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La Armada cruza
Cuando los que zarparon en los convoyes de buques de guerra y lanchas de desembarco volvieron la vista hacia Southampton Water al anochecer del 5 de junio, debió de parecerles que la flota invasora se extendía hasta el horizonte. Muchos se preguntaban qué pensarían los alemanes cuando avistaran la Armada, con mucho la flota más grande que se había echado a la mar en toda la historia. Casi cinco mil lanchas de desembarco eran escoltadas por seis acorazados, cuatro monitores, veintitrés cruceros, ciento cuatro destructores, ciento cincuenta buques de escolta, así como por los doscientos setenta y siete dragaminas que iban delante para limpiar los canales. La mayoría de los barcos eran británicos, americanos y canadienses, pero había también algunos buques de guerra franceses, polacos, holandeses y noruegos.1
En el buque de desembarco que transportaba los comandos de lord Lovat de la 1.a Brigada de Servicio Especial, su gaitero personal, Bill Millin, de los Cameron Highlanders, estaba en la proa con su guerrera de batalla y su kilt, tocando The Road to the Isles.2 El sonido se transmitió a través del agua y los tripulantes de los demás navíos empezaron a cantar al son. Los capitanes de varios buques tuvieron la misma idea. Dos destructores de clase Hunt se pusieron a tocar A Hunting We Will Go por los altavoces, y los destructores de la Francia Libre respondieron con la Marsellesa.3 Sus tripulantes brincaban por la cubierta, saludando llenos de alegría ante la perspectiva de volver a Francia después de cuatro años.
Los convoyes procedentes de todas las direcciones se encontraron en el punto de reunión, al sur de la isla de Man, apodado «Piccadilly Circus». El almirante Middleton, a bordo del acorazado Ramillies, de la Marina de Su Majestad, que había zarpado de la costa oeste de Inglaterra, señala que «el tráfico fue haciéndose cada vez más denso» a partir de que doblaron el Land’s End.4 Con «vientos fuertes y mar embravecido», el Ramillies avanzó surcando las aguas entre los convoyes más lentos. El almirante describe la travesía como «un interesante ejercicio, especialmente por la noche», pero debió de resultar bastante alarmante para los tripulantes de los barcos más pequeños que vieran al acorazado venírseles encima.
Los sentimientos de los ciento treinta y mil soldados que se acercaban por mar a la costa francesa aquella noche eran muy variados. El mariscal de campo lord Bramall, por entonces un joven teniente, habla de «una mezcla de entusiasmo por el hecho de formar parte de tan gran empresa, y de inquietud por el temor a no responder a las expectativas y no cumplir con lo que se esperaba de nosotros». Parece que ese miedo al fracaso era especialmente intenso entre los subalternos más jóvenes y poco curtidos. Un veterano se acercó al oficial y le dijo:
—¡No se preocupe, señor! Nosotros lo cuidaremos.
Pero Bramall sabía que en realidad «muchos de ellos estaban ya hartos de la guerra».5 Su propio regimiento, el 60.° de los King’s Rifles, había combatido durante toda la campaña del desierto, y la tensión se dejaba sentir en él. Agazapado en la mente de muchos británicos y canadienses estaba además el temor de que toda la operación resultara un fracaso sangriento, como el ataque contra Dieppe llevado a cabo dos años antes.6 Muchos se preguntaban si lograrían volver. Algunos, justo antes de zarpar, habían cogido un guijarro de la playa «como último recuerdo» de su tierra natal.7
Casi todo el mundo, a todos los niveles, era perfectamente consciente de que iba a participar en un gran acontecimiento histórico.
En el diario del cuartel general de V Cuerpo norteamericano, que se dirigía a la playa Omaha, se señala: «El intento de ejecutar lo que había sido contemplado por los grandes líderes militares de la historia moderna de Europa —una invasión a través del canal— estaba a punto de dar comienzo».8
La principal pregunta que se planteaba la mayoría de los hombres era si los alemanes sabían ya lo que iba a pasar y si los estarían esperando. Los planificadores de la Operación Neptuno, la fase de la Operación Overlord correspondiente a la travesía del canal, habían pasado varios meses analizando las posibles amenazas que podían cernirse sobre las flotas invasoras: submarinos, minas, los torpederos Schnellboote, los radares y la Luftwaffe. Se habían tomado todas las precauciones.
Los escuadrones de Mosquitos patrullaban la costa francesa durante toda la noche dispuestos a abatir cualquier avión alemán que pudiera avistar la llegada de las flotas. Aviones equipados con contramedidas de radio sobrevolaban además la zona para interferir las frecuencias usadas por los cazas nocturnos alemanes. La aviación británica y americana que sobrevolaba el canal se encargaba también de realizar operaciones de interferencia de los radares a gran escala. Y durante varias semanas, lanzacohetes Typhoon habían atacado los centros de radar alemanes a lo largo de toda la costa del canal, desde Holanda hasta Bretaña.
