Tras sufrir varios retrasos debido principalmente a las condiciones meteorológicas, la gran ofensiva británica, la Operación Epsom, estaba por fin a punto de ser lanzada. Eisenhower rabiaba de impaciencia, pero Montgomery no quería prisas y, para mayor exasperación, al cuartel general del XXI Grupo de Ejército llegaba poquísima información del SHAEF. Por lo visto, Montgomery comentó con Dempsey en varias ocasiones que «no hay ninguna necesidad de decírselo a Ike».17 Le gustaba mantener la vaguedad de sus objetivos, a menudo con metáforas deíficas, de modo que pudiera colgarse las medallas si se producía una fuga, o decir que sus hombres se habían dedicado a entretener a las fuerzas alemanas para ayudar a los americanos, si la operación quedaba atrancada.

En esta operación participaría un total de sesenta mil hombres, pertenecientes principalmente al VIII Cuerpo, que incluía la 15.a División Escocesa, la 43.a División de Infantería (Wessex) y la 11.a División Acorazada. La mayoría de ellos no habían entrado nunca en combate, aunque tenían la firme determinación de demostrar su valía al lado de los veteranos del desierto. El plan consistía en lanzar un ataque al oeste de Caen y establecer una cabeza de puente al sur del río Odón para luego avanzar hacia el Orne. Este profundo saliente al suroeste de la ciudad sería utilizado a continuación para amenazar a todas las posiciones alemanas. El elemento clave entre un río y otro era la Colina 112.

El domingo 25 de junio el XXX Cuerpo, situándose de nuevo en la derecha, atacó a la Panzer-Lehr-Division. La 49.a División North Riding y la 8.a Brigada Acorazada hicieron retroceder a los alemanes, quienes, a pesar de sufrir importantes pérdidas, lograron hacerse fuertes en la localidad de Rauray. Un regimiento blindado de reconocimiento protegía su flanco ese día cerca de Fontenay-le-Pesnel. «La trampa de los alemanes», escribió un oficial canadiense integrado en un regimiento de reconocimiento británico, «consistía en abandonar sus puestos fortificados improvisados para dirigirse a los campos de grano cuando llegábamos». A veces regresaban a sus posiciones y volvían a abrir fuego, aunque en la mayoría de los casos los «cabezas cuadradas se limitan a asomar de vez en cuando la cabeza ocultos en los campos de grano, pero no representan un peligro en potencia».18

El extremo sur de Fontenay seguía en manos de la Panzer-Lehr-Division. A la mañana siguiente, un Sherman Firefly de los Rangers de Sherwood, «al doblar una esquina en el centro del pueblo se dio de bruces con un tanque Tiger alemán que avanzaba pesadamente. Por fortuna, [el comandante del Sherman] tenía preparado un proyectil AP [perforador de blindajes] en la recámara de su cañón de 75 mm que disparó a unos treinta metros de distancia para, a continuación, descargar en rápida sucesión contra el Tiger otros seis proyectiles y hacerlo saltar por los aires».19 Al día siguiente, los Rangers de Sherwood limpiaron Rauray, no sin antes perder varios vehículos blindados. Su mayor trofeo fue un Tiger que había sido abandonado en perfectas condiciones. Incluso le pintaron el emblema de su brigada, una máscara de zorro, pero desde el cuartel general del XXX Cuerpo llegó la orden de enviar de inmediato el tanque a Inglaterra. Fue el primero de esos carros acorazados que serían capturados intactos en Normandía.

Ese mismo día, el 26 de junio, la SS empezó a efectuar una operación de limpieza entre los habitantes de las poblaciones francesas que se encontraban tras la línea del frente. Su preocupación eran los espías, no la seguridad de los civiles. Y, en realidad, no se trataba de una simple reacción paranoica. La 7.a División Acorazada británica y otras formaciones habían estado recibiendo informaciones sumamente útiles de hombres y mujeres franceses que se colaban entre las líneas.

