CAPÍTULO 6

 

-   ¿Qué le ocurre patrón?  Como que pasó mala noche, ¿No? ¿y su escáner? ¿qué paso con su escáner para las mujeres? No me diga señor Bruno que le fallaron las estrategias- obvio que Tomás el capataz de la Hacienda de Linker estaba haciendo chistes acerca de su fracasado intento de Don Juan, fue evidente su risa jocosa y clandestina tras las monturas de los caballos mientras los pulía y cambiaba hebillas. El esfuerzo por impedir una risotada era bestial. Su estómago parecía querer estallar tras la pechera de herrero que tenía puesta para calentar el hierro y realizar marcas de ganado. La confianza que guardaba con su nuevo patrón era tan amplia como la del antiguo dueño: Don Sebastián, pero el sentido del respeto que había aprendido desde su infancia le restringía esa libertad. Pero no soportaba más. No existe nada más intolerable que resistirse a un ataque de risa…  Podría morirse asfixiado al suprimir de tantas formas la respiración o padecer un ataque cardíaco por la distensión muscular en su área pectoral. Inevitable no hacerse visible.

-   ¡Anda ríete antes que te de algo! No quiero ser culpable de tu

muerte – Al momento una contagiosa carcajada llamó la atención de los peones que trabajaban cerca de la caballeriza y hasta de él mismo. Se divertía a causa de su evidente fracaso –   Búrlate Tomas. Ya veremos al final. Dime: ¿no sabes si Sebastián  tiene algún helicóptero guardado o un amigo en algún equipo de rescate que pueda venir a llevarse está mujer?

-   Sí claro, podríamos llamar al número de emergencia

nacional, declararnos en crisis por desastre natural y pedir un helicóptero con socorristas.

-    No es mala idea-  Sonrió- ¡Vaya, Tomás ! es la primera vez que

dudo de mis habilidades de conquista- su expresión taciturna delataba algo más profundo. Detuvo su labor de alimentación de su caballo Trino y de los demás ejemplares para poner un pie sobre la cubeta de aluminio y un brazo sobre uno de tubos metálicos que funcionaban como barandas de división de la caballeriza- perdí mi tiempo Tomás. Está mujer no es nada común.

-   Señor lo que pasa es que hay dos tipos de mujeres. Las que son

para un ratico y las que son para toda la vida, a lo mejor usted se topó con las del segundo tipo ¡y esas son más berracas! -  Dijo, haciendo alusión a la influencia de sus orígenes Colombianos con un peculiar término propio del atlántico – Son tan berracas que son de temer señor Bruno.

-   También puedo ser de temer Tomás. Ninguna mujer por

berraca que sea puede venir a hacer fiesta conmigo. Mira lo que le pasó a mi ex. Un par de buenos abogados, algo de tiempo y no tendrá ni espacio para respirar… Claro que no quiero decir que Lorena Blasco sea como Yessenia. Jamás podría decirlo.

-   Anoche estuvo por acá  José,  preguntando por la salud de la

Señorita- Espetó con ánimos de cambiar los pesados recuerdos de su patrón.

-   ¿ José? ¿quién es José?- Fingió desconocerlo cuando realmente

su rostro le resultaba imborrable.

-   El hijo menor de Artiaga. El muchacho que ayudó a Lorena

en su caída.

-   Ah sí. Ya lo recuerdo- Rememoró el recelo sentido al ver 

como se hacía cargo de su invitada-  ¿y?

-   Está mañana también vino.

-   ¿y qué? ¿se cayó de la cama?

-   Esa gente es muy madrugadora. Pero lo que quiero decirle

señor Bruno, es que el muchacho ha estado preguntando mucho por la señorita y expresó mucha alegría al saber que no era nada suyo.

-   Ah sí. Qué bien- Su pronunciación tuvo un claro acento

extranjero que no solía emplear. Demasiado evidente su desagrado.