En la Operación Taxable, los bombarderos Lancaster del 617 escuadrón lanzaron window, tipo de chaff consistente en tiras de aluminio para simular en las pantallas de los radares la aproximación de un convoy invasor a la costa del Cap d'Antifer, al noreste de Le Havre. Esta medida fue acompañada de una artimaña naval consistente en utilizar lanchas a motor y torpederos que arrastraban globos reflectantes, para que en el radar parecieran grandes buques. Se desarrolló un plan de diversión análogo, la Operación Glimmer, consistente en el lanzamiento de window desde bombarderos Stirling frente a Boulogne. Se lanzaron asimismo minas alrededor del Cap d'Antifer.9
Una de las máximas preocupaciones del almirante Ramsay era la eventualidad de que se produjera un ataque masivo contra la flota invasora por parte de submarinos alemanes desde las bases de Bretaña. Fueron desplegadas fuerzas navales antisubmarinas, pero la principal misión destinada a cubrir eventuales aproximaciones desde el suroeste recayó sobre el 19.° Grupo del Coastal Command de la RAF, formado principalmente por B-24 Liberators e hidroaviones Sunderland. El grupo estaba constituido por tres escuadrones canadienses, dos australianos, uno neozelandés, uno checo y otro polaco.
Incluso el propio 224.° Escuadrón de la RAF era un cajón de sastre de nacionalidades, con 137 británicos, 44 canadienses, 33 australianos y neozelandeses, dos americanos, un suizo, un chileno, un sudafricano y un brasileño.
Estos escuadrones debían hacer frente a largas misiones de día y de noche, patrullando constantemente la zona occidental del canal en forma de cuadrícula desde el sur de Irlanda hasta la península de Brest. Cuando los radares localizaban un submarino en la superficie, el avión se lanzaba en picado, intentando matar y herir con la metralleta delantera al mayor número posible de tripulantes de la torreta de mando, para impedir que realizara una inmersión de emergencia, y luego el bombardero lanzaba cargas de profundidad. En el curso de la Operación Cork, un aparato del 19.° Grupo atacó a cuarenta submarinos. Uno de los Liberators del 224.° Escuadrón pilotado por un canadiense de veintiún años, el subteniente Ken Moore, hizo historia hundiendo dos submarinos en veintidós minutos la noche del 7 de junio. Para escarnio del almirante Karl Dönitz y el alto mando de la Kriegsmarine, ni un solo submarino logró penetrar en el canal de la Mancha. Otros aviones aliados atacaron a diversos destructores alemanes impidiendo que localizaran a la flota invasora. Sólo los veloces Schnellboote alemanes y posteriormente los submarinos enanos lograron infligir algunas pérdidas.
A bordo de los buques de desembarco, los soldados se dedicaban a matar el tiempo. Unos intentaban dormir, otros se esforzaban en aprender algo de francés de sus libros de frases y otros leían la Biblia. Muchos asistieron a servicios religiosos improvisados, al encontrar consuelo en la religión. En el buque británico Princess Ingrid, sin embargo, Dios se había mostrado de un humor menos tranquilizador cuando la tarde anterior el contramaestre llamó con su silbato «a misa». «Aunque la asistencia era completamente voluntaria», escribe un observador avanzado de la 50.a División, «daba la impresión de que todos los soldados a bordo estaban presentes en el servicio que se celebró en la cubierta superior. En la proa se colocó un capellán del ejército detrás de una mesa cubierta con un mantel sobre el que había una pequeña cruz de plata. Mientras esperábamos que diera comienzo el servicio, el viento empezó a incrementar su fuerza. Una ráfaga repentina dio la vuelta al mantel, la cruz cayó rodando sobre el puente y se partió en dos. La consternación entre los congregados era patente. ¡Menudo presagio! Por primera vez me di cuenta de lo que era realmente el "temor de Dios". A mi alrededor, los hombres parecían absolutamente abatidos».10
En los buques de desembarco americanos, dieron comienzo las partidas de dados y de póquer, con las apuestas en la nueva moneda de las fuerzas aliadas de ocupación que el general De Gaulle tanto aborrecía.11 A bordo del buque Samuel Chase, los corresponsales de guerra, entre ellos el fotógrafo Robert Capa y Don Whitehead, se mezclaron llenos de entusiasmo con los soldados. «Todos están tensos y todos fingen estar tranquilos», señalaba un hombre. «Las bravatas ayudan».12
