CAPÍTULO 9

Era el fin. El final de su cuento de hadas. La vida no se mostraba como una bella historia de amor. La realidad era otra cosa, muchas veces su amiga Sabrina se lo decía en su intento por sacudirla de la nube en que andaba. “eres muy inteligente Lorena debes adaptarte a la realidad, al mundo tangible, de seguro lo harás muy bien y podrás equilibrar tu vida sentimental con la intima y la intima con lo profesional, es cuestión de práctica, chama. Uno, dos, tres intentos y Lorena Blasco a volar, independiente y sagaz. Te irás creando tu propio anaquel de prospectos, sabrás distinguir el buen sexo del mal sexo y podrás seleccionar el que más te guste. Será como elegir a la carta. El mejor Menú” Es que la escuchaba como si estuviera a su lado. Si ella estuviera viviendo su misma situación, estuviera brincando en una pierna, súper contenta de estar en los brazos de un hombre como Bruno Linker y estaba segura de que lo dejaría como una media: al derecho y al revés, deshecho y con ganas de más y más, pero… ¡era ella!  ¿En que se  supone que estaba pensando para proponer semejante cosa? Nunca se había desnudado para un hombre. Antes de haber perdido a sus padres en las playas de Falcón, usaba traje de baño completo, ni siquiera llegó a usar uno de dos piezas. Su padre hacía mucho énfasis en el pudor que debe tener una mujer  y su madre era el mejor ejemplo de ello. ¿Cómo iba a desnudarse para ese hombre? ¿O  debería dejar que él la desnudase? ¡No!, el muy canalla no quiere mosquitas muertas en sus sábanas- recordó irónica frente al espejo del baño con las manos sobre el lavamanos. Su reflejó en él lucía demacrado, con aires de soledad. Se acarició los labios con una mueca de resignación. Sus comisuras estaban llenas de grietas y sus labios acorazonados exhibían un rosa pálido propio de muertos.

Abrió el grifo para lavarse la cara, tanteando antes la temperatura, habían ajustado el calentador  ¡y sería el colmo quemarse en medio de su odisea! Luego lavó su rostro, no deseaba poner en evidencia su llanto, no debía aparentar debilidad, por el contrario ¡mucha fortaleza!

Pensó en la forma en que iba a cumplir con su parte así que, buscaba en el baúl de los recuerdos las docenas de anécdotas de su amiga Sabrina.

Sabía que todo lo que le estaba ocurriendo estaba mal, se supone que nadie debe intimidarte y acosarte para tener sexo, pero precisamente era ella quien daba pie a ello, quizás… su cuerpo lo deseaba y jugaba con su raciocinio y su corazón,  o era él.

¡Dios! Se encontraba en un punto en donde todo se confundía. Sintió como si estuviera tratando de salir a flote en la Garganta del Diablo, luchaba en contra de las poderosas cascadas. Dentro de sí misma su subconsciente peleaba a puño limpio con su consciente. Era como si la conexión entre sus dos hemisferios cerebrales hubiera colapsado.

De repente se dijo así misma: “Lorena, eres una adulta, veintidós años, a punto de ser profesional, proactiva, exitosa, triunfadora- suspiró- que esto no te marque para siempre. Tener relaciones sexuales es común, forma parte del ser humano, claro debería ser con alguien con quien te sientas segura, amada…deseada, pero si no es así, disfrútalo igual…  ¡Disfruta de tu apuesta emocional!

