CAPÍTULO 15

 

-   Últimamente he cometido muchos errores- Dijo al abrirse espacio lejos de sus brazos- Haber subido a su camioneta en Apartaderos fue el inicio de mi cadena de errores. Necesito recobrar la compostura y es obvio que en sus tierras no lo voy a lograr.

-   Eres prisionera de mis brazos, no puedes huir de esta

condena. Estás condenada a mis besos.

-   ¡Por favor!- se rió a carcajadas- Hasta usted ha perdido

la cordura. Podría jurar que usted es un hombre sensato y consciente de todos sus actos, en su estado natural, por supuesto.

-   Claro… Pero errar de esta forma es delicioso- El

sentido dado a sus palabras, la hizo ruborizar de nuevo- ¡me encantas Lorena Blasco Veragua! - expresó alegre al ver sus mejillas y lóbulos de la oreja sonrosados.

-   No debe mentir tan seguido. No puedo encantarle si no

soy su tipo.

-   Descubrí que eres el mejor prototipo de tu especie y lo

mejor de todo ese descubrimiento es que eres mía.

-   Necesito regresar a Caracas lo más pronto posible. Por

favor,  no me retenga más. No soy artículo de posesión así que no soy de nadie… comprenda eso. Quizás podamos llegar a ser amigos, eso es más significativo que llegar a odiarlo o apreciarlo por terminar padeciendo Síndrome de Estocolmo.

-   Vaya, eres fría para decir las cosas.

-   Lo aprendí de usted.

-   Me gustaría que aprendieras otras cosas de mí-

Murmuró mientras aproximándose buscaba olfatear seductoramente el contorno de su cuello. Su nariz aguileña dejaba una sensación de calor al rozar su piel. Era muy claro lo que deseaba enseñarle. Lorena se inquietó reprendiendo a su propio cuerpo, estaba luchando contra sí misma. ¡Desgraciado deseo! Sus venas ardían y hasta su bajo vientre comenzó a palpitar. ¿Qué me está pasando? – Pensó- ¡No puedo permitirme sentir nada por este hombre! Es un desconocido. Además… ¡estoy menstruando!  ¡Qué vergüenza!– se reprochó al sentir como la mano de Bruno buscaba acariciar sus piernas sobre el jeans de su pantalón- ¡deténgase!- espetó como si las propias palabras la ahogaran al articular el sonido en las cuerdas vocales. Es mejor que vaya a hacerle compañía a su nana- intentó abrir la portezuela, pero de nuevo la retuvo-

-   Espera. ¿de verdad quieres marcharte sin… ser mía?

Podría enseñarte muchas cosas…- Bruno comenzó a albergar la posibilidad de compartir más tiempo con esa mujer. Su escáner para mujeres definitivamente había fallado, aún no había determinado  quién era Lorena Blasco y hacia donde iba. Estaba convencido de querer saberlo. La examinaba. Sus ojos escudriñaban cada rasgo de su rostro, cada sacudida de su cuerpo.

-   ¡Dios! ¿Usted no podría dejar de pensar en sexo? Desde

que le conozco siento que solo ha deseado meterme en su cama, ¡ah! y por supuesto reñirse conmigo. No quiero errar para toda la vida, por favor- Se expresaba en defensa de su integridad aunque su yo interno deseaba desvanecerse en sus brazos. Por un momento sintió como si ganase la contienda. Sus brazos la liberaron a la merced de su analítica mirada. Sus labios de hombre eran tentadores. Se grababan en su mente su simetría y suavidad. Los pliegues perfectos ajenos a las inclemencias del tiempo de un rosado tenue excitante. Entre abría su boca exhibiendo su perfecta hilera de dientes blancos. ¡Ese hombre representaba mucho peligro para ella! Sus ojos, labios, boca, pómulos, cejas barbilla, cada rasgo de edad le manifestaba a gritos cuanto la deseaba. Lorena parpadeó. Se alejo de él. Era lo mejor. Pensaba en centenares de posibles respuestas a la dolorosa pregunta: ¿Cómo podría mantenerse lejos estando tan cerca?

Bruno Linker vio como descendía de la camioneta reponiéndose de las sensaciones de su cuerpo. La vio marchar mientras sus pensamientos daban vuelta en una centrifugadora amenazando con lanzar lejos los fragmentos de su sensatez e inteligencia. Podría asegurar que esa mujer deseaba ser tocada y poseída tanto como él lo deseaba, pero también podría jurar que ambos, estaban a punto de errar. ¡Diablos! ¿Qué otro error podría él tener en su vida? ¿Un  matrimonio fracasado, una vida desordena, vacía y libertina? Algo le decía que si esa relación conformaba un error indeterminado, definitivamente, valdría la pena errar.