-   José es muy buen muchacho.

-   ¿Y tú crees que una mujer como Lorena Blasco le interese un

peón de hacienda?- Su acento extranjero delineaba su perfecto castellano. Estaba surtiendo efecto el comentario del capataz, quien indiferente percibió rigidez en su semblante y una clara inflamación en la yugular del patrón. Adquirió un tono de voz consolador.

-   Bueno señor Bruno, realmente él solo está colaborando porque

nosotros lo hicimos enviando personal de apoyo cuando su padre cosechó. Según dicen ya es dueño legal de la mitad de las tierras de su familia y de algunos negocitos en Mérida.  Ese muchacho fue el único de estos lados, que agarró maleta y se fue a estudiar a la Universidad. Este año es su grado y tiene muchos planes futuristas para estas tierras.

-   ¡Qué bien! Me alegro por sus padres. Pero a qué viene ese

comentario. ¡Bah! ¿No me digas que me salió competencia? – No pudo evitar reírse. Se reía a carcajadas y de muy buena gana haciéndose pasar por desentendido cuando realmente sabía muy bien por donde venía el asunto.   

-   ¿Pero competencia de qué señor, si usted quiere deshacerse de

la señorita?

-   Es mi invitada. El hecho de que solo sea eso, no le da potestad

a cualquiera de venir a tomarla cuando le plazca-.

-   Señor Bruno usted está siendo un tanto egoísta, como dicen

por acá :” usted ni lava, ni friega , ni presta la batea”  de  todas forma se lo comentó porque siento que debí hacerlo, no le vaya a caer de sorpresa el interés del muchacho.

-   Tomás lo que esa mujer quiera hacer con su vida no es mi

problema. Antes mi única preocupación era meterla en mi cama ahora, es conseguir la forma de sacarla de mi propiedad tal como entró.

Federico los interrumpió y Bruno se alegró de que su presencia resultara tan bulliciosa. No deseaba que sus asuntos de cama se convirtieran en  el tópico de conversación en las faenas de campo. A Federico  se le podría tener cerca estando a treinta metros de distancias. El hombre venía con ropa de campo y botas plásticas, sentía gran orgullo de ser el encargado de evaluar las pérdidas de producción vacuna y  equina, además era el veterinario de las fincas aún sin haber asistido a la Universidad. Comprendía que para “el Patrón”: el señor Bruno, perder algunas cabezas de ganado no podría ser tan devastador como perder alguno de sus pura sangres. Eso lo mataba del corazón, además había heredado de su antiguo dueño compromisos serios con reconocidos expositores de caballos para ese fin de año y perder cualquiera de ellos se convertiría en una verdadera tragedia. Por suerte estaban a salvo. En cuanto a la reconstrucción del puente… estaban atados de mano. Las influencias gubernamentales no cubrían un favor de ese calibre y reportar la falla al ministerio correspondiente los obligaba a estar aislados de la civilización indeterminadamente. Si esto ocurría Lorena Blasco podría declararse secuestrada o desaparecida. Darle vida a esas conjeturas resultaría fácil al eliminar el contacto telefónico. “¡Maldición!, esta mujer podría traerme aún más calamidades” –Pensó Bruno mientras escuchaba los planteamiento de Federico y las posibles soluciones de Rómulo, el hacendado de más edad y experiencia de la zona. En sus años había sido profesor de secundaria y aún jubilado desempeñaba a honores en las escuelas rurales cercanas.

Creer que el gobierno Nacional les solventaría la situación de forma inmediata era una utopía y los presentes se consideraban bastante viejos como para vivir contando pájaros preñados. Lo mejor era palpar sus realidades. Una realidad cuyo alcance resultaba bastante oneroso. La producción se perdería con una solución a largo plazo y la vida sería insoportable sin proveedor de insumos para el único hospital disponible, para la escuela y los hogares de docenas  de abnegados agricultores.