A diferencia de lo que ocurría en las ruidosas partidas de cartas o de dados, había muchos que hablaban poco. «Aunque estuviéramos acurrucados y amontonados juntos», anotó el teniente Gardner Botsford, que iba con la 1.a División de Infantería, «uno se sentía muy en privado».13 Algunos se habían puesto a discutir «quién iba a salir adelante cuando desembarcáramos y quién no». «Mis pensamientos se volvieron hacia casa y hacia la familia», contaría un soldado, «y me preguntaba cómo se tomarían la noticia de mi muerte. Me consolaba a mí mismo con la idea de que tenía un seguro por la máxima cantidad prevista en el plan de seguros para soldados rasos, y de que mis padres recibirían al menos diez mil dólares que les compensarían por mi muerte».14
A los hombres del 116.° Regimiento de Infantería que se dirigían a la playa Omaha les costaría trabajo olvidar el discurso de su oficial mando, el coronel Charles D. Canham. Canham había previsto que dos de cada tres de ellos no volverían nunca a casa. Acabó su advertencia con un marcado acento sureño: «El que tenga un nudo en el estómago, que hable ahora».15 Un alto oficial británico que iba a bordo del Empire Broadsword hizo un comentario igualmente descorazonador al poner fin a su arenga con las siguientes palabras: «No os preocupéis si no sobrevivís al asalto, pues contamos con un montón de soldados de reserva que no tendrán más que pasar por encima de vosotros».16
En el Bayfield, de la Marina de los Estados Unidos, un joven oficial anotó en el diario su sensación de «acercarse a un gran abismo, sin saber si navegamos hacia una de las trampas militares más grandes del mundo o si hemos cogido al enemigo completamente desprevenido».17 Otro individuo observaba que el odio hacia los alemanes era escaso, pero que todo el mundo presentía que iba a aumentar cuando se produjeran las primeras bajas.
El capitán del Shubrick, de la Marina de los Estados Unidos, ordenó a los miembros de su tripulación que se afeitaran, se ducharan y se pusieran ropa limpia para reducir las posibilidades de infección en caso de que resultaran heridos.18 Los soldados de la 4.a División de Infantería que se dirigían a la playa Utah se afeitaron además la cabeza; algunos se dejaron un mechón de pelo en forma de V, pero la mayoría optó por el corte a lo mohicano, como los paracaidistas. Los pensamientos pesimistas provocados por estas precauciones se vieron contrarrestados en gran medida cuando los capitanes de los barcos leyeron a través del sistema de megafonía el mensaje de Eisenhower a las tropas que iban a participar en la invasión. «¡Soldados, marineros y aviadores de la Fuerza Expedicionaria Aliada! Estáis a punto de embarcaros en la gran cruzada en la que hemos estado trabajando durante muchos meses. Los ojos del mundo están fijos en vosotros. La esperanza y las oraciones de las personas amantes de la libertad en todo el mundo os acompañan. Junto con nuestros valientes aliados y hermanos en armas presentes en otros frentes, vais a llevar a cabo la destrucción de la máquina de guerra alemana, vais a conseguir la eliminación de la tiranía nazi sobre los pueblos oprimidos de Europa, y la seguridad para nosotros mismos en un mundo libre». Muchos admitieron que se les puso la «carne de gallina» al escuchar aquellas palabras conmovedoras. Antes de la media noche, en los barcos de la Marina estadounidense sonó la llamada «General quarters!», mientras que en los de la Marina Real se ordenó «Action stations!». De hecho se trataba de la misma orden con dos nombres distintos: «¡A sus puestos!».
En más de cien aeródromos de Inglaterra, los pilotos de los bombarderos de la RAF y de la USAAC fueron levantados de la cama para que acudieran a desayunar y se presentaran a celebrar una reunión con el fin de recibir las órdenes. La mayoría de ellos suponía que iba a pasar algo grande, pero no estaban seguros de lo que iba a ser. Parece que los pilotos del 388.° Grupo de Bombarderos norteamericano, destinado en Thetford, no estaban preparados para la «espectacular declaración» que realizó el oficial situado en el estrado.19 «Cuando retiró la sábana blanca que cubría el mapa de operaciones, dijo: "Caballeros, hoy los aliados van a invadir el continente". Estalló un auténtico pandemonio y la sala de reunión se llenó de vítores, silbidos y gritos». A continuación pasó a comunicarles que esa misma mañana despegarían «todos los aparatos en condiciones de volar que hubiera en la 8.a Fuerza Aérea». Una vez reunidos en el aire, los grupos de bombarderos se extenderían a lo largo de varias millas para dirigirse a sus objetivos en la costa de Normandía. La formación y la disciplina de fuego eran vitales. «Cualquier avión que vuele en dirección contraria, es decir, en contra del tráfico, una vez que despeguemos de la costa de Inglaterra, deberá ser derribado».
