Un número aún mayor de observadores se había reunido en el cuartel general del VII Cuerpo de Collins para contemplar «el gran espectáculo». Los periodistas, impacientes se empujaban unos a otros mientras esperaban. El corresponsal de guerra soviético, coronel Kraminov, que tenía siempre una palabra mordaz para casi todo el mundo, describió a Ernest Hemingway diciendo que miraba a todos por encima del hombro. «Aquel knickerbocker pelirrojo y rimbombante», añadió, «contaba anécdotas tan aburridas como sus numerosas y superficiales obras».8 Cuando el general Bradley terminó su informe para los corresponsales, los oficiales del Estado Mayor continuaron dando explicaciones. «No se trata de un ataque con un objetivo limitado. Eso es. Se trata de la gran ofensiva». No se aludió en ningún momento a las bajas producidas por sus propias bombas.

Una misión militar soviética procedente de Londres estaba visitando también por aquel entonces al 1.er Ejército estadounidense. El general Hodges llegó al V Cuerpo de Gerow con un grupo de oficiales soviéticos vistiendo unos pantalones con raya roja y charreteras doradas. Los oficiales del Ejército Rojo se mostraron muy interesados por todo lo que veían y preguntaron por los soldados enemigos capturados. Se «pusieron perceptiblemente rígidos», sin embargo, cuando un miembro del cuartel general de Gerow dijo: «No valían gran cosa; eran polacos y rusos». Probablemente no fuera el desdén por sus cualidades militares lo que les disgustó, sino la forma de recordarles que casi un millón de antiguos soldados del Ejército Rojo prestaba servicio con uniforme de la Wehrmacht bajo distintos grados de coacción[53]. 9

El teniente general Leslie J. McNair, comandante de las fuerzas de Tierra, era otro de los observadores. Su visita al frente había sido mantenida en secreto porque debía suceder a Patton como comandante en jefe del I Grupo de Ejército norteamericano, totalmente ficticio, que amenazaba al paso de Calais[54]. McNair se encontraba en el cuartel general de la 30.a División, pero entonces decidió trasladarse al 120.° Regimiento de Infantería para contemplar el bombardeo desde primera línea.

Un presagio siniestro tuvo lugar justo antes del ataque. De repente los alemanes dispararon una salva de artillería certera y rápida. Dos soldados americanos de la 30.a División, que habían salido corriendo en direcciones distintas para lanzarse a la misma trinchera en busca de protección, se clavaron uno a otro la bayoneta. Un sanitario fue corriendo a prestarles ayuda y les vendó las heridas.10 Poco después, el general McNair, que tuvo noticia de este insólito accidente, mandó llamar al sanitario para preguntarle por el suceso. Pero esta misma desgracia estaba a punto de repetirse a una escala mucho mayor.

Aquella mañana, 25 de julio, la hora H estaba prevista para las 11:00. El proceso de bombardeo se repitió. El rugido de los primeros cazabombarderos se oyó llegar a la 09:40, justo a la hora prevista. Durante los veinte minutos siguientes distintas escuadrillas, en sucesivas oleadas, bombardearon sus objetivos situados entre el frente y la carretera Périers-Saint-Lô, con gran precisión. Los soldados, unos sentados y otros de pie sobre sus vehículos, saludaron con gestos y vítores la llegada de los aviones. Luego, antes incluso de que el ruido de los motores de los Thunderbolt se disipara, pudo oírse el constante rugido de los bombarderos pesados que venían desde atrás, y todos pudieron ver cómo se aproximaban en formación mil B-17 Flying Fortress y B-24 Liberators.

Parece que a nadie se le había ocurrido pensar que las cosas pudieran salir mal por segunda vez. El general McNair había dejado su coche oficial detrás de un tanque y se adelantó un poco a pie para gozar de una vista mejor. Soplaba una brisa del sur, cuyo efecto no se había tenido en cuenta. Las primeras bombas fueron lanzadas sobre el objetivo, pero el viento alejó el humo y el polvo hacia el norte, más allá de la carretera Périers-Saint-Lo, de modo que las siguientes oleadas de bombarderos empezaron a lanzar su cargamento antes de la zona marcada. Las compañías más adelantadas se dieron cuenta del peligro y lanzaron granadas de humo naranja como señal de advertencia, pero la cantidad de humo y de polvo era tal que las tapó por completo. Entre las fuerzas de tierra y los bombarderos pesados no había comunicación por radio.

Los tripulantes de los tanques se metieron a toda prisa en sus vehículos y cerraron las escotillas, pero la infantería y el general McNair quedaron totalmente al descubierto. En los regimientos de infantería más avanzados se produjeron en total 101 muertos y 463 heridos. Uno de los médicos que fue a prestar ayuda se sorprendió al constatar que «las caras de los muertos seguían sonrosadas».11 Presumiblemente se debiera a que murieron como consecuencia de la explosión y no de las heridas de metralla.

McNair fue una de las víctimas. Su cadáver fue trasladado a un hospital de campaña y todo el personal del mismo juró guardar el secreto. Al margen de las bajas sufridas, el efecto de aquel segundo error sobre los hombres que se encontraban a punto de lanzar la ofensiva fue devastador. Un teniente recordaba que sus hombres quedaron enterrados en sus trincheras. «En muchos casos sólo asomaba entre los escombros un brazo o una pierna, y hubo que desenterrarlos».12 La 4.a División de Infantería comunicó que «todos los soldados y oficiales que fueron bombardeados fueron testigos de la terrible conmoción que supuso la experiencia. Muchos hombres se quedaron confusos durante un rato, mirando con los ojos ausentes e incapaces de entender cuando les preguntaban».13 En la 30.a División, hubo 164 hombres que tuvieron que ser evacuados víctimas de fatiga de combate como consecuencia del incidente.

Las compañías que habían sufrido el bombardeo esperaban que la hora H se pospusiera tras lo ocurrido, pero Bradley insistió en que la operación diera comienzo de inmediato. Su actitud suponía un optimismo excesivo, dadas las circunstancias. Aparte del shock sufrido, los tanques que debían acompañar el avance de la infantería se habían replegado durante el bombardeo y habían perdido contacto con ella.

Los alemanes, que habían sufrido de lleno la embestida del bombardeo, se hallaban en una situación mucho peor. La Panzer-Lehr-Division de Bayerlein y la 275.a División de Infantería se hallaban en el ojo del huracán. La Panzer Lehr había sufrido graves daños el día anterior, a pesar de que el bombardeo había sido muy limitado, y la artillería alemana había utilizado una gran proporción de su reducida provisión de municiones, dando por supuesto que se trataba del ataque principal. Bayerlein había replegado el grueso de sus fuerzas, lo que las situó justo en la zona marcada como objetivo para el día 25. Algunos mandos alemanes creían incluso que habían logrado repeler el ataque abortado, de modo que el retraso de un día vino a confundir aún más al enemigo y no desenmascaró el plan de los americanos. Kluge pensó incluso que el bombardeo del día 24 quizá fuera una táctica de diversión para ocultar una gran ofensiva de los británicos. Inmediatamente se trasladó al frente a visitar a la Panzergruppe West y discutió la situación con el general Eberbach.