“Pero ¡coño! ¿Biológicamente estoy preparada? Creo que sí. Las hormonas a mi edad funcionan bien, mi cuerpo toleraría la presencia de otro cuerpo. ¡Su cuerpo! Pero ¿y yo?  ¡Dios!, ¿estaré bien? ¿Podré hacerlo bien?  Ese hombre es experimentado. Ha de haberlo hecho un centenar de veces y si cree que soy experimentada como él es probable que me haga daño, quizás sea mejor decirle la verdad… ¡claro!, ¿para qué me declare como su mosquita muerta? No, eso jamás. Tengo que pensar bien en cómo voy a actuar para complacerlo, lo satisfago al instante y me ganaré mi libertad.  ¿Y si descubre que soy virgen? ¿Si alega no sentirse satisfecho para no cumplir?...Lo dijo muy claro: satisfacción plena y mutua ¡imbécil! ¿Cómo si le importará? Creo que debo establecer un nuevo punto.  ¿Y cuanto tiempo durará eso? Debo recordar. ¡Vaina! Sabrina nunca dijo cuánto tiempo duraba una relación sexual. Sabía que una de sus citas podría durar cinco, seis horas o hasta el amanecer, pero era una cita. Charlaban, se contaban secretos, esperanzas, planes y todas esas bobadas de noviecitos, pero yo no voy a tener una cita, ¡Dios Santo! ¿Cuánto tiempo será que debo estar con él? “– Hizo un gran esfuerzo por recordar algo. Frotaba incansable su sien, haciendo pequeños círculos sobre ellas, con dedos que parecían dagas buscando hundirse sobre su sien-“Hay una novela de Paulo Coelho. ¿Cómo se llama? Yo la leí. ¡ya!...¡once minutos! y María habla de once minutos para una relación sexual como la mía. Pero… ¡Once minutos!, eso sería demasiado, quizá lo pueda reducir a cinco o bueno, a siete, pero ¡once minutos con ese hombre! ¡Creo que estoy sintiendo la misma contienda entre mente y alma! Ahora sé lo que se siente prostituirse a cambio de algo… y se siente tan mal. Es un sabor amargo y una sensación de repugnancia, de desilusión inmensurable.”

Deseó tener su kit de  maquillaje para ocultar con base y polvo compacto su expresiva desilusión de la vida.

Se arregló un poco y salió hasta la cocina para cenar algo, también sabía que debía guardar energías para resistir el esfuerzo físico que ameritaba tener una relación sexual. Sabrina lo decía siempre.

 ¡Vaya! siempre soñó con hacer el amor con un hombre especial y ahora estaba a punto de entregar su virginidad de forma furtiva a un  completo desconocido.

Deseó encontrarse con la señora Verónica y que se considerara su aliada y no de él. Pero ¿para qué se engañaba? De seguro ambos sabían lo que tendría que pasar, por esa razón dejó la finca. La lluvia era persistente, aún podía verse la tormenta tras los cristales de las ventanas mientras los truenos calaban sus oídos.

El pacto estaba hecho. No había vuelta atrás.

Mientras tanto Bruno  no podía creer lo que acababa de aceptar. Sentía culpabilidad hasta en las venas. No podía sacar de su mente el rostro de resignación de su huésped. Los taciturnos ojos de esa mujer reflejaban la consternación de su alma ante lo decidido. Bruno Linker se desconoció. La metamorfosis de su temperamento ameritaba ser destruida. Ni él mismo se soportaba. Se estaba comportando de forma miserable.

Era inconcebible que él hubiera aceptado tal cosa a una mujer como Lorena. No dejaba de preguntarse el por qué aceptó una propuesta de esa magnitud a la única mujer que ha podido sentir suya sin tenerla…

No podía negarse la sensación de deseo que creaba en él pero ¿saciar sus ansias a costa de su integridad?  Era como si estuviera a punto de ultrajarla y definitivamente no formaba parte de él.

…Esa tarde Bruno se encerró en su habitación con deseos de cubrir sus ansias sexuales consigo mismo de la forma más primitiva conocida por hombre alguno, ansioso por aminorar la sed por ella. Se duchó y se cambió sin sacársela de la mente. No estaba seguro de comprender la decisión de Lorena. Pero si la suya.

Siempre se considero un caballero. Esa es la imagen que mantuvo desde que conoce su propio raciocinio y ninguna mujer iba a transgredir su propio precepto.