La reacción de los británicos en sus respectivas reuniones parece que fue más comedida, sobre todo debido al respeto que imponía la magnitud de la operación. «Los preparativos eran una cosa asombrosa», escribía Desmond Scott, un neozelandés que estaba al mando de un ala de cuatro escuadrones de Typhoon. «Los ataques aerotransportados, la cantidad y la variedad de los buques, el número de divisiones del ejército, el tremendo peso de la ofensiva aérea: la magnitud y la precisión de todo ello hacían que nuestros anteriores esfuerzos parecieran insignificantes. Cuando acabó la reunión, no hubo conversaciones ni risas. Nadie se entretuvo y abandonamos la sala como si saliéramos de la iglesia. Las expresiones de los rostros seguían siendo solemnes. La tarea que nos aguardaba superaba todas nuestras experiencias anteriores y hacía que un escalofrío recorriera la espalda».20
La RAF realizó un esfuerzo máximo aquella noche. Aparte de los aviones dedicados a misiones de diversión y aerotransporte, despegaron mil bombarderos con el fin de atacar durante las horas de oscuridad a diez baterías de costa con más de cinco mil toneladas de bombas. Varios escuadrones de Spitfire salieron apresuradamente con el fin de proporcionar cobertura aérea en las playas, junto con los Lightning P-38 americanos. Su tarea era evitar las incursiones de la Luftwaffe sobre la zona de invasión, mientras que los Mustang, cuyo radio de acción era mayor, debían adentrarse en Francia y atacar a los cazas alemanes que intentaran despegar de los aeródromos próximos a París. Mientras tanto, los Thunderbolt P-47 americanos y los caza-bombarderos Typhoon de la RAF debían internarse sobrevolando las rutas de acceso con el fin de hostigar a cualquier columna de tropas alemanas que intentaran llevar refuerzos a la costa.
La ofensiva aérea del Día D fue otra operación multinacional. Incluyó a cinco escuadrones neozelandeses, siete australianos, veintiocho canadienses, uno de Rodesia, seis franceses, catorce polacos, tres checos, dos belgas, dos holandeses y dos noruegos. A otras unidades de estos países aliados se les asignaron misiones «antibuzo», cuyo objetivo era atacar los centros de lanzamiento de bombas-V en el norte de Francia.21
Los temores que abrigaban los mandos de la fuerza aérea en torno a la visibilidad estaban justificados. El techo de nubes se hallaba a unos 1200 metros, y sus aparatos bombardeaban normalmente desde una altura superior a los 3 000. La misión de los bombarderos pesados norteamericanos que debían atacar al amanecer era doble: destruir sus objetivos y además crear cráteres de bombas en las playas «que proporcionaran refugio a las fuerzas terrestres que vinieran detrás de nosotros».22
Poco después de la una de la madrugada, se ofreció el desayuno a las fuerzas de asalto. La Marina norteamericana se mostró generosa hasta el exceso. En el Samuel Chase, los cocineros dieron a las tropas «tantos filetes, tanta carne de cerdo y de pollo, y tantos helados y dulces» como pudieran comer.23 Otros barcos ofrecieron «salchichas, judías, café y donuts».24 Los navíos de la Marina Real no dieron prácticamente más que bocadillos de carne en conserva y una copita de ron de un gran recipiente de barro «como si fueran los tiempos de Nelson», observó un comandante de los Green Howards.25 Muchos marineros renunciaron voluntariamente a sus raciones y se las dieron a los soldados que iban a desembarcar. A bordo del Prince Henry, que transportaba al regimiento escocés de Canadá, los marineros se encargaron de que los soldados recibieran un extra consistente en dos huevos duros y un bocadillo de queso para llevar. El personal al servicio de los oficiales de la Marina Real no vio por qué tenía que decaer la moral en un momento como aquel. Ludovic Kennedy, a bordo del Largs, que hacía las veces de cuartel general, se sorprendió ante la sensación de que «era como si estuviéramos en el muelle de Portsmouth. Habían puesto el mantel blanco y de pronto apareció un camarero diciendo: "¿Qué desea esta mañana, gachas o cereales, señor?"».26
