En cualquier caso, para llegar a Caen en un solo día la 3.a División de Infantería habría tenido que enviar por delante al menos a dos grupos de combate, cada uno de ellos con un regimiento acorazado y un batallón de infantería. Teóricamente, la infantería habría debido ir en vehículos blindados aptos para el transporte de personal, tipo de medio que el ejército británico tardó otros veinte años en adquirir. Salvo unas pocas honrosas excepciones, el ejército británico estaba lamentablemente mal preparado para las operaciones de infantería con tanques. El problema derivaba en gran parte del sistema militar y por ende de la renuencia a imitar el sistema alemán de granaderos acorazados, con una infantería blindada y unas fuerzas de tanques perfectamente cohesionadas capaces de trabajar juntas en todo momento.
El plan consistía en que la 8.a Brigada de Infantería tomara las colinas de Périers. Luego la 185.a Brigada, con tres batallones de infantería y sólo un regimiento acorazado, pasaría entre medias y avanzaría hacia Caen. Se suponía que el 2.° Batallón Shropshire de Infantería Ligera del Rey habría montado en los tanques de la Staffordshire Yeomanry en la zona de reunión cerca de Hermanville, y que luego habría encabezado el avance hacia el sur en dirección a Caen. Debía ser apoyado por el 2.° Batallón del Regimiento Real Warwickshire por la derecha y por el 1.er Batallón del Regimiento Real Norfolk por la izquierda.
Los tres batallones de infantería estaban ya listos en Hermanville a las 11:00, pero no se veía ni rastro de la Staffordshire Yeomanry. La marea inusualmente alta había dejado reducida la playa a poco más de diez metros, de modo que no había espacio para que los tanques pudieran maniobrar. Y como la artillería alemana seguía bombardeando las rutas que se dirigían hacia el sur, el atasco del tráfico llegaba hasta las propias playas cuando algunos vehículos se incendiaron. Las minas impedían que los tanques avanzaran campo a través. El oficial al mando de la brigada estaba angustiado, pues no sabía si debía lanzar o no el ataque a pie y sin el apoyo de los tanques. Tras esperar una hora, ordenó a la infantería ponerse en marcha.
Mientras tanto, la 8.a Brigada encontró un gran obstáculo en su ofensiva contra las colinas de Périers en dos fortines cuyos nombres en clave eran «Hillman» y «Morris». Morris, que tenía cuatro cañones de 105 mm, fue tomado enseguida. Sus desmoralizados defensores se rindieron al cabo de una hora, pero Hillman resultó un complejo mucho más formidable. Ocupaba una extensión de 400 X 600 m aproximadamente, tenía «reductos de hormigón muy profundos y cúpulas de acero con un sistema completo de trincheras comunicadas entre sí».21 Al carecer del apoyo de la artillería naval que se tenía previsto debido a la muerte del oficial de observación avanzada, el 1.er Batallón del Regimiento Suffolk tuvo que enfrentarse a la terrible tarea de cruzar los campos de minas y las alambradas con la única cobertura proporcionada por la artillería de campaña y las metralletas.
Los integrantes del Regimiento Suffolk pidieron el apoyo de algunos tanques, y se ordenó el desvío de un escuadrón de la Staffordshire Yeomanry, que resultaba necesario con urgencia, para que los ayudara, reduciéndose así aún más las débiles fuerzas acorazadas asignadas al avance sobre Caen. Dado el enorme campo de tiro de que disponía, el fortín Hillman hizo que a la 185.a Brigada le resultara muy difícil sortearlo en su avance, y que los Norfolk perdieran ciento cincuenta hombres. Hillman era además el cuartel general del 736.° Regimiento de Granaderos. Su comandante se encargó de que sus hombres «combatieran con determinación hasta la muerte».22 En algunos casos, hubo que obligar a «salir de sus reductos a los defensores haciendo estallar cargas explosivas pesadas colocadas por los zapadores del batallón». Pese a ser perfectamente consciente de la existencia de Hillman, que se encontraba marcado con precisión en todos sus mapas, la 3.a División de Infantería había subestimado gravemente su fuerza.
