«Me mandaron al convoy de provisiones para que ayudara en las labores de abastecimiento, pues en pocos días lo habíamos perdido todo», escribió un cabo primero de la 91 Luftlande-Division. «Sólo nos quedaba la ropa que llevábamos puesta. Lo peor siguen siendo los aviones, de modo que todo debe hacerse por la noche. Esos bastardos acribillan a balazos a nuestros hombres con sus ametralladoras; deberíamos poder contar con la artillería antiaérea y la aviación, pero no se ven por ninguna parte. Como es fácil imaginar, esto acaba con la moral de cualquiera. Ahora nos dicen que en los próximos días se llevará a cabo una gran ofensiva aérea con un número ingente de aviones».18

El flanco sur del corredor americano fue responsabilidad de la 82.a Aerotransportada y la desventurada 90.a División. Para el control de este sector, Bradley contó con el general Troy H. Middleton, uno de los jefes militares más prestigiosos a su disposición, al frente del VIII Cuerpo. Se cuenta que Middleton, que se había hecho un nombre en Italia, tenía la apariencia de «un fornido profesor con sus gafas metálicas».19

El 18 de junio, el adversario de Middleton, el LXXXIV Cuerpo, recibió por fin a su nuevo comandante en jefe. El teniente general Dietrich von Choltitz tal vez fuera «un gordinflón con aspecto de comediante de cabaret»,20 pero se había formado en la despiadada escuela del frente oriental, especialmente en los combates por la conquista de Sebastopol. Llegó a su nuevo destino procedente del cuartel general del 7.° Ejército en Le Mans, donde el Generaloberst Dollmann lo había puesto al corriente de la situación. Choltitz apenas se inmutó. «El comandante en jefe daba la impresión de estar agotado, casi ausente», escribiría al final de la guerra.21 Bayerlein, de la Panzer-Lehr-Division, fue mucho más allá. Lo tachó de «nulidad» y dijo que «había llevado una vida de lujo y se había hecho blando».22

Choltitz también encontró muy desmoralizado al Estado Mayor del LXXXIV Cuerpo. Tras el fracaso de la primera contraofensiva con carros blindados al oeste de Caen, su predecesor, el general Marcks, había manifestado abiertamente que «la guerra estaba perdida», opinión que estaba considerada una traición en toda regla.23 El número de bajas entre los comandantes de las divisiones también tuvo sus consecuencias. Además de Falley, de la 91 Luftlande-Division, y del propio Marcks, el general Helmlich había caído el 10 de junio, y Ostendorff, de la 17.a División de la SS, resultó gravemente herido el 16 de junio. Para complicar aún más las cosas, Choltitz se encontró con que, a raíz del avance americano por la península, su única manera de contactar con el general Von Schlieben era a través de las Islas Anglonormandas y Cherburgo.

En cuanto la península quedó aislada, Collins quiso intentar que los alemanes no tuvieran tiempo de organizarse. Para ello, el general Manton Eddy, al frente de la 9.a División, tuvo que redirigir los pasos de toda su formación en apenas veinticuatro horas para hacerla avanzar hacia el norte por la costa occidental. En el centro, Collins colocó a la 79.a División de Infantería, mientras que la 4.a, que seguía librando duros combates en los alrededores de Montebourg y Valognes, sería la encargada de despejar el sector oriental y de atacar Cherburgo por el este. El comandante en jefe de esta última, el general Raymond O. Barton, tal vez careciera de la rimbombancia de algunos de sus colegas, pero había causado una gran impresión a Liddell-Hart, que lo describiría como un hombre cuya «amplitud de miras [resultaba] refrescante».24

La 4.a División de Barton avanzó a pesar de la concentración de fuerzas que la acosaba. La combinación de bombardeos por parte de la artillería naval y las baterías en tierra había causado daños importantísimos en las defensas alemanas situadas en los alrededores de Montebourg y Valognes, así como en estas dos localidades. La confianza depositada por Montgomery en la artillería quedaría patente en un comentario macabro que este general británico escribió a de Guingand: «Montebourg y Valognes han sido "liberadas" al más puro estilo del XXI Grupo de Ejército, esto es, ¡¡¡han sido arrasadas!!!».25