Lorena entró al ambulatorio y se encontró con Doña Verónica reposando sobre el hombro de una de las dos mujeres que le habrían acompañado. Parecía exhausta.  La otra mujer estaba de pie frente a ellas, fue quien le informó del estado de salud de Inés y de su hijo. ¡Un milagro!- Expresó ella- Un milagro gracias a Doña Verónica. Le explicó en un castellano deficiente y lleno de fonemas del coloquio campesino, la apropiada decisión de traerla al centro médico. El bebé tenía deficiencias respiratorias y de haber demorado más tiempo, quizás la historia sería diferente.  La vida de ambos estuvo en peligro. A Lorena le pareció inconcebible que una mujer acostumbrada a los partos, hubiera actuado de esa forma. Quizá creyó que haciéndole sufrir los dolores de parto era la mejor manera de demostrarle cuan inoportuno había sido su embarazo.

Minutos después la vigorosa anciana despertó. Expresó vergüenza para con su huésped, asegurándole que no merecía trasnocharse con ellas. Consideró ordenarle a Bruno que la llevara de regreso al rancho. ¡Eso sería lo peor! Lorena se opuso de forma exagerada. Si estando allí, con la presencia de terceros se desvanecían uno por el otro no quería ni imaginar lo que pasaría si estuvieran a solas en la propiedad. Él ya conocía su cuerpo y ella había derrumbado sus propias barreras. Lo mejor era no propiciar cercanías, además si llegasen a intimar ¿cómo podría negarse con la excusa de estar inmersa en su ciclo menstrual? Respecto a su estado, Bruno ya lo había considerado y conocía mil maneras de intimar con una mujer sin perjudicar o interferir con su proceso de ovulación. Mil maneras que nunca habría empleado con una virgen y que conformaban su amplia base de principios teóricos. Parpadeó al recordarla. Luego de unos minutos de meditación Bruno se propuso desistir de la idea. No era apropiado. No era el momento. Sencillamente no era la hora.  Entendió que virginidad no solo era una membrana resguardando su vagina, era más que eso. Era la pureza y la inocencia inmersa en cada uno de los poros de la piel. Era el poderse mirar en el cristal de sus pupilas y saberse único. 

Con Doña Verónica nadie podía. Hacerla desistir de sus ideas era una misión imposible. Todos terminaban haciendo lo que ella indicaba. Hablaba y actuaba con propiedad y firmeza. Lo había decidido. Lorena y Bruno debían regresar.

De nada sirvieron las sólidas objeciones de Lorena. Las dos mujeres y ella permanecerían en la sala de espera, resguardándose del frío con un cobertor que un par de médicos les facilitó. Inés estaba estable, pero aún debían esperar. Al bebé no lo habían visto por su delicado estado de salud, permanecía en la única incubadora que tenía el ambulatorio. Lorena rezó porque no hubiera otra parturienta con complicaciones en ese momento.

Doña Verónica expelía una entereza envidiable. No quebrantaba. Uno que otro bostezo propio del momento por el cansancio y la alteración del sueño. Uno que otro estiramiento de brazos para sacudir el desanimó o el sueño, pero al momento de caminar, en sus pasos había mucha firmeza. Sacó a Lorena del ambulatorio casi a la fuerza, la condujo hasta la camioneta, donde Bruno permanecía pensativo con la mirada fija en la penumbra, tras las sombras viscosas de los árboles, poseído por el ulular del viento tras las copas de los mismos.

Estuvo a punto de suplicarle que la dejara pernoctar con ella. No se imaginaba que la estaba lanzando a un precipicio.

-   Se lo he dicho señor Bruno, que deseo quedarme a

hacerle compañía, pero insiste en que debo regresar.

-   No señorita. Vayan a descansar. Bruno, mañana hay

mucho que hacer con lo del puente y usted señorita tiene mucho que pensar. Mañana usted podrá regresar a la ciudad y embarcarse a Caracas o asumir la propuesta de la obra y quedarse un tiempo más con nosotros. La almohada es el mejor consejero.

¿La almohada? ¡Por dios!  Si regresaba con ese hombre a la propiedad de seguro lo menos que iba a ver sería la almohada.

Su astral apareció. Era su yo interno. Estaba boquiabierta aleteando las manos con sorpresa y picardía. Se preguntaba qué iba a pasar. Lorena se reclinó contra la portezuela y el asiento desde que inició el viaje de regreso a la propiedad de Linker. Fingió dormir y Bruno fingió dejarla dormir.