Aunque los británicos sufrieron muchas bajas en las inmediaciones de Hillman, lo que sufrieron los 60 000 habitantes de Caen fue mucho peor. De acuerdo con la estrategia ideada para retrasar la llegada de refuerzos alemanes, los bombarderos pesados de la RAF empezaron a lanzar sistemáticamente su carga sobre Caen a las 13:45. Las octavillas difundidas aquella misma mañana con el Message Urgent du Commandement Suprème des Forces Expéditionnaires Alliées advirtiendo a la población de que debía dispersarse inmediatamente por el campo surtieron muy poco efecto. Sólo unos pocos centenares de personas habían abandonado la ciudad antes de que llegaran los bombarderos.
André Heintz, joven miembro de la Resistencia, vio cómo se acercaba la formación de aviones y cómo eran lanzadas las bombas, que oscilaban al caer. Los edificios temblaban con las explosiones. Algunos daban la sensación de estar a punto de derrumbarse para recuperar después inesperadamente el equilibrio. Otros se vinieron abajo y las fachadas se precipitaron en las calles estrechas, bloqueándolas por completo. Los escombros de ladrillo y cemento produjeron enormes nubes de polvo, de las que de vez en cuando emergía alguna persona como si saliera de detrás de una cortina de humo. Envueltas en un polvo fino y pálido, las gentes tenían un aire espectral, sujetándose los brazos o los hombros lacerados. Fueron muchos más, sin embargo, los que perecieron enterrados entre las ruinas de las casas junto con sus hijos, pues aquella mañana las escuelas habían suspendido las clases.23 Un médico que pasó corriendo camino del hospital, vio cómo era pasto de las llamas el Monoprix, los principales grandes almacenes de la ciudad.24 Las bombas rompieron las tuberías del agua, de modo que la labor de los zapadores del servicio de bomberos se vio seriamente dificultada.
Entre los principales edificios que sufrieron daños graves o que fueron destruidos cabe citar la Abbaye aux Hommes, una basílica enorme, rematada por un ábside con cinco chapiteles, el Palacio de los Duques, que databa del siglo XIV, un monasterio de la época de Guillermo el Conquistador, la iglesia Saint-Étienne, ricamente decorada, y la Gare Routiére, la estación de autobuses, una construcción enorme de estilo art-déco.25 Varios bombarderos fueron abatidos en el curso de la operación. Uno cayó envuelto en llamas, rozando el tejado de una mansión situada fuera de la ciudad, en las inmediaciones de Carpiquet, y se estrelló en el parque trasero. Se formó una enorme bola de fuego y la munición empezó a estallar. «Pueden verse las siluetas de las vacas aterrorizadas que pasan corriendo ante las llamas», escribiría un testigo. «Es un espectáculo alucinante».26
Los jóvenes de la ciudad mostraron enseguida un valor y una entrega notables. Muchos pertenecían ya a la Défense Passive, el servicio voluntario de socorro, pero fueron muchos más los que se unieron a ella de inmediato con el fin de prestar ayuda. Las ambulancias no podían pasar por las calles bloqueadas, de modo que las personas que habían resultado heridas de más gravedad eran conducidas en camilla al principal hospital de emergencia improvisado en el convento del Bon Sauveur. Un hombre muy corpulento que fue llevado en camilla por toda la ciudad en ruinas hasta el hospital no paraba de pedir disculpas a sus porteadores, que sudaban debido al esfuerzo: «¡Ojalá estuviera un poco menos gordo!», decía una y otra vez.27 Otros voluntarios se pusieron a retirar escombros en su afán por encontrar a las personas enterradas vivas que pudiera haber entre las ruinas. Un joven perteneciente a la Défense Passive encontró a un individuo que se había lanzado al pillaje y lo amenazó con detenerlo. El saqueador se echó a reír en su cara al ver que iba desarmado. El voluntario se puso furioso y le arrojó a la cabeza una pala; casualmente la hoja de ésta le seccionó la yugular. En los bolsillos del ladrón fueron encontradas algunas joyas y, según se contó, la mano cortada de una mujer con anillos en los dedos.28