Aunque todos pensaron la misma manera de solucionarlos también todos la desecharon. Por inverosímil. Por oneroso. Por realistas. Pero Bruno Linker aún la albergaba, después de todo, si la producción se perdía al no poderse sacar a la ciudad, la culpa sería suya por impedir que se acercarán los camiones, que no solo eran de su servicio sino para todos los demás. Si el día siguiente a la llegada de Lorena se hubiera sacado la producción, la preocupación sería mínima.

Bruno Linker no era de esas tierras y tampoco pretendía quedarse en ella de por vida, pero fascinado por la belleza de los Andes decidió que la propiedad sería su resort de escape cada vez que, regresando a su antigua vida, ésta se saturará, incluso consideró la posibilidad de ofrecerla a sus estresados socios de Ámsterdam.  Su hermana, la prestigiosa diseñadora de modas en Paris lo acompañó a su llegada y luego de un par de días se marchó maravillada con la promesa de regresar el verano entrante a esas tierras. Decía que era como vivir en un paraíso colindante con el cielo, así que si deseaba mantener el paraíso necesitaba solucionar los problemas de acceso para que no se convirtiera en un infierno.

Mientras escuchaba las quejas, su mente era un campo de tenis. Primer raquetazo: pensaba en las razones de su fallido intento por poseer a Lorena Blasco. Segundo raquetazo: telefonear a Sebastián para solicitar su apoyo ante su compadre el contratista, en la evaluación y cotización del proyecto de construcción de un puente y de una vez por todas darle el valor merecido a esas tierras.

Tercer raquetazo: cómo sacar de esas tierras a esa mujer antes de que sea el CICPC quien atraviese el río.

Cuarto raquetazo: qué quiere José Artiaga con Lorena Blasco.

Absortó en sus pensamientos los presentes se percataron de su ausencia. Se miraron entre si hasta que su capataz lo hizo espabilar con un par de preguntas sobre su afirmación del caso.

Volvió en sí con un parpadeo. No consideró oportuno comentarles que estudiaba la posibilidad de financiar la construcción de un puente. No pretendía ser visto como el arrogante que buscaba apoderarse del acceso a esas tierras, por tal razón decoró un poco la propuesta, mintiendo al decir que con algunas influencias podría lograr que el gobierno les acelerara una solución. De esa forma nadie emitiría comentarios parciales.

La mañana amenazó con ser muy agitada. Los daños eran considerables. Bruno Linker filmó los alrededores y realizó diversas tomas fotográficas con el celular para enviarlas a quien además de ser antiguo dueño de esas tierras era un grande amigo. El punto empezó a cobrar vida y antes del medio día estaba determinado el precio por la construcción, equipo de trabajo y materiales. Lo consideraba un gran avance, pero no lo promulgaría en  tanto el último detalle estuviera  finiquitado.

Para Lorena y la señora Verónica también fue una mañana agitada. Había tenido que ir a las casas de Fabiola y las demás mujeres de la Hacienda para colaborarles en lo posible con los desastres de las lluvias, por suerte no resultaron tan graves en comparación con otras temporadas de lluvia. Recogieron hortalizas frescas de la huerta y le pidieron a Juan, el encargado del gallinero, que les preparará un enorme y robusto pollo para el hervido del medio día, con un poco de ayuda lo terminarían a tiempo.  Lorena estaba recordando dónde había visto el rostro pardo de ese hombre, tenía muy buena memoria para los rostros así que le fue fácil rememorar su llegada. Juan era el hombre del impermeable que busco a Bruno la noche de su llegada. Lorena era simpática y parecía agradarles a todos. Su humildad contribuía a enriquecer su personalidad. Se expresaba con inteligencia, carisma y sensatez, rasgos que cautivaban a José Artiaga quien al enterarse de su presencia en el campo, se ingenio cualquier excusa para acercarse hasta ella, incluso entró a la casa de ordeño y se sentó en una de las butacas mientras se acercaban. Era atrevido, aunque su apariencia fuera joven no se le aminoraba la gallardía. Para Lorena salir a fraternizar con las demás personas de la propiedad de Linker fue su mejor opción, por un momento pudo olvidar sus temores e inquietudes. Trato de creer y asimilar su realidad haciendo de un lado las dantescas teorías conductuales de su anfitrión.

