso” pero calló. Era obvio que aquel arrogante adonis estaba admitiendo parte de sus errores aunque de una forma inconsciente.
Avergonzado de haber doblegado a las intenciones de esa mujer recuperó parte de su orgullo y de su tono seductor.
- Entonces, gozas de mucha experiencia- Murmuró al momento
en que frotaba su barbilla- seis años es mucho tiempo.
- Por supuesto- Afirmó sin percibir el trasfondo de sus palabras
sugerentes. Levantó la ceja al escucharla mientras evaluaba su actitud. Sus manos entretejiendo sus propios dedos y los latidos de su corazón a mil por minuto. Sus labios temblorosos, sus poros abiertos emanando en silencio exquisitas feromonas que lo enloquecían. ¿Qué esperaba para hacerla suya? ¿su escáner no procesaba? ¿Habría olvidado sus técnicas de seducción? ¿o está mujer era tan diferente que confundía sus sentidos? Podría jurar que esa mujer lo estaba deseando desde el primer momento en que se vieron en el cafetín de apartaderos. También estaba convencido de que esa Lorena Blasco Veragua era una perfecta mentirosa. ¿Experimentada? “No lo creo”- “Quizá se lo haga creer, pero sus ojos la delatan. Mi experiencia me indica que esa mujer es más pura que el agua de manantial”- Se decía así mismo mientras la escuchaba absortó en la belleza de sus ojos. De repente sacó del bolsillo sus lentes con la montura ajustada. Los exhibió en lo alto mientras se acercaba a ella. Se sentó en la cama ante su perplejidad. De repente percibió en ella su rigidez. Estaba tensa y se petrificó cuando Bruno abrió las gafas y las acomodó en su tabique nasal. Las ajusto con un tacto cariñoso y sutil, desconocido, hasta para él mismo. Ambos pudieron sentir un cosquilleo bajo la piel. ¿Qué me está pasando? – Pensó Bruno y al parpadear continuó mirándola. Ahora los dos en un silencio sepulcral. Su corazón se detuvo, él pudo sentirlo y de nuevo deseo tomarla entre sus brazos, aferrarse a ella, a esa silueta grácil que sin exuberantes curvas lo estaba enloqueciendo.
- Te ves hermosa con o sin lentes- murmuró- Ese Marcos es un
afortunado…- carraspeó- Los arreglé un poco. Aún sirven luego de la caída- su mano derecha estaba acariciando sus mejillas mientras Lorena permanecía inmutable. De repente él volvió en sí. Si no lo hacía la intimidad de esa mujer corría peligro. Se puso de pie rozando su mentón. Se torno evasivo- Verónica llevó tu pantalón a casa de la esposa de Tomás, mi capataz y creo que van a ajustar uno de los míos a tus medidas. Si no te importa.
- Lorena movió su cabeza en gesto de aceptación, pero no sabía
si denotaba alguna especie de agradecimiento o de insulto frustrado por su osada cercanía. Bruno no pudo descifrarlo y sus palabras quedaron atascadas entre sus labios por la presencia de la señora Verónica. Su figura rellena distaba de la obesidad, sus formas bien definidas, su piel clara repleta de arrugas matizadas en suaves pliegues no le restaba belleza propia de su edad. Se oyó su voz sonora de un entusiasmo contagioso mucho antes de cruzar el umbral de la puerta. Traía un pantalón de Bruno, azul jeans, tal como le comentó lo habían ajustado a su talla con unos cuantos cortes y remiendos.
Parecía orgullosa de lo excelente costurera que resulto ser la esposa de Tomás. Una señora joven de treinta y cinco años nacida y criada en las cercanías de la hacienda.
- Vamos, hijita, a vestirse. Este Pantalón quedó como de
Tienda, “de exclusiva confección”- sonrieron mientras revisaban la excelente costura. Bruno se detuvo frente a la ventana contemplando algo en la distancia, se esforzó un poco porque la humedad la mantenía empañada. Quizá observaba a los peones trabajar junto a la caballeriza o quizá evitaba mirar como la huésped cubría su desnudez. Momento después escuchó que la señora Verónica ayudaba a poner de pie a Lorena, así que giró despacio sobre sí mismo y se acercó a ellas. La vio cojear un poco, pero sólo fue mientras apoyaba talones y estiraba las piernas. No consideraba estar lesionada. Pensó que ese par estaba exagerando y de nuevo recordó la película americana “Misery” y se preguntó: ¿quién de ellos dos iba a ser Annie Wilkes? Se asustó. Pero mucho más cuando se vio en brazos de aquel hombre, quien la había tomado de la cintura para cargarla.