Sus sospechas parecieron confirmarse porque Montgomery, con un sentido de la oportunidad perfecto, lanzó la Operación Spring al amanecer del día siguiente, justo cuatro horas antes de que empezara en serio la Operación Cobra. Fue el intento de tomar la cresta de Verriéres, junto a la carretera Caen-Falaise, que llevó a cabo el II Cuerpo canadiense. Aunque la ofensiva fracasó estrepitosamente, lo cierto es que no habría podido tener mejores consecuencias. Kluge se convenció aún más de que Falaise era el objetivo fundamental de los aliados. Así pues, no accedió a trasladar dos divisiones acorzadas del sector británico al americano hasta más de veinticuatro horas después del lanzamiento de la Operación Cobra y todas estas fuerzas tardaron en llegar al frente otros dos días[55]. La Operación Goodwood y la Operación Spring lograron, pues, el principal objetivo de Montgomery, aunque ni una ni otra consiguió ningún hito importante[56]. 14

El bombardeo en toda regla del 25 de julio tuvo un efecto devastador sobre los soldados y los vehículos alemanes. «Todo el lugar parecía un paisaje lunar; todo estaba quemado y reventado», escribió Bayerlein. «Resultaba imposible poner en marcha los vehículos o recuperar los que habían sido dañados. Los supervivientes estaban como locos y no eran de ninguna utilidad. No creo que el infierno pueda ser peor de lo que hemos visto aquí».15 Bayerlein, que era propenso a la exageración, afirmó al principio que la Panzer-Lehr-Division había perdido 35 tanques, 15 cañones de asalto y 2000 hombres. Luego revisó esas cifras y dijo que habían sido 25 tanques, 10 cañones de asalto y casi 1000 hombres.16 Un regimiento paracaidista de su sector fue también aniquilado. En cualquier caso, no cabe duda de la conmoción que debió de suponer. Un médico americano anotó en su diario que «muchos [de los prisioneros capturados] apenas podían balbucir, estaban como atontados».17

Un oficial de artillería americano que se internó en la zona marcada como objetivo observó que «al término de esta gran operación de bombardeo la tierra parecía como si hubiera sido surcada por un arado. Dentro de un área de varios kilómetros cuadrados, no podía verse prácticamente a ningún ser humano o animal vivo y había toda clase de camiones, cañones y máquinas de todo tipo en absoluto desorden sobre el suelo cubierto de profundas cicatrices».18 En algunos casos los tanques Panther habían volcado y se apoyaban en su caparazón como si fueran tortugas. Varios días después del ataque, Patton sobrevoló el sector correspondiente a la Operación Cobra a unos mil metros de altura en un avión de observación. Incluso allí arriba, el hedor de las vacas muertas resultaba insoportable.

Sin embargo, no había sido eliminada toda la resistencia. La 4.a División de Infantería comenzó su avance mientras esperaba que sus tanques la alcanzaran. Tras los primeros setecientos metros, se encontró con las posiciones alemanas, que contaban con el apoyo de tanques escondidos en un sendero hundido entre los setos. Los grupos de bazookas dejaron fuera de combate los tanques, que quizá estuvieran estropeados, y acribillaron al grupo de alemanes que les salió al encuentro junto al seto. «El resto se apelotonaron en un rincón del seto y se pusieron a gritar: "Kamerad!"». Uno de los jefes del pelotón se adelantó y les hizo señas de que se acercaran. Mientras lo hacía, alguien le pegó un tiro. El otro jefe del pelotón se adelantó también, pero fue alcanzado por una granada. No podíamos ver de qué parte de la posición enemiga procedía el fuego y no podíamos poner en peligro a nadie más, así que abatimos a balazos a los alemanes que se querían rendir».19

La 4.a División de Infantería no consiguió avanzar más de dos kilómetros aproximadamente. «El resultado del primer día no puede decirse que fuera una verdadera ofensiva general», reconocía el cuartel general de la unidad.20 La 9.a División, a su derecha, y la 30.a, a su izquierda, no hicieron mucho más. Se generalizó la sensación de que el bombardeo había resultado profundamente decepcionante. Tanto los mandos como las tropas se mostraban extremadamente cautelosos, en parte a consecuencia de las largas semanas de combate en el bocage. El comandante del cuerpo, el general Collins, tomó entonces una decisión muy audaz. El 26 de julio acordó sacar a las divisiones acorazadas antes de lo previsto.

Ese día, los alemanes enviaron sus últimas reservas a La-Chapelle-en-Juger, pero fueron víctima de los ataques de los cazabombarderos. No tardó en quedar patente que el sector comprendido entre la 4.a y la 9.a División estaba prácticamente abierto. Choltitz y Hausser no comprendieron el verdadero alcance del peligro, sobre todo porque los bombardeos habían destruido muchas líneas telefónicas y telegráficas.

Por el centro, la 4.a División de Infantería avanzaba ahora sin problema. «La eficacia del bombardeo seguía siendo evidente», comunicó la división. «Aunque ya había pasado un día, muchos alemanes seguían pareciendo turbados. Fueron capturados muchos prisioneros y daba la sensación de que estaban totalmente abatidos».21 En una ocasión, tres tanques Panther fueron rodeados por la infantería y sus tripulaciones se rindieron. A una unidad le hizo mucha gracia descubrir en un tanque abandonado por la Panzer-Lehr-Division «toda una colección de ropa de mujer, incluidas medias de seda y bragas».22 En el flanco este, tras recuperarse notablemente bien del bombardeo accidental sufrido el día anterior, la 30.a División hizo frente a duros combates en torno a Hébécrevon, al noroeste de Saint-Lô. Pero luego la resistencia alemana empezó a venirse abajo rápidamente.

La mañana del 26 de julio, Collins ordenó que la 1.a División, junto con un comando de combate de la 3.a División Acorazada, arremetiera por la derecha. Mientras tanto, el comando de combate del general de brigada Rose, de la 2.a División Acorazada, debía atacar por la izquierda, primero junto con la 30.a División, y luego avanzando solo hacia el sur en dirección a Saint-Gilles. El entrenamiento intensivo realizado previamente por Rose para «armonizar» a la infantería y a los blindados en una táctica conjunta surtió efecto. Tenía al 22.° Regimiento de Infantería de la 4.a División para tripular los tanques, ocho hombres por cada Sherman, y cuatro por cada tanque ligero. El tercer batallón venía detrás en camiones. Los socavones provocados en las carreteras por los bombardeos aéreos y por la artillería los obligaban a entretenerse a veces, y cuando encontraban alguna resistencia, la infantería se apeaba de los vehículos. Avanzaban arrastrándose por el suelo para localizar los carros blindados enemigos, tarea facilitada en gran medida por la costumbre de los alemanes de dejar los motores de sus tanques encendidos. La infantería indicaba entonces su posición a sus blindados, que procedían a entablar combate con ellos. Consciente de que el principal problema iba a ser el reavituallamiento, Rose había ordenado que se cargara en los tanques el doble de raciones de comida, de granadas y de bandoleras de balas de fusil para la infantería.