El propio refugio del Bon Sauveur había sufrido también daño. Una monja que saltó al cráter abierto por una bomba buscando dónde protegerse fue enterrada por otro proyectil que explotó al lado. Un ala del convento albergaba un manicomio. Sobre él cayeron algunas de las últimas bombas que fueron lanzadas, causando la muerte a varios internos y sacando totalmente de quicio a los demás que, presa del pánico, gritaban agarrándose a los barrotes. Sabedor de que su hermana estaba asistiendo a uno de los cirujanos en un quirófano improvisado, el propio Heintz decidió presentarse también en él por si podía ser útil. Al ver los cubos llenos de sangre, se le ocurrió de pronto la idea de empapar en ella unas cuantas sábanas y desplegarlas sobre el césped para indicar a los aviones que se trataba de un hospital. Una vez seca la sangre, dejó de ser roja, pero a la mañana siguiente se improvisó otra cruz con unas cuantas alfombras rojas y sábanas teñidas con mercromina.
Seis equipos quirúrgicos habían estado preparados desde que aquella mañana se tuvo noticia de la invasión. La Défense Passive de Caen se había instalado en el Bon Sauveur desde primeros de año. El Lycée Malherbe fue designado hospital subsidiario, mientras que en la otra orilla del Orne, el Hospicio de las Hermanitas de los Pobres hacía también las veces de centro de acogida de heridos. Las diferentes organizaciones colaboraron unas con otras con gran eficacia.29 A petición de los médicos, grupos de policías se dedicaron a requisar medicamentos en las farmacias y clínicas de la ciudad. Los profesionales de la medicina de Caen fueron elogiados calurosamente en un informe que subrayaba la «magnífica actitud de los médicos de la ciudad, que mostraron una entrega sin límites».30
A las afueras de la población, por la zona sur, unas quince mil personas buscaron refugio en unos túneles descubiertos recientemente que formaban parte de las canteras de piedra medievales. Se llevaron maletas cargadas de comida y libros de oraciones, sin saber que aquel lugar húmedo y mal ventilado iba a ser su miserable refugio durante más de un mes. No había retretes ni agua corriente, y casi todo el mundo sufrió las picaduras de piojos, pulgas y chinches.
Una tragedia más modesta, pero más intensa a la vez, había tenido lugar en Caen esa misma mañana. La Gestapo se había presentado en la Maison d’Arrét, la cárcel de la ciudad, y había entrado en la sección en la que los presos de la Resistencia francesa se hallaban bajo la custodia de guardias alemanes. Los guardianes franceses de la sección civil vieron lo que sucedió por un agujero existente en la mampara de lona que había sido colocada para aislar la sección militar alemana. En total, ochenta y siete miembros de la Resistencia fueron conducidos aquella mañana al patio y fusilados en tandas de seis. Las víctimas de la matanza pertenecían a toda la gama política y social de la Resistencia, desde miembros de la ORA hasta comunistas, y desde un ferroviario hasta el marqués de Touchet.31 Otro preso que oyó los disparos desde su celda recuerda que ninguno exhaló ni un gemido, excepto un hombre que, al salir al patio y darse cuenta de lo que le esperaba, se puso a gritar: «¡Oh no! ¡No! ¡Mi mujer, mis hijos!… ¡Mis hijos!». Su voz fue silenciada por la descarga.