Alrededor de Tessel los combates también fueron encarnizados. Allí, un batallón de los «Osos Polares», como eran llamados los miembros de la 49.a División por la insignia que llevaban en el hombro, se enfrentó prácticamente cuerpo a cuerpo con la Panzer-Lehr-Division. «La orden nos llegó cuando nos encontrábamos en los bosques de Tessel: "Ni un prisionero"», dijo un miembro de la KOYLI (King’s Own Yorkshire Light Infantry). «Por esa razón lord Haw-Haw nos llamó los carniceros del Oso Polar[33]». 20 Una de las interceptaciones de Ultra recogió un informe de la Panzer-Lehr-Division en el que se hablaba de las «graves pérdidas» sufridas por esta unidad alemana el primer día de la batalla.21

La fase principal de lo que Montgomery denominó el «momento decisivo» comenzó el 26 de junio, con un bombardeo masivo por parte de la artillería naval y la artillería de campaña. Tras una noche de lluvia intensa, las bajas nubes impedían prácticamente la salida de aviones. Los escoceses de la 15.a División avanzaron rápidamente. A medida que los hombres caían abatidos por los disparos sobre los verdes campos de trigo, los compañeros marcaban su posición para que los servicios de asistencia médica pudieran dar con ellos. Cogían el fusil del herido y le acoplaban la bayoneta, tras lo cual clavaban el arma en el suelo y colgaban de ella el casco del caído. Un observador comentaría que aquellas señales parecían «curiosas setas nacidas de manera desperdigada por los campos de cereales».22

El combate fue encarnizado en varios pueblos y aldeas, especialmente en Cheux, donde los Glasgow Highlanders perdieron una cuarta parte de sus fuerzas en un solo día. En el flanco izquierdo, en Saint-Manvieu, la 43a División Wessex y la 4.a Brigada Acorazada tuvieron que repeler el ataque de la Hitlerjugend. [34]. Los Royal Scots Greys dejaron inutilizados cuatro tanques alemanes en cuanto aparecieron por el bosque. Estos dragones, integrados en una brigada recién llegada de la 43.a División, «se divertían mucho más que nuestra infantería. Se trataba evidentemente de su primera batalla, y en todo, y por todo, se atenían al manual: llevaban el rostro impregnado de tizna, habían arrancado de los uniformes cualquier distintivo de su rango y hablaban susurrando».23 Pero lo cierto es que las dos divisiones novatas demostraron mayor efectividad que las veteranas.

Al atardecer, la 15.a de escoceses había alcanzado prácticamente el Odón, y se encontraba ya en el arbolado valle del río. Un francés que observó aquella noche la batalla desde Fleury, al sur de Caen, escribió: «Ver cómo todo el horizonte se ilumina simultáneamente constituye un verdadero espectáculo dantesco».24

Las carreteras congestionadas, la lluvia intensa y la confusión ralentizaron el ataque, aunque el 2.° de los Argyll & Sutherland Highlanders conquistó un puente del Odón al día siguiente. Demostrando una iniciativa inusual, los Argyll decidieron avanzar infiltrándose poco a poco, en lugar de seguir la táctica convencional de la infantería británica. Con gran coraje, la 15.a División escocesa repelió un contraataque de los tanques alemanes ese mismo día, y el puente que capturaron permitió que la 11.a Acorazada comenzara a cruzar el río la mañana del 28 de junio. El general O’Connor, comandante en jefe del VIII Cuerpo, quería continuar el avance para tomar una cabeza de puente en el Orne, el siguiente río, pero Dempsey, que sabía por los mensajes interceptados por Ultra que el II Cuerpo Acorazado de la SS acababa de llegar al frente, se mostró más precavido. Prefirió consolidar las posiciones al sur del Odón antes de proceder con la segunda fase.

