El vacío de poder existente en grandes zonas de Francia, especialmente en Dordogne, en el Limousin, en Corréze, el Macizo Central, y el suroeste, dio lugar a que los diferentes grupos del maquis empezaran a saldar cuentas. Se vengaron de verdaderos colaboracionistas, pero también de los enemigos de clase a los que consideraban como tales. Una vez iniciada la invasión, no era difícil prever que así ocurriera. Un informe enviado de Vichy a París justo después de que se produjera la invasión hablaba de «regiones en las que se desatará la odiosa guerra civil».24 En julio, un agente informaba a Londres de la situación reinante en el Limousin, creada por los ataques de la Resistencia y las feroces represalias de los alemanes. «Ante estos actos de barbarie, toda la región tiembla. Los campesinos se ocultan en los bosques y los vigías avisan de la llegada de cualquier vehículo alemán. El país experimenta a un tiempo la violencia del enemigo, del maquis y de la Milicia. Ya no hay ninguna autoridad legítima».25
Había muchas cosas de las que vengarse, pero la ofensa moral de la venganza ocultaba también cierto grado de oportunismo político y personal. Se saldaron algunas cuentas personales y fueron eliminados algunos posibles rivales del poder de posguerra. Los grupos de la Resistencia quitaron la vida a unas 6000 personas antes de que los alemanes se retiraran. Luego, en la llamada épuration sauvage o «purgas no oficiales», fueron asesinadas al menos 14 000 personas más. Algunas tropas británicas y americanas mataron también a algunos franceses colaboracionistas, pero la mayoría prefirió hacer la vista gorda, en la idea de que no habiendo experimentado la ocupación alemana, no estaban en condiciones de juzgar. Las estadísticas que quizá resulten más chocantes sean las de Bretaña, donde una tercera parte de las personas asesinadas fueron mujeres.
Los franceses y las tropas aliadas se sintieron asqueados por el trato dispensado a las mujeres acusadas de collaboration horizontale con los soldados alemanes. Algunas víctimas eran prostitutas que habían ejercido su oficio tanto con alemanes como con franceses. Otras eran chicas un poco simples que se habían relacionado con los soldados alemanes por simples bravatas o por aburrimiento. Muchas más eran madres jóvenes, cuyos maridos estaban en campos de prisioneros de guerra alemanes. Carentes a menudo de medios de subsistencia, su única esperanza de conseguir comida para ellas y para sus hijos durante aquellos años de hambruna había sido aceptar la relación con un soldado alemán. Como observaba el escritor alemán Ernst Jünger desde el lujoso ambiente del restaurante parisino La Tour d’Argent, «la comida es poder».
Tras la humillación que suponía que les afeitaran la cabeza en público, las tondues —las «rapadas» o «pelonas»— solían ser obligadas a desfilar por las calles, a veces al son de un tambor, como si Francia reviviera la revolución de 1789. Algunas eran untadas de alquitrán, otras iban medio desnudas y a algunas les pintaban la cruz gamada por todo el cuerpo. En Bayeux, el secretario particular de Churchill, Jock Colville, registró su reacción ante este tipo de escena. «Vi pasar un camión descubierto, acompañado del griterío y los silbidos del populacho, en cuya trasera iban unas diez desgraciadas a las que habían afeitado la cabeza. Las pobres mujeres iban llorando, con la cabeza gacha, avergonzadas. A pesar de sentirme asqueado por tanta crueldad, pensé que los británicos no habíamos conocido ningún tipo de invasión ni ocupación durante casi novecientos años. Por consiguiente, no éramos los mejores para juzgar a nadie».26 El historiador americano Forrest Pogue observa a propósito de las víctimas que «su aspecto, en manos de sus sayones, era el de un animal acosado».27 El coronel McHugh, cerca de Argentan, comunicó: «Los franceses hacían redadas buscando colaboracionistas, les cortaban el pelo, hacían con él grandes montones y lo quemaban, de modo que el olor se sentía a varios kilómetros de distancia. Las colaboracionistas eran castigadas además a una especie de carrera de baquetas, en la que les propinaban una buena paliza».28