Las tres divisiones que avanzaron hacia Cherburgo también tuvieron la ventaja de poder contar con su propio grupo de apoyo aéreo, dispuesto a enviar cazabombarderos allí donde fuera necesario. En esta fase de la invasión, durante el tiempo en el que se estuvo probando esa nueva técnica de enlace, la mayor parte de las peticiones de ayuda tardaron al menos tres horas en ser atendidas. Sin embargo, hubo algunas excepciones. El 16 de junio, «un aeroplano Cub comunicó a la artillería de la división que una columna de soldados estaba cruzando un puente. La artillería hizo la llamada telefónica. El cuerpo se puso en contacto con una escuadrilla de cazabombarderos presente en la zona y la envió contra la columna. En quince minutos llegó el comunicado en el que se informaba de que la columna ya había sido atacada y dispersada. Llegaron informes de que prisioneros americanos que marchaban por la carretera escoltados por los alemanes lograron escapar en el curso del ataque lanzado por nuestros aviones». Estos primeros ejemplos de cooperación entre fuerzas aéreas y terrestres fueron un punto de partida importantísimo de lo que más tarde sería una combinación realmente devastadora y efectiva durante el resto de la campaña.26

Pero si bien el avance de Collins hacia Cherburgo iba viento en popa, los aliados serían víctima de un desastre imprevisible. El 19 de junio se desató en el canal de la Mancha la tormenta más violenta de los últimos cuarenta años, combinada con la marea viva. Los habitantes de la zona nunca habían visto nada similar. Los vientos de fuerza 10 que soplaban en la costa parecían capaces, según el dicho normando, «de arrancarle a una vaca los cuernos de cuajo». Las temperaturas descendieron a los niveles propios de un mes de noviembre frío. El puerto artificial Mulberry de Omaha quedó destruido. Un par de expertos dijeron que las brechas que se abrieron durante su construcción lo habían hecho vulnerable, pero se encontraba en la zona más expuesta de la costa. El que habían construido los británicos en Arromanches estaba parcialmente protegido por un arrecife y por las rocas, de modo que pudo ser reconstruido.27

Las olas arrojaron las lanchas de desembarco hacia el interior de las playas, haciendo que chocaran unas con otras. Los transbordadores planos de tanques «Rhino» las abrían por los lados al impactar contra ellas. Hasta los buques de desembarco de carros blindados fueron lanzados contra la costa. «La única manera de evitar que nuestra lancha de desembarco chocara y se hiciera añicos», escribió un oficial de la Marina estadounidense, «fue andándola muy lejos de la playa, en aguas del canal, y esperar que pasara la tormenta».28 Para los barcos que se dirigían a Inglaterra la travesía fue inolvidable. «Tardamos casi cuatro días en recorrer, en medio de las aguas embravecidas, las ochenta millas marinas que había hasta Southampton», contó un oficial de un LST. «El mar estaba tan agitado que el capitán temió que el barco se partiera en dos; por ello ordenó que se tendieran las amarras de popa a proa y se ataran a los cabrestantes con el fin de proporcionar mayor firmeza a dos de las escotillas de cubierta. Aquel barco estaba tan encordado como el violín de un montañero».29

La tormenta no amainó hasta última hora de la tarde del jueves 22 de junio. La destrucción que asolaba las playas iba más allá de lo imaginable. Se habían perdido más barcos y material que durante la propia invasión. Pero los que habían participado en la preparación del Día D no podían dejar de recordar con gran alivio la decisión tomada el 5 de junio de proceder con el plan previsto. De haberse visto obligados a retrasarlo todo dos semanas, como se había pensado en un principio, la flota habría zarpado para adentrarse en una de las peores tormentas de la historia del canal. Eisenhower, tras comprobar los daños sufridos en las playas, encontró tiempo para escribir una nota al coronel Stagg. «Doy gracias a los dioses de la guerra de habernos puesto en marcha cuando lo hicimos».30

El tiempo que tardó en pasar la tormenta fue muy inferior al que necesitaron los aliados para recuperarse de sus consecuencias. Para volver a poner a flote uno de los LST arrojados a la playa por la furia de las olas era necesario que los bulldozers excavaran enormes trincheras a su alrededor con la esperanza de que la marea alta los devolviera al mar. Los americanos, que «nunca confiaron realmente en el Mulberry», despejaron la zona todo lo que pudieron, luego demostraron que eran capaces de llevar hasta tierra «muchas toneladas de peso con la ayuda de barcazas o con la ayuda de otras embarcaciones aprovechando la marea baja[32]». 31