El Obergruppenführer Sepp Dietrich quería lanzar de inmediato las dos divisiones del II Cuerpo Acorazado de la SS contra la cabeza de puente de los británicos, pero Rommel se mostró reacio ante la idea. Había depositado sus esperanzas en la 9.a División Acorazada de la SS Hohenstaufen y la 10.a Frundsberg para lanzar con sus tanques la gran contraofensiva que aún no había conseguido organizarse. Pero el 28 de junio Hitler mandó llamar a Rommel a Berchtesgaden y provocó así una insólita interrupción en plena batalla. Y el Generaloberst Dollmann, completamente desesperado, ordenó, apenas unas horas antes de suicidarse, que el II Cuerpo Acorazado de la SS atacara por el noroeste en las dos márgenes del río Odón para destruir el flanco izquierdo del saliente británico. Para ello contaría con el apoyo de un grupo de combate de la 2.a División Acorazada de la SS Das Reich. Mientras tanto, debido a la inesperada muerte de Dollmann, el Obergruppenführer Paul Hausser, comandante en jefe del II Cuerpo Acorazado de la SS, recibió aquella tarde la orden de dirigirse inmediatamente a Le Mans para asumir el mando del 7.° Ejército, y se vio obligado a dejar el gobierno del cuerpo en manos del Gruppenführer Bittrich.

Al día siguiente, el 29 de junio, la 11.a División Acorazada logró situar algunos tanques en una posición clave, la Colina 112. Repelieron los ataques de los carros blindados que iban a la cabeza de la 1.a División Acorazada de la SS Leibstandarte Adolf Hitler, que estaba apoyada por la 7.a Brigada de Morteros Nebelwerfer y una Kampfgruppe de la 21.a División Acorazada. A las 11:00 horas, el pobre Bittrich, que había asumido el mando del II Cuerpo Acorazado de la SS justo la noche antes, recibió una orden: sus fuerzas tenían una hora para ponerse en marcha. Aunque en un principio se mostró reacio a organizar un ataque tan precipitado, al final lo convencieron. La 9.a de la SS Hohenstaufen recibió un mensaje en el que se hacía hincapié en la importancia de la misión. Sin la participación de los dos cuerpos acorazados, decía, «el enemigo, que ha empezado a avanzar hacia Baron, no podría ser repelido. Seguiría su avance hacia el Orne, y Caen se perdería».25 La Panzer-Lehr-Division recibió la orden de apoyar el flanco izquierdo en el ataque lanzado por los hombres de Bittrich. Pero entonces sus contrincantes tuvieron un gran golpe de suerte. Los de la 15.a escocesa capturaron a un oficial de la SS que tenía los documentos del plan en su poder. Sus batallones avanzados ocuparon inmediatamente posiciones defensivas.

El furioso asalto del II Cuerpo Acorazado de la SS empezó de manera rotunda poco después del mediodía. A las 16:05 horas, el cuartel general de esta unidad informó a la Panzergruppe West que había destruido once tanques británicos a las puertas de Gavrus. Al cabo de una hora y media se comunicó que había tomado Gavrus e inutilizado otros veintitrés tanques enemigos. Geyr von Schweppenburg, que había regresado el día anterior para asumir el mando con el cuartel general de su Panzergruppe West, instó a las dos divisiones de la SS a actuar al atardecer. Les dijo que su ataque suponía «die grosse Chance».26 Pero aquella noche, la 15.a División escocesa, con el sólido apoyo de la artillería y los cañones de la Marina, repelió los ataques de la 9.a y la 10.a División de la SS con un éxito espectacular. Treinta y ocho carros blindados alemanes quedaron inutilizados, y una de las divisiones de la SS, la Frundsberg, se vio obligada a emprender la retirada hasta volver a su línea de partida. El efecto que todo ello tuvo en la moral de los hombres de estas dos unidades nazis fue aún más importante. Por lo visto, lamentablemente Dempsey no tuvo noticia en ningún momento de los informes de los servicios de inteligencia que revelaban que aquélla era la principal contraofensiva alemana[35]. Temiendo que su otro flanco sufriera un ataque masivo, mandó el repliegue de la 11.a División Acorazada en vez de reforzarla. Por esta razón la Colina 112 pudo ser ocupada en poco tiempo por los alemanes. Fue un gravísimo error. Para reconquistar la colina en cuestión fue necesario invertir muchas más horas y vidas humanas de las que pudieran haberse ahorrado con aquella retirada.