Era, en efecto, «un carnaval feo», como lo define cierto escritor, pero respondía a un modelo establecido poco después del Día D.29 En cuanto una ciudad, una población de tamaño medio, o incluso una aldea pequeña era liberada por los aliados, los esquiladores se ponían manos a la obra. A mediados de junio, el primer día de mercado después de la toma de Carentan por la 101.a División Aerotransportada, una docena de mujeres fueron rapadas en público. En Cherburgo, el 14 de julio, un cargamento de mujeres jóvenes, en su mayoría adolescentes, fueron paseadas por las calles en un camión. En Villedieu, una de las víctimas fue una mujer que simplemente había trabajado como limpiadora en la Kommandantur. Sólo en el departamento de Manche, 621 mujeres fueron arrestadas bajo la acusación de collaboration sentimentale.30 En otros lugares, a algunos hombres que habían trabajado voluntariamente en fábricas alemanas, también les afeitaron la cabeza, pero aquello solía ser una excepción. Las mujeres eran casi siempre el primer objetivo. Era envidia disfrazada de ofensa moral. La envidia la provocaba la comida que habían recibido como consecuencia de su actuación[68]. Sencillamente, aquellas jóvenes eran el chivo expiatorio más fácil y más vulnerable, en particular para los hombres que deseaban ocultar su falta de credenciales en la Resistencia.
También en el bando aliado existía confusión moral, si no simple y llanamente hipocresía. En su aeródromo en las proximidades de Bayeux, a Jock Colville le pareció irónico que Montgomery ordenara el cierre de todos los burdeles. «Se colocaron policías militares a la puerta, para asegurarse de que la orden era obedecida. Sin dejarse amedrentar y con todo el descaro, varias de aquellas señoras desahuciadas se presentaron en un campo que lindaba con nuestro jardín. Había largas filas de aviadores, entre ellos, lamento mucho decirlo, dignos francocanadienses de confesión católica romana, que hacían cola para disfrutar de sus servicios, utilizando como medio de pago artículos tales como latas de sardinas».31 Los franceses, mientras tanto, encontraban chocante la actitud de los soldados americanos, que, al parecer, pensaban que, en materia de francesas jóvenes, «todo se compra».32 Después de una noche de borrachera, llamaban a la puerta de las casas de campo preguntando si había alguna «mademoiselle» para ellos. Los soldados más espabilados habían aprendido algunas palabras francesas en los manuales de idiomas editados por el ejército. También proporcionaban tácticas supuestamente útiles en las lecciones publicadas a diario por el periódico Stars and Stripes, como por ejemplo la traducción francesa de «Mi esposa no me comprende».33 La incomprensión mutua y el choque de unas culturas muy diferentes se dejaron sentir en las relaciones franco-americanas tal vez más incluso que la alegría de la liberación. Una mujer de una localidad al sureste de Mortain manifestaba su alegría agitando banderas y cantando la Marsellesa cada vez que llegaba una columna de la 2.a División Acorazada americana. A los franceses les hacía gracia el acento criollo de los «cajuns» de Louisiana, pero a su vez quedaban desconcertados cuando veían que los americanos «nos consideran claramente un pueblo subdesarrollado. Uno de ellos me pregunta (en inglés) si he visto alguna vez un cine». La mujer contestó que el cine había sido inventado en Francia, lo mismo que el automóvil. «Se quedó de piedra, pero no parecía demasiado convencido».34
Muchos soldados americanos, que ya consideraban Francia casi un país enemigo debido a la ocupación alemana, vieron reforzados sus prejuicios al ver que tanta gente denunciaba a «sus vecinos por simpatizar con los alemanes».35 Incluso los miembros del OSS y del Cuerpo de Contrainteligencia no entendían demasiado la política francesa y la guerre franco-française que había estado latente desde la época de la Revolución y que estaba ahora de nuevo en plena efervescencia. Estaba muy extendida la opinión, profundamente arraigada en la historia americana, de que los problemas del Viejo Mundo provenían de la existencia de una aristocracia corrupta y de los males del colonialismo europeo.
