El punto de partida de la Operación Totalize era la cota de Bourgébus. Los canadienses ya habían perdido a muchos hombres en duros enfrentamientos en las localidades de Verriéres, Tilly-la-Campagne y La Hogue, donde, de hecho, su ataque había retrasado el traslado de la Leibstandarte a Mortain. Las dotaciones de los tanques de la 33.a Brigada Acorazada británica y los hombres de la 51.a División Highland celebraron una «última cena» compuesta por carne de vaca enlatada y galletas duras «de perro», tazas de té con un sabor horrible debido al exceso de cloro del agua y una ración de ron servida de un botellón de cerámica. Era una noche muy calurosa; los tripulantes de los tanques sólo llevaban los calzoncillos debajo de su traje de faena de dril. La mayor parte de los hombres percibían una sensación de estómago vacío y ese habitual escalofrío que recorre la espalda ante la inminencia de la batalla.
A las 23:00 horas del 7 de agosto, un millar de aviones Lancaster y Halifax comenzaron a bombardear los flancos de la zona de asalto. Sin aguardar, se lanzó la ofensiva con siete columnas móviles de tanques y Priests cargados de soldados de infantería. Antes abrió fuego la artillería con un bombardeo que fue avanzando noventa metros por minuto. Cada columna —tres británicas al este de la carretera y cuatro canadienses al oeste— comenzó a avanzar acompañada de cuatro tanques. Habían practicado la marcha en formación en medio de la noche. «¡Caray! Ejercicios de instrucción en tanques», comentó un operador de radio del 1.° Northants Yeomanry desde la izquierda.4
Para ayudar en la oscuridad a los tripulantes de los vehículos blindados, se creó una «luz de luna artificial», iluminando las nubes con reflectores y disparando con Bofors proyectiles trazadores cuya estela verde les indicaba el camino. Pero las nubes de polvo levantadas por el constante bombardeo, y los cráteres que comenzaron a encontrar a su paso, enseguida deshicieron las formaciones en columna. Un par de tanques cayeron en un cráter en medio de la oscuridad. Por aquel terreno desigual, los Sherman y los Cromwell se balanceaban y subían y bajaban como barcos en un mar agitado. Los tanques barreminas abrían camino haciendo estallar los artificios explosivos. Se detenían y se ponían en marcha una y otra vez, con frecuentes paradas, debido normalmente a los innumerables setos que había que despedazar en medio de la oscuridad; un miembro de la dotación se apeaba del vehículo blindado para dirigir al conductor con la difusa luz de un cigarrillo encendido.
Cumpliendo las órdenes, las columnas británicas no dejaron de avanzar, aun cuando en su retaguardia seguían los encarnizados combates por la conquista de La Hogue y Tilly-la-Campagne. A los canadienses también les costó mucho encontrar el camino en medio de la oscuridad y todo aquel polvo. En el flanco derecho, los Highlanders de Calgary se encontraron con cañones de 88 mm enemigos perfectamente situados en su avance hacia May-sur-Orne, y sus compatriotas del Black Watch también sufrieron lo suyo en su ataque a Fontenay-le-Marmion. La falta de experiencia en el combate de la 2.a División canadiense fue una de las razones de sus numerosas bajas.5 Los alemanes resistían con uñas y dientes, aunque ya sentían la presión a la iba a someterlos la 59.a División británica, que acababa de tomar las cabezas de puente que conducían a su retaguardia en el bosque de Grimbosq.
Uno de los batallones de infantería de la 59.a División, el 7.° Norfolk, había cruzado el Orne siguiendo a un oficial de elevadísima estatura, el capitán Jamieson, cuya intrepidez lo había llevado a seguir adelante para valorar la posibilidad de vadear el río.6 El 7 de agosto, el 26.° Regimiento de Granaderos Acorazados de la SS de la División Hitlerjugend había contraatacado. El sargento Courtman de los Norfolk consiguió inutilizar dos Panther y un Mark III con su cañón antitanque, lo que subió enormemente la moral de sus compañeros. Aquella noche los del Norfolk pudieron percibir en el bosque el movimiento de tanques a poca distancia de ellos, por lo que solicitaron la ayuda de la artillería. La rapidez de los disparos de las baterías de veinticinco libras hizo pensar a los soldados alemanes que los británicos habían inventado una versión de artillería de la ametralladora.