Una vez concluido el desayuno, los soldados de la primera tanda empezaron a reunir su equipo. Los soldados americanos maldecían los trajes de faena con los que les habían hecho cargar. Habían sido impregnados con un producto químico que olía a podrido y que supuestamente debía contrarrestar los efectos del gas. Los reclutas americanos los llamaban «trajes mofeta».27 Pero el principal problema era el peso de todo el equipo y la munición. Se sentían casi tan torpes como los paracaidistas cuando recibían la orden de saltar. El exceso de carga de los soldados de la primera oleada que debía atacar las playas resultaría fatal para muchos. Los marineros, que no envidiaban su suerte, no paraban de hacer chistes para mantenerlos de buen humor. Hacían comentarios procaces acerca de los condones atados alrededor de la boca de sus fusiles para evitar que se mojaran. Un oficial de la marina estadounidense habla de cómo los soldados «arreglaban con nerviosismo su equipo y daban caladas a los cigarrillos como si cada una fuera a ser la última».28
Tras limpiar los canales que debían conducirlos a las playas de desembarco, la pantalla protectora de dragaminas dio media vuelta, haciendo la señal de «buena suerte» a los destructores que pasaron ante ellos para dirigirse a sus posiciones de bombardeo. Parecía un milagro que los frágiles dragaminas, cuyas posibles pérdidas tanto habían preocupado al almirante Ramsay, hubieran llevado a cabo su tarea sin sufrir ni una sola baja. Un oficial del destructor de clase Hunt Eglinton, de la Marina de Su Majestad, escribía: «Seguimos avanzando sigilosamente, sorprendidos por el relativo silencio de las actuaciones».29 Por delante de ellos iban dos submarinos enanos, X-20 y X-23, listos para señalizar las playas asignadas a los británicos. El aplazamiento de la invasión hasta el 6 de junio los había obligado a permanecer sumergidos durante mucho tiempo en unas terribles condiciones de hacinamiento.
Un oficial de los Rangers norteamericanos se encontraba en el puente del Prince Baudoin, un vapor belga que prestaba servicio cruzando el canal. Había colocado a dos francotiradores a cada lado. Su misión era vigilar y detectar la presencia de minas flotantes cuando se acercaran a la costa de Francia. Alrededor de las cuatro de la madrugada, el capitán anunció por la megafonía: «¡Atención en cubierta! ¡Atención en cubierta! Los tripulantes británicos preséntense en sus lanchas de asalto». El oficial de los Rangers concluyó que prefería la fórmula británica: «¡Atención en cubierta!» a la que utilizaba la Marina de los Estados Unidos: «¡Escuchen!».30
Era inevitable que una flota tan grande no pasara desapercibida durante mucho tiempo. A las 02:15, el cuartel general de la 352.a División de Infantería alemana, desplegada a lo largo de la costa, recibió una llamada del Seekommandant Normandie de Cherburgo en la que se decía que unos barcos enemigos habían sido avistados a once kilómetros al norte de Grandcamp. Pero parece que la confusión causada por los numerosos lanzamientos de paracaidistas distrajo la atención de la principal amenaza que se acercaba a la costa. El lanzamiento en paracaídas de maniquíes cargados de explosivos provocó incluso que todo un regimiento de la 352.a División de Infantería fuera enviado a realizar una misión absurda. Pero hasta las 05:20 la guarnición de la Pointe du Hoc no informó de la presencia de veintinueve barcos, de los cuales cuatro eran grandes, tal vez cruceros.31
La Fuerza Expedicionaria O situada ante la playa Omaha, a la que los alemanes habían avistado, estaba formada, en efecto, por los acorazados estadounidenses Texas y Nevada, así como por el monitor Erebus, de la Marina de Su Majestad, cuatro cruceros y doce destructores[6]. Dos de los cruceros, el Montcalm y el Georges Leygues, formaban parte de las Forces Navales Francaises Libres. El Montcalm, buque insignia del contralmirante Jaujard, desplegó la bandera tricolor de batalla más grande que se había visto hasta entonces. La única influencia británica a bordo de los cruceros franceses eran los chaquetones de marinero y las tazas humeantes de cacao que tomaban sus oficiales cuando estudiaban la costa con sus prismáticos.32 A los marineros y aviadores franceses la idea de bombardear su país les resultaba profundamente dura, pero no se echaron atrás y cumplieron con su deber[7].
