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Gold y Juno

En la antigua ciudad normanda de Caen, la gente se había despertado mucho más pronto de lo habitual. Tras confirmarse las noticias del lanzamiento de paracaidistas, el cuartel general de la 716.a División de Infantería, situado en la Avenue de la Bagatelle, empezó a animarse. Un joven miembro de la Resistencia que vivía por allí cerca observó el ir y venir de correos. Sabía muy bien lo que estaba pasando. Su madre, que fingía ignorar sus actividades, se lo quedó mirando con aire inquisitivo y preguntó:

—¿Es el desembarco[13]?

El muchacho no respondió. La mujer dio media vuelta y se puso a llenar botellas de agua y a cocer patatas por si cortaban el suministro de agua y de gas.1

Los vecinos salían de sus viviendas al rellano de la escalera o se llamaban unos a otros por las ventanas, llenos de confusión.

—¿Cree usted que será eso?

—¡No, aquí no!

—¡Pobres de los que vivan en la costa! ¡Lo que estarán pasando!

—No se preocupe. Estarán aquí esta noche. Entre los alemanes reina el pánico.2

Marianne Daure se despertó también al oír los aviones en plena madrugada y preguntó a su marido si se trataba del desembarco.

Pierre Daure, rector de la universidad, nombrado en secreto nuevo prefecto del departamento de Calvados por De Gaulle, replicó secamente:

—Sí, en efecto, es el desembarco.3

Marianne Daure era además hermana de Francois Coulet, elegido por De Gaulle para el cargo de commissaire de la république en toda Normandía, pero nadie le había dicho nada de todo aquello. A pesar de los temores del SHAEF, los gaullistas habían guardado el secreto escrupulosamente.

A las 06:00, las panaderías de Caen fueron rodeadas por las amas de casa que corrieron a comprar barras de pan. Pero entonces los soldados alemanes, al ver a la multitud, se precipitaron a acaparar el pan para ellos.4 Requisaron también las botellas de alcohol de los bares.5

En medio del entusiasmo del momento, algunos muchachos cogieron sus bicicletas y se fueron pedaleando furiosamente hacia el norte, en dirección a las playas, para ver lo que estaba pasando. Tuvieron que evitar encontrarse con las tropas alemanas, que se trasladaban a ocupar posiciones defensivas. Cuando regresaron, se corrió rápidamente la noticia. Un ciclista salió de Caen en dirección al sur gritando a voz en grito por el camino: «¡Están desembarcando! ¡El mar está negro de barcos! ¡Los boches están bien jodidos!».6

Aquel optimismo desenfrenado se volvió enseguida contagioso. Un vendedor de periódicos subió al campanario de la iglesia de Saint-Sauveur y a continuación recorrió el vecindario diciendo que desde lo alto había divisado el avance de los ingleses. Poco después unas camionetas alemanas recorrieron la ciudad diciendo por el altavoz a la población que permaneciera en sus casas. Las autoridades militares dieron la orden de evacuar inmediatamente algunos sectores de la ciudad. No se permitía a los vecinos llevar nada consigo. La mayoría de la gente, sin embargo, no se movió y no respondió cuando llamaron a la puerta.7

El mariscal Rommel, mientras tanto, se despertó en su domicilio en Herrlingen, cerca de Ulm, adonde había ido a celebrar el cumpleaños de su esposa. El teniente general Speidel le llamó por teléfono a las 06:30 desde La Roche-Guyon, en cuanto se confirmaron las noticias de que la gran flota de la invasión había anclado frente a la costa. Speidel le informó de las medidas tomadas hasta el momento. Rommel llamó al Berghof para cancelar su visita a Hitler. Fuera de la casa lo esperaba su chófer sentado en el coche oficial, un Horch descapotable, y emprendieron el viaje hacia Francia a toda velocidad. Rommel no llegaría a su cuartel general hasta el anochecer.