Miró el reloj de la pared. Un marco de madera sostenía la redondez que circundaban las manecillas metalizadas. La tarde se marchó abriendo paso a la noche. Una noche impregnada de truenos, rayos y relámpagos. El frío que se incrementaba con la lluvia carcomía los huesos. En su habitación las bombillas eléctricas iluminaban hasta el último rincón. Espaciosa y cómoda. Un espejo de Pedestal junto al entrada secreta, un peinador, un perchero, una mesa tipo escritorio frente a la cama, dos mesas de noche a los costados de la enorme King size. Una pequeña licorera en un rincón de la alcoba colindando con la sala de baño.  Contempló en silencio su propio espacio acariciando a su paso el caoba de los muebles. Suspiró, deseó dormir hasta el otro día y lo habría hecho de no haber sido por el golpeteo de los nudillos de Lorena en la puerta de su habitación. Exaltado quiso imaginar que aquel golpeteo era una ilusión. Deseó que no se tratara de Lorena. ¡Que sea la nana!- Suplicó en baja voz. Mientras su coherencia le indicaba la realidad: la señora Verónica habría de pernoctar en casa de sus vecinas por culpa de la tormenta…o del destino. No quiso levantarse, pero ella insistió, así que se puso de pie, caminó hasta la puerta y girando el pasador  la abrió.

Lucía hermosa, llevaba la cabellera humedad. Acababa de darse un baño y su piel expelía un delicioso aroma a flores. Llevaba puestas una de sus camisetas de cuadros y el pantalón jeans que su nana había llevado a rediseñar, su rostro mostraba arrogancia y una fortaleza increíble, su mirada subía y bajaba altiva examinando la habitación. Bruno se acercó a ella y la contempló negándose a sí mismo a tocarla, sin embargo ella estaba dispuesta a ganarse su libertad. Se acercó a él tropezando con la alfombra, se repuso a prisa coqueteando con sus ojos para disimular su torpeza. Se puso de rodillas a sus pies mientras que con sus manos sobre los muslos cubiertos por los masculinos jeans de él ascendía hasta la cintura. Sus dedos largos, femeninos y de uñas cortas contornearon la correa de cuero. Pausadas se abrían paso hasta su cremallera en donde fue inevitable sentir el volumen de su miembro. Firme y erecto, como la cobra esperando el sonido de la flauta mágica para danzar. Lorena ahogó su expresión disfrazándose de éxtasis,  escuchó un jadeó y en un instante en que levantó la mirada pudo ver como se apoyaba contra el madero de la mesa de donde, de forma inconsciente Lorena lo había arrinconado. Tenía sus enormes ojos cerrados y las facciones compactas con un trazo de incredibilidad. Desde su posición podía sentir la agitación de su pecho y su respiración entrecortada. Ella tembló, pero parpadeó ordenándose a sí misma no quebrantar. Sabía lo que estaba haciendo y lo que estaba despertando en él, quizás empezó mal porque le asqueaba la idea de tener que hacerle una felación, especialmente a él un completo desconocido a quien nunca habría visto desnudo y quien se había ganado su desprecio. Recordó los siete minutos propuestos y se dijo así misma: ¡Sí puedo, sí puedo! Reacia a ejecutar la orden de la sínica de su subconsciente dirigió sus caricias hasta el volumen de su pene bajo la tela jeans. Acercó su boca y besó toscamente la tela jeans, intentó mordisquear el miembro sobre la tela, pero un quejido de ese hombre la hizo desistir  ¿Qué estaba haciendo? ¡En las películas se ve más fácil! – Pensó mientras ocultaba su garrafal nerviosismo- Sus rodillas empezaron a sentir calambres así que se puso en cuclillas. Besó un par de veces  la cremallera con un camino de besos orientados hacia la cintura. De repente él se inclinó y acunó su rostro entre sus manos. ¡Sus dedos quemaban! ¡Ardían!   Luego la levantó sujetándola de ambos hombros hasta tenerla en su frente en donde pudiese mirarse en sus ojos tristes. ¡Es tan dulce y hermosa!- Pensó mientras contemplaba su rubor en mejillas y orejas- “Debe estar muy avergonzada de verse en esa condición”-. Regresó entonces, sus robustas manos hasta su rostro acariciando sus pómulos y barbillas con los dedos pulgares. La misma sensación de calor. Era lo que emanaban sus manos. Fuego.  ¡La misma hoguera que sentía con su cercanía mientras su pecho electrizante la petrificaba!