La Fuerza Expedicionaria Oriental, situada frente a las tres playas asignadas a británicos y canadienses, Sword, Juno y Gold, estaban formadas por los acorazados Ramillies y Warspite, y el monitor Roberts, de la Marina de Su Majestad, y por doce cruceros, entre ellos el buque polaco Dragon[8] y treinta y siete destructores para apoyo cercano. Cuando abrieron fuego, «pareció que todo el horizonte era una masa sólida de llamas», diría el teniente general Reichert, de la 711.a División de Infantería, que observaba desde la costa.33
La Fuerza Expedicionaria Occidental perdió un destructor, el Corry, de la Marina estadounidense, tras chocar con una mina, y la Oriental sufrió también una pérdida parecida, en este caso a consecuencia de un torpedo lanzado por un Schnellboot alemán. A las 05:37, mientras los navíos más pequeños se dirigían a ocupar sus posiciones de bombardeo, el destructor noruego Svenner fue alcanzado de lleno. Una pequeña flotilla procedente de Le Havre se había acercado aprovechando la cortina de humo lanzada por la aviación aliada al este de la flota con el fin de protegerla de las baterías de Le Havre.34 El Svenner se partió en dos, con la proa y la popa sobresaliendo del agua y formando una especie de V, para hundirse a continuación rápidamente. Pasaron otros cinco torpedos que a punto estuvieron de dar al Largs y al Slazak, pero ambos navíos pudieron realizar maniobras de evasión justo a tiempo. Dos buques de guerra corrieron a rescatar del agua a la tripulación del navío hundido. Sólo el Swift, de la Marina de Su Majestad, recogió a sesenta y siete supervivientes, pero treinta y tres hombres perecieron a consecuencia de la explosión. El propio Swift se hundió en esas mismas aguas dieciocho días después tras chocar con una mina.
Los buques de desembarco también se dirigieron a sus posiciones frente a la costa. Un teniente de la Marina estadounidense al mando de un LST (abreviatura de Landing Ship, Tank, «Buque de Desembarco, Tanques») que se dirigía a la playa Gold cargado de tropas británicas, bajó un momento a echar un vistazo al monitor del radar. «La pantalla estaba literalmente llena en su totalidad de pequeños puntos de luz, había barcos en un radio de trescientos sesenta grados alrededor del centro en el que nos encontrábamos».35 Cuando regresó a cubierta, el oficial británico de mayor rango que había a bordo le puso una mano en el hombro justo antes de que se dirigiera a la tripulación del barco a través de la megafonía. «La mayoría de mis hombres», dijo este coronel, «han visto lo peor de la guerra del desierto, y muchos estuvieron en Francia y fueron evacuados por Dunkerque. Así que le aconsejo que vaya con cuidado, que se dé deprisa, y que no se deje llevar por el dramatismo o la emotividad». El joven americano siguió su consejo e «hizo una alocución muy sencilla».
A las 04:30, en el Prince Baudouin, los soldados escucharon la llamada que estaban esperando: «¡Rangers, a sus lanchas!». En otros buques de desembarco se organizó bastante caos a la hora de meter a los hombres en las lanchas. A algunos soldados de infantería les asustaba tanto el mar que inflaron sus chalecos salvavidas dentro del barco, de modo que luego no podían pasar por las escotillas. Cuando estaban formados en el puente, un oficial de la 1.a División se dio cuenta de que un hombre no llevaba su casco de acero.
—¡Póngase su maldito casco! —le dijo. Pero el hombre había ganado tanto en una partida, que el casco estaba lleno de dinero en una tercera parte. No tuvo más remedio que obedecer.
—¡Al infierno! —exclamó, y lo vació sobre cubierta como si fuera un cubo. Las monedas rodaron por todo el puente. Muchos soldados habían atado sus vendajes de campaña al casco con una cinta, y otros habían pegado en él un paquete de cigarrillos envuelto en celofán.36
Los que llevaban equipo pesado, como radios o lanzallamas, de casi cincuenta kilos, tenían mucha dificultad en deslizarse por las redes para acceder a las lanchas de desembarco. En cualquier caso resultaba una actividad peligrosa, con la pequeña lancha subiendo y bajando y dando brincos contra el costado del buque. Varios hombres se rompieron tobillos o piernas al no calcular debidamente el momento en que debían saltar o al verse atrapados entre la borda y el costado del barco. Más fácil les resultó a los que fueron bajados a la lancha por medio de un pescante, pero un grupo del batallón de cuartel general de la 29.a División de Infantería tuvo un comienzo muy poco halagüeño un poco más tarde, cuando su lancha de asalto fue bajada del buque británico Empire Javelin. El pescante se atascó dejándolos a todos durante treinta minutos bajo la proa del barco. «Durante esa media hora», recordaría el comandante Dallas, «las tripas de toda la compañía aprovecharon una oportunidad que los ingleses habían estado esperando desde 1776». Dentro del barco nadie podía oír sus gritos de protesta. «Lanzábamos maldiciones, llorábamos y reíamos, pero no había forma de parar. Cuando llegamos a tierra, estábamos todos cubiertos de mierda».37
Los Rangers estadounidenses, cuya principal tarea era escalar los acantilados de la Pointe du Hoc, al oeste de la playa Omaha, iban menos cargados. La mayoría de ellos iban armados con poco más que una submetralleta Thompson, una automática del 45 y unos cien gramos de dinamita atados al casco. El capitán del barco les dedicó un saludo de despedida tras su alocución pública: «¡Buena caza, Rangers!».38
Un ingeniero a punto de desembarcar en la playa Utah con la 4.a División de Infantería, describiría más tarde en una carta el descenso de las barcas de asalto como «el momento más solitario» de su vida. «Con un impacto que asusta a todo el que va a bordo, la lancha cae al agua.