A la mañana siguiente los granaderos acorazados alemanes contraatacaron de nuevo a los Norfolk. El capitán Jamieson, herido en el ojo derecho y el brazo izquierdo, se ganó la Cruz Victoria por liderar la defensa de la compañía D. Cuando estaban a punto de ser arrollados, Jamieson pidió fuego de artillería para su posición. Por fortuna, las comunicaciones por radio funcionaban bien, y una vez más el apoyo de la artillería fue excelente. También tuvo sus muestras de comprensión. «El trabajo de la artillería es la mar de sencillo comparado con el de la infantería», anotó un joven oficial artillero en su diario.7 Desde una colina situada al oeste del Orne, un oficial médico integrado en la 59.a División describió así la batalla: «Había una magnífica vista del valle del Orne extendiéndose hasta el pueblecito de Thury Harcourt. En el extremo más alejado del valle, los bosques eran pasto de las llamas provocadas por el fuego de los cañones y los morteros».8
El sector del Orne siguió seguía siendo un hueso duro de roer, a pesar de la conquista de Mont Pincon. «Aquí en el frente británico», escribía Myles Hildyard en el cuartel general de la 7.a División Acorazada, «[los alemanes] están siendo repelidos poco a poco, pero pelean denodadamente, como es natural, para que no consigamos rodearlos. Es un combate agotador, nada estimulante, pero sirve para inmovilizar y matar a los alemanes».9 En el curso de la Operación Totalize, los soldados del 5.° Wiltshire que cumplían penas militares se dedicarían a enterrar a los caídos en la batalla de Mont Pincon. «Durante todos esos días parecía que no hacía más que enterrar muertos», escribiría el capellán del regimiento. Lo que resultaba más edificante, a su juicio, era la sorprendente capacidad de adaptación de la población civil francesa al sufrimiento. «Cuanto más avanzábamos», escribiría, «más maravilloso era el ánimo de los franceses, para los que "la liberación" normalmente significa perderlo todo».10
A uno y otro lado de la carretera de Falaise, la mayoría de las columnas de Simonds habían llegado a sus objetivos el 8 de agosto. Al este de la carretera, el 1.° Northants Yeomanry y el Black Watch habían tomado posiciones en bosques y huertos al sur de Saint-Aignan-de-Cramesnil. Estaban muy cerca de Gaumesnil, donde el Oberführer Kurt Meyer, comandante en jefe de la 12.a División Acorazada de la SS Hitlerjugend, había instalado un puesto de observación. Ese fue el momento más crítico de la toda operación. Simonds, seguro de que los alemanes habían establecido una segunda línea muy fuerte con la ayuda de la 1.a División Acorazada de la SS, había organizado un nuevo bombardeo aéreo para poco después de mediodía. Sus dos divisiones acorazadas de asalto estaban listas para entrar en acción, pero tuvieron que esperar a los bombarderos.
«Panzer Meyer» había seguido adelante, alarmado por informes que hablaban de la derrota de la 89.a División de Infantería a manos de los atacantes. Meyer, de pie en su Kübelwagen, quedó horrorizado al ver a soldados de esta unidad en franca huida hacia Falaise. Afirma que saltó de su vehículo y se puso en medio de la carretera, solo, armado únicamente con una carabina, para obligarlos a reincorporarse por vergüenza a la defensa de Cintheaux. El general Eberbach, que todavía no había cedido a Sepp Dietrich el mando del 5.° Ejército Acorazado, avanzó con esta unidad para ir a su encuentro. Prometió enviar a la 85.a División de Infantería en cuanto ésta llegara, pero sus primeras formaciones aún se encontraban a unos veinte kilómetros de distancia. Meyer ya se había enterado del avance de la 1.a División Acorazada polaca por el este de la carretera, y del de la 4.a División Acorazada canadiense por el oeste. Las dos unidades aliadas se habían detenido en su punto de encuentro, a la espera de poner en marcha la siguiente fase de la operación.
Meyer dijo que su única esperanza era confundir al enemigo lanzando un contraataque por sorpresa. Eberbach coincidía con él. Los dos sabían que si los británicos y los canadienses conseguían llegar a Falaise, el 7.° Ejército, que seguía tratando de emprender un nuevo contraataque en Avranches, quedaría completamente aislado. Meyer decidió que debía retirar inmediatamente del bosque de Grimbosq a los granaderos acorazados de la Kampfgruppe Wünsche para lanzarlos contra los canadienses.