Los oficiales de plana mayor del Grupo de Ejércitos B, reunidos en la sala de operaciones en el castillo de La Roche-Guyon, trabajaron febrilmente intentando evaluar la situación a partir de los informes que iban llegándoles del 7.° Ejército. Speidel tuvo que vérselas también con los altos mandos. «Las continuas llamadas telefónicas del OKW Oberkommando der Wehrmacht, «Alto Mando de las Fuerzas Armadas»] y del OB West (Oberbefehhhaber West, «Alto Mando del Oeste»] revelaban el nerviosismo reinante en los niveles más altos».8

A las afueras de París, en Saint-Germain-en-Laye, el cuartel general del OB West se hallaba en un estado similar, en medio del incesante repiqueteo de los teletipos y las constantes llamadas telefónicas. El jefe del Estado Mayor de Rundstedt, el general de infantería Günther Blumentritt, llamó a la plana mayor del OKW en el Berghof para hablar del envío de las divisiones acorazadas cuyo despliegue tanto había insistido Hitler en controlar. Poco antes de las 07:00 el OKW devolvió la llamada. «Se oponía violentamente al arbitrario despliegue de las reservas del OKW que solicitaba el OB West». La iniciativa debía ser detenida inmediatamente. Jodl llamó entonces a Speidel para asegurarse de que la orden era cumplida. Blumentritt tuvo también que llamar al cuartel general de la Tercera Flota Aérea de la Luftwaffe, al Grupo Naval del Oeste, incluso a Otto Abetz, el embajador alemán en París, y al gobierno de Vichy para instruirles acerca de las declaraciones que habían acordado previamente, «instando a la población a mantener la calma, con advertencias contra la sedición, el sabotaje y cualquier obstrucción a las contramedidas de los alemanes».9

[ÍNDICE DE MAPAS]

De las tres playas asignadas a los británicos, Gold era la que estaba más cerca de Omaha. El desembarco en ella de la 50.a División (Northumberland) fue el único que alivió la presión sufrida por los americanos. La playa Gold se encontraba entre Arromanches y La Riviére. La hora H estaba fijada para las 07:30, una hora después de que los americanos comenzaran las operaciones un poco más al este, pero el esquema básico de la acción era el mismo, con bombardeos por aire y desde el mar, y luego con fuego de proximidad mediante cohetes lanzados desde barcos. Los cruceros Ajax y Argonaut, de la Marina Real británica, siguieron bombardeando la batería costera alemana de Longues, fuertemente armada, que los aviones no habían conseguido destruir.

El mal estado de la mar y el mareo afectaron a las tropas de asalto igual que había sucedido en Omaha. Los dos regimientos acorazados que debían desembarcar los tanques DD tuvieron el buen acuerdo de ignorar la orden «¡Flotador, cinco mil!». La caballería de los Rangers de Sherwood (Sherwood Rangers Yeomanry), situada a la izquierda, lanzó sus dos escuadrones de Sherman anfibios sólo a mil metros de la costa, y a pesar de todo se perdieron ocho tanques. Los oficiales del 4.° y el 7.° de la Guardia de Dragones tuvieron que discutir violentamente con los mandos de sus lanchas de desembarco de tanques. Al final perdieron incluso menos vehículos que los Rangers de Sherwood.

El grupo de brigada situado a la derecha, encabezado por el 1.er Batallón del Royal Hampshire y el 1.° del Dorset, desembarcó en la playa al este de Le Hamel y de la pequeña localidad balnearia de Arromanches-les-Bains. Los tanques de los Rangers de Sherwood se retrasaron debido al mal estado de la mar y los de Hampshire protagonizaron un sangriento desembarco en Le Hamel. El oficial que los comandaba y varios oficiales de su cuartel general se contaron entre las bajas casi de inmediato. Pero el batallón se abrió paso luchando a brazo partido, respaldado por el 2.° de Devon. Costó casi todo el día eliminar por fin la resistencia alemana.

A la izquierda, el grupo de la 69.° Brigada, encabezado por el 6.° Batallón de los Green Howards, no perdió el tiempo. Su gigantesco segundo oficial al mando, el comandante George Young, había avisado a sus hombres: «Si os detenéis en la playa, no os volveréis a levantar».10 Cuando se adentraron en el país en dirección a Mont Fleury, aparecieron unos alemanes dispuestos a rendirse. Los Green Howards se limitaron a volver la vista atrás señalando a la playa y dijeron: «Zurück!» («¡Atrás!»); los prisioneros hicieron lo que se les había ordenado y siguieron adelante sin escolta.