Avanzamos estrepitosamente y en unos segundos la gran nave nodriza se había convertido en una mancha un poco más oscura en un mundo de total oscuridad, hasta que desapareció por completo de la vista».39
Cuando las primeras flotillas de lanchas de desembarco se habían puesto ya en formación, dos oficiales de los Rangers pegaron un brinco al oír una explosión tremenda. Miraron a su alrededor para ver qué era lo que la había causado. «Eso, señores», les informó un suboficial de marina británico en tono pedante, «es el acorazado Texas, que inicia la cortina de fuego contra la costa de Normandía».40 Los hombres que iban en la lancha notaban la onda expansiva de las pesadas bombas lanzadas por los acorazados y cruceros que disparaban sobre sus cabezas. Los otros dos buques bombarderos de la Fuerza Expedicionaria Occidental situada ante las dos playas asignadas a los americanos, Utah y Omaha, también abrieron fuego con su armamento pesado. A diferencia de la Marina Real británica, que disparaba sus torretas siguiendo una secuencia, los acorazados americanos, el Texas, el Arkansas y el Nevada, disparaban andanadas al unísono con sus cañones de catorce pulgadas. Al verlo, algunos observadores pensaron por un momento que el barco había volado por los aires. Incluso a distancia podía sentirse la conmoción. «Los grandes cañones», señala Ludovic Kennedy, «te producen en el pecho la sensación de que alguien te ha abrazado y te ha dado un buen achuchón».41 El paso de las bombas pesadas creaba después una especie de vacío. «Era una visión extraña», escribía un sargento del Estado Mayor de la 1.a División, «ver cómo se levantaba el agua y seguir el rastro de las bombas y comprobar cómo volvían a caer en el mar».42
Muchos, sin embargo, sufrían terriblemente a causa del mareo, mientras las lanchas de fondo plano cabeceaban subiendo y bajando entre las olas de más de metro y medio. «Podíamos observar», escribía un soldado, «cómo las otras lanchas se hundían y volvían a aparecer en medio de las olas». Al mirar a su alrededor, comprobó que «el cielo y el mar y los barcos, todo era de color plomizo».43
Empapados por las salpicaduras, todos los soldados, tanto británicos como americanos, no tardaron en lamentar haber tomado el «opíparo desayuno del condenado a muerte». Muchos «empezaron a devolver los pedazos de carne enlatada» de sus bocadillos.44 Las bolsas para el mareo empapadas de agua se llenaban rápidamente y se rompían, por lo que algunos decidieron vomitar en los cascos, que luego enjuagaban sacándolos simplemente por la borda cuando pasaba una ola. El observador avanzado de la Marina Real británica asignado a la 50.a División sonrió discretamente cuando vio a un oficial de alto rango, sentado majestuosamente en su jeep, ponerse hecho una furia al ver que los soldados se ponían a vomitar hacia el lado de barlovento y que el resultado de su incontinencia le caía a él encima.45 Las consecuencias del mareo, sin embargo, no tendrían nada de gracioso. Cuando llegaron a las playas, los hombres se encontraban agotados.
Otros que tenían buenos motivos para sentirse malos de puro miedo eran los tripulantes de los tanques que debían lanzarse al mar.
Eran Shermans DD, esto es tanques anfibios especialmente adaptados e impermeabilizados, provistos de hélices y un parapeto hinchable de lona. Lo que se pretendía con este invento era sorprender a los alemanes haciendo desembarcar tanques conjuntamente con la primera tanda de soldados de infantería. Irreconocibles en el agua, aparecerían de pronto suministrando apoyo de artillería contra los bunkeres y los cañones. Los tanques anfibios no habían sido diseñados para funcionar en unas condiciones del mar tan desfavorables como aquéllas y algunos soldados, aterrorizados por su entrenamiento en Inglaterra con los equipos de emergencia Davis, ideados para los submarinos, se habían negado a «ser un maldito marinero en un maldito tanque». Sólo el comandante en jefe, de pie en la cubierta del vehículo detrás de la torreta, estaba por encima del nivel del agua. El resto de los tripulantes permanecían en su interior y el conductor no podía ver nada más que una tiniebla gris verdosa a través del periscopio.46
El primitivo plan consistía en lanzarlos desde las lanchas de desembarco de tanques a unos 8000 metros de la playa, fuera del alcance de los cañones alemanes, pero el mar estaba tan embravecido que fue preciso reducir esa distancia. El comandante Julius Neave, del 13.°/18.° de Húsares, recibió la siguiente orden: «¡Flotador, cinco mil!».47 Pero la Sherwood Rangers Yeomanry lanzó sus tanques mucho más cerca de las playas. Aun así, cinco tanques se fueron a pique lejos de sus dos escuadrones. La mayoría de los tripulantes lograron salir de los vehículos y fueron rescatados, pero varios hombres perecieron ahogados. Los batallones de tanques americanos que llegaron flotando tuvieron que hacer frente a otras dificultades mayores, en parte debido a las corrientes que había más al oeste, pero sobre todo porque uno de ellos recibió la orden de lanzarse al agua demasiado lejos de la playa.