-   ¿Qué haces?- murmuró él al pie del pabellón de su oreja.

-   …Cumplo con mi parte- susurró.

-   Entonces eres una mujer de palabra. Eso me gusta- le besó el

cuello creando en ella una leve sacudida que él detuvo aferrándose a  la grácil figura. Sin darse cuenta su cuerpo quedó a su merced, tembloroso como una gelatina. Sus besos no se detuvieron mientras sus manos terminaban de apresarla. La calidez de sus labios carcomía la piel a su paso. Ella deseó gritar de… placer, por fin pudo definirlo,  no era repugnancia, no era temor, era algo que la adhería a él sin explicación alguna. Su raciocinio con su enorme y redonda barriga había saltado por la ventana agitando una bandera blanca y en ella quedaba el complacido y sínico yo interno. Una de sus manos apresó su cintura y la otra su cuello, paseándose entre las hebras de su cabellera, acariciando sus risos aún húmedos y la suavidad de su piel, obligando su rostro a la cercanía con el suyo al instante en que su boca llegó hasta sus labios ahora, temblorosos.  Cerró los ojos y se dejó moldear la comisura. Su aliento era fresco y delicioso, sabía a vino. ¡El mejor vino! Sus labios degustaron los suyos, la suavidad adormecida de sus labios de mujer. Acarició la hilera de dientes blancos que apenas se dejaban ver. Su labio inferior atrapado entre los suyos lo enloquecía. Suspiró tras uno de sus gemidos. Bruno la miró. Contempló pensativo sus ojos cerrados.  Lucía dócil, manejable. Ingenua y Sensual.  Lucía más sensual de lo que creía. Deseó deshacerse de su ropa y tocar todo su cuerpo. Hacerla suya. Profundizar en las caricias. Conocer aún más su intimidad. Parpadeó. La besó de nuevo, ahora profundizando en su boca para explorar su interior, hasta ese momento negado. Su lengua cálida carcomía la suya, suaves caricias superficiales buscando abrirse paso y darle la bienvenida a un apasionado beso francés. No era el momento. Vio fruncir su rostro, así que desistió y regresó a explorar de nuevo sus labios, mordiendo una a una sus comisuras, inconsciente Jadeó. Él pudo darse cuenta con gran éxtasis que sus besos en los labios le complacía. Sonrió mientras buscaba la profundidad de su pequeña boca de labios acorazados.  Su pene brincó de excitación bajo la tela del jeans. Por un momento se preguntó dónde estaban sus lentes que le brindaban el mágico toque de intelectual. Quizás intuyó no necesitarlos. ¿Para qué usar lentes con alguien a quien iba tener tan cerca de sus ojos?

Lorena había ganado la contienda en su propio espacio con su yo interior quien le ordenaba que no lo hiciera, pero que la periferia del raciocinio la incitaba a cruzar la barrera y de una vez por todas acabar con ese teatro. Y allí estaba, calcinándose en sus brazos a cambio de su libertad.

Bruno  la deseaba más que a cualquier mujer en el mundo. Lorena Blasco Veragua era más que su tipo y deseaba frenéticamente hacerla suya… pero  si la tomaba se arrepentiría por el resto de los años que le quedaban por vivir. Esa mujer estaba allí por desesperación. Por obligación. Por negocios. Se entregaba a él a cambio de un boleto de salida en el sentido más surrealista y literal que haya concebido. Se estaba canjeando y aceptarlo no era de hombres, no de hombres como él. Bruno Linker jamás llevó a la cama,  en contra de su propia voluntad a una mujer. ¡Jamás lo hizo y jamás pensó en hacerlo!

