Capítulo 3

Cartago, año 323 a. C.

—Debes echar el bebé al hoyo.

Mara está delante del pozo, meciéndose levemente. Sus ojos miran hacia un lado, pero sin ver. En realidad ve el pasado, una época en que el bebé estaba vivo y tibio entre sus brazos. Se tambalea. Un suave empujón y caerá en el olvido también.

El bebé tiene manchas y está gris. Una niña. Está envuelta en una mortaja, pero Mara ha apartado los pliegues para mirarle por última vez la cara. Una lágrima cae sobre la fría mejilla.

Inspira hondo y suspira. Arregla con esmero el lienzo en torno a la cara de la pequeña para que no la moleste de muerta. Quiere que tenga un aspecto inmejorable en el más allá, pulcra y bien atendida.

—No —murmura, aunque dentro de su cabeza la palabra suena como un gemido.

La sacerdotisa lanza una ojeada al padre. ¿Qué hago?, pregunta la mirada. No podemos quedarnos aquí, así, para siempre. Él se encoge mínimamente de hombros como si dijera: soy un soldado no un devoto. Esto es problema tuyo.

La sacerdotisa pone una mano en el hombro a Mara como para animarla a la acción, pero Mara no se mueve.

Mientras la tenga en brazos, su hija vive aún. Tira de un pliegue de la mortaja, saca la mano de la pequeña y coge los deditos. Cuando se haya ido no quedará nada. Por ahora basta esto. Si la abrazo así siempre, no se irá. El viento ruge dentro del pozo. Tal vez la diosa se impaciente. De un momento a otro subirá a llevarse ella misma a la niña.

La sacerdotisa le hace una seña con la cabeza.

—Mira, hija, la diosa quiere llevársela ya. Con ella estará segura. Es buena madre y cariñosa. Allá abajo no hay dolor.

Mara se adelanta arrastrando los pies, medio paso, otro medio. Sus brazos están rígidos y no puede enderezarlos. Acaricia la mejilla de su bebé. Imagina lo fríos que se sentirán sus pechos cuando ya no esté. ¿Qué es una madre sin un hijo? ¿Quién mamará la leche? ¿Quién oirá el susurro de su canción?

—Tienes que soltarla ya.

Mara baja la cara hasta la mortaja. Ya no huele a su pequeña. ¿Cómo olía? Trata de recordar. Antes la niña era toda leche cuajada y calor. Comienza a temblar. La sacerdotisa la guía otro paso hacia delante.

Oye que su padre dice: «Suéltala».

Siguiendo la orden, deja caer al bebé en el pozo. Luego da un grito y cae de rodillas. Su padre la agarra. El dolor la envuelve, y Mara grita durante horas hasta que se queda sin voz.