Boquiabierta, se tambaleaba entre su piel mientras la señora Verónica la incitaba a calmarse y dejarse ayudar. Las escaleras eran inadecuadas para descender en esas condiciones, así que ambos anfitriones coincidieron en que era lo mejor.
- Ve bajando Bruno con Lorena- Anunció la señora con tono
dulce e imperativo a la vez- todo está listo en la sala, ponla cómoda mientras ajusto un poco esta habitación.
Lorena quiso desaparecerse. Deseo poder esfumarse de aquellos brazos. Su piel masculina quemaba e incitaba a la vez a ser tocada. Bruno descendía con parsimonia. Inhalaba el aroma de su cabellera tan cerca de él. Resignada a sus brazos se dejó llevar por ellos reclinando su barbilla sobre el pecho de su protector. Era la primera vez que un hombre, con excepción de su padre, la cargaba entre sus brazos. Se sintió bien a pesar de que su corazón parecía querer salir del pecho y que su pulso temblaba. Era una sensación nueva. El grosor de sus bíceps, de sus antebrazos y manos, hablaban por sí solos. Fuerte, atractivo, irresistible. ¡Demasiado tóxico para ella! ¡Demasiado embriagador! Su mirada de facciones rígidas colindando con lo serio parecía ceder a la liberación de la tensión. Sus labios simétricos, del tamaño perfecto en su boca, rodeada por una suave capa de vellos que amenazaba con cubrir su tez casi siempre bien afeitada. Era la primera vez desde que subió en su camioneta que lo percibía y eso le hacía aún más seductor. Los pliegues apenas perceptibles de sus labios brindaban una aparente suavidad, no lucían resecos, deshidratados como los suyos y eso le avergonzaba, además el color sonrosado la estaba volviendo loca. Pensaba en lo maravilloso que sería rozarlos con sus propias manos cuando él encrespó la esquina de sus seductores labios hacia arriba en una sonrisa. Sus ojos por fin visiblemente negros brillaron. Ese rostro quedaría grabado en su mente para siempre.
- ¿lo ve señorita aspereza, que es fácil dejarse ayudar?
- Gracias, aunque no lo creo necesario.
- Yo sí.
- Usted no debería estar solo sr Bruno. Las mujeres no se han
visto en sus ojos.
- ¿ y tú sí?
- A veces usted me confunde, pero creo que en el fondo
es una buena persona.
Bruno no supo que contestar. Calló mientras pensaba en sus palabras. ¿ buena persona? ¡Buena persona!- Gritó en su interior- ¿Y qué cree esa mujer?, ¿piensa que idolatrándome me hará desistir de mi deseo de hacerla mía? ¡Jamás!
Parpadeó al poner ambos pies en el primer piso, la alfombra estilo persa del pasillo lo recibió. Pronto estaba reposando frente a la chimenea sobre unos cuantos cojines en la alfombra y la cerámica desnuda en los costados de la habitación.
La señora se esmeró en ponerla cómoda. Había media docena de cobertores sobre el mueble distantes de la mesa. Él se fue a la cocina a buscar su suculenta taza de chocolate caliente.
Volvió a rememorar la película americana “Misery” y pensó de nuevo en lo cruel que podría ser al juzgar mal a una señora tan noble y a un hombre como Bruno Linker.
Parpadeó y sacudió su cabellera de ondas ahora más pronunciadas. Debía sacarse esas absurdas ideas de la cabeza. Los leños de la chimenea la ayudarían a captar su atención. Su color pardo desapareciendo poco a poco al paso de las lenguas ardientes de la hoguera. Uno a uno cediendo a los deseos del fuego adquiriendo el carmín de las venas hasta convertirse solo en carbón. Lorena meditabunda, esperaba no convertirse ella misma, en leño.
La tarde se había marchado y la noche tocaba a las puertas.
Afuera la lluvia empezó a caer. Iba a ser una noche muy fría.