La señora Verónica los presentó con mucha emoción, a pesar de tener algunos meses ya tenía el tiempo suficiente para conocer y reconocer a la gente de ese lugar. Entre charla y charla José se enteró con gran sorpresa que la camioneta del señor Bruno estaba averiada, era la misma del señor Sebastián y él había sido su mecánico desde que fue adquirida de la concesionaria, por esa razón le pareció muy extraño que Tomás el capataz, estando enterado de ello no hubiera recurrido a él.  Pensativo creyó tener la solución…

La tertulia estaba de lo mejor, pero el deber llamaba, así que tomaron las hortalizas, el pollo y se dirigieron de nuevo al  llamado rancho, que nada tenía que ver con esa acepción. Como lo prometieron contaron con ayuda suficiente para preparar el apetecible almuerzo. Lorena había mejorado mucho, no cojeaba y los dolores eran ínfimos o ignorados. Al  estar listo el hervido las mujeres del campo se llevaron una porción considerable para sus hogares mientras las dos mujeres quedaban sentadas degustando de la buena sazón.  Lorena iba por su quinta cucharada cuando unos pesados pasos retumbaron tras suyo. Luego vio como arrastraba la silla continua a su puesto haciéndose un lugar. Su piel se erizó y apenas levantó la mirada con cortesía más que agrado. Su nana como siempre lo consintió buscando un enorme tazón de barro para servirle una  generosa porción.

-   Esta mañana salimos al campo. La huerta estaba maltratada ,

pero nada que no se pudiese arreglar. A Lorena le encantó el paseo, ¿verdad, hija?, deberías ser más cortés e invitarla a conocer el lugar para que así no se preocupe tanto, mira José tan gentil ese muchacho, que apenas la conoce y se ha ofrecido a llevarla a cabalgar por sus tierras.

-   Creí que no querría volver a salir después del accidente.

Lorena se atoró con un trozo de yuca del hervido y se apresuró a recuperarse mientras las miradas fijas de Bruno  la penetraban como alfileres en un muñeco vudú. Las sentía en carne propia.

-   Si  desea la señorita, podría llevarla a conocer los sitios

aledaños.

-   ¡Estupendo! – expresó exaltada la nana, mientras de pie

abrazaba a la joven – debes explicarle a tu familia las razones de tu retardo para que no entren en zozobra y sepan esperarte.

-    Sí, señorita, temó que así será. Se está estudiando una pronta

solución, pero no es inmediata.

-   ¿de cuánto tiempo estamos hablando señor Bruno?

-   No lo sé. Todavía no se ha determinado, pero le aseguro que

estamos haciendo nuestro mayor esfuerzo.

Nada convencida continuó con su almuerzo aún bajo las incomodas miradas de Bruno Linker. Hasta que una nueva pregunta llamó su atención.

-   ¿Aceptaste salir a pasear con José  Artiaga?

-   No señor. Es muy amable y tentadora la invitación pero no

tengo cabeza para esas cosas.

-   Claro, señorita aburrimiento- murmuró - seguro eso no forma

parte de sus planes, ¿cierto?

La señora Verónica alcanzó a escuchar estas últimas palabras, que por cierto, debieron sonarle a truenos porque se dio vuelta enfrentándolo, puso una mano en su cintura y con la otra zarandeaba un cucharón de madera en el aire, frente a sus narices, amenazante- ¿Qué forma de hablar es esa Bruno?  ¿Cómo quieres que esta muchacha te diga si desea o no salir  a dar un paseo si te diriges de esa forma?

