CAPÍTULO 26
Debió marcharse esa madrugada del día miércoles .Abril estaba en sus últimos días y el esplendor de mayo se avecinaba. El congreso Internacional se efectuaría muy pronto. Había tantas cosas por hacer. Don Braulio se había ofrecido con mucho placer y amabilidad llevarla hasta la terminal de Mérida desde donde podría vislumbrar su verdadero retorno. Estuvo a punto de dejar de ser su prisionera, de alejarse definitivamente de los brazos de quien la habría retenido durante tanto tiempo. “El destino conspiraba en su contra”.
En Caracas la semana mayor representaba ausencia de Caraqueños y la visita de foráneos, las plazas y museos activaban sus puertas mientras las playas del litoral comenzaban a refugiar a centenares de turistas que ansiaban un revitalizante baño de sol. La tintorería solía perder clientela durante esa época, pero nunca cerraba sus puertas con excepción del viernes de crucifixión y el domingo de resurrección. Sus amigos Marcos y Sabrina se habrían hecho cargo de todos los gajes propios del negocio, con excepción del mantenimiento de uno de los secadores a vapor al coincidir con la semana libre del técnico encargado para ello. Una semana no era relevante, pero ¡cinco semanas! Sí que lo eran. Considerando lo responsable que era Lorena Blasco Veragua, una ausencia tan prolongada debía crear suspicacia, así que su padrino sentenció que de no regresar esa misma semana, él mismo tomaría su Camioneta Cayenne para emprender camino en busca de su ahijada al mencionado pueblo de Altamira de Cáceres. Sabrina y Marcos estuvieron de acuerdo, e incluso Sabrina prometió mover, una vez más, sus influencias gubernamentales en el Ministerio de Interior y Justicia para acelerar el paradero de su amiga. Su novio de turno desempeñaba como escolta presidencial resultándole fabuloso ante las circunstancias que estaba enfrentando la familia de su mejor amiga.
La mañana en que debió partir, Lorena no dejaba de dar vueltas bajo el cobertor de lana. Todavía llevaba la bata de felpe, era tan suave que no deseaba deshacerse de ella. Desde su habitación se podría divisar la algarabía con la que habría despertado la finca. A lo lejos se oía ronroneos de motores viejos, voces imperativas y voces suaves, gallos y relinchos de caballos. De repente, un golpeteo hizo eco en sus oídos. Se rehusó a levantarse cuando descubrió que alguien tocaba la puerta. Quien llamaba parecía no tener intenciones de dejar de hacerlo. Con una sola sacudida se deshizo del cobertor. La mañana era muy fría y en ese instante se dio cuenta. Quien tocaba a la puerta lo hacía con insistencia. Esperaba a que dijera algo, pero continuaba atentando contra el madero. Pensó que era Bruno Linker, después de todo era el único capaz de fastidiarla cada segundo de su existencia y en ese momento tuvo deseos de poder levantarse a hacerle frente, pero sentándose en el borde de la cama, con aires de desmayo y con un mal sabor en los labios, se dejo caer de bruces sobre el colchón.¡ Abatida! Era el mal sabor que se propagaba no solo en los labios sino en el alma. No podía entenderlo. La confundía y estaba a punto de hacerla trizas. “Si la deseaba tanto como lo aparentaba, por qué anoche se comportó tan extraño, por qué se acostaba con ella sin tocarla como lo habría hecho aquella primera vez”. Halando la almohada hacia ella la estrujó contra su pecho. Se molestó consigo misma porque en el fondo de su corazón, deseó que lo hubiera hecho. Era un deseo pueril que hacía sacudir sus entrañas y por instantes se sentía desquiciada.
Alguien seguía llamando a la puerta.
- ¿Quién?- Por fin se atrevió a indagar.
- Señorita Lorena, Soy Tomás. Perdone usted, pero
necesito decirle que el patrón la manda a buscar.
- Buenos días, Tomás- Perezosa emitió un bostezo
mientras sacudía una parte de su melena despeinada como queriendo con ello abrirse el entendimiento- ¿ Y eso?, ¿me va a llevar a Mérida su patrón?
- Pues señorita, hoy no lo creo. Me encomendó llevarla a
medirse unos vestidos para el festín y discúlpeme usted, pero tengo órdenes estrictas de hacerlo.
- Sí, ya lo sé Tomás. No me extraña eso de su patrón, el
manda más, parece un Capitán de barco, es obstinante y testarudo. De seguro lo despide si no cumple- Un resoplido debió esbozar alguna sonrisa porque su tono sonó apaciguo- Bien, señor Tomás, no se preocupe. Saldré en un momento.