Aquella noche, la carcelera alemana que hasta entonces había mostrado una conducta atroz para con las prisioneras a su cargo, apareció «pálida y a todas luces aterrorizada» por lo que había ocurrido. Devolvió incluso a las presas que sobrevivieron algunas de sus posesiones, asegurando que «el ejército alemán es honrado». Tres semanas después, antes de que los británicos tomaran la ciudad, volvió la Gestapo y retiró los cadáveres[17]. 32
No cuesta demasiado trabajo imaginar la desolación de los habitantes de Caen por la destrucción de su ciudad. «Con un frenesí bestial», escribió uno de ellos «las bombas reventaban las entrañas de la ciudad sin piedad».33 Otro describía el bombardeo como un acto «tan inútil como criminal». En la población no había habido nunca más de trescientos alemanes, decía, y aunque el objeto de tanta destrucción fuera acabar con las líneas de comunicación y de transporte, los bombarderos no acertaron a volar ni un solo puente.34 En total murieron en Caen unas ochocientas personas a consecuencia del bombardeo aéreo y naval de los dos primeros días. Resultaron heridas muchas más.35
Un gran número de ciudades situadas a lo largo de las principales rutas de la zona de invasión corrieron una suerte parecida. Además de Saint-Lô, Caen y Falaise, Lisieux, un poco más al este, sufrió dos grandes bombardeos aéreos. «La ciudad está en llamas y parece completamente abandonada», decía un informe enviado a París.36 Se pedía también en él que el comisario de policía fuera castigado por haber abandonado su puesto durante la noche mientras la ciudad ardía. Murieron tantos bomberos y se perdió tanto material durante el primer ataque que resultó imposible luchar contra el fuego cuando se reanudaron los bombardeos. Al sur, se dijo que Argentan y Ecouché habían quedado «casi arrasadas». En Argentan «todos los gendarmes [estaban] muertos o heridos». Las bombas produjeron un pánico terrible, además de la destrucción generalizada de edificios.37 En total, unos cien mil habitantes del departamento de Calvados se convertirían en refugiados. Los 60 000 habitantes de Caen quedaron reducidos a 17 000.
Esta estrategia de interdicción aérea mediante bombardeos comportaba una curiosa contradicción. Si Montgomery pretendía realmente conquistar Caen el primer día, ¿por qué quiso que la RAF arrasara la ciudad, de modo que sus calles resultaran intransitables? Eso no hacía más que favorecer al defensor.
Mientras tanto, en Londres todo el mundo estaba lleno de incertidumbre y esperaba más noticias tras el comunicado radiofónico del rey a la nación. Después Churchill hizo una declaración ante la Cámara de los Comunes, llena a rebosar. «Es el primero de una serie de desembarcos», comentó en apoyo de la Operación Fortitude, aunque técnicamente fuera culpable de mentir a la Cámara. «Hasta el momento los mandos responsables informan que todo está saliendo según el plan previsto… ¡Y menudo plan!».
Fuera, las calles y los comercios de Londres estaban vacíos; los taxis circulaban de aquí para allá, incapaces de encontrar clientes. «En la Abadía de Westminster», escribía una periodista, «mecanógrafas con vestidos veraniegos y los habituales visitantes ancianos con ropas de aspecto rústico entraban a rezar junto a la tumba del Soldado Desconocido de la última guerra, o a contemplar con la mirada perdida los colores desconchados y los héroes de mármol de unas batallas que ya no parecían tan remotas».38 El mariscal sir Alan Brooke no pudo dejar de asistir ese día a un almuerzo en honor del marajá de Cachemira en compañía de la Sra. Churchill. «Durante todo el día», anotó en su diario, «me ha costado muchísimo trabajo darme cuenta de que mientras Londres seguía tranquilamente a lo suyo, estaba librándose un feroz combate no muy lejos de aquí en la costa de Francia».39
A poco más de trescientos kilómetros al sur, la lucha librada para tomar Hillman era efectivamente feroz. Los desgraciados integrantes del Regimiento de Suffolk fueron acusados injustamente del retraso, lo mismo que su general de brigada. El principal error había sido la falta de previsión de la 3.a División, que no había suministrado apoyo suficiente, como, por ejemplo, los AVRE necesarios para poner fuera de combate los bunkeres y sus proyectiles. Y tampoco puede nadie culpar al Regimiento Shropshire de la Infantería Ligera del Rey (KSLI), que continuó avanzando valerosamente hacia Caen con un apoyo blindado insuficiente. Incluso teniendo en cuenta lo imprevisible de la pleamar de aquel día, la responsabilidad correspondería a los niveles más altos. Ni el general sir Miles Dempsey, el comandante en jefe del 2.° Ejército británico, ni el general Montgomery habían pensado en esta fase fundamental de la operación y no habían asignado con la suficiente claridad lo que era prioritario.