La tormenta retrasó enormemente la concentración de efectivos, dificultó aún más si cabe la repatriación de los heridos a Inglaterra y obligó a cancelar las operaciones aéreas. Esta ausencia en el cielo de cazabombarderos aliados permitió que los alemanes pudieran acelerar la llegada de refuerzos al frente de Normandía. Por las mismas razones, muchas divisiones aliadas, que ya habían embarcado rumbo a Francia o estaban preparadas para emprender la travesía, vieron cómo se retrasaba su llegada una semana, o incluso más. El efecto inmediato de la tormenta fue la escasez de suministros y pertrechos, especialmente de munición para la artillería. El general Bradley tuvo que enfrentarse a una difícil decisión, pero al final optó por dar prioridad y máximo apoyo al ataque de Collins contra Cherburgo. Sus otros dos cuerpos —el V Cuerpo, a las órdenes de Gerow, y el VIII Cuerpo, a las de Middleton, en el sureste y en el sur de la península respectivamente— recibirían sólo una pequeña cantidad de proyectiles de artillería, aunque Bradley era perfectamente consciente de que ello daría a los alemanes tiempo suficiente para preparar sus defensas al sur de los pantanos del Douve.

A pesar de la furia de la tormenta, Collins había instado a sus tres divisiones a rodear cuanto antes la punta de la península. El general Von Schlieben, consciente de que sus fragmentadas fuerzas no lograrían detener a los americanos en campo abierto, había iniciado la retirada a los fuertes que rodeaban la ciudad. Su propia división había asumido el mando de una gran variedad de unidades, como, por ejemplo, un batallón georgiano y un regimiento de caballería cosaco con cuatro escuadrones. En estado de embriaguez, el coronel ruso que los comandaba confesó que su deseo era obtener «una parte de botín». «Fue una guerra jaranera», comentaría sarcásticamente uno de los coroneles a las órdenes de Schlieben.32

Aunque la resistencia que presentaron los alemanes durante el avance aliado hacia Cherburgo consistió principalmente en una serie de acciones aisladas, esta etapa fue un período de prueba para la recién llegada 79.a División que marchaba por el centro. «Los hombres estaban agotados», escribió el comandante de una unidad, «y cuanto más cansados estaban, más querían permanecer agrupados, sobre todo durante las marchas».33 El hecho de no saber mantener una distancia de seguridad fue la causa de que durante los primeros días se produjera un gran número de bajas totalmente innecesarias. A veces se encontraban con soldados rezagados que afirmaban que su compañía había sido prácticamente barrida, pero nunca era cierto. Simplemente estaban desorientados tras una primera experiencia de combate entre los setos. Los comandantes de las unidades se sentían vulnerables cuando se veían obligados a ir en busca de hombres o pelotones que se habían extraviado. A unos ocho kilómetros al este de Cherburgo, la 79.a División se encontró en medio de una línea avanzada, formada por una serie de reductos y nidos de ametralladora dispersos. «La compañía K [del 314.° de Infantería] perdió casi toda una sección, debido a la falta de experiencia y a cierta sensación de pánico, cuando los soldados se agruparon formando blancos perfectos para los artilleros alemanes».34 Pero pronto descubrirían que si rodeaban un reducto y atacaban por atrás con su bazuca, los defensores se rendían rápidamente.

El 22 de junio los americanos lanzaron un gran ataque aéreo contra Cherburgo a última hora de la mañana. Las sirenas sonaron en las posiciones de las baterías antiaéreas manejadas por adolescentes alemanes del Reichsarbeitsdienst que habían sido reclutados para llevar a cabo proyectos de construcción y que todavía no podían ser considerados verdaderos soldados. Los jóvenes se dirigieron a toda prisa a sus baterías cuando comenzaron a llegar las primeras escuadrillas de caza-bombarderos. «Respondimos a sus disparos como locos», escribió uno de ellos. Luego comenzó a aproximarse desde el canal un zumbido sordo: eran las formaciones de bombarderos pesados americanos que aparecieron como destellos en el cielo soleado. «Cayó un verdadero infierno: estruendos, estallidos, destrucción, sacudidas, explosiones. Luego calma, polvo, cenizas y escombros. El cielo se puso gris, y un siniestro silencio reinó sobre nuestra batería».35 Hubo impactos directos. Los cuerpos de los muchachos serían retirados más tarde en camiones.