Semejantes ideas eran fomentadas por los izquierdistas de la Resistencia que les suministraban información, especialmente por el FTP, capitaneado por los comunistas. Aquellos individuos tenían buenos motivos para odiar al régimen de Vichy debido a las ejecuciones de los militantes del Partido Comunista tomados como rehenes durante la ocupación. Creían también que había llegado la hora de una nueva revolución. Intentaban, por tanto, convencer a los oficiales americanos, a menudo con éxito, de que todos los miembros de la aristocracia y la burguesía francesa eran colaboracionistas. Movidos por sus propios fines políticos, deliberadamente no hacían distinción alguna entre las personas, fuera cual fuese su clase social, que habían apoyado al mariscal Pétain tras la debacle de 1940 y las que habían ayudado activamente a los alemanes.
La tarea de filtrar a las decenas de miles de franceses, hombres y mujeres, detenidos por colaboracionistas durante el verano de 1944 resultó abrumadora para la incipiente administración del gobierno provisional de De Gaulle. Aquel otoño, seguía habiendo más de 300 000 casos por resolver. En Normandía, los prisioneros fueron llevados al campo de Sully, cerca de Bayeux, por la Sécurité Militaire, la gendarmería e incluso algunos por la policía militar estadounidense.36 Había además gran número de extranjeros desplazados, rusos, italianos y españoles, que intentaban sobrevivir saqueando las granjas.
El tipo de acusaciones presentadas contra los ciudadanos franceses era muy variado y a menudo bastante vago. Entre ellas estaban las de «aprovisionamiento del enemigo», «relaciones con los alemanes», denuncias de miembros de la Resistencia o de los paracaidistas aliados, «actitud antinacional durante la ocupación», «actividades pro alemanas», «proporcionar ropa de paisano a los alemanes», «pillaje en tiempo de guerra» e incluso «sospecha desde el punto de vista nacional».37 Casi todos los que se habían visto obligados a tener algo que ver con los alemanes en algún momento podían ser denunciados y arrestados.
Se suscitaron tensiones entre liberadores y liberados a raíz de distintos incidentes, grandes y pequeños. Una importante fuente de resentimiento fueron los centenares de accidentes de carretera, sobre todo muertes de reses, pero también de civiles, debido a la constante marea de vehículos pesados que se dirigían al sur con suministros para las tropas combatientes. En el otro extremo de la escala se sitúa una mujer que se enfureció al ver a un soldado británico regalar una naranja a un soldado alemán, porque los niños franceses no habían probado nunca nada parecido. No obstante, los cocineros del ejército y mucha más gente se mostraba amable con los niños, cuyos ojos se abrían como platos al ver las rebanadas de pan blanco que les cortaban, aunque no estaban tan contentos cuando les daban bocadillos de mermelada.
El historiador Claude Quétel, por entonces un niño que vivía en Berniéres-sur-Mer, recuerda a las tropas canadienses y su asombro al ver entre ellas por primera vez en su vida a un negro. El joven Claude no pudo evitar preguntarle por qué era negro.
—Es porque no me lavo bastante —le respondió el soldado en broma.