“ Y quién le dijo a Bruno Linker que estaba de ánimos para festines”
Poniéndose de pie se convenció de que era el momento de conseguir que alguien la llevara hasta la ciudad. Miró un reloj despertador que había otorgado su función principal desde hace tiempo a los gallos resignándose a solo mostrar sus maltratadas agujas. Al ver la hora se exaltó al reconocer su tardanza, así que se arregló aprisa. Para cuando estuvo lista, buscó la cartera que trajo consigo desde su llegada, revisó su contenido y la acomodó, esperanzada, en uno de sus hombros. Salió con el rostro erguido, la mirada altiva y una firmeza de reina en sus pasos. Como lo imaginó el pobre señor Tomás le esperaba reclinado a las barandas de las escaleras, contemplando el piso, sin hacer nada más que cavilar en asuntos que le eran ajenos.
El saludo fue breve. Su estómago gruño avergonzándola, a lo que el capataz respondió con cierto cariño llevándola hasta el comedor en la cocina, después de todo, a esa altura de su estadía se sentían en confianza como para poder compartir el desayuno. Trabajar con él le dio a conocer mejor, pero al igual que su patrón, Tomás era reservado y muy observador.
Descendieron las escaleras abriéndose paso hasta la enorme mesa de madera de la cocina, ambos tomaron asientos mientras se le ordenaba a Yoneida Veracruz sirviera el desayuno, la esbelta mujer no pudo evitar lucir molesta, pero su inferior escalafón de mando le impidió expresarse como deseaba, solo pudo respirar profundo, esbozar una mal fingida sonrisa, sacudirse las manos en el delantal y disponerse a servir el mismo menú del patrón. El café para el huésped, solía ser con leche, así que evitándose la orden, lo sirvió como tal lo había hecho antes.
- Señorita Lorena, todos están muy emocionados con la
obra. El puente ha sido lo mejor que hemos podido tener desde hace quince años. Siempre se parapetaba, pero nunca se le daba un verdadero cariño. Se le está muy agradecidos señorita.
- Todo fue gracias al señor Linker, él consiguió los
contactos y el financiamiento, a la larga eso es lo que más importa. Para mí, fue una excelente experiencia, pero es hora de que retome mi camino y no veo la mínima intención de su patrón en colaborarme.
- Claro que sí, señorita. Don Bruno es un caballero de
palabra, además él sabe, que es regla natural que el río retome su cauce. El patrón se está haciendo cargo de ello. Téngalo por seguro. Aquí todos entendemos que usted no es de estos lares señorita, que debe marchar. Se le extrañará, pero ni modo, así es la vida. Dicen por ahí, que los ángeles solo bajan por raticos a la tierra-
Aquello era lo más bonito que alguien le hubiese dicho. Estaba convencida de que el patrón, Bruno Linker con todos sus años académicos, sus viajes y proezas de las que habría comentado, delatándolo, ante Doña Verónica, jamás diría algo parecido. Parpadeó al llevar un bocado de la deliciosa tortilla para luego ahogarse en un suspiro que se impregnaba de añoranza y nostalgia. Estaba comprendiendo: la despedida estaba cerca. Su yo interno, se sentó de bruces a su frente, cabizbajo, preguntándole con exorbitantes ojos de pupilas ámbar. “¿De verdad, te quieres marchar? ¿estás segura de que eso, es lo que quieres? “
Yoneida Veracruz no dejaba de prestar atención a los comensales, a tal punto que sus miradas colindaban con la indiscreción. Se contoneaba como una gata en celo. El capataz se percató así que le pidió preparar el desayuno para Julián, uno de los encargados de la caballeriza con el argumento de que su mujer había enfermado. Molesta hasta el fondo de sí misma, fingió con ironía estar dispuesta.
- ¿El señor Bruno va a regresar a su país?- Espetó entre
los labios.
- ¿A Holanda?, claro señorita, así como usted debe
regresar a su mundo, el patrón también. Créame esto es muy bonito. El paraíso como dicen por ahí, pero para gente como usted y como el patrón puede convertirse en un infierno- Sonrió- Ustedes son muy citadinos, no aguantarían vivir durante tanto tiempo entre ganado y monte.
Lorena, sonrió con pesar y asombro. No creyó parecerse a una citadina, siempre mantuvo humildad, y capacidad de adaptación, “quizás no era suficiente”. Después de meditar un poco, pudo admitirlo: “era una citadina”. Amaba la tecnología, los centros comerciales, las estresantes avenidas Caraqueñas, los servicios a la vuelta de la esquina o tras un marcado telefónico o tras un clic del ratón de su computador personal. Las montañas era solo un momentáneo hospedaje para recargar energías…En particular, su estadía fue el resultado de una cadena de errores y la conspiración, en su contra, del destino. Estaba completamente de acuerdo.