Ignoraron los baches del camino. El compac disc de La oreja de Van Gogh dejó de sonar a la merced de su inconsciencia. El silencio era sofocante. Por un momento Lorena deseó realmente dormir y no estar consciente de la presencia de ese hombre, no escuchar su respiración pausada, entrecortada. No sentir sus miradas cada vez que el solitario camino se lo permitía.

El camino de regreso parecía eterno. Fueron más de diez minutos sin mediar palabras. Era lo mejor. El camino en U estaba cerca. Lorena lo vio a través del rabillo del ojo. Luego la bifurcación del camino indicando la propiedad.

Al estacionarse, se bajó aprisa. Por suerte la señora Fabiola, la mamá de Inés y  Tomás el capataz estaban afuera. Sentados en el porche. Ella parecía triste. Culpable. Aguardaba a Bruno para que le diera razón de su hija. Parecía haber recapacitado, pero su error por poco costaba la vida a dos personas.

Lorena saludo y se despidió excusándose con su cansancio cuando en realidad lo que estaba era huyendo.  Después de tantas confesiones lo mejor, era encerrarse en su habitación. Marcar distancia.

El capataz Tomás, sonrió ameno al saludar a su patrón, como si con su sonrisa le estuviera felicitando por su avance con la señorita.

Bruno, no tuvo oportunidad para detenerla. Había huido en toda su expresión. No la buscaría. No esa noche. Lo había decidido durante el camino de regreso. No era el momento adecuado. Si Lorena Blasco Veragua lo deseaba tanto como él a ella, el momento iba a llegar de cualquier forma y quizás sería diferente a todos sus encuentros. Las palabras de Lorena lo estaban marcando, había vivido más de un cuarto de siglo con ideas equívocas acerca de las mujeres, obviando sus sentimientos, sueños y deseos, creyéndolas artículo de primera necesidad cuando realmente  él  artículo era él, se desgastaba en alma, mente y cuerpo en cada contacto. Comprendió las razones de la sensación de vacío en el pecho o en el alma que se apoderaba de él cada vez que una mujer salía de su habitación. Nana Verónica solía decírselo. “Nunca hallaras una buena mujer con ese estilo de vida. Cuando enfermes o decaigas esas mujeres vendrán a ti, pero solo para apoderarse de tus cosas, jamás para velar por ti”. “No creas que el estar rodeado de esculturales figuras es garantía de la felicidad”.  Tuvo razón, su esposa había hecho, precisamente eso, una decaída y ¡zaz! Quiso arrebatar toda su fortuna. En ese momento contrapuso el recuerdo de Lorena, cuando por sus incongruentes razones decidió subir hasta su habitación para dar cumplimiento a un absurdo pacto. La recordó tropezando con la alfombra y fingiendo que nunca hubo tal tropiezo, su cuerpo desnudo estremeciéndose. Temblando. La recordó con una extraña sensación de cariño en su pecho. Se sintió inexperto, desconocedor de todas las teorías de cama. De repente se vino a la mente las palabras de Tomás, su capataz: “Señor lo que pasa es que hay dos tipos de mujeres. Las que son para un ratico y las que son para toda la vida” – Suspiró  mientras se desabrochaba la camisa color arena al caminar pausado a través del vestíbulo, rumbo al despacho desde donde podría acceder a su dormitorio-¿qué tan difícil podría ser vivir contigo Lorena Blasco Veragua? ¡Vaya! ¡Qué terapia la mía! ¡Si sobrevivo estaré en rehabilitación por dos meses!- Sonrió para sí mismo.

De nuevo apareció Tomás en su mente: …” Patrón si usted ha visto algo diferente en ella no creo que sea su experiencia, porque si así fuera y por lo que lo conozco a usted, ya la habría metido a su cuarto, ¿no es así señor?, además de ser así esa mujer sería “una dura”, “la más dura de estas tierras” sería la única en romper su celibato desde que usted dejo su país.”

“¡Qué mujer! Se supone que no debería pensar en ninguna. Mi abstinencia debió ser terapéutica, no traumática”.

“Necesito una cura de sueño para ver si definitivamente me sacó esta mujer de la mente”-Pensó al deslizar la  pared del despacho que lo conduciría a su habitación. Adentro terminó de despojarse de la camisa y del pantalón jeans, los zapatos Loblan de cuero volaron a un costado de la cama mientras él se dejaba caer de bruces sobre el acolchonado King size.

Doña Verónica tenía razón, mañana era un día de muchas ocupaciones y decisiones. Si Lorena decidía marcharse, él decidiría retenerla- a su manera-.

De seguro ambos no podrían concebir el sueño. Lorena deseó descansar para poder decidir sus pasos para el día siguiente. Estaba confundida. No comprendía sus nuevos sentimientos y temía enfrentarse a sus deseos.

 

Ada
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