Claude se tomó sus palabras al pie de la letra. Quiso corresponder a la generosidad que habían mostrado con él los soldados, así que salió corriendo hacia su casa y robó una pastilla de jabón que su madre guardaba como un tesoro. Volvió a toda prisa para regalársela al soldado negro justo antes de que salieran para el frente. Al ver la mano extendida del niño con la pastilla de jabón, todos los soldados se echaron a reír. Cuando la columna de camiones se puso en marcha, Claude se quedó llorando sin poder contener los sollozos.38
Las tropas aliadas, sin embargo, se exasperaban por las constantes sustracciones de materiales. Las autoridades francesas las denominaban eufemísticamente réquisitions irréguliéres39 Surgió un mercado negro basado al principio en cigarrillos americanos e ingleses, y luego ampliado a combustible y neumáticos robados. Pero los soldados aliados no tenían nada de inocentes en materia de robos. En Caen, un oficial del equipo de asuntos civiles escribió que el saqueo por parte de tropas británicas «de tiendas y establecimientos plantea bastantes problemas, pero los culpables son severamente castigados cuando son cogidos».40 En medio del caos de la guerra, muchos soldados que no habrían robado nunca nada en su país, eran tentados por lo que consideraban sencillas sustracciones. «Nuestros soldados han cometido algunos actos de pillaje», anotó Myles Hildyard en el cuartel general de la 7.a División Acorazada, «incluso hay dos policías militares de esta división que atracaron a dos ancianas condesas en un castillo por aquí cerca».41 También los oficiales británicos sustraían algunos objetos cuando eran alojados en casas de campo, lo que dio pie a que muchos franceses comentaran que «los alemanes eran mucho más correctos».
Pero la espina que los normandos tenían más clavada en su corazón era la terrible destrucción sufrida por sus ciudades y sus campos. Un médico americano describía los bosques despojados de hojas por el fuego de la artillería, las carcasas de las reses pudriéndose en los campos, y las ciudades reducidas a montones de escombros, «con algún toque cínico ocasionalmente, como un anuncio de máquinas de coser Singer clavado en una pared que no había sido demolida, o una casa cuya fachada había sido volada delante del comedor, dejando al descubierto, como si fuera el escenario de un teatro, la mesa y las sillas cuidadosamente colocadas alrededor».42 Cuando los franceses que habían huido de las zonas de combate regresaban a sus hogares convertidos en ruinas, algunos quedaban traumatizados al ver la escena irreconocible, y otros se mostraban tristes y resignados ante aquella destrucción inútil. A veces un pequeño detalle recordaba a las tropas aliadas el sufrimiento de los franceses. Ese fue el efecto que tuvo en un soldado británico la visión de una casa llamada «Mon Repos» destruida por las bombas.43
A pesar de la labor de los equipos aliados y franceses, las minas y las bombas sin explotar seguirían mutilando a los labradores y a los niños de la región durante los años venideros. Todas las obras de reconstrucción se centraban en la mejora de las instalaciones de aprovisionamiento de los ejércitos aliados. En Caen, 15 000 soldados fueron puestos a trabajar para la reapertura del puerto fluvial, al fondo del canal, pero se reservaron muy pocos para restablecer los servicios esenciales para la población civil.44
Normandía fue, en efecto, una región mártir, pero su sacrificio salvó al resto de Francia. Paradójicamente, como ha señalado un destacado historiador francés, la lentitud del avance de los aliados durante los primeros dos meses, pulverizando al ejército alemán, actuó a favor de los franceses, «cuya liberación fue más rápida y menos destructiva de lo que habría cabido esperar, excepto en los campos de batalla de Normandía».45