Los canadienses tampoco pudieron contar con los semiorugas americanos, pero mostraron cuál era el planteamiento adecuado en su avance hacia Carpiquet montando a la infantería en tanques y acaparando todos los vehículos ligeros armados con fusil ametrallador. Pero el intento de los británicos de tomar Caen estaba condenado al fracaso, aunque al principio no había habido retrasos ni se congestionaron las playas cuando llegó la segunda tanda de invasores. El avance del KSLI hacia Lebisey, a poco más de tres kilómetros del centro de Caen, fue una hazaña de gran valor. Los escasos efectivos que quedaron de él, terriblemente maltrechos, tuvieron que retirarse, al carecer del imprescindible apoyo acorazado.
Por otra parte, la suerte del Regimiento Shropshire de Infantería Ligera podría haber sido mucho peor si la 21.a División Acorazada alemana hubiera contado con el fundamental liderazgo que Feuchtinger evidentemente no le proporcionó. Cuando a última hora de la tarde, tras dar la vuelta por Caen, el regimiento blindado de Oppeln-Bronikowski estuvo en condiciones de atacar el hueco existente entre la 3.a División y los canadienses, los británicos estaban preparados para recibirlos. El teniente coronel Eadie, el oficial al mando de la Staffordshire Yeomanry, había previsto su movimiento. Había concentrado al oeste de Hermanville tres escuadrones de Sherman «Fire-fly» armados con el cañón de diecisiete libras, un arma casi tan eficaz como los cañones de 88 mm de los tanques Tiger[18]. 40 Gracias a la superioridad de su alcance, los tanques de la Staffordshire Yeomanry pusieron fuera de combate en cuestión de segundos a trece de los carros blindados Mark IV de Oppeln-Bronikowski. Sólo un pequeño destacamento de la 21.a División Acorazada alemana logró colarse y llegar a la costa, pero tuvo que retirarse rápidamente.
Por una feliz coincidencia para los británicos, la espectacular aparición a las 20:30 de casi 250 planeadores que traían a una brigada de infantería para reforzar a la 6.a División Aerotransportada, contribuyó a convencer a Oppeln-Bronikowski de que debía emprender la retirada. El campo de batalla casi se congeló cuando la mirada de los presentes se llenó de admiración ante lo que veían. Un subalterno del 2.° Batallón de los Royal Ulster Rifles oyó sin querer a uno de sus soldados comentar la llegada por el aire de la unidad hermana en los siguientes términos: «Supongo que eso es lo que el 1.er Batallón llama una puta marcha de entrenamiento». De repente los destacamentos de artillería antiaérea y las ametralladoras de la 21.a División Acorazada abrieron fuego y se pusieron a disparar con furia. Derribaron a menos de una docena de planeadores, aunque dijeron que habían sido veintiséis.41
Hillman cayó por fin a las 20:15. Los del Regimiento Suffolk empezaron a abrir trincheras en las que pasar la noche y el escuadrón de tanques que les había prestado apoyo se retiró para proveerse de nuevas municiones. Todo el trabajo cesó cuando vieron llegar los planeadores. «También los prisioneros alemanes quedaron impresionados», comentó su oficial al mando, «pero de diferente manera. Parecían pensar que aquello no era justo».42
Una sensación distinta de irrealidad seguía envolviendo a su comandante supremo en el Berghof. Tres horas antes, el general Günther Blumentritt, jefe del Estado Mayor del OB West, había dicho al cuartel general del 7.° Ejército que Hitler quería que «el enemigo [estuviera] aniquilado el 6 de junio por la noche, pues hay peligro de que se produzcan más desembarcos por mar y de que lleguen más fuerzas aerotransportadas. Según una orden del general Jodl, todas las unidades deben ser desviadas al punto de penetración en Calvados.