Se dio vuelta como pudo, porque realmente deseaba quedarse allí con ella, entregarse y poseerla. Murmuró algo ininteligible y dio algunos pasos atrás, excusándose con la idea de buscar alguna bebida. Su botella de vino baja en alcohol, nunca faltaba y como aún restaba algo se sirvió una generosa copa dándole la espalda. Lorena solo vestía la camisa de cuadros y el pantalón jeans rediseñado. No llevaba puesta prendas intimas con la idea de reducir el acto al menor tiempo posible. Aprisa y en silencio se despojó de su atuendo sin despejar la mirada del reloj de pared.

Cuando él regresó se quedó estupefacto al ver ante sus ojos la hermosa mujer que tanto deseaba sin una prenda de vestir encima, literalmente escupió el trago de vino a sus pies, mientras  las mejillas ruborizadas de Lorena  de nuevo parecían querer teñir  hasta sus orejas.

-   No lo hagamos más difícil, empiece- Pidió ella- mientras más

rápido empecemos, más rápido terminaremos.

Bruno Linker inmutable a penas sujetaba la copa de vino en su mano. Ante la insistencia de la mujer parpadeó para volver en sí, luego le dijo en tono intimidatorio- por experiencia, debes saber,  que el hecho de empezar rápido no garantiza terminar igual. Ella pudo sentir como aquellos ojos la devoraban con  lentitud pero inmersos en un vacio de palabras y pensamiento. Sus ojos brillaban de lujuria. De repente se ruborizó de nuevo. Lo sabía por el calor incipiente en las mejillas.

Pronto Bruno despertó del letargo. Murmuró algo de mal humor, buscó una de sus gabardinas que guindaban en el perchero de la habitación, la trajo consigo y colocándola sobre ella cubrió su desnudez.

¡Dios santo!- Pensó Lorena, ahora tan avergonzada como si se hubiera acostado con él.

 – ¿Tanto lo desilusioné como para ganar su rechazo? Sabía que no era su tipo, que no era de su gusto, pero al aceptar mi propuesta, me aceptaba también como era.

Bruno, parecía molesto con ella cuando realmente era con él mismo. Se odió al recordar el rostro de resignación de aquella mujer que quizás de la noche a la mañana había cambiado su rutina y por poco, también su vida.

Era un seductor. Un amante insaciable. No un villano. Su cuerpo se descompuso perdiendo la excitación que aquella piel desnuda le brindaba. Renegó de sí mismo y sintió tristeza por Lorena. Comprendió cuanto desespero podría sentir al ser presa de un desconocido que la alejaba del resto del mundo sin explicación alguna, era obvio que deseara salir de ese lugar a costa de lo que fuera.

-    Pero usted dijo que…

-   Perdona Lorena, no debí aceptar tu propuesta.

-   ¿Pero por qué? ¿Quiere desvestirme usted mismo? o ¿quiere

que use ropa interior y baile para usted? ¿qué carajo quiere que haga para que usted me deje marchar a mi vida normal? ¡Usted no puede dejarme aquí de por vida!

-   Tu propuesta sigue siendo excitante, pero mañana no podré

llevarte a la ciudad, de ninguna forma- Enfatizó- así que, como no puedo cumplir, no debo tomarte.

Boquiabierta, subía y bajaba la mirada buscando refugió en alguna parte del hombro desnudo, mientras su cuerpo se refugiaba en la gabardina, luego de entenderlo se agachó para recoger la ropa y salir en carreras hasta su habitación. Bruno quedó consternado ante la tristeza que percibió en los ojos de esa chica, era como si su única salida se hubiera esfumado definitivamente. Recapacitó. No fue buena idea hacerla pernoctar bajo engaño y peor aún hacerle creer que podría ser comprada.

Afuera la tormenta seguía. Relámpagos y rayos se vislumbraban aún tras los cristales de las ventanas.

 

Ada
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