El 5.° Batallón del Regimiento East Yorkshire tuvo que librar un duro combate en el extremo izquierdo de la playa Gold, junto a La Riviére, donde las defensas de hormigón habían sobrevivido al ataque de la artillería naval. Después de ser puestos fuera de combate varios vehículos blindados, apareció un tanque AVRE[14]. La bomba de cuarenta libras disparada a través de su grueso cañón logró destruir el reducto dentro del cual se encontraba la batería antitanque que había provocado tantas pérdidas. Pero, en medio del humo y el polvo del bombardeo, los del regimiento East Yorkshire necesitaron todavía varias horas más para despejar La Riviére, casa por casa. También fueron muy útiles los tanques lanzallamas Crocodile de los Dragones de Westminster, así como sus barreminas, que no tardaron en limpiar la zona. Las «gracias de Hobart» demostraron su valía ante el escepticismo de los británicos y también de los americanos.

Bajo la dirección del beachmaster de la Marina Real, la operación de desembarco no tardó en desarrollarse con rapidez y eficacia. El oficial americano al mando de un LST —un landing ship tank («buque de desembarco, tanques»), llamado por su tripulación large stationary target («gran blanco fijo»)— describe el tráfico como «una especie de autopista acuática», con «toda una fila de barcos en una dirección, y un montón de embarcaciones en dirección contraria».11 Poco después desembarcaron tres regimientos de artillería autopropulsada, y la 50.a División empezó a avanzar hacia el interior del país; por otro lado, en la segunda tanda llegó la 56.a Brigada, que se dirigió hacia el suroeste, a Bayeux.

Tras asegurar Le Hamel, los del Regimiento Hampshire avanzaron hacia el oeste siguiendo la costa en dirección a Arromanches-les-Bains, donde debía situarse el puerto artificial Mulberry. El Comando n.° 47 de la Real Infantería de Marina, que había perdido tres lanchas de desembarco a consecuencia de las minas, tuvo que seguir abriéndose camino hacia el oeste con el objeto de tomar Port-en-Bessin. Allí era donde el flanco derecho de los británicos tenía que reunirse con la 1.a División americana que debía desplegarse hacia la izquierda desde Omaha.

Los Green Howards avanzaron rápidamente hacia Mont-Fleury, donde obligaron a rendirse a los defensores alemanes, desconcertados por el bombardeo naval. Allí mostró por primera vez su valor y su generosidad el sargento mayor de la compañía, Stanley Hollis. El oficial al mando de la compañía de Hollis se dio cuenta de repente de que habían pasado por alto dos reductos. Hollis y él fueron a investigar. Una ametralladora abrió fuego contra ellos. Hollis arremetió contra el fortín disparando su metralleta Sten, saltó encima del bunker para volver a cargarla y lanzó en su interior unas cuantas granadas. Luego, cuando los Green Howards avanzaban sobre el pueblecito de Crépon, la ilimitada valentía de Hollis lo llevó a ganar la única Cruz Victoria que se concedió ese día. En Crépon, su compañía se encontró con una posición alemana que disponía de un cañón de campaña y varias ametralladoras MG42. Hollis organizó un ataque desde una casa situada en el flanco. El cañón apuntó hacia ellos. Hollis sacó a sus hombres de la casa, pero cuando se percató de que dos de ellos se habían quedado rezagados, organizó un ataque de diversión armado con un fusil ametrallador y logró salvarlos.

En el centro, el avance continuó a lo largo de las colinas hacia Bazenville, donde estaba teniendo lugar una terrible batalla contra la Kampfgruppe del teniente coronel Meyer, de la 352.a División. Como ya hemos indicado, Meyer murió y sus tropas fueron exterminadas casi por completo. A la derecha, el objetivo asignado al grupo de la 56.a Brigada, encabezado por el 2.° Batallón del Regimiento Essex y los Rangers de Sherwood, era Bayeux. Los Rangers de Sherwood ya habían perdido a su comandante a manos de un francotirador, pero los oficiales al mando de los tanques continuaban sacando la cabeza por la torreta. Les resultaba imposible operar encerrados en el interior del vehículo. El comandante Stanley Christopherson, que estaba al frente del escuadrón agregado al 2.° de Essex, no había encontrado a su coronel en el punto de cita. Como no quería ir a buscarlo en su tanque por unos caminos tan estrechos y obstaculizados por la infantería, dejó al escuadrón al mando de su segundo, Keith Douglas, y decidió coger un caballo que encontró ya ensillado delante de una casa. «Nunca, ni siquiera en mis sueños más enloquecidos», escribió Christopherson en su diario, «pude figurarme que el Día D iba a verme corriendo como una exhalación por los caminos de Normandía mientras me esforzaba, sin demasiado éxito, por controlar a un caballo asustado con una mano y por sujetar una carpeta llena de mapas con la otra, con un casco de metal y un mono negro. El coronel de los Essex se hallaba un tanto alarmado cuando al fin lo encontré y le comuniqué que mi escuadrón estaba listo para apoyar a su batallón en la siguiente fase del ataque».12

El grupo de combate siguió avanzando, encontrando una oposición muy escasa, pero se detuvo poco antes de llegar a Bayeux. «Bayeux pudo ser atacada y tomada esa noche», dice Christopherson, «pues las patrullas comunicaron que la ciudad estaba escasamente guarnecida, pero el oficial al mando de los Essex prefirió quedarse en las afueras por la noche».