La luz grisácea del amanecer empezó a revelar a los defensores alemanes la enorme magnitud de la flota situada frente a la costa. El cuartel general de la 352.a División de Infantería empezó a recibir frenéticas llamadas de los teléfonos de campaña. A las 05:37, el 726.° Regimiento de Granaderos informaba: «En Asnelles [playa Gold] numerosas lanchas de desembarco con la proa hacia la costa están desembarcando. Unidades navales empiezan a abrir fuego y a lanzar andanadas contra las playas desde sus costados».48 Pocos minutos más tarde, el comandante en jefe de la división llamó a su superior, el general Marcks, al mando del LXXXIV Cuerpo. Propuso que, «a la luz de los nuevos acontecimientos», se hiciera volver al destacamento especial de tres batallones a las órdenes del teniente coronel Meyer, que había sido enviado a investigar los Explosivpuppen. Marcks dio su visto bueno. A las 05:52, el regimiento de artillería de la 352.a División de Infantería informaba: «Entre sesenta y ochenta lanchas rápidas de desembarco aproximándose a Colleville [playa Omaha]. Unidades navales en alta mar demasiado lejos, fuera del alcance de nuestra artillería».
Cuando los soldados que iban en las lanchas de desembarco empezaron a ver la costa con más claridad, comenzó la última fase del bombardeo con naves lanzacohetes. Eran lanchas de desembarco para tanques especialmente adaptadas. En la superficie de la cubierta habían sido instalados mil armazones. Cada armazón llevaba cohetes de tres pies provistos de mecha, y bajo cubierta había otros mil de reserva. Los cohetes producían un ruido terrorífico al ser lanzados en salvas. Un soldado de los Hampshires que se dirigía a la playa Gold gritó a un compañero situado junto a él señalando el torrente de bombas y cohetes: «Imagínate que te pusieran una ración así en tu bandeja de desayuno».49 Un oficial de la Marina Real británica al mando de una nave lanzacohetes se quedó helado de incredulidad cuando abrió el sobre con las órdenes secretas. El objetivo que le habían asignado en la desembocadura del río Dives era el elegante centro de veraneo de Cabourg. Como francófilo y proustiano devoto, se sintió aterrado. Cabourg era la Balbec de Marcel Proust, el lugar en el que se desarrolla A Tombre des jeunesfilies enfleur.50
La terrible visión de las salvas de cohetes elevó los ánimos de los soldados que se disponían a atacar, pero los que se dirigían a la playa Omaha en las lanchas de asalto no pudieron ver que los cohetes «fallaban su objetivo por completo. Todas las andanadas se quedaron cortas y cayeron al agua».51
Justo mientras llegaban las primeras tandas de invasores, el general Eisenhower contemplaba las buenas noticias enviadas por Leigh-Mallory acerca del número de bajas sufridas en el curso de la operación aerotransportada, que había sido mucho menor de lo esperado. El cuartel general de Ramsey se sintió asimismo profundamente aliviado al comprobar la forma en que se había desarrollado la operación naval. El hecho de que la fuerza de dragaminas saliera ilesa parecía un milagro. Eisenhower escribió un rápido informe para el general George C. Marshall en Washington, y luego elaboró un comunicado junto con su Estado Mayor. Los alemanes, sin embargo, hicieron una primera declaración en la que, para grata sorpresa del cuartel general del SHAEF, se afirmaba que el desembarco había tenido lugar en el paso de Calais. La Operación Fortitude y las actividades de diversión en la zona oriental del canal parecían haber funcionado.
Hacía seis meses que Roosevelt se había vuelto hacia Eisenhower en su coche oficial en el aeródromo de Túnez y le había dicho: «Bueno, Ike, vas a estar al mando de la Operación Overlord».52 Pero «el día más largo», como habría de llamarlo Rommel, no había hecho más que empezar. Pronto comenzaron a llegar noticias sumamente preocupantes del gran amigo de Eisenhower, el general Gerow, al mando del V Cuerpo encargado del ataque contra la playa Omaha.