XIX

Pero tal vez tampoco fue así. Tal vez mi tutor fue siempre un tutor en regla y me guió a mi recámara y apagó la luz cuando me metí entre las sábanas. Pero no salió de la habitación de inmediato. En la penumbra lo vi sentarse en el silloncito de al lado y mirarme como un lobo al acecho, ahora sujetado por hierros invisibles.

Entonces le dije en secreto:

—Rodolfo, qué mirada más larga tienes… —Es para desearte mejor —le escuché murmurar antes de darme las buenas noches.