Montgomery detuvo la ofensiva al día siguiente, tras frenar un nuevo ataque del II Cuerpo Acorazado. El VIII Cuerpo había perdido más de cuatro mil hombres en cinco días. Algo más de la mitad de esas bajas las había sufrido la 15.a División escocesa, cuyo arrojo era incuestionable. Parece un hecho incontrovertible que Dempsey no supo aprovechar una gran oportunidad debido a su actitud de cautela. Los retrasos de la Operación Epsom conllevaron que el VIII Cuerpo acabara enfrentándose a la mayor concentración de divisiones acorazadas de la SS desde que tuviera lugar la batalla de Kursk. Sin embargo, la impresionante actuación de los soldados británicos que participaron en los combates se vio empañada en el último minuto por las dudas de su comandante en jefe. El único consuelo sería que los alemanes nunca más conseguirían lanzar una gran contraofensiva en el sector británico.27

No es difícil comprender la frustración de Eisenhower ante la estrategia seguida por Montgomery. Los mensajes confidenciales que había enviado Montgomery hablando de un «momento decisivo», simplemente no encajan con lo que expresaba en privado. Un agente de los servicios de inteligencia integrado en la 7.a División Acorazada recoge con estupor en su diario, el día 22 de junio, lo que escuchó de labios del general Erskine al regreso de éste de una reunión celebrada en el cuartel general del XXI Grupo de Ejército antes de que se pusiera en marcha la Operación Epsom. «El general habló de lo que Monty le había dicho», cuenta. «Cambio total en lo que nos concierne, pues Monty no quiere que ganemos terreno. Con satisfacción el 2.° Ejército ha atraído a todas las divisiones acorazadas enemigas, ahora sólo quiere que Caen esté en ese frente y que los americanos avancen hacia los puertos de Bretaña. De modo que se pone en marcha el ataque del VIII Cuerpo, aunque tengamos muy pocos objetivos. Monty considera que ha perdido la batalla de la concentración: un retraso de cinco días por culpa de las condiciones climatológicas».28 Así pues, no sería de extrañar que la cautela de Dempsey viniera dictada por la postura de Montgomery.

Rommel visitó el cuartel general de Geyr el 1 de julio, un día después de que acabara la batalla. Los dos altos oficiales alemanes estaban consternados por los efectos del bombardeo llevado a cabo por los buques de guerra aliados a una distancia de unos treinta kilómetros. Geyr pidió a las dos divisiones los datos relativos al número de tanques que habían quedado inutilizados por culpa de la artillería naval. Hasta Hitler se convenció de que por el momento no podía hacerse otra cosa que mantener la línea del frente. Pero Geyr estaba furioso porque todas las divisiones acorazadas disponibles habían sido utilizadas para contrarrestar la ofensiva británica. Este hecho había mandado al traste todos sus planes.

Ante todo, Geyr se oponía a desmembrar las formaciones como medida de emergencia, pues ello dificultaba las operaciones de suministro y abastecimiento. Dijo a Rommel que las divisiones de infantería recién llegadas debían ser utilizadas para mantener la línea del frente mientras las fuerzas blindadas se retiraban y reorganizaban para lanzar un ataque apropiado. Rommel se negó. «La infantería ya no puede llevar a cabo ese tipo de acciones, ni está preparada para ellas», fue su respuesta. No creía que aquellas divisiones de infantería recién llegadas fueran capaces de frenar el avance británico. Esta postura parecía encajar con la obsesión de Hitler de no ceder ni un palmo de tierra. Geyr despotricó contra «los estrategas de salón de Berchtesgaden» y su «absoluto desconocimiento de la guerra con carros blindados». Manifestó su desprecio por Jodl, un artillero. «La artillería desarrolló el rasgo más desafortunado de los Borbones, ni aprender ni olvidar, y en muchos aspectos estaba más atrasada que la infantería».29

Geyr redactó un informe en el que se manifestó sin remilgos. Exigía flexibilidad en las acciones defensivas y, a raíz de la Operación Epsom, la retirada de las tropas acorazadas del sur del Orne para dejarlas lejos del alcance de la artillería naval aliada. «Las decisiones las toma directamente el propio OKW», decía. «Como ese cuartel general no cuenta con un conocimiento de primera mano o directo de la situación en el frente, y normalmente demuestra excesivo optimismo, sus decisiones son siempre erróneas y llegan demasiado tarde». Rommel añadió sus conclusiones y pasó el informe al OKW. Hitler decidió el relevo inmediato de Geyr, a quien sustituyó por Hans Eberbach, General der Panzertruppen.

