Capítulo 47
Mara está tendida en el suelo a los pies de Alejandro. Le ha pegado, aunque no le ha dado una buena paliza, todavía no.
Alejandro alza la vista cuando Gajendra entra, y dice:
—¿Te has enterado de lo que tu elefantero me hizo? Sólo que no es elefantero sino elefantera, ¿verdad? ¿Tú lo sabías?
Gajendra piensa en mentir. Le da la impresión de que ya no tiene sentido. Asiente con la cabeza.
Alejandro lo golpea, sólo una vez, con el puño. Es como recibir la coz de un caballo. Gajendra se cae.
—¿Por qué me lo ocultaste? ¿Qué pasaba? ¿Te daba lástima?
Gajendra se levanta despacio.
—Me figuro que sí.
—No te la has tirado, ¿no? Te di una mujer. ¿No te bastaba? Una princesa te di. ¿Qué es esta raquítica desgraciada? ¿Qué atractivo puede tener?
Gajendra no responde.
—Entonces, ¿qué hacemos con ella? Me atacó con un cuchillo. Me parece que deberíamos crucificarla, ¿no crees? No conviene que nadie piense que puede ponerme a prueba con un arma y no sufrir las consecuencias.
—Por favor —dice Gajendra.
Alejandro, que en ese momento le da la espalda, se queda inmóvil y lo mira por encima del hombro.
—¿Qué has dicho?
—Dejadla vivir.
—¿Dejarla vivir? ¿Quieres clemencia para ella?
—Sí.
—¿Por qué? ¿Por qué te importa que sufra y muera?
—No lo sé. Le he cogido cariño, supongo.
—¿Le has cogido cariño? —Alejandro opta por echarse a reír. Es un chiste estupendo—. ¿Cuánto cariño le has cogido?
—Lo ha hecho sólo por el elefante.
—¿Por el elefante?
Gajendra ve que, tras los moratones, Mara alza la mirada hacia él. La desconcierta que abogue por ella.
—Ama a Coloso como vos amáis a vuestro caballo.
—Un caballo es distinto.
—Para ella no. Estaba enfurecida, estoy seguro. No pensaba haceros daño. Fue una locura momentánea.
—Pero si hubiera sido más rápida me habría clavado un cuchillo en la espalda, lo hubiera planeado o no. ¿Cuánto deseas mi benevolencia, elefantero?
—Dejadla vivir, os lo pido por favor.
—Entonces túmbate bocabajo.
Gajendra sabe lo que Alejandro está a punto de hacer, y sólo vacila un momento. Se ha comprometido. Se arrodilla y luego se tiende, con la frente rozando las alfombras. Desde aquí ve que las sandalias de Alejandro tienen manchas de sangre. Se pregunta si será de Mara o de Cátaro.
—Suplícame.
—… por favor.
—Dilo más fuerte. Dilo como si lo sintieras.
—Por favor, no le hagáis daño.
—Otra vez.
—Por favor, dejadla marchar. Os lo ruego, señor. Tened piedad de ella.
Alejandro se levanta la larga túnica y Gajendra siente su caliente chorro en la cabeza y los hombros. Oye a su madre y a sus hermanas gemir de nuevo.
Me encuentro impotente, no soy nada. Soy un gusano, y no puedo hacer nada para salvar nada de lo que amo.
—No te he oído. Dilo otra vez.
—Por favor, dejadla marchar…
Alejandro termina y se pone bien la túnica.
—Me has defraudado, elefantero. Creí ver algo en ti. —Se inclina y su voz se convierte en un susurro—. Apestas a meado. Ahora todos te han visto arrastrarte. Nunca volverás a codearte con generales. Siempre serás una vil nulidad, nada más.
—Dejadla marchar.
Alejandro da un suspiro.
—Muy bien. Si eso es lo que quieres. Vete ya.
Pero mientras Gajendra se levanta como puede, sabe que esta promesa es una mentira. Arrástrate todo lo que quieras, elefantero, va a matarla de todos modos.
Una vez, de niño, había cogido una araña y se la había metido en la boca. Una de sus hermanas lo había desafiado a hacerlo. Le dijo que no se la comería, y él le juró que sí. En cuanto la tuvo en la boca, su hermana gritó y le rogó que se detuviera. Incluso se arrodilló y lloró.
La araña tenía un sabor repugnante, peor de lo que había imaginado, pero Gajendra lo hizo de todos modos. Sintió su picotazo cuando la masticaba. Aquella noche se le hinchó la lengua y no podía respirar. Su madre creyó que iba a morirse.
Su hermana pensó que era culpa suya. Le rezó a Kali y le pidió que la castigara a ella para que su hermanito viviera. Quizá Kali la escuchara. Unos días después llegaron los dacoits. Por eso estaba enfermo en la cama y no con los demás.
Así que era el responsable de lo que les había ocurrido a su familia y a él. Y todo por una araña.
O por su orgullo.