La 2.a División Acorazada, orgullosamente conocida como «el Infierno sobre Ruedas», había sido organizada por el propio general Patton. Se jactaba de ser una formación de grandes bebedores y grandes combatientes. Esos tankers adoptaban aires de superioridad con la infantería, a cuyos integrantes llamaban los «doughs», y el espíritu de temeridad de Patton se reflejaba también en su gusto por el juego. Un oficial reconocía que eran «pero que muy aficionados al saqueo».23 Las tropas encargadas de tripular los tanques en todos los ejércitos suelen ser los peores saqueadores, aunque sólo sea porque son los primeros que entran en acción con la infantería, pero tienen más oportunidades que ésta de esconder el botín. Otro oficial observaba, en cambio, que pocos de sus hombres perdían el control en la batalla. «El número de individuos a los que les gusta matar es afortunadamente muy pequeño», escribía. «Son traicioneros y desmañados y es peligroso tenerlos cerca».24 En cualquier caso, la profesionalidad y la actitud chovinista de la 2.a División Acorazada era exactamente lo que se necesitaba para aprovechar la oportunidad proporcionada por la Operación Cobra.

La marcha de los tanques cargados con la infantería, que se vio ralentizada por los setos y los socavones, alcanzó una media de aproximadamente un kilómetro y medio por hora, pero con todo era un avance incomparablemente más rápido que el de las semanas anteriores, durante los combates en el bocage. El 22.° Regimiento de Infantería se apeó de los vehículos para despejar la pequeña localidad de Saint-Gilles, en la carretera Coutances-Saint-Lô. Cuando los tanques se dirigían al sur para abandonar el pueblo, pasaron ante el «soldado De Castro, que yacía junto a la carretera gravemente herido. Tenía el pie derecho casi cercenado por encima del tobillo, colgando sólo del tendón. En el hombro derecho se le veía además un corte terrible. Cuando pasamos ante él, intentó incorporarse, agitó el brazo izquierdo y dijo: "¡A por ellos, chicos!"».25

Una vez que la columna de blindados de Rose salió de la zona bombardeada y pasó Saint-Gilles, la velocidad de avance aumentó, aunque ya había caído la noche. Rose no vio motivo para detenerse durante las horas de oscuridad. Sus acorazados rebasaron las posiciones alemanas. Algunos vehículos enemigos, pensando que la columna quizá fuera una de sus unidades en retirada, se unieron a ella y enseguida fueron capturados. En la carretera al sur de Canisy, los Sherman de Rose volaron unos semiorugas alemanes que para su defensa no llevaban más armamento pesado que una ametralladora.

Canisy estaba en llamas, tras ser bombardeada por los P-47 Thunderbolt. La columna de blindados tardó en atravesar aquel montón de ruinas. En el castillo de la localidad encontraron un hospital de campaña alemán en el que capturaron a los soldados heridos, a los médicos y a las enfermeras. Rose no quería perder tiempo. Ordenó a sus hombres proseguir hacia Le-Mesnil-Herman, a más de doce kilómetros al sur de Saint-Lô.

Por el flanco derecho, la 1.a División de Infantería y el Comando de Combate A de la 3.a División Acorazada, a las órdenes del general de brigada Doyle O. Hickey, lanzaron un ataque hacia el sur. Localizaron un cañón de asalto y un tanque Mark IV en Montreuil-sur-Luzon. Comunicaron la noticia por radio a una escuadrilla de P-47 Thunderbolt, que se precipitó sobre el cañón de asalto en vuelo rasante y lo destruyó. La tripulación del tanque saltó del vehículo y huyó a la carrera.26

Cada comando de combate disponía de un destacamento de apoyo aéreo que iba en unos tanques proporcionados por orden de Bradley a los oficiales de enlace de la fuerza aérea. Se había establecido una relación de trabajo extraordinariamente eficaz con el teniente general Elwood R. Quesada, jefe del 9.° Comando Táctico Aéreo. A diferencia de la mayor parte de los militares de aviación, Pete Quesada, de cuarenta años de edad, sentía un verdadero entusiasmo por el papel del ataque por tierra. Se creó así la base para el sistema de «cobertura de columnas de blindados», en el que había siempre a mano escuadrillas de cazabombarderos que se relevaban constantemente encargados de prestar apoyo aéreo, como en el sistema de reserva de Typhons que operaba con el 2.° Ejército británico. Aquel día, los cazabombarderos de Quesada salieron con todos sus efectivos. Un comandante alemán se quejó amargamente de que los tenían «ahí arriba, como halcones acechando cualquier movimiento en tierra para lanzarse al ataque».27

El comando de combate de Hickey y la 1.a División prosiguieron hacia el sur hasta Marigny, seis kilómetros más allá de la carretera Périers-Saint-Lô. A las 13:00 del 26 de julio, el piloto de un Piper Cub comunicó la presencia de «tanques amigos» en Marigny.28 Pero la ciudad no cayó inmediatamente. Las calles estaban bloqueadas por los escombros y las paredes de las casas en llamas se venían abajo. Los americanos hicieron casi doscientos prisioneros alemanes, muchos de ellos reemplazos que acababan de llegar de sus batallones de adiestramiento. «Un soldado veterano», comentó el teniente Schneider, que fue capturado entre ellos, «es el que lleva en este sector desde el domingo». Al anochecer, Marigny había quedado completamente asegurada. Las bajas de los americanos habían sido muy pocas. Un batallón comunicó que sólo había tenido una docena de heridos en todo el día.

Por fortuna para las unidades de tanques americanos, entre los alemanes habían empezado a escasear las bombas de 88 mm, como reveló un mensaje interceptado por Ultra a primera hora del 26 de julio. Otra interceptación de Ultra obtenida ese mismo día informó de que los alemanes seguían creyendo que la ofensiva principal iba venir desde el frente de Caen y no desde el oeste, bajando por la costa del Atlántico. Choltitz, cada vez más cerca de la crisis, empezó a replegar sus fuerzas entre Périers y la costa. Sólo dejó atrás una pequeña pantalla protectora, que no pudo hacer gran cosa cuando la 6.a División Acorazada estadounidense entró en Lessay. «Pasábamos por las calles en medio de la gente que nos saludaba y nos tiraba flores», comunicaba el comandante de un escuadrón de tanques, cuando de pronto los alemanes abrieron fuego con ametralladoras y metralletas.29 La 6.a División Acorazada siguió adelante por la carretera de la costa, dejando a la infantería tras de sí para despejar la zona.

El general Patton, que aguardaba con impaciencia el momento en que su 3.er Ejército estuviera operativo, recibió una llamada de Bradley diciéndole que fuera a cenar vestido con «ropa buena». Patton se sintió ligeramente desconcertado.

—Siempre visto así —fue el comentario que hizo por toda respuesta.30

En realidad Bradley no había querido decirle por teléfono el verdadero motivo de su invitación. Debían enterrar al general McNair en absoluto secreto.

La acometida decisiva de los americanos tuvo una notable repercusión sobre la moral de los alemanes. Los soldados empezaron a hablar entre ellos de un modo en el que no se habían atrevido a hacerlo nunca hasta entonces. Un veterano suboficial médico llamado Klein relata lo ocurrido la noche del 26 de julio, cuando recibieron la orden de abandonar su puesto de socorro al sur de Saint-Lô con 78 heridos graves, y replegarse a Vire. Gracias a él conocemos las conversaciones de los heridos mientras caminaban.