Yoneida Veracruz continuaba absorta en la conversación a pesar de estar inmersa en la sartén que ardía sobre la hornilla con el desayuno de Julián.
- ¿ y usted cree que el señor Bruno piense en regresar?
Se arriesgó a preguntar, como quien teme ser indiscreto. Un sorbo a la taza de café con leche relajó sus nervios- bueno, le pregunto porque como ha dedicado tanto esfuerzo a los caballos y a los cultivos no creo que vaya a dejarlos a la deriva, no parece ser de los que abandonan sus asuntos.
- Claro, señorita, el patrón no es de abandonar lo que
más quiere. Estás tierras le gustan mucho, pero el patrón cuenta conmigo y los demás peones. Ya lo veré cada tiempecito que tenga libre en sus negocios de Europa por acá. También sería muy grato verla a usted, claro, cuando se canse de Caracas y sus pendientes le den espacio, señorita.
Una paila caliente fue lanzada contra el chorro de agua en el lavaplatos dejando escapar un quejido del metal debido al brusco cambio térmico. Una nube de vapor se disperso y se esfumó aprisa tras los comensales ante la pericia de la cocinera al tomar el sartén de la manga.
- Muchas gracias señor Tomás. Los extrañaré, por cierto
¿qué es de la vida de Doña Verónica?. No la he vuelto a ver.
- Doña Verónica ha de venir hoy al agasajo, a lo mejor y
viene con Fabiola , su hija y el nieto. Han sido días muy fuertes para ellas, pero su mamá y ese bebé lo va agradecer por siempre. La gente de estos lados somos muy agradecidos señorita, y lo que Doña Verónica está haciendo por esa muchacha y su hijo no tiene precio.
Llevó de nuevo la taza de café hasta sus labios preguntándose sí había sido injusta con ella, quizás se había predispuesto a lo peor solo por su relación escabrosa con Bruno Linker.
- ¿Y Doña Verónica también se irá con él?
- Pues, me temo que sí, señorita , son la sombra
uno del otro, aunque Don Bruno se haga el duro con las atenciones de su nana. Es que esos, de coraza fuerte suelen ser los más blandengues- Se sonrió y por primera vez pudo ver un gesto de picardía en aquel capataz que no hacía otra cosa que darle vuelta a la cuchara con el azúcar en la taza de café negro. Sus manos gruesas, llenas de callos y de uñas opacas, empezaban a mostrar algunas arrugas en los pliegues de la piel, los años de vida se empecinan en dejar huellas muy loables en algunas personas más que en otras- El patrón tiene muchos pendientes de trabajo, no todo el tiempo puede dejar a otros atendiéndolos, ¿cierto? Si fuera así, llega el momento en que no son los asuntos de uno, sino de otro.
En sus palabras sencillas y sus diezmados fonemas propios de su tierra Colombiana junto al dialecto de los campos venezolanos se podría captar una verdad ineludible. Ese, era su caso. No podía ausentarse por más tiempo, estaba a punto de cruzar el límite entre la cordura y la esquizofrenia, porque albergando en su consciencia la lógica de lo que debería ser correcto deseaba aplicar lo que no debía. ¡Y no debía pensar en un hombre tan irracional, déspota, desconcertante y arrogante como Bruno Linker! ¡Eran incompatibles! Ni con surfactantes. Su escasa experiencia, le dictaba clases de prudencia de forma dictatorial para sobrevivir y mantenerse a flote en el ostentoso mundo de los hombres del siglo veinte. Lo había heredado de su madre y su padre la había formado para incursionar en la cabina de mando en donde se debía mantener firme a pesar de las vicisitudes. Su padre la formó como líder y como tal no debía flaquear aunque quien se vistiera de razones e ideales fuera un hombre y él, conservaba la misma formación, en el fondo era tan controlador y analítico como ella y ningún barco, jamás podrá tener dos capitanes. Así que, ¿para qué gastar impulsos nervios en cada una de sus terminaciones cerebrales por un asunto inverosímil? “Debía desterrarlo por completo de sus pensamientos y de su corazón”
- Doña Verónica ha estado muy apenada con usted, por
su falta de hospitalidad, pero ha depositado su confianza como anfitrión en su criado, el patrón.
- ¿Pero usted la ha visto antes?- Estaba sorprendida al
descubrir la capacidad del capataz de estar en tantos sitios sin delatar su esfuerzo.