-   ¿qué le diste a mi nana, Lorena? – sonrió con gran efusión al

ver la actitud de la señora ahora menos molesta. ¡Claro! es que, quién podría molestarse al verle sonreír. ¡Era un verdadero Adonis!, sus labios masculinos cubriendo la hilera de piedras preciosas lo hacía excitante- Sí, dime. ¿Qué poción mágica usaste para hechizar a mi nana?

-   ¿Me está llamando usted bruja?- Inquirió divertida- Mucho

cuidado, podría  hechizarlo también sr Bruno.

La señora había retomado su labor frente al lavaplatos dándole la espalda mientras sermoneaba de buena gana su deprimente conducta.  Es entonces cuando él se gira sobre su silla, le sujeta la mano que no sostenía la cuchara para llamar su atención y acercándose a ella le murmura: - Me encantaría probar uno de tus hechizos- Bajó la mesa de roble, la pierna de Bruno Linker rozó la de Lorena Blasco que inmediatamente reaccionó alejándose. Sus mejillas se acaloraron de repente, indicándole que de nuevo se habría ruborizado, constatándolo al ver la risa burlesca de ese hombre.-“¡maldita sea, otra vez!  ¿Es qué no puedes madurar Lorena? ¡Te ruborizas como si fueras una niña! “– Se acarició las mejillas con sutileza mientras que con los nudillos de sus dedos apoyó el rostro a la espera de su próxima cucharada del hervido. Lo comió ignorándolo.

Bruno Linker se divertía mucho intimidándola. Aún después del almuerzo la recordaba con gracia. Luego de darse un baño, cambiar su atuendo y descansar unos minutos sobre su cama se dispuso a dejar la habitación por la puerta. Es decir, por la única puerta de entrada aparente. Casi nunca recurría a ella, pero esa tarde se le antojo. Debería usarla con más frecuencia,  era más fácil llegar al establo o a la huerta desde allí, además el porche amplio y repleto de materos de helechos y rosas impregnaban el aire de deliciosas fragancias naturales. Y le encantaba.

Bruno no terminaba de poner el pie en el último peldaño de piedras del porche  cuando atisbó a José Artiaga esperando a que alguien saliera de la puerta principal tras el porche de los anchos peldaños de piedra. Sintió que la sangre le hervía a borbotones desde el dedo pulgar de su pie hasta su cabeza. Ajusto su sombrero, que nunca podía faltarle y se encamino en zancadas.

-   Buenas tardes José-  dijo al detenerse tras su espalda. El

muchacho estaba bien arreglado, con camisas de cuadros , jean y las peculiares botas de campo, estaba perfumado y bien peinado con un aspecto que ante los ojos de Bruno era deprimente- ¿En qué puedo ayudarlo?

Luego de un titubeó, de mover de una mano a otra un ramillete de rosas rojas y un par de hojas de helechos sujetas por una cinta blanca. Se decidió- Vine a visitar a la señorita Lorena y a saber  cómo ha seguido.

-   ¿Esta mañana no la viste? Tengo entendido que sí. En estos

momentos debe estar descansando. Debe tener reposo, por lo de las lesiones. Si quieres decirle algo, podría darle tu mensaje.

-   Eh , sí. Claro. Por favor Don Bruno, entréguele estas rosas y

dígale que…deseo que se mejoré pronto. Me gustaría llevarla a cabalgar hasta mi finca señor, claro, si no le molesta a usted.

-   Para nada. Es  decisión de Lorena , solo que creo que debe

esperar un poco. La caída fue fuerte.