La cabeza de playa [del enemigo] debe ser eliminada NO más tarde de la presente noche».43 El jefe del Estado Mayor del 7.° Ejército contestó que eso iba a ser imposible. El asistente de la Luftwaffe de Hitler, Nicolaus von Below, que se encontraba con él en el Berghof, se dio cuenta de que el Führer todavía no había aceptado la verdadera fuerza del poderío aéreo de los aliados. «Seguía convencido de que podía repeler a las fuerzas terrestres».44
Una curiosa demostración de la supremacía aérea aliada tuvo lugar esa misma noche. Junto con la División de la SS Hitlerjugend, el Führer contaba con otra división acorazada con todo su potencial para devolver a los aliados al mar. La Panzer-Lehr División del teniente general Fritz Bayerlein había recibido la orden de dirigirse a toda velocidad hacia la costa. Pero antes incluso de que esta unidad se pusiera en marcha la tarde del 6 de junio, sus efectivos fueron bombardeados en su zona de concentración. Bayerlein se presentó ante el Generaloberst Dollmann en su cuartel general de Le Mans. Deseaba mantener sus tanques a cubierto durante las horas diurnas para evitar a los cazabombarderos aliados, pero Dollmann le ordenó que siguiera adelante. Bayerlein, «hombre de corta estatura, robusto y enérgico», que había sido jefe del Estado Mayor de Rommel en el norte de África, quedó casi mudo de cólera ante tanto tiempo perdido y el estúpido derroche que ahora se le exigía.45
El propio Rommel tampoco se sintió de muy buen humor cuando, al regresar, descubrió que el último puente que quedaba sobre el Bajo Sena había sido destruido por los cazabombarderos aliados. Entró directamente en la sala de operaciones del castillo de La Roche-Guyon y se quedó un rato contemplando el mapa. «¿Qué ha ocurrido con nuestra orgullosa Luftwaffe?», preguntó cínicamente. La respuesta era perfectamente previsible. «¿Cómo va el ataque de la 21.a División Acorazada?». No habían llegado detalles de ningún tipo. «¿Por qué se han puesto en marcha la Panzer-Lehr División y la 12.a de la SS?». Como toda respuesta, Speidel expuso la negativa del OKW a tomar cualquier decisión. «¡Qué locura!», dijo Rommel. «Naturalmente ahora llegarán demasiado tarde, pero tenemos que conseguir que se pongan en movimiento de inmediato».46
Aunque no habían logrado asegurar algunos objetivos claves, los aliados al menos estaban en tierra. Las amadísimas divisiones acorazadas de Hitler eran ya incapaces de desalojarlos. Pero los combates que estaban por venir harían que las bajas sufridas por los aliados el Día D parecieran relativamente pocas. Las unidades británicas, que creían haberlo «hecho ya todo antes» en el norte de África, iban a llevarse una sorpresa tremenda cuando se enfrentaran a la Waffen-SS.
La fuerza aérea aliada podría hacer relativamente poco para ayudarlos cuando tuvieran que enfrentarse a unos defensores competentes y resueltos, pueblo a pueblo, en los campos de grano que rodeaban Caen, y parcela a parcela en el bocage normando[19].