El mariscal Von Rundstedt había sido convocado, al igual que Rommel, a una reunión en el Berghof el 28 de junio, en el momento más álgido de los combates en el río Odón. «Regresó de un humor de perros», según su jefe del Estado Mayor.30 Tras un viaje en automóvil de mil kilómetros, desde Saint-Germain-en-Laye hasta Berchtesgaden, lo habían hecho esperar desde las tres de la mañana hasta las ocho de la tarde del día siguiente, para «luego permitirle sólo intercambiar unas pocas palabras con el Führer». Ya de vuelta, Rundstedt, en presencia de Blumentritt, telefoneó a Keitel. «Le dijo tajantemente que la posición de Alemania en Normandía era absolutamente inviable». El poder aliado era tal que sus tropas no podían «resistir el ataque de los aliados, y mucho menos empujarlos de vuelta al mar».

—¿Qué podemos hacer?

—Debería poner fin a toda esta guerra —replicó el veterano mariscal de campo.31

Al día siguiente, a media mañana, Keitel lo llamó para comunicarle que había informado al Führer de la conversación telefónica que habían mantenido. Otra llamada, esta vez de Jodl, advirtió de que Hitler estaba considerando un cambio de mando en el oeste. La adhesión de Rundstedt al informe de Geyr fue un factor decisivo. Hitler, tras anunciar que Rundstedt se retiraba por razones de salud, envió a un oficial a París para entregarle al mariscal una amable carta y la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro con Hojas de Roble. Su sustituto sería el mariscal Hans-Günter von Kluge.

Rommel también estaba hecho una furia. Sin comunicárselo, Hitler había elegido al Obergruppenführer Hausser para asumir el mando del 7.° Ejército, pues prefería depositar su confianza en los comandantes de la Waffen-SS. Su favorito seguía siendo Sepp Dietrich, pero el Führer no sabía que éste también opinaba que sus continuas interferencias los estaban conduciendo al desastre en Normandía. Hitler habría relevado también a Rommel, pero como señaló el sustituto de Geyr, Eberbach, no lo hizo «por las consecuencias que su destitución habría tenido en la moral en el frente y en Alemania, así como por la impresión que habría dado en el extranjero».32

El 30 de junio Eberbach recibió la orden de volar al día siguiente con el mariscal de campo Von Kluge al oeste, para asumir el mando de la Panzergruppe West. Von Kluge le dijo que el OKW quería estabilizar el frente y lanzar un contraataque. Von Kluge llegó a Saint-Germain-en-Laye convencido de que sin duda los informes de Normandía eran excesivamente pesimistas. Había pasado ocho días en el Führerhauptquartier Wolfsschanze, o Cuartel Militar del Führer «la Guarida del Lobo», durante el ataque soviético contra el Grupo de Ejército Centro —la llamada Operación Bagration de los rusos—, y a lo largo de ese período, según Blumentritt, «fue imbuyéndose del espíritu inflexible del Alto Mando».33 En consecuencia, no tendía a ver la situación tan desesperada cuando asumió el mando en el oeste. Apodado «Kluger Hans» («Hans el listo»), por un juego de palabras con su apellido, que significa «listo», «inteligente», no gozaba de mucha popularidad entre sus colegas. Según el jefe del Estado Mayor de Rommel, era un tipo «enérgico, muy listo, que no se privaba de nada. Era implacable en sus exigencias. La frialdad de los ojos en su rostro severo de marcadas facciones ocultaba unas emociones reprimidas. Odiaba a Hitler, pero nunca dejó de sentirse atado a él, lo que probablemente se debiera a su complacencia por los honores y favores que le habían sido concedidos».34 Kluge, al igual que Rundstedt, había aceptado de Hitler doscientos cincuenta mil marcos alemanes como regalo.