La batalla de Normandía estaba llegando a su punto culminante. El 14 de agosto, Kluge decidió que sus tropas debían salir de allí y escapar en dirección al noreste; «de lo contrario hay que contar con la pérdida de todas [nuestras] fuerzas».46 Las unidades de artillería alinearon sus cañones y lanzaron todas las bombas que les quedaban antes de retirarse. El 16 de agosto, Kluge ordenó una retirada inmediata a la línea del Orne y aquella misma noche empezaron a cruzar el río.47 Se trajeron unidades antiaéreas para guardar los puentes, pero parece que la actividad aérea de los aliados no supuso una gran amenaza durante los dos días siguientes, cuya importancia sería vital. Las tropas tenían prohibido detenerse y ponerse a descansar en la zona. Los vehículos eran sacados de la carretera si se averiaban, y la Feldgendarmerie veló por una disciplina estricta del tráfico. No se permitió que nada obstaculizara la retirada. Las tropas acorazadas provocaban la cólera de los Landser por la forma en que pasaban tranquilamente por encima de los cadáveres de sus compañeros, aplastándolos con sus orugas.48
El 16 de agosto, los canadienses se abrieron paso en medio de duros combates hasta la ciudad en ruinas de Falaise, en cuyo gran castillo había nacido Guillermo el Conquistador. Una vez más se enfrentaron a sus fanáticos adversarios de la Hitlerjugend. Sesenta de aquellos adolescentes endurecidos por la lucha resistieron durante tres días. Los dos únicos que fueron capturados vivos estaban heridos[69]. 49
Al este de Falaise, la sección de reconocimiento del 10.° Regimiento de Fusileros Montados polacos, apoyada por el 12.° de Dragones en tanques Cromwell, ya había asegurado los cruces del Dives el 15 de agosto.50 Su éxito fue una buena manera de celebrar el aniversario de su victoria sobre el Ejército Rojo en la batalla del Vístula de 1920. Aquella noche los polacos repelieron en su cabeza de puente varios contraataques, mientras que las tropas de reconocimiento penetraban por la carretera en dirección a Trun. El 16 de agosto, Simonds quiso enviar también a Trun a su 4.a División Acorazada, pero se perdió todo el día siguiente en operaciones de repliegue y reorganización. El comandante de su división mostró poca iniciativa y poco ímpetu. La consiguiente falta de apoyo a la división acorazada polaca, que había quedado peligrosamente expuesta, obligó a ésta a detenerse a menos de 12 kilómetros de Trun.
Ultra seguía informando de que los alemanes pretendían contraatacar a los americanos por el sur y avanzar entre Argentan y Sées. La noticia reafirmó a Montgomery en su idea de que debían volver a una táctica de envolvimiento en el Sena, en vez de aislar a los alemanes al sur de Trun. En consecuencia, cometió el error de no reforzar a los polacos con la 7.a División Acorazada, a la que había ordenado avanzar hasta Lisieux. La falta de una coordinación precisa con los americanos en esta fase fue fundamentalmente más culpa de Montgomery que de Bradley. Entre uno y otro no habían sabido decidir con claridad dónde debían dejar aislados a los alemanes. Fue sólo el 16 de agosto cuando Montgomery decidió volver a cerrar la bolsa entre Trun y Chambois. Pero para entonces parte del cuerpo de ejército de Haislip había sido despachado hacia el Sena.
El general Patton estaba mucho más interesado en las novedades que se producían en el Sena. El 16 de agosto, el general de división Kenner, oficial médico jefe del SHAEF, fue embaucado por Patton, que se lo llevó a visitar el XV Cuerpo de Haislip con motivo de la reciente toma de Dreux. Patton estaba exultante. Acababa de visitar dos hospitales de evacuación aquella mañana y había comprobado que «por primera vez nuestros heridos querían volver y ponerse a luchar».51
Salieron en dos jeeps, uno de los cuales llevaba una ametralladora pesada. El guardia de Corps de Patton, Al, llevaba también un fusil automático Browning. Kenner, preocupado a todas luces por la seguridad de Patton en aquel paseo por una zona boscosa llena de alemanes en retirada, propuso ocupar el asiento delantero.
—¡No, por Dios! —le respondió Patton—. Nadie monta delante de mí.52
Según Kenner, «a Haislip casi le dio un ataque» cuando se enteró de cómo habían venido. Insistió en proporcionarles una escolta para el viaje de vuelta, pero Patton se puso a lanzar juramentos al oír semejante idea. En cualquier caso, deseaba ver qué progresos iba haciendo el XX Cuerpo en Chartres.