La playa Juno, el sector central asignado al 2.° Ejército británico, se extendía desde La Riviére hasta Saint-Aubin-sur-Mer. Juno era el objetivo de la 3.a División canadiense. Los canadienses estaban decididos a vengarse de la incursión de Dieppe, el desastroso experimento del que regresó menos de la mitad de sus hombres. Dieppe había enseñado una lección muy cruel, pero fundamental, para la ulterior planificación del Día D: no atacar nunca un puerto bien defendido desde el mar.

La 3.a División canadiense estaba al mando del general Rod Keller, un hombre corpulento, de cara redonda y rojiza, y bigote militar. Tenía fama de parlanchín compulsivo y de ser muy aficionado al whisky.13 A pesar de sus uniformes de campaña y de su sistema cuartelario, heredado del ejército británico, los canadienses se sentían por muchos conceptos más próximos a los americanos que a su metrópoli. Cultivaban cierto escepticismo hacia las convenciones del ejército británico y llamaban a la Operación Overlord «Operación Overboard»,14 tras verse abrumados por las órdenes de los oficiales británicos de plana mayor en el cuartel general del 2.° Ejército. La fuerza de los canadienses radicaba en la calidad de sus oficiales de menor rango, muchos de los cuales habían sido acogidos de mil amores por el ejército británico debido a la escasez de hombres.

La Fuerza Expedicionaria J encargada de prestar apoyo a su desembarco abrió fuego a las 05:27. El crucero Belfast, de la Marina de Su Majestad, era el buque insignia. Un oficial de la Marina diría de él que «parecía una gallina clueca con una bandada de lanchas de desembarco a su alrededor».15 Era un escuadrón internacional, integrado por el crucero británico Diadem y cinco destructores de la misma nacionalidad, tres destructores noruegos, el destructor francés La Combattante, que llevaría a De Gaulle a Normandía una semana más tarde, y dos destructores canadienses, Algonquin y el Sioux[15].

Los buques de guerra aliados siguieron disparando por encima de las lanchas de desembarco y de los tanques anfibios del 1.° de Húsares y del Fort Garry Horse. Los barcos lanzacohetes se pusieron además a disparar sus estridentes salvas justo cuando las lanchas se acercaban a la playa. Se produjo entonces un silencio fantasmal. Las tropas de asalto canadienses, víctimas del mareo y con el traje de faena empapado de agua, se sorprendieron al comprobar que la artillería alemana no abría fuego.

Los alemanes se abstuvieron de disparar hasta que las lanchas de desembarco bajaron las rampas. En cuanto los primeros hombres saltaron al agua a las 07:49, las ametralladoras y los cañones de campaña abrieron fuego contra ellos. Las tropas canadienses sufrieron en total 961 bajas aquel día. Muchos soldados hicieron caso omiso de la orden que habían recibido de abandonar a los que resultaran heridos y se volvieron a recoger a sus camaradas para conducirlos a lugar seguro.

La 7.a Brigada canadiense desembarcó a uno y otro lado del río Seulles, en Courseulles-sur-Mer. Los Royal Winnipeg Rifles despejaron la orilla izquierda, y luego, junto con el Scottish Regiment, se internaron en el país en dirección a Vaux y a Graye-sur-Mer. El principal sector de la localidad, en la margen derecha del río, resultó una misión bastante más dura, de la que se encargaron los fusileros del Regina Rifles, que habían sufrido graves pérdidas al desembarcar. Courseulles-sur-Mer había sido dividida en manzanas numeradas de las que debían ocuparse compañías especialmente designadas al efecto. «Casi cada centímetro del pueblo era ya conocido antes de que entráramos en él», dijo el oficial al mando de los Regina Rifles.16 Calificaría de «gallarda, más que brillante» la actuación de los equipos de apoyo de tanques del 1.° de Húsares, que recibirían una dura lección. A pesar del apoyo de los pocos DD Sherman que quedaban, no lograron despejar del todo la población hasta primera hora de la tarde. Se dieron cuenta de que cuando lograban echar a los defensores alemanes de una casa fortificada, regresaban a ella a través de túneles y empezaban a disparar contra los canadienses por la espalda.

