XLVI

Pero los buenos logros de mi cocina se han oscurecido con una sola noticia: después de seis años de su operación a corazón abierto, Rodolfo ha recaído y esta vez las posibilidades de recuperación son casi nulas. Mirna ha decidido escapar lo más posible ante el dolor que se avecina y me ha dejado a cargo mientras organiza un congreso internacional de cactáceas. Inicié este cuaderno boscoso en las tardes en que vengo a cuidarlo al hospital y él permanece sedado para evitar el dolor. Extraña cosa la de padecer el dolor de otro. Lo miro postrado, debilitado, pero aun así descubro la grandeza del animal herido de muerte que se acoge serenamente a su destino. Intento levantarme para encender una luz ahora que la tarde ha caído sobre nosotros. Él me lo impide.

—En la penumbra puedo volver a imaginarte mejor —me dice—. ¿Lo harás tú cuando yo ya no esté, en conmemoración mía?

Tomo sus manos entre las mías y las beso. En la India hay una secta que devora a sus muertos por considerar que no pueden hallar mejor sepultura que en sus propios cuerpos. Se lo digo. Rodolfo sonríe.

—Pues yo te comería toda… —me confía.

—A mí me bastaría con una parte de ti… Mírame, ven, ¿qué mejor cuerpo para tu corazón, que el mío? —le digo acariciándole el pecho, ahí donde la nervadura de su operación es un camino sinuoso que recorro con los labios y la lengua. Rodolfo me deja hacer mientras susurra el final del cuento que ambos conocemos de memoria:

No te apartes del sendero
porque la lengua más dulce
tiene los dientes más filosos…

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Mixcoac, Ciudad de México,
17 de abril de 2014 – Hacienda
“Las Amantes”, San Miguel Allende,
14 de febrero de 2015