Un cabo que había obtenido la Cruz Alemana de oro por haber destruido cinco tanques en el frente oriental le comentó:

—Te diré una cosa, sanitario, esto de aquí en Normandía ya no es una guerra. El enemigo es superior en hombres y en material. A nosotros simplemente nos mandan a la muerte sin armas suficientes. Nuestro mando supremo [Hitler y el OKW] no hacen nada para ayudarnos. Ni un solo avión, munición insuficiente para la artillería… Bueno, para mí la guerra se ha acabado.

Un soldado de infantería con una herida de metralla en el hombro señaló:

—Ese pedazo de hierro que me hirió a mí ojalá le hubiera dado al Führer en la cabeza el 20 de julio; así la guerra se habría acabado ya.

Otro soldado que ayudaba a Klein a llevar al herido dijo:

—No tengo consuelo. Dos hermanos míos fueron sacrificados en Stalingrado y fue en vano. Y aquí tenemos otra vez lo mismo.

Los heridos más jóvenes preguntaban «si su herida era suficiente». Querían saber si los iban a mandar a casa o si simplemente eran trasladados al punto de socorro central. Los heridos leves, como los que habían perdido algún dedo o habían recibido un balazo en la pierna sin que se hubiera roto el hueso, eran enviados de nuevo al frente al cabo de cinco días.31

El 27 de julio a mediodía, Bradley dio nuevas órdenes. La Operación Cobra estaba saliendo tan bien que quería llevar a cabo un avance en toda regla hacia Avranches, la puerta de entrada a Bretaña. El comandante de las fuerzas aerotransportadas británicas, el teniente general sir Frederick Boy Browning había intentado vender a Bradley la idea de un lanzamiento de paracaidistas sobre Avranches, en la retaguardia alemana. Pero Bradley rechazó la propuesta. Un lanzamiento aéreo habría reducido muchísimo la flexibilidad que necesitaba en una operación de ese tipo, pues habría creado el imperativo moral de relevar a la fuerza aerotransportada antes que cualquier otra cosa.32

Bradley decidió dar a Patton de forma no oficial el mando del VIII Cuerpo en el oeste, aunque el 3.er Ejército no fuera a ser operativo hasta el 1 de agosto. «Me siento mucho más contento con la guerra», anotó Patton en su diario. «Todavía puedo meterme de lleno».33 Siguiendo los firmes preceptos de Patton, la 4.a División Acorazada de Wood y la 6.a División Acorazada de Gerow se convirtieron en las dos puntas de lanza del VIII Cuerpo.

De repente los altos mandos alemanes comprendieron la enormidad del desastre al que se enfrentaban. Su reacción había sido lenta en gran medida debido a la táctica americana de cortar todos los cables telegráficos y las líneas telefónicas. En muchos lugares, las tropas alemanes ignoraban por completo que se había producido una ofensiva. A menudo se quedaban sorprendidas cuando encontraban tropas estadounidenses muy por detrás de donde se creía que estaba la línea del frente. Algunos oficiales que iban en un Kübelwagen estuvieron a punto de chocar con una columna americana y en varias ocasiones un motociclista alemán se acercó a los vehículos americanos a ver qué era lo que estaba pasando simplemente para ser abatido a tiros.

El general Meindl comunicó que el II Cuerpo Paracaidista al sur de Saint-Lô, en el valle del Vire, había quedado reducido a 3400 hombres. «Debido a las graves pérdidas sufridas ya no [eran] capaces de afrontar la fuerte presión de los aliados».34 Kluge se vio así obligado a aceptar que la ofensiva americana constituía el principal peligro. Accedió a la aterrorizada petición de blindados que le hizo Hausser y ordenó el traslado de la 2.a y de la 116.a División Acorazada del frente británico al americano.

El 26 de julio por la noche, Lüttwitz fue a visitar el cuartel general de Meindl, donde se encontró con «una situación bastante confusa».35 El propio Meindl escribió que el estruendo de los obuses y de los motores de los tanques era tan grande que resultaba totalmente imposible hablar por teléfono».36 Su puesto de mando estaba escondido entre unos montones de escombros que al menos proporcionaban un buen camuflaje frente a los cazabombarderos norteamericanos. Meindl, que se irritó muchísimo al comprobar que Lüttwitz no estaba directamente a sus órdenes, dijo que era una locura lanzar un ataque, especialmente a la luz del día. Las cosas iban tan mal que prácticamente no podían seguir así.

—¿Qué está usted pensando? —replicó Lüttwitz—. Lo único que quiero es que se encargue usted de que mi flanco derecho esté debidamente guardado durante el ataque.

Meindl contestó que le guardarían el flanco, pero que no podían seguir al ritmo de los acorazados.

Lüttwitz fue llamado entonces al cuartel general del 7.° Ejército de Hausser, a 15 km al sur de Percy. Allí fue informado por su nuevo comandante del cuerpo, el general Von Funck. Debía cruzar el Vire alrededor de Tessy, y luego avanzar hacia el noroeste para bloquear la carretera de Saint-Lô a Percy. Se trataba de la carretera por la que avanzaba la columna del general Rose. En cuanto llegara, la 116.a Panzer-Division seguiría los pasos de Lüttwitz.

Meindl, que todavía se sentía irritado, decidió hablar personalmente con el general Von Funck. De ese modo, aunque su unidad se encontraba en medio de un combate desesperado, montó en su Kübelwagen, al que apodaba su Jaboflitzer o «esquiva-cazabombarderos», y siguió a Lüttwitz hasta el puesto de mando del 7.° Ejército para protestar de que la 2.a Panzer-Division no hubiera sido puesta a sus órdenes. La visita no le resultó nada bien. Durante el viaje de vuelta, tuvo que parar en varias ocasiones y tirarse a la cuneta debido a los ataques de los cazas americanos.

A su regreso, encontró al teniente coronel Von Kluge, hijo del mariscal del mismo nombre, esperándolo con impaciencia en su cuartel general junto con el Generaloberst Heinz Guderian, nuevo jefe del Estado Mayor. Von Kluge mandaba a su hijo «de cuartel general en cuartel general en calidad de lo que él llamaba "viajero del frente"», escribió Meindl, «o sea, en calidad de lo que, según nuestra manera de hablar, se llama espía, para recoger impresiones y transmitírselas a su padre». Meindl, que estaba de un humor de perros, dijo al joven Von Kluge que hiciera saber a su padre que ya no era posible resistir en Normandía y que el ataque de las dos divisiones acorazadas no iba a servir de nada. Por el contrario, los blindados debían utilizarse para formar una defensa antitanques, «en vez de lanzarlos en vano contra objetivos imaginarios, como si se tratara de unas maniobras con carros blindados sobre el mapa».37

Meindl no ocultó su desdén por los comandantes de las unidades blindadas, «esos hombres superiores». No salían nunca de sus «carretas movidas con gasolina» a reconocer el terreno a pie, «pues no resultaba agradable meterse en la zona de fuego. Era mucho más seguro meterse dentro y cerrar la escotilla. Sólo unos cuantos comandantes de tanque tenían inteligencia suficiente para ver —o se les podía convencer de ello en una discusión— que para nosotros ya había pasado el momento de las grandes batallas con carros blindados. ¡Tenían que despertar de un hermoso sueño!».