El muchacho se marchó resignado a no poder ver a Lorena mientras Bruno sintió deseos de lanzar las rosas a la basura, pero le pareció un gesto agradable y lamentó no haber sido él quien lo tuviera. Con el rostro tenso entró dando zancadas a la propiedad. La empuñadura de su arma estaba oculta en su cintura y aunque no se veía por completo lucía peligrosamente, intimidante. Atravesó el pasillo, el vestíbulo principal y la cocina hasta llegar a una de las terrazas en donde sentada sobre unos muebles de madera reposaba Lorena con un par de libros entre sus manos y piernas. Al verlo se puso de pie. Su imponencia marchitaba las hermosas rosas que traía de mala gana entre sus manos.

-   Ten- Se las entregó lanzándola en sus manos.

-   ¿rosas? ¿para mí?... ¡Gracias!- Los ojos de Lorena brillaban con

una mezcla de desconcierto y emoción, sus largas pestañas de muñecas la hacían ver muy tierna. En su interior no podía creer lo que estaba pasando. Su subconsciente y ella se disputaban la realidad. Una le decía a la otra: “lo ves, es un amor ese hombre” “solo aparenta ser áspero de corazón”

-   No son mías- espetó con ánimo de romper el encanto- son de

José.

-   Ah , disculpe, creí …¡que! boba !, ¿verdad?- Su tono de voz

descendió a medida en que ascendía el tono burlesco de Bruno- Gracias. ¿José está afuera?

-   No, eh. Temó que no , pero si lo necesitas búscalo en la casa

de ordeño o en el campo, cosechando- se sirvió una copa de vino de una botella de licor importado que extrajo de la licorera  frente a la ventana . Le ofreció, pero lo rechazó- ¡ah! lo olvide. Cierto que la niña es abstemia. Bueno, tú te lo pierdes. Este es uno de los mejores vinos de mi país.

-  que lo disfrute señor Bruno…- de repente las palabras de él la silenciaron mientras boquiabierta aguardaba por una respuesta sensata-

- ¡Señor, señor, señor, señor! ¿Es muy difícil que digas mi nombre?  O luzco como un anciano como para merecerme el término de cortesía. Para dirigirme a ti prefiero hacerlo por tu nombre. Por cierto suena…hermoso.- Su proximidad activo sus neuronas y por supuesto sus hormonas. “aléjate Lorena” “Aléjate Lorena”, su lado racional ordenaba distancia y el subconsciente traicionero la obligaba a permanecer estática sobre la silla.

- Prefiero  “Señor Bruno”, suena cortés, distante y respetuoso pero tengo una duda “señor”: ¿me parece o usted me está acosando?

- en lo absoluto señorita. – Levantó la copa y la ofreció a su salud- como le dije señorita, usted no es mi tipo de mujer.

Bruno no podía entender qué parte de si mismo emanaba tanta desconfianza perceptible solo a los ojos de “Lorena desconocida”. No solía comportarse tan distante y arrogante. En las peores de las circunstancias y en su época estaría dándose besos apasionados tras algún potrero con la desconocida y en el mejor de los casos ya habría pasado la noche con ella, no sin antes buscar un par de preservativos para una diversión segura. Pero habían transcurrido más de veinte y cuatro horas y entre la desconocida y él sólo existían miradas, las de él: inquisidoras y las de ella: evasivas.

Quizás Tomás tenía razón y esa mujer no era como las que él conocía. Quizás no era de este mundo- Pensaba mientras se reía solo al intentar montar su caballo.

Esa tarde tenía que revisar la siembra del otro lado de la finca así que emprendió camino aún con aquella muchacha en mente, le parecía absurda la forma en que una mujer puede nublar la mente a un hombre, a tal punto que regresó antes de lo estimado, ató la bestia junto a los bebederos, le ordenó a uno de los muchachos desmontar la silla, alimentarlo y llevarlo al establo.

Pero algo inusual desvió su mirada. La camioneta doble cabina estaba estacionada tras un costado de la propiedad bajo la terraza  desde donde había dejado a Lorena antes de marcharse al campo. Si llegó hasta ahí era porque alguien la había encendido y si la encendieron Lorena pudo descubrirlo. Su corazón se agitó mientras empezaba a padecer diversos niveles de cólera. Al fondo descubrió a José y a Tomás charlando con rostros serios y de marcado desencanto.