- Sí, señorita, pero como usted nunca me lo pregunto.
- Bueno, ya no importa si regresa hoy a la finca. Me
gustaría verla antes de viajar.
La mujer que hasta ese momento consideraba su prudencia como arma de doble filo, rompió el silencio sepulcral en que se habría convertido su faena luego de enfriar el sartén caliente en el chorro del grifo. Carraspeó con dificultad al limpiarse las manos en el delantal que caía desde su cintura hasta el borde de la falda floreada. Recogió el vianda que había armado para Julián junto con una jarra térmica en donde había vertido humeante café. Ocupadas sus dos manos, emuló pesar en sus facciones lozanas. Fingió recordar servir el vaso de yogurt luego de cada comida- como era costumbre de sus patrones- montó la pantomima de querer servirlo excusándose de su olvido, pero Tomás rechazó las intenciones de Yoneida alegando que si la señorita lo deseaba podría tomarlo más tarde para evitar un retardo mayor en el cumplimiento de la orden.
- El patrón ha sido muy claro en que usted no sale de
estas tierras sin atuendo propio de usted señorita.
Yoneida se aferró al vianda y a la jarra térmica. Se puso de puntillas girándose sobre sí misma, con marcada prisa fue dejando la cocina al son de las grandes zancadas. La piel le hervía a borbotones. “No faltaba más. Que vistieran a la reina. ¡uy, que arrechera! ¿Por qué no termina de largarse de esta vaina esa mojigata? Ingeniero de pacotilla, cualquiera le pela el dientero a ese montón de peones necesitados para mandar aquí y allá, y listo…¡Yoneida serénate!- Se dijo así misma. Jadeando respiró hondo hasta que pegándose, inconsciente, a un costado del brazo la base caliente del vianda se quemó, dejando escapar un pequeño alarido seguido de un par de maldiciones- ¡Estúpido Julián! Ahora si me fregué cocinándoles a los peones cuando los deja la mujer- Respiró hondo de nuevo mientras se abría camino a los establos- Debo aguantar un poco más. Es cuestión de horas, un día quizás, para que esta mujercita se monte en uno de esos camiones de hortalizas o de café y ruede cuesta abajo. Esa ropa que te van a comprar, será lo único que te llevarás de mi patrón. Lo juro Lorena Plasco, o como te llames, que así será”.
Como era de suponer Lorena Blasco Veragua se negó rotundamente a cumplir el deseo de Linker, lo repetía con énfasis durante cada momento luego de abandonar la cocina. Su interés principal radicaba en poder entablar conversación con algunos de los propietarios de las fincas vecinas para así, hacerles la afanosa petición.
- Usted debería confiar un poco más en Don Bruno. Si él
dice que la llevará de regreso, es porque así va a hacer. Dele el gusto de verla con un presente suyo. Mi mujer la va a llevar a casa de su amiga, una señora del pueblo que vende trapos muy bonitos para señoritas como usted.
- ¿y qué tiene de malo mi atuendo? Con esto me vine.
Con esto me voy Tomás.
- Bueno, como usted diga, pero permítame cumplir con
mi parte al patrón. Lo que usted haga o no con los trapos será su decisión, señorita.
Como si se tratará de un acuerdo de paz entre ambos, emprendieron camino hasta la camioneta doble cabina del señor Linker donde la esperaba la esposa del capataz, una muchacha bastante joven, con un peón, como chofer, que había visto con frecuencia en las faenas de la finca.
Recordó que ese día era miércoles, como miércoles fue la madrugada en que llegó por vez primera a las tierras de Linker.” Un miércoles de cenizas” del año 1997. Desde el puesto de atrás de la camioneta, contempló la movilidad de los presentes, iban y venían, algunas cargaban en sus cabezas las ollas en donde dispondrían la preparación de la comida, otros; mesas y sillas para hacer más cómodo el lugar de las barbacoas que tanto había contemplado desde el balcón privilegiado de la propiedad. Los más chicos colaboraban arrastrando pequeñas bolsas o sacos con las hortalizas e indumentaria de cocina, otros cargaban leños secos para el fogón y los apilaban en el área indicada por el encargado de encenderlos. Cerró los ojos mientras oraba a Dios, pidiéndole que ese fuera su día. El día del regreso a su ciudad. Fue una oración breve, al recordarse acompañada. No deseaba verse inmersa en un mar de preguntas. Las manos sudorosas delataban su nerviosismo, así que en su afán por disimularlo frotaba las palmas de las manos en la tela jeans que cubría sus muslos.