«Al parecer, los de arriba seguían esperando que ocurriera un milagro. Además, nuestra propaganda hizo público el atentado del 20 de julio y sus consecuencias. De modo que a nosotros como paracaidistas nos tocaba asegurarnos de que nuestro honor no quedara manchado. El mundo estaba empeñado en nuestra destrucción. ¡Pues bien! Echaríamos mano a nuestros trabucos».

Aunque el 27 de julio estuvo nublado, circunstancia que salvó a la 2.a Panzer-Division de los ataques aéreos durante su marcha hasta el Vire, esta unidad no empezó a cruzar el río a la altura de Tessy hasta la noche, sesenta horas después de que diera comienzo la Operación Cobra. Pero entonces era ya demasiado tarde para detener el avance de los americanos.

En la costa oeste, cuando la 6.a División Acorazada llegó a Coutances el 27 de julio, recibió la grata sorpresa de que su unidad de reconocimiento ya había tomado la ciudad. Vivaquearon allí aquella noche y luego «simplemente siguieron adelante a toda velocidad» para dirigirse a Granville.38 La infantería alemana se ocultaba en los setos a uno y otro lado de la carretera, de modo que los tanques ligeros de la 6.a División Acorazada avanzaban a casi veinticinco kilómetros por hora, disparando ráfagas de ametralladora a derecha e izquierda. La columna de la 3.a División Acorazada del general Hickey se dirigía también a Coutances. Pero el general Collins, así como el coronel Luckett, del 12.° Regimiento de Infantería, agregado a esa división, criticaron a su unidad por avanzar con demasiada prudencia.39

El 27 de julio el avance resultó más difícil para las formaciones norteamericanas por el centro de la ofensiva. Las divisiones acorazadas se demoraron debido a la densidad del tráfico militar por las carreteras, con columnas que se extendían a lo largo de casi veinticinco kilómetros. Los atascos se debían por lo general a la presencia de vehículos alemanes fuera de combate que bloqueaban los caminos.

Bradley, que había previsto estos problemas, había reunido para la Operación Cobra un contingente de 15 000 ingenieros. Su principal tarea consistía en «abrir y mantener grandes rutas de aprovisionamiento» a lo largo de todo aquel boquete. Ello significaba tener que rellenar socavones, despejar los vehículos alemanes destruidos e incluso construir pasillos para rodear las poblaciones que habían sido destruidas.

El 28 de julio, para alivio de los comandantes norteamericanos, la visibilidad mejoró. La acometida de Lüttwitz con la 2.a Panzer-Division al oeste del río Vire fue rápidamente neutralizada mediante ataques aéreos. La 116.a Panzer-Division no salió mucho mejor parada. El cuerpo que comandaba Choltitz estaba en peligro de verse rodeado y el cuartel general del 7.° Ejército le ordenó replegarse hacia el centro, a las proximidades de Roncey. El Obersturmbannführer Tychsen, nuevo comandante de la división Das Reich, resultó muerto cerca de su puesto de mando por una unidad de reconocimiento norteamericana. Y esa misma noche, el Standartenführer Baum, de la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS Götz von Berlichingen, asumió el mando de lo que quedaba de ambas divisiones.

El avance de los americanos se aceleró por la carretera de la costa. Teniendo el mar a su derecha, la 6.a División Acorazada avanzó casi cincuenta kilómetros. Cada vez que llegaban a un puesto de bloqueo en la carretera, el oficial de enlace de aviación que iba en el tanque o en el semioruga simplemente pedía ayuda a una escuadrilla de P-47 Thunderbolts y la posición defensiva era destruida, habitualmente en el plazo de quince minutos.40

Los alemanes cayeron víctimas de la espiral descendente marcada por la retirada y la destrucción de las comunicaciones. Eran pocos los mandos que sabían dónde estaban sus tropas. Las divisiones estaban fragmentadas y en las carreteras reinaba el caos. El aprovisionamiento de munición y de combustible no llegaba, de modo que tanques y vehículos debían ser abandonados. La resistencia era mantenida sólo por pequeños grupos de soldados, provistos de un cañón antitanque o un cañón de asalto como apoyo. La Panzer-Lehr-Division comunicó que no disponía de «fuerzas aptas para el combate». Lo que quedaba de ella tuvo que volver a Percy. Ese mismo día, el cuartel general del II Cuerpo Paracaidista informó de que «no estaba disponible munición alguna de obús de campaña ni ligero ni medio».41

Por el centro, los duros combates continuaron cerca de Cérisy-la-Salle, pero en realidad no eran más que un intento desesperado por parte de una formación alemana acorralada de encontrar una salida luchando, no una muestra de resistencia a toda costa. La artillería de campaña y las baterías antiaéreas de los americanos eran «utilizadas para disparar a quemarropa contra los atacantes».42 Los P-47 Thunderbolt también entraron al ataque, pero se produjo asimismo una inesperada salida de Messerschmitt 109, que ametrallaron a las tropas americanas.

Parte de la Kampfgruppe Heintz logró abrirse paso por detrás de los setos y evitando las poblaciones urbanas hasta encontrar un hueco por el que escapar del círculo en el que había quedado encerrada. Algunos hombres sugirieron que debían rendirse, pero sus oficiales se negaron. «Durante cinco días», escribió un suboficial, «no tuvimos nada que comer, nada más que fruta sin madurar y las raciones de hierro que quitábamos a nuestros camaradas muertos. Una vez más el ejército fue sacrificado para salvaguardar a las unidades de la SS y que éstas no fueran hechas prisioneras… Tuvimos que dejar atrás a 178 heridos».43 La rendición no era siempre una opción segura. Un oficial americano de la 9.a División señala que «cuando otros elementos del enemigo, como, por ejemplo, los polacos, intentaban rendirse, la SS disparaba contra ellos».44 Durante las marchas nocturnas para intentar escapar, la moral empezaba a decaer rápidamente y se producían arranques de malhumor. Los paracaidistas echaban la culpa a la SS del estado en que se hallaban y la SS a su vez les echaba la culpa a ellos.45 Algunos oficiales no pudieron soportar la tensión nerviosa y el agotamiento y se vinieron abajo.

En el sector este de la gran ofensiva, en el valle del Vire, la 2.a División Acorazada estaba ya más allá de Villebaudon, a la misma altura que Tessy. El comando de combate de Rose se dirigía a Saint-Sever-Calvados, en la carretera Villedieu-Vire. De repente el cuartel general del 7.° Ejército tuvo miedo de que el cuerpo que comandaba Choltitz, al oeste, quedara totalmente aislado. Choltitz recibió una orden del Generalmajor Pemsel, jefe del Estado Mayor del 7.° Ejército, diciendo que contraatacara en dirección a Percy para aislar a la punta de flecha de los americanos. Choltitz sabía que aquello provocaría un verdadero caos y que los expondría a los ataques de los cazabombarderos en cuanto amaneciera. Además dejaría la carretera de la costa totalmente abierta hasta Avranches. Pero Hausser insistió en que obedeciera la orden.