Cuando llegaron al puesto de mando de la 7.a División Acorazada, Patton preguntó cuándo iban a tomar la ciudad[70]. Le dijeron que todavía había alemanes luchando en algunas zonas de la población y que llevaría algún tiempo. Según Kenner, Patton replicó:
—No hay ningún alemán. Ahora son las tres en punto. Quiero tener Chartres tomada a las cinco o habrá un nuevo comandante en jefe.
Kenner quedó impresionado por el «instinto para el enemigo» que tenía Patton, pero éste estaba equivocado. Las fuentes de la inteligencia americana habían calculado que los defensores de la ciudad eran sólo mil, pero el día anterior había llegado otro regimiento de seguridad alemán. El general de infantería Kurt von der Chevallerie, comandante en jefe del 1.er Ejército al sur del Loira, había mantenido una entrevista en Chartres cuando vieron que los tanques de la 7.a División Acorazada avanzaban hacia la ciudad.
Un destacamento especial había logrado despejar la mayor parte de la ciudad tres horas antes de que llegara Patton, pero el otro destacamento especial se había visto obligado a dar marcha atrás ante la fuerte resistencia de los alemanes en la parte exterior de la ciudad. Los americanos habían recurrido a la artillería, pero se dieron órdenes de que ésta disparara sólo contra objetivos visibles directamente. «Se hicieron todos los esfuerzos para librar de la destrucción a los edificios históricos». La batalla, sin embargo, se completó al día siguiente, cuando el segundo destacamento especial atacó a los alemanes que se habían retirado a los campos de trigo de las afueras. Aquella batalla desigual se convirtió en una matanza. Las unidades de mortero lanzaron granadas de fósforo blanco «por todas partes y cuando los campos se pusieron a arder, los alemanes salieron corriendo como ratas. Mientras sucedía esto, los tanques estaban disfrutando de un día de campo matando a los alemanes de a pie por todas partes», comunicó la 7.a División Acorazada. «Toda la operación fue un completo éxito: Aquella pequeña fuerza dejó fuera de combate numerosos cañones antitanque, capturó a cerca de cuatrocientos enemigos, y mató a varios miles de ellos a costa sólo de cuatro tanques y 62 bajas propias».53
En cualquier caso, el miércoles 16 de agosto había sido una jornada memorable para Patton. Las divisiones del 3.er Ejército habían entrado en las importantes ciudades de Dreux, Chartres, Cháteaudun y Orleans o las habían tomado en su totalidad. Patton se atribuiría además todo el crédito debido a sus hazañas, una vez levantado el secretismo impuesto a la Operación Fortitude. Estas restricciones de seguridad habían exasperado a los corresponsales de guerra, ansiosos por escribir acerca de las hazañas de Patton. Eisenhower se había limitado a decir públicamente en una conferencia de prensa que la ofensiva contra el Sena era dirigida por el 3.er Ejército comandado por el propio Patton. El viejo «Sangre y Agallas» se convirtió de inmediato en una estrella internacional. Y por fin ese día Patton se enteró de que había sido confirmado con carácter permanente en el cargo de general de división, ascenso que se remontaba al año anterior.