A medida que iban acercándose a Cherburgo, los americanos empezaron a encontrar un mayor número de reductos y puestos fortificados improvisados, así como verdaderos fortines. Estas posiciones enemigas tuvieron que ser eliminadas una a una. El 315.° de Infantería del coronel Bernard B. MacMahon se encontró con lo que parecía una gran barrera defensiva en Les Ingoufs, bajo la responsabilidad de una guarnición de varios centenares de hombres. Un desertor polaco guio a MacMahon y a un grupo de reconocimiento hasta las proximidades del reducto. Parecía que los cañones habían sido destruidos, ya fuera por las bombas aéreas o por los propios alemanes. MacMahon ordenó que un camión provisto de altavoces que acababa de llegar se dirigiera al lugar en el que él se encontraba. A continuación mandó que se avanzara con la artillería y anunció en alemán por los altavoces que iban a lanzar el ataque de toda una división. A los alemanes se les daba diez minutos para rendirse, pero también se aseguraba que «los que no se rindan serán bombardeados hasta las últimas consecuencias». El coronel repitió una y otra vez el mensaje, «sintiéndose bastante estúpido porque parecía que sus palabras no surtían efecto». De repente oyó unas voces: «¡Ahí vienen!». Podía verse avanzar a un gran número de soldados alemanes, de los cuales algunos portaban banderas blancas mientras que los demás iban con los brazos en alto. Pero se trataba tan sólo de una parte de la guarnición.36

Entre los rendidos había un grupo de cinco oficiales alemanes que se presentaron como enviados del comandante de la guarnición. Pidieron a MacMahon que los morteros aliados dispararan proyectiles de fósforo blanco contra el reducto para que su comandante sintiera «haber cumplido con sus obligaciones con el Führer y se rinda». MacMahon tuvo que reconocer que no tenía proyectiles de mortero de fósforo blanco. ¿«Quedaría salvado el honor alemán» si en su lugar se lanzaban cinco granadas de fósforo? Tras hablarlo entre ellos, el oficial alemán de mayor rango de los cinco aceptó la contrapropuesta, y se cuadró una vez más ante el coronel. Pero entre todos los miembros de la compañía sólo pudieron reunir cuatro granadas. Después de nuevas discusiones, se lanzaron por fin las cuatro granadas a un campo de grano; los oficiales alemanes inspeccionaron los resultados, reconocieron que eran efectivamente granadas de fósforo y regresaron al reducto para informar a su comandante de que ya podía rendirse con el resto de la guarnición y su hospital de campaña.

MacMahon se vio de repente con dos mil prisioneros. Más tarde, cuando en compañía del comandante en jefe de su división fue a inspeccionar el hospital de campaña alemán, el oficial encargado del mismo solicitó que se les permitiera conservar ocho fusiles. Si a los ayudantes «voluntarios» rusos y polacos no se les ponía firmes a punta de arma, explicó, no trabajaban. El comandante en jefe americano de la división respondió que los rusos y los polacos se encontraban ahora bajo la protección de los Estados Unidos y que los alemanes podían arreglárselas solos.

Las defensas más formidables de Cherburgo eran las baterías situadas en la costa. Como los bombarderos pesados no habían logrado destruir los reductos de cemento y hierro que las albergaban, Bradley solicitó al almirante Kirk ayuda para acelerar la conquista del puerto. A Kirk le pareció que Bradley confiaba demasiado en el apoyo de la artillería naval, pero accedió. Una formación compuesta por los acorazados Nevada, Texas y Warspite, el monitor británico Nelson y varios cruceros zarparon rumbo a Cherburgo rodeando el cabo. Muchos pensaron que la operación era como una excursión de placer. «A las ocho y media se dio la orden de dirigirnos a nuestros puestos de combate», escribió el oficial de control aéreo del crucero estadounidense Quincy. «El cielo estaba sereno, apenas salpicado por unos pocos cúmulos sumamente agradables. El aire era como un vino enfriado».37 Según el contraalmirante Carleton F. Bryant, del acorazado americano Texas, «era un domingo hermoso y soleado; el viento apenas rizaba las aguas; y mientras seguíamos a los dragaminas rumbo a Cherburgo, nos sentimos arrullados por una falsa sensación de seguridad».38 Se dispusieron en posición de ataque a eso de la una del mediodía.