Esa noche, mientras escuchaba en la Roche-Guyon la decisión que había tomado el 7.° Ejército de escapar por el sureste, Kluge perdió los nervios. Telefoneó al Oberstgruppenführer Hausser y le ordenó que revocara la orden de inmediato. Hausser respondió que probablemente ya fuera demasiado tarde, pero que lo intentaría. A eso de la media noche un mensaje enviado a través de un oficial en motocicleta llegó finalmente a manos de Choltitz, pero éste no tenía comunicación alguna con sus divisiones. Continuaron el ataque hacia el sureste, lejos de la costa.

Kluge, que temía destituir por este error a Hausser, perteneciente a la Waffen-SS, ordenó que fuera sustituido Pemsel.46 El general Von Choltitz, que fue mandado llamar para hacerse cargo de la comandancia de la región de París, debía entregar el LXXIV Cuerpo al general Elfeldt. Además Hitler se enfureció cuando se enteró de que la carretera que conducía a Avranches y, de paso, a Bretaña había quedado expedita. El OKW dio orden de contraatacar sin dilación. Kluge solicitó además refuerzos inmediatos. Pidió que le mandaran la 9.a División Acorazada, que estaba en el sur de Francia, y más divisiones de infantería. El OKW aceptó su petición con una insólita rapidez.

Mientras muchas de las tropas alemanas en retirada se concentraban en los alrededores de Roncey, el Comando de Combate B de la 2.a División Acorazada americana empezó a establecer puestos de bloqueo a lo largo de una línea en dirección sur. Pero durante la noche del 28 de julio, el ejército estadounidense fue víctima de su propio exceso de mecanización. Las rutas situadas más al norte estaban tan bloqueadas en el corredor de la invasión que los elementos de avance del cuartel general de la 4.a División de Infantería «se pasaron en la carretera toda la noche». Se provocaron cuellos de botella, debidos en todos los casos a algún «vehículo enemigo fuera de combate que interceptaba parcialmente el camino en un punto particularmente embarrado».47 Los ingenieros no lograron encontrar un pasillo para despejar los obstáculos. En un caso en concreto, un oficial del Estado Mayor tuvo que ponerse al mando de un bulldozer y mover él solo un vehículo calcinado. Algunos franceses, que trabajaron frenéticamente ayudando a rellenar los socavones, se negaron a aceptar que les pagaran, insistiendo en que «lo hacían para ayudarnos a matar a más boches».

El general Huebner, de la 1.a División de Infantería, la «Gran Uno Rojo», estaba decidido a no permitir que nada detuviera su avance. Insistió en que «únicamente tendría validez un tráfico en un solo sentido» por las estrechas carreteras normandas.49 Ni siquiera a las ambulancias se les permitiría dar media vuelta. «Los heridos tendrían que ser cuidados como mejor se pudiera en la ruta de avance». La infantería blindada de la 3.a División Acorazada se montaba en los tanques para que sus semiorugas pudieran cargarse de latas de gasolina, munición y otros pertrechos. En la costa, la 6.a División Acorazada había decidido también que no era momento de volcar los víveres ni de distribuir raciones en las zonas de vivaque. «¡Diablos! En un par de días», comentó un oficial, «estaremos repartiendo raciones de comida como Santa Claus en su trineo, con los repartidores y los beneficiarios en plena marcha».50 Los tripulantes de los Sherman no se paraban casi nunca a cocinar ni a hacer sus necesidades. Seguían adelante a base de huevos duros y café instantáneo. Hablando de los cascos-flaneros de los tripulantes de los tanques, un oficial médico decía: «Cagaban en ellos y guisaban en ellos».51 Otro oficial médico de la 2.a División Acorazada comentaba otra ventaja del avance rápido. Había muy pocas bajas por minas o trampas explosivas. Los alemanes no habían tenido tiempo de dejar tras de sí ninguna de sus criminales sorpresas.

El 29 de julio, el Comando de Combate A de Rose, de la 2.a División Acorazada, tuvo que librar una dura batalla en la carretera al sur de Villebaudon. Se encontró con una Kampfgruppe de la 2.a Panzer-Division de Lüttwitz en el cruce de La Denisiére, con casi 20 tanques y dos compañías de granaderos acorazados en semiorugas. La división de Lüttwitz y la recién llegada 116.a División Acorazada habían recibido la orden de atacar por el oeste para aislar a los americanos en su avance, uniéndose a la división conjunta de la SS. Pero Lüttwitz se dio cuenta de que era imposible. Decidió que era más importante proteger el flanco a lo largo del río Vire, que era acosado por la 30.a División de Infantería americana. Los tanques destructores estadounidenses dejaron fuera de combate varios panzers y obligaron al resto a retirarse hacia el este hasta Moyon, donde tuvo lugar una batalla todavía más dura.52 Una columna de tanques del comando de combate de Rose, con los destacamentos de infantería de la 4.a División de Infantería que tenía agregados, se adentró en la pequeña localidad de Moyon, mientras el capitán Reid se ponía al frente de una patrulla de su compañía por el lado este. Los hombres de Reid abatieron a tiros al equipo de un cañón antitanque, pero luego se vieron atacados por un carro de combate alemán. El soldado Sharkey, «un sabueso del bazooka», localizó un blindado desde el extremo más alejado de un seto y lo dejó fuera de combate con su segundo y último disparo. Apareció otro tanque cerca del primero y empezó a disparar su ametralladora. El capitán Reid volvió arrastrándose junto al seto, se levantó y lanzó una granada de fósforo blanco por encima del carro blindado y otra por debajo del mismo. El tanque ardió de inmediato.

En la propia Moyon, sin embargo, otro tanque alemán dejó fuera de combate a un Sherman. El comandante del batallón de tanques decidió retirarse del pueblo y bombardearlo con explosivos de gran potencia. Dijo a los escuadrones de infantería que iban delante que también se retiraran. Justo antes de hacerlo, el soldado Sharkey disparó la última carga de su bazooka contra otro tanque alemán, el primero de una columna de vehículos con soldados de infantería que se acerca a la población. Acertó a dar directamente en el anillo de la torreta. El capitán Reid gritó:

—¡Salgamos de aquí antes de que nos apunten!

Pero evidentemente a Sharkey le hervía la sangre. Permaneció de pie junto al seto, disparando con su carabina a la infantería alemana. Una ráfaga de ametralladora procedente de otro tanque le arrancó un trozo de cara, pero el soldado logró retirarse en compañía de los demás, «con la carne del rostro colgándole». Caminaba erguido, mientras que los otros tenían que arrastrarse.