Parte de la 8.a Brigada canadiense que desembarcó en Saint-Aubin-sur-Mer tuvo también que hacer frente a una feroz resistencia. El Regimiento North Shore sufrió muchas bajas a manos de los ocupantes de un gran bunker de hormigón que contenía un cañón antitanque, ametralladoras y morteros de 81 mm. Por fin llegó el escuadrón de tanques anfibios del Fort Garry Horse, que había sufrido retraso. En medio de la confusión y mientras avanzaban por la playa, los tanques arrollaron los cadáveres de algunos compatriotas e incluso a varios heridos. Un sargento del 48.° Comando de la Marina Real que fue testigo de esta situación vio también cómo un auxiliar sanitario era víctima de un ataque de nervios en toda regla y no era capaz de atender a los heridos.17

Sólo la llegada de un tanque AVRE, que disparó su pesada munición contra el bunker, puso fin a la resistencia en la zona a las 11:30. Mientras tanto, otra compañía del Regimiento North Shore que había logrado penetrar en la población tras abrir boquetes en la alambrada haciendo explotar torpedos Bangalore, siguió luchando de casa en casa con granadas, fusiles y ametralladoras Bren. Tuvieron que arrostrar también el peligro de los alemanes que volvían a aparecer por su espalda después de refugiarse en los túneles, dispuestos a seguir luchando.

En Berniéres-sur-Mer, los Fusileros de la Reina fueron reforzados por otro escuadrón de tanques del Fort Garry Horse que, tras desembarcar a pie enjuto, se alinearon en la playa y empezaron a volar las casas fortificadas. Un tanque AVRE abrió un boquete en el rompeolas y a continuación los ingenieros colocaron rampas para que pasaran los tanques. Enseguida empezaron a cruzarlas la infantería y la artillería autopropulsada «Priest», seguidas por los Sherman. Los defensores alemanes salieron huyendo y la población civil empezó a abandonar los sótanos. A las 09:00, había ya un bar abierto en el que se brindaba para celebrar el acontecimiento. Los oficiales habían advertido a sus hombres que no aceptaran comida ni bebida de los franceses, por si intentaban envenenarlos, pero pocos se tomaron el aviso en serio. La sospecha reinante en los círculos oficiales de que las fuerzas de ocupación alemanas se habían ganado la voluntad de los normandos iba en contra de lo que se sabía por la Resistencia y otras fuentes. En efecto, teniendo en cuenta los padecimientos de la población francesa en la costa y en las principales ciudades, la inmensa mayoría de ella mostró una gran comprensión.18

Aunque los primeros batallones de infantería se internaron en el país, el avance se vio frenado por el caos que se adueñó en las playas a medida que iban llegando las sucesivas oleadas de tropas invasoras. Tanques, cañones autopropulsados y vehículos de transporte armados con fusiles ametralladores se vieron envueltos en atascos de tráfico para mayor desesperación de los beachmasters y de los grupos de cuartel general recién desembarcados. El general de división Keller se puso furioso cuando desembarcó en Berniéres acompañado de los corresponsales de los periódicos y los fotógrafos encargados de informar de su llegada. A bordo del barco que los transportaba había montado un espectáculo ante ellos haciendo retransmitir por radio al teniente general Harry Crerar, comandante en jefe de las tropas canadienses participantes en la invasión, un comunicado muy optimista acerca de los progresos realizados. La situación que se encontraron en la playa era bastante menos alentadora.

Los francocanadienses del Régiment de la Chaudiére que llegaron en la segunda oleada de tropas invasoras recibieron una calurosa bienvenida de la población local en cuanto empezaron a hablar en francés. Muchas bajaron corriendo al sótano a buscar un barril de sidra para agasajar a los soldados. Pero cuando las familias de agricultores empezaron a quitar las botas a los alemanes muertos, los canadienses se quedaron boquiabiertos. No tenían ni idea de que los alemanes se habían apoderado de todo el suministro de piel para la Wehrmacht hasta que los franceses les dijeron: «¿Qué quieren ustedes? Esto es la guerra y no tenemos zapatos».19

El día D. La batalla de Normandía
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