De pronto una batería de la costa que no había sido localizada comenzó a abrir fuego. Una bomba de mortero hizo blanco en la torre de mando del Texas, y produjo graves daños en el puente del capitán y en el centro de comunicaciones. «Inmediatamente abrimos fuego», escribió un oficial del Nelson. «Llegaban salvas [de las baterías de la costa], y la primera casi nos dio de pleno».39 El Nevada también estuvo a punto de ser alcanzado varias veces. Además del Texas, la artillería alemana hizo blanco en el Glasgow, de la Marina británica, y en otros buques. Ninguno quedó inutilizado, a pesar de lo cual el almirante Bryant decidió acertadamente que una retirada a tiempo siempre es una victoria, y sacó de allí a sus fuerzas expedicionarias dejando atrás una cortina de humo.

En tierra, diversos grupos de infantería se encontraron con puestos fortificados que no se rendirían tan fácilmente. En varias ocasiones se produjeron escenas de gran coraje. Los bulldozers blindados tuvieron que encargarse del suministro de pertrechos bajo un fuego intenso.40 Tanto los ingenieros como los soldados de infantería se sirvieron de cargas explosivas y otros artefactos similares que arrojaban por las vías de ventilación. A veces las demostraciones de fuerza conseguían convencer al comandante de la guarnición de que debía rendirse.41 Según un informe realmente extraordinario, el soldado raso Smith de la 79.a División de Infantería, que «había bebido suficiente Calvados como para convertirse en un verdadero temerario», capturó un puesto fortificado sin ayuda de nadie.42

Smith, armado sólo con una pistola automática del 45, y acompañado por un amigo igualmente ebrio que no llevaba arma alguna, «subió tambaleándose hasta la entrada del fortín». Los dos soldados, tras comprobar que las puertas de acero estaban entreabiertas, se metieron dentro y mataron a los alemanes que se encontraban junto a la entrada. Smith, «que estaba verdaderamente borracho como una cuba», fue de cuarto en cuarto, «sin dejar de disparar ni de gritar, y cuando irrumpía en una habitación por la puerta, los alemanes que había dentro, creyendo que todo el ejército americano se encontraba en el fortín, se rendían inmediatamente». Agrupó a los prisioneros y los hizo salir al exterior desfilando para entregarlos a su batallón. Luego regresó al fortín y descubrió una habitación en la que había soldados heridos. «Tras decirles a todos y cada uno de ellos que el único alemán bueno era el alemán muerto, Smith hizo de algunos de esos desgraciados unos buenos alemanes antes de que pudieran detenerlo».

Tras la pérdida del Fort du Roule, su principal posición defensiva, el teniente general Von Schlieben fue perfectamente consciente de que carecía de sentido seguir con aquella agonía. Casi todos sus hombres se encontraban atrapados bajo tierra en sus reductos, junto con varios miles de heridos. Decidió presentar la rendición después de que los ingenieros americanos volaran las vías de ventilación de su cuartel general subterráneo. Los heridos apenas podían respirar debido a la falta de oxígeno. Uno de sus oficiales, el teniente coronel Keil, elogiado por las autoridades alemanas por haber resistido hasta el 30 de junio en la península de Jobourg, defendería «el buen sentido común» de Schlieben.43 El teniente general no quiso sacrificar la vida de sus hombres en vano, pese a que, por ser comandante en jefe de la «fortaleza de Cherburgo», Hitler le había obligado a jurar que lucharía hasta la muerte.