Les cortó el paso otra columna alemana encabezada por unos tanques. A Reid sólo le quedaban dos granadas de fósforo blanco, pero logró incendiar el blindado que abría la marcha. Sharkey se desplomó debido a la terrible herida que había sufrido, pero después de un pequeño descanso se recobró y al poco rato se unió al resto de la compañía haciendo el signo de la victoria con los dedos. «Sharkey realizó la mayor demostración de agallas que he visto en mi vida», diría después Reid.53

El oficial al mando del batallón de infantería, el comandante Latimer, se enteró de que el comandante de tanques había decidido retirarse de la población demasiado tarde para impedirlo. Se sentía horrorizado por razones tácticas, pero también por el efecto que semejante acción pudiera tener sobre la moral de los hombres. Una cosa era que un tanque se replegara y dejara venir a otro, pero, en su opinión, una vez que la infantería había entrado en un sitio, tenía que retener el terreno que había ocupado. Los granaderos acorazados alemanes, a los que el asalto inicial había pillado por sorpresa, no tardaron en volverse a infiltrar en el pueblo. Trajeron más tanques y artillería, además de la columna que habían visto los hombres de Reid.

«Se desencadenó un verdadero duelo entre los tanques alemanes y los nuestros, con la infantería en medio», afirma el informe de la acción. «Constituyó una experiencia terrible y las pérdidas fueron muy altas. Nuestras fuerzas sufrieron además muchísimo a causa del fuego de artillería. Aparte de las graves pérdidas físicas, algunos soldados de infantería y ciertas tropas de las fuerzas acorazadas se vinieron abajo a causa de la tensión». Ese mismo día el destacamento especial fue relevado más tarde por parte de la 30.a División. La única satisfacción que tuvieron al retirarse fue ver cómo llegaban unos bombarderos alemanes que atacaban por error a sus propias fuerzas de tierra.54

Más al oeste, durante la tarde del 29 de julio, unos P-47 Thunderbolt del 405.° Grupo de Cazas localizó una enorme aglomeración de vehículos alemanes en la carretera situada al este de Roncey. Durante seis horas y media se dedicaron a bombardearlos y ametrallarlos en tandas sucesivas. Los pilotos aseguraron haber destruido 66 tanques, 206 vehículos y 11 cañones, y haber causado daños a otros 56 tanques y 55 vehículos. Se trata de unas cifras exageradamente optimistas, pero en cualquier caso la carnicería fue considerable. El ejército estadounidense pidió además ayuda a los Typhoons de la 121.a Escuadrilla de la RAF. Estos atacaron otra columna al sur de Roncey y dijeron que habían destruido 17 tanques y que habían averiado otros 27. En realidad, la investigación de las operaciones demostraría más tarde que sólo dieron a cuatro tanques y a cinco semiorugas. La mayor parte de los vehículos habían sido abandonados y destruidos por sus propias tripulaciones. No obstante, la falta de precisión de los Typhoons quedó más que compensada por el efecto psicológico que la escaramuza tuvo sobre las dotaciones de los tanques alemanes.

Mientras tanto, el Comando de Combate B de la 2.a División Acorazada acabó de preparar sus bloqueos de carreteras y sus emboscadas en la zona de Grimesnil. Los alemanes aislados en la bolsa de Roncey, duramente acosados por la 3.a División Acorazada desde el norte, se vieron obligados a intentar escapar en esa dirección.

Cerca de Saint-Denis-le-Gast, a poco más de un kilómetro de Grimesnil, el 82.° Batallón de Reconocimiento instaló un puesto de bloqueo protegido por cañones antitanque y por el 92.° Batallón de Artillería de Campaña. Vieron venir una columna de vehículos encabezada por un par de carros blindados americanos, pero se trataba de unos tanques que habían sido capturados y eran utilizados como una estratagema. Cuando pasaban por delante, un cañón antitanque localizó un semioruga alemán inmediatamente detrás de ellos y abrió fuego. La artillería reaccionó también con rapidez y comenzó a disparar contra objetivos perfectamente visibles, de modo que la columna alemana fue completamente destruida.55 Poco después, el puesto de mando de la reserva de la 2.a División Acorazada estuvo a punto de ser rebasado en el curso de un ataque sorpresa, pero los defensores, en su mayoría administrativos y personal subalterno, conservaron su sangre fría. Aprovechando la luz de la luna y la de los vehículos en llamas, dispararon contra el enemigo a corta distancia cuando la infantería alemana se lanzó al ataque. Así quedó patente esa misma mañana, cuando los oficiales salieron a examinar los cuerpos de los atacantes. Los alemanes habían muerto «de un solo disparo de fusil, y no por ráfaga de ametralladora».56

Otro informe citaba el valor del sargento Bishop, cuyo cadáver fue encontrado con siete alemanes muertos a su alrededor, y el del sargento primero Barnes, que cortó el cuello a tres atacantes alemanes con un puñal.57 «Durante el combate la acción resultaba tan confusa que cuando un sanitario levantó los ojos vio que compartía la trinchera con otro sanitario alemán. Durante unos minutos los dos hombres se señalaron frenéticamente el brazalete de la Cruz Roja que llevaban, y a continuación se cachearon para comprobar que no tenían armas».

Esa misma noche, unos kilómetros al sureste de allí, dos compañías de infantería acorazada que estaban colocando un puesto de bloqueo fueron pilladas por sorpresa cuando los alemanes «bajaron por la colina hacia la carretera de Grimesnil con los motores de sus vehículos apagados». En la lucha desesperada que se desencadenó en la oscuridad, la infantería acorazada sufrió muchas bajas, no sólo víctimas del fuego enemigo, sino también de su propia artillería y de sus tanques. Cuando el teniente coronel Crowley llegó a las 07:00 del 30 de julio con la compañía de reserva de su batallón, la refriega prácticamente ya había terminado. Toda la zona estaba plagada de vehículos en llamas. El propio puesto de bloqueo había quedado destruido y Crowley no pudo contactar por radio con una de las compañías atacadas. Pero los alemanes estaban agotados y eran intimidados por la artillería. Los hombres de Crowley hicieron más de trescientos prisioneros en la zona. Aquella mañana lo peor para ellos sería el fuego constante de la 4.a División Acorazada americana al que se vieron sometidos por el oeste. «Ni siquiera el empleo de humo amarillo los detuvo, hasta que el coronel Crowley logró establecer comunicación por radio con ellos».58

Hubo principalmente dos columnas alemanas que intentaron escapar aquella noche. Una de ellas constaba de 96 vehículos, incluidos «tanques, cañones de 150 y de 170 mm —remolcados y autopropulsados—, semiorugas, coches oficiales, motocicletas y camiones». Las tropas pertenecían a tres divisiones, la 275.a de Infantería, la 17.a de Granaderos Acorazados de la SS, y el batallón de reconocimiento de la 2.a División Acorazada de la SS Das Reich. «Los morteros incendiaron los vehículos, y luego la artillería del 62.° y del 78.° [de artillería acorazada de campaña] empezó a disparar contra el cruce de caminos y, sin marcar los objetivos, siguió bombardeando toda la carretera».59

Un tanque destructor M-10 que había resultado gravemente dañado se detuvo en la cuneta de la carretera de Saint-Denis a Lengronne. Los tripulantes que iban en su interior se hicieron los muertos cuando pasó la columna alemana, pero en cuanto los adelantó el último semioruga, apuntaron con su cañón de 3 pulgadas y empezaron a ponerlos a todos fuera de combate, disparando en total 28 cargas.