-   ¿Qué hubo patrón?- Inquirió Tomás- acá cayó la tempestad.

-   No lo sabía señor Bruno. Quise ayudarlo. Pensé que necesitaba

una camioneta y como le conozco todas las mañas, dije:  bueno, vamos a ser útil… pero déjeme decirle que engañar a una mujer como la señorita Lorena no es de hombres.

Bruno  examinó el balcón de la terraza e imaginó tener a Lorena Blasco en él.  Su mano derecha frotaba y frotaba su mentón mientras que la otra la apoyaba en su cadera. Chasqueó los dientes. Su opinión no era de su interés.

-   ¿quién te pidió ayuda?

-   Nadie señor Bruno, por eso le pido disculpas. Quise hacerle un

favor y salí desfavorecido y disculpe, pero también decepcionado.

-   ¿Qué escuchó?- inquirió en baja voz al pie del pabellón de las

orejas de Tomás ignorando por completo al muchacho.

-   Todo señor. Con su permiso patrón, creó que a usted lo pasan

al matadero hoy.

-   ¡Tonterías! ¿ y nana? 

-   Fue a colaborar con Inés. Su hija está embarazada y ha

necesitado cuidados.

-   Saca a este muchacho antes de que sea yo quien lo saque- le

susurró mientras arrojó las riendas a su capataz.

 Estaba exhausto más de mente que de cuerpo pero ahora con esta nueva noticia no había forma de descansar. Si Lorena había descubierto la mentira acerca del motor de la camioneta, estaba perdido. Entró por la puerta trasera luego de subir un  par de peldaños, también de piedras, y sigiloso la buscó entre las paredes de la sala. No la halló. El cielo se sacudió, los truenos retumbaron entre los espacios vacios y de repente la lluvia cayó de nuevo. Llegó justo a tiempo. De seguro José se mojaría al menos que Tomás lo llevase en la camioneta. Tras los cristales del vestíbulo, de la cocina y del pasillo los relámpagos se engalanaban mientras en el interior la tensión crecía.

La situación empezaba a complicarse se decía así mismo, renegando de sus obsoletas estrategias. Sería tan fácil si ella cediera y se dejará meter entre sus sabanas, refugiándose en la fogata de sus brazos, si le apagara la libido con sus besos y caricias pero  para desventura suya, nada de eso parecía cruzarse por su mente. ¡Sensualmente muerta! ¡Eso era algo que perturbaba a Bruno! No podía comprender qué había pasado con el seductor y siempre perseguido por las mujeres Bruno Linker. Quizás Tomás, su capataz tenía razón y esa mujer era tan diferente a las demás que hasta podría ser virgen, pero ¿cómo? se decía así mismo; ¡hasta las vírgenes sueñan con estar en las sábanas de un hombre! – Se reprochó-  pensó con gran tristeza en que quizás ya no sería tan atractivo como en sus buenos años.

 

Ada
titlepage.xhtml
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_000.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_000_0001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_000_0002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_000_0003.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_000_0004.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_001_0001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_001_0002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_001_0003.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_001_0004.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_002_0001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_002_0002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_002_0003.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_002_0004.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_003.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_003_0001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_003_0002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_003_0003.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_003_0004.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_003_0005.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_003_0006.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_003_0007.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_003_0008.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_004.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_004_0001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_004_0002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_004_0002_0001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_004_0002_0002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_004_0002_0003.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_004_0002_0004.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0003.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0004.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0005.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0006.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0007.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0008.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0009.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0010.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0011.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0012.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0013.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0003.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0004.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0005.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0006.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0007.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0008.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0009.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_007_0014_0010.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_009.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_009_0001.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_009_0002.html
CR!RTV9YZCR4N0255H6B2T3EVEY8Y0P_split_009_0002_0001.html