A las 19:32 horas del 25 de junio, un oficial de su Estado Mayor envió un mensaje por radio: «Batalla decisiva por Cherburgo ha comenzado. General participa en combate. Larga vida al Führer y a Alemania».44 Schlieben se sintió avergonzado cuando más tarde tuvo noticia de este comunicado. Al día siguiente presentó la rendición junto con los ochocientos hombres de su puesto defensivo. «Algunos muchachos», escribió un oficial de la 4.a División de Infantería, «no lograban comprender por qué los alemanes se habían rendido con tanta rapidez».45 Schlieben, que aparentemente tenía algo de epicúreo, ni se inmutó ante las raciones K que le dieron de comer. Uno de los oficiales de Bradley pensó que resultaba bastante divertido que el teniente general alemán tuviera que enfrentarse a la cocina inglesa en calidad de prisionero cuando lo enviaran al otro lado del canal.

Cherburgo estaba en ruinas, especialmente en la zona del puerto que había sido destruido sistemáticamente por los ingenieros alemanes. Las tropas americanas acabaron con algunos reductos aislados que seguían ofreciendo resistencia. Una vez más se repitieron los dudosos informes que hablaban de mujeres francesas apuntando con fusiles. «Vimos a unas pocas francotiradoras», declaró un sargento de la 4.a División de Infantería, «vestidas con ropa de calle. Un día detuvimos a veinte alemanes, entre ellos una mujer».46 También se cometieron actos de represalia, especialmente después de que cayera un proyectil de mortero en un hospital estadounidense. Se atribuye a soldados americanos la muerte de trabajadores de la Organización Todt que no eran combatientes.47

En el hospital Pasteur los aliados se encontraron con más de seiscientos heridos alemanes. El capitán Koehler, un cirujano de batallón incluido en el 22.° Regimiento de Infantería que tenía buenos conocimientos de alemán, fue nombrado responsable del centro. Aunque la cooperación que le prestaron el coronel alemán y su equipo médico fue excelente, a Koehler no pudo más que impresionarle la elevada tasa de mortalidad en el hospital, debida en gran parte a la falta de preparación de los pacientes antes de ser sometidos a una intervención quirúrgica. También le causó estupor el gran número de amputaciones totalmente innecesarias que se realizaban. «Era muy evidente la tendencia germánica de actuar en los casos quirúrgicos sin tener en cuenta las consecuencias en la vida del paciente», escribiría.48

Los ingenieros de la 101.a Aerotransportada que habían sido enviados a Cherburgo para colaborar en la eliminación de los reductos de resistencia se unieron al júbilo general por la victoria que se vivió en la ciudad a medida que fue recuperándose la normalidad. «Fue toda una experiencia», escribió uno de ellos, «pues los prostíbulos abrieron, las tabernas abrieron, y ahí estaban la policía militar, el gobierno militar, los Rangers, los paracaidistas, la infantería ligera de a pie, los oficiales de artillería, y fue cuando utilizamos por primera vez un urinario en plena vía pública».49 El historiador oficial del Ejército de los Estados, el sargento Forrest Pogue, vio a unos cien soldados haciendo cola delante de un antiguo burdel de la Wehrmacht. Un francés le dijo que debían andar con mucho cuidado. «Los alemanes han dejado muchas enfermedades».50

Al igual que los demás soldados americanos, los ingenieros estaban sorprendidos por los almacenes que los alemanes habían ido creando en sus bunkeres de hormigón. Bradley describiría estas defensas como una «descomunal bodega subterránea llena de botellas de vino».51 En vez de permitir que cayera en manos de los soldados de la retaguardia y de los que llevaban a cabo trabajos de reconstrucción, ordenó que el botín fuera repartido entre las divisiones del frente.

Hitler se puso hecho una furia cuando tuvo noticia de la rendición del general Von Schlieben. En abril había reunido en Berchtesgaden a todos los comandantes de los puertos de la costa para controlar la situación y comprobar su confianza en la victoria. Había relevado a varios de ellos por carecer de lo que él consideraba suficiente carácter para combatir hasta la muerte, pero no a Schlieben. Más tarde, el Führer comentaría una y otra vez el patético comportamiento de su teniente general. Su furia sería muy similar a la que había demostrado ante la capitulación de Paulus en Stalingrado.52

Dos días después de la rendición, el Generaloberst Dollmann fue hallado muerto en su baño del cuartel general del 7.° Ejército en Le Mans. En la nota oficial se dijo que había fallecido de un ataque al corazón. La mayoría de los altos oficiales, sin embargo, pensaban que se había suicidado por la vergüenza de haber perdido Cherburgo.

El día D. La batalla de Normandía
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