Mientras el 3.er Ejército de Patton avanzaba a toda velocidad hacia el Sena, los americanos sufrieron un retraso de todo un día debido a la confusión mientras reorganizaban sus fuerzas en torno a Argentan. La noche del 16 de agosto, el general Gerow, comandante del V Grupo de Ejército, recibió del general Hodges, del 1.er Ejército estadounidense, la orden de asumir el mando de las tres divisiones —la 80.a, la 90.a y la 2ème DB—, que Haislip había dejado alrededor de Argentan. El aviso de contraataque alemán facilitado por Ultra lo impulsó a marchar durante la noche a Alencon, donde estableció un cuartel general provisional en el Hotel de France. No logró descubrir dónde se suponía que estaba el cuartel general del XV Cuerpo. Finalmente se enteró por el comandante de la 80.a División de que Patton había enviado a su jefe del Estado Mayor, general Hugh Gaffey, para que tomara el mando de las tres divisiones. Encontró a Gaffey en un puesto de mando provisional al norte de Sées, y los dos altos oficiales sellaron un pacto. Gaffey dirigiría el ataque hacia el norte ordenado por el general Patton para el 17 de agosto, y luego Gerow asumiría el mando por la noche. Pero el general Bradley confundió los mensajes de Hodges y Patton, y dijo a Gerow que asumiera el mando de inmediato.54
El 17 de agosto Patton tomó un avión para ir a ver a Bradley y salir de aquel lío. Había dejado dicho al Estado Mayor de su 3.er Ejército que el ataque hacia el norte para cerrar la bolsa debía llevarse a cabo directamente al mando de Gerow si llamaba por teléfono y decía: «Cambiad de caballos».55 A las 12:30, Patton llamó desde el cuartel general del XII Cuerpo de Ejército con esas palabras. Añadió a continuación que una vez tomado el objetivo original, las tres divisiones debían continuar «de ahí en adelante». Su jefe del Estado Mayor le preguntó qué significaba «de ahí en adelante».
—Otro Dunkerque —dijo en tono de broma. Este comentario típicamente improvisado fue recogido más tarde por un corresponsal de guerra, que lo tradujo demasiado libremente de la siguiente forma: «Que me dejen continuar a mí y echaré a los ingleses al mar». De hecho, los cambios de mando efectuados en aquel momento crucial lo único que consiguieron fue dar a los alemanes otras veinticuatro horas para sacar más hombres y vehículos de la bolsa.
Por suerte, ese mismo día, jueves 17 de agosto, los rumores de que Eisenhower y Bedell-Smith estaban de nuevo irritados con Montgomery se habían filtrado a Downing Street y al palacio de Buckingham. Sir Alan Lascelles, secretario particular del rey Jorge VI, mantuvo una larga conversación con el general Pug Ismay, asesor militar de Churchill, y registró sus pensamientos en su diario. «Ismay tiene de los americanos una visión muy sensata, que demuestra además una gran amplitud de miras. [Los americanos] Han demostrado su valía, y ya han pasado los días en los que podíamos tratarlos como soldados novatos y sin experiencia; en realidad llegó a decir que podíamos tener mucho que aprender de ellos, y que quizá habíamos sido un poquito demasiado "académicos" en nuestra forma de hacer la guerra».56
Las tensiones aumentaron con otro aliado cuando las tropas americanas llegaron a París. Cuando el general Philippe Leclerc se enteró de que la 2ème DB iba a quedarse en Argentan mientras que el resto del XV Cuerpo avanzaba hacia el Sena, fue a protestar a Patton. «Leclerc, de la 2.a División Acorazada francesa, entró muy nervioso», escribió Patton en su diario. «Dijo, entre otras cosas, que si no se le permitía avanzar hacia París, dimitiría. Le dije en mi mejor francés que era un niño, y que no pensaba tolerar que mis jefes de división me dijeran dónde iban a luchar, y que, en cualquier caso, lo había dejado en el lugar más peligroso. Al despedirnos, quedamos como amigos».57 Leclerc, que se llevaba bien con Patton, no quedó ni mucho menos satisfecho. Pero tanto él como el general De Gaulle, que se hallaba de camino a Francia, estaban muy preocupados ante la perspectiva de que Bradley quisiera pasar de largo ante París. Los dos temían que una sublevación de la Resistencia en la capital fuera aprovechada por los comunistas. Y en caso de guerra civil, los americanos intentarían casi con toda seguridad reforzar su gobierno militar, como quería el presidente Roosevelt.