La fuerza principal que había en el cruce tuvo que replegarse a un terreno más elevado en el que la infantería pudiera proteger a los Sherman de los soldados alemanes de a pie que intentaban asaltarlos con lanzagranadas Panzerfaust. El primer vehículo de la columna alemana, un blindado Mark IV que remolcaba un cañón de 88 mm, avanzó hacia la posición defensiva y fue destruido por una bomba disparada por un tanque. «Entonces dio comienzo la matanza organizada», informaría un oficial.60 El destacamento de morteros abrió un fuego rápido contra la fila del convoy, «a razón de una bomba de fósforo blanco por cada tres de explosivo de gran potencia». Los vehículos empezaron a arder por efecto de las bombas de fósforo blanco, iluminando toda la escena, lo que permitió a los cañones de los tanques y los equipos de las baterías de mortero lanzar ráfagas de explosivos de gran potencia contra la trasera abierta de los semiorugas alemanes. Mientras los artilleros seguían marcando sus objetivos, los comandantes de los tanques se encargaban de repeler a la infantería alemana con la ametralladora .50 montada encima de la escotilla.

Un oficial señaló que «cuando amaneció, casi 300 soldados de infantería alemanes intentaron avanzar a través de una charca hacia el norte de la carretera de Grimesnil… Los tanques fueron tras ellos y mataron a casi todos. Se encontraron cerca de 300 cadáveres en esa charca y sus alrededores». Aparecieron otros 600 muertos junto a la carretera que había sido bombardeada, «un amasijo sangriento de brazos, piernas y cabezas, [y] cuerpos calcinados… se encontraron al menos tres mujeres alemanas más o menos decapitadas». Una de ellas iba conduciendo el coche oficial de un general de división. «El general de división fue identificado por su uniforme, pero cuando los oficiales del batallón regresaron más tarde, comprobaron que los cazadores de recuerdos le habían quitado todas sus ropas[57]». 61

El servicio americano de Registro de Sepulturas localizó 1150 alemanes muertos de aquel convoy de 96 vehículos. «Toda la zona estaba plagada de carne humana en los vehículos calcinados y destrozados», observaba un oficial. Otro informe afirmaba que «llegaban prisioneros a tal velocidad que resultaba imposible contarlos. Muchos afirmaban no haber comido nada desde hacía dos o tres días». Mientras tanto, el 82.° Batallón de Reconocimiento se trasladó un poco más al sur para tomar los puentes sobre el río Sienne.

Siguiendo la retirada de los alemanes, el comando de combate del general de brigada Hickey, de la 3.a División Acorazada comprobó en Roncey que gran cantidad de «equipo alemán, abandonado y roto, bloqueaba el camino hasta tal punto que resultaba imposible avanzar por la calle principal, y el destacamento especial se vio obligado a transitar por las calles secundarias para salir de la población».62 Hubo que traer un tanque apisonadora para despejar la carretera. Eran tantos los soldados alemanes que se rendían, que tuvieron que mandarlos a la retaguardia sin vigilancia. Cuando la 3.a División Acorazada llegó a la zona de Grimesnil y Saint-Denis-le-Gast, un oficial médico anotó en su diario: «Cruel carnicería. Entre otras cosas cabezas de enemigos totalmente aplastadas por nuestros tanques».63

El general barón Rudolph-Christoff von Gersdorff, nuevo jefe del Estado Mayor del 7.° Ejército, que había llegado a su puesto de mando avanzado a cinco kilómetros al noreste de Avranches la tarde del 29 de julio, se encontró con una situación desastrosa[58]. Nadie había ordenado volar ningún puente y no existían comunicaciones telefónicas ni telegráficas de ningún tipo. A consecuencia de la retirada alemana de la costa, que tanto había enfurecido a Kluge, la 6.a y la 4.a División Acorazada estadounidenses se encontraban ahora prácticamente sin oposición.64 En Granville, en la costa, los alemanes empezaron a volar las instalaciones portuarias a la 01:00 y siguieron haciéndolo durante cinco horas. La comisaría de policía de la localidad comunicó que los soldados alemanes estaban saqueando el pueblo y que robaban cualquier vehículo que pudieran encontrar con el fin de escapar hacia el sur.65 Un escuadrón de tanques americanos pasó incluso a cien metros escasos del puesto de mando del 7.° Ejército sin descubrirlo. A media noche, el Oberstgruppenführer Hausser y su Estado Mayor se replegaron para retirarse por el este a Mortain.

En La Roche-Guyon reinaba una consternación absoluta, lo mismo que en la Wolfsschanze, en Prusia oriental. En el cuartel general del Führer, el general Warlimont recuerda que se dieron a Kluge «órdenes urgentes de impedir toda penetración hasta Avranches. Todo el mundo veía que el frente de Normandía estaba viniéndose abajo en su totalidad». A Hitler le preocupaba también la suerte de la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS Götz von Berlichingen, a la que parecía que «prácticamente se hubiera tragado la tierra» durante la retirada. «Nadie sabía ni se podía figurar lo que le había ocurrido, a pesar de las frenéticas investigaciones realizadas. Naturalmente nos interesaba en especial esta división porque el tema de las cualidades de una división de la SS como combatiente era un "hierro al rojo vivo", una cuestión que ni siquiera se podía tocar. Hitler se inclinaba a creer cualquier cosa que fuera favorable a sus tropas de la SS. Nunca permitió que se hiciera reproche alguno a su "guardia negra"».66

El grueso de las fuerzas alemanas se había retirado en dirección a Percy. Intentando encontrar una ruta hacia esa localidad que no estuviera defendida, una unidad de reconocimiento americana registró las carreteras secundarias, pero descubrió que todas estaban bloqueadas. En una pequeña pista rural, el sargento que iba en el jeep de cabeza localizó a algunos soldados alemanes agazapados en un seto.

—¡Contra ésos! —gritó al soldado situado en la parte trasera y encargado de manejar la ametralladora .50. Éste lanzó una ráfaga que mató a casi todos ellos con balas «incineradoras» (trazadoras). Luego bromeó diciendo que las balas eran muy humanas, pues esterilizaban las heridas de entrada y de salida. Muchos soldados veían en aquello un pasatiempo después de los duros combates que habían tenido que soportar en el bocage.67

Los alemanes no habían dejado prácticamente ninguna fuerza encargada de defender la carretera de la costa. En el lado sur del río Sienne, un batallón de reemplazos de campaña detuvo a unos cuantos rezagados que habían logrado colarse entre la barrera de protección norteamericana. La 6.a y la 4.a División Acorazada, finalmente al mando de Patton, estaban ya camino de Avranches. Patton no admitía excusa alguna para la demora. «Lo que hay que hacer es obligarlos a salir corriendo a toda velocidad antes de que puedan prepararse», decía en su diario el 29 de julio.68 Estaba de un humor excelente. Se había logrado llevar a cabo la gran ofensiva. Estaba a punto de comenzar la gran desbandada, que estaba convencido de que le pertenecía a él por la gracia de Dios.

El día D. La batalla de Normandía
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