La tarde del 5 de julio Kluge realizó una visita al cuartel general de Rommel en La Roche-Guyon. «Tras un intercambio de cumplidos bastante frío» con Rommel y Speidel, se dirigió al Estado Mayor del Grupo de Ejército en la salle des gardes del castillo. Declaró que el relevo del mariscal Von Rundstedt debía verse como una manifestación de la insatisfacción del Führer con la forma de llevar las cosas en el oeste. Hitler consideraba también que el mariscal Rommel se dejaba impresionar muy fácilmente por el «efecto supuestamente abrumador de las armas enemigas», y que de ahí que su visión de la situación fuera tan pesimista. Kluge incluso llegó a decirle a Rommel a la cara, delante de los oficiales del Estado Mayor allí presentes, que había mostrado una actitud obstinada y que había cumplido las órdenes del Führer con muy poco entusiasmo. «¡A partir de ahora», concluyó, «usted, mariscal Rommel, también deberá obedecer sin reservas! Siga este buen consejo que le doy».35

No es de extrañar que semejante provocación impulsara a Rommel a entablar una agria discusión en la que hizo hincapié en la realidad de la situación que debían afrontar «y en la necesidad de extraer de ello las conclusiones pertinentes». Las palabras fueron subiendo de tono, y el ambiente se caldeó tanto que Kluge pidió a los demás oficiales que abandonaran la sala. Rommel exigió a Kluge que retirara sus acusaciones verbalmente y por escrito. También le aconsejó que hablara con los comandantes del ejército y de las divisiones, y que visitara personalmente el frente, antes de ponerse a dictar normas. Se sentía particularmente desconcertado porque sabía que Kluge había estado en contacto con círculos opositores del ejército. Había esperado que, de todos sus colegas, Kluge fuera el que estaba menos dominado por Hitler.

Al día siguiente Kluge abandonó La Roche-Guyon para visitar el frente. La reacción de todos los comandantes fue tan unánime que acabó convenciéndose de que Rommel tenía razón, y pidió disculpas.

Se dio cuenta de que, al igual que en el frente oriental, Hitler no quería ver la realidad y que cuando sus sueños no conseguían materializarse buscaba un chivo expiatorio.

Eberbach, mientras tanto, había sustituido a Geyr. Descubrió que la Panzergruppe West carecía de un cuartel general y de un Estado Mayor propios de un ejército. En su informe de traspaso de poderes, Geyr destacó varios puntos. «Los tanques alemanes son superiores a los ingleses y a los americanos en blindaje y armamento». La moral de las tropas alemanas seguía siendo «comparativamente buena», debido a una «propaganda efectiva». En el sector británico, «el número de fuerzas parece bastar para una defensa en condiciones normales», y el terreno era favorable. Habían «creado un centro de gravedad frente a un posible ataque enemigo» mediante la concentración de ocho divisiones acorazadas, un cuerpo de baterías antiaéreas y dos brigadas Nebelwerfer. Pero el tiempo que tardaba una división de infantería en quedar completamente exhausta tras entrar en acción era de dos a cuatro semanas.36 Incluso el general Jodl reconoció al finalizar la guerra que «los ataques británicos fueron un obstáculo permanente que impedía que las divisiones de infantería pudieran relevar con celeridad a las blindadas, y frustraron una y otra vez nuestros planes de trasladar más fuerzas al sector occidental. Estos ataques contribuyeron por tanto de manera sustancial a facilitar el avance americano».37

Aunque Geyr insistía en que los franceses eran «amigos» y en que se habían producido muy pocos ataques de los partisanos en Normandía, lo cierto es que las autoridades militares alemanas comenzaban a estar muy nerviosas. Con el objetivo de atemorizar a la población de París, hicieron desfilar por las calles de la capital a seiscientos prisioneros de guerra de nacionalidad británica y estadounidense. Algunos transeúntes daban ánimos en voz baja a los soldados aliados, y otros los cubrían de improperios, tal vez influenciados por la propaganda nazi que hacía hincapié en los bombardeos aéreos de los aliados. Un paracaidista americano, al que propinaron patadas y escupieron en la cara unos simpatizantes alemanes, «se salió de repente de la fila para darle un puñetazo» a uno de aquellos individuos, y un guardia le pinchó en una nalga con la bayoneta.38

El día D. La batalla de Normandía
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