Así pues, se dirigió a Cintheaux para entrevistarse con Waldmüller, uno de los dos comandantes de Kampfgruppe que iban a tener que atacar, y con un as de los carros de combate, Wittmann, que lo apoyaría con su compañía de tanques Tiger. Meyer sostiene que cuando estaban discutiendo su plan, vieron aparecer en el cielo a un único bombardero americano que lanzó una señal. Sabedores de lo que aquello significaba, se dirigieron a toda prisa a sus vehículos. Si avanzaban sin dilación, evitarían la peor parte del bombardeo que iba a tener lugar. Desde el norte de Cintheaux, Meyer vio cómo los Tiger de Wittmann avanzaban a toda velocidad hacia Saint-Aignan, a pesar de que la artillería aliada había empezado a abrir fuego. Los granaderos acorazados de Waldmüller los seguían rápidamente en sus semiorugas. Un artillero avisó a Meyer, señalando hacia el norte. Los bombarderos americanos se acercaban. Meyer cuenta que uno de sus jóvenes soldados de la SS, un berlinés, gritó: «¡Cuánto honor! ¡Churchill envía un bombardero para cada uno de nosotros!».11
Cuatro tanques Sherman del 1.° Northants Yeomanry se encontraban perfectamente ocultos detrás de unos setos, en un pequeño campo de cultivo al sur de Saint-Aignan. De pronto oyeron a su jefe de escuadrón gritar por la radio: «¡Atención, oigan todos! ¡Tres Tiger dirigiéndose al norte! ¡Formen!».12 Los monstruos blindados estaban avanzando por un camino que corría paralelo a la carretera principal. El jefe de escuadrón ordenó que no dispararan. A aquella distancia, el cañón de 75 mm del Sherman tendría el mismo efecto que «una cerbatana contra un muro de hormigón» en el blindaje de un Tiger de 56 toneladas. Había que esperar a que los Tiger estuvieran más cerca. Los tres Sherman, con sus cañones de 75 mm, podrían entonces sofocarlos con sus disparos, mientras que el único tanque Firefly, con su potente arma de diecisiete libras, trataría de acabar con ellos.
Como conocían perfectamente la estadística, repetida hasta la saciedad, de que un Tiger valía por tres Sherman, a los tripulantes de los tanques se les secó la garganta por lo que veían venir. Los cargadores comprobaron que tuvieran un proyectil perforador de blindaje en la recámara en vez de un obús de alto explosivo. El artillero, sin dejar de mirar por el visor telescópico, hizo girar la torreta motorizada muy lentamente, siguiendo al objetivo que su jefe de escuadrón les había asignado. El Tiger que abría la comitiva y el último eran el blanco principal.
Después de una espera que se hizo interminable, sus presas se encontraban a menos de ochocientos metros de distancia. El jefe de escuadrón dio la orden por la radio. Wittmann y las tripulaciones de sus Tiger no pudieron ver la emboscada a la que se dirigían, y fueron sorprendidos. Los Tiger respondieron de inmediato a los disparos de los tanques aliados, pero no pudieron localizar claramente a los Sherman, que permanecían ocultos. Los primeros dos Tiger fueron pasto de las llamas; el tercero, en el que probablemente viajaba Michael Wittmann, voló por los aires. Los Sharpshooters que habían caído en una emboscada en Villers-Bocage había sido por fin vengados por un regimiento de caballería hermano.
Las tripulaciones de los tanques Sherman del Northants Yeomanry no podían creer que habían logrado destruir tres Tiger sin sufrir pérdidas[61]. Pero no había tiempo para celebraciones. Por los campos de cereales que se extendían ante ellos avanzaban los Mark IV y los granaderos acorazados de la Kampfgruppe Waldmüller.
Los soldados de la División Acorazada polaca, con sus características boinas bien centradas en la cabeza, estaban a la izquierda del Northants Yeomanry, a la espera de recibir la orden de ponerse en marcha. Análogamente, la 4.a División Acorazada canadiense había avanzado al oeste de la carretera de Falaise y se había detenido. Allí tendría lugar otra catástrofe provocada por el «fuego amigo» cuando llegara el grueso de los bombarderos americanos.
Las formaciones compuestas por más de quinientos bombarderos B-17 empezaron a atacar seis zonas de objetivos al otro lado del frente. Las fuentes alemanas sostienen que sus baterías antiaéreas derribaron a uno de los primeros aviones, que no atinó cuando dejó caer sus cargas y que los que venían detrás siguieron su ejemplo. Un oficial de la artillería británica que estaba observando la escena cuenta que también vio cómo el fuego antiaéreo rompió la formación de los bombarderos. «Otros aviones no podían localizar su objetivo y soltaban sus bombas detrás de las líneas aliadas, provocando un sinfín de bajas», escribiría.13 Un médico que tuvo que atender a los heridos anotó en su diario lo siguiente: «Las fuerzas aéreas americanas tienen mala fama. Igual nos bombardean a nosotros que a los alemanes; en consecuencia, se han producido muchas bajas entre los canadienses y los polacos».14
Las tropas canadienses y polacas que se vieron sorprendidas por el ataque de los de su propio bando comenzaron a lanzar rápidamente granadas de humo amarillo para marcar sus posiciones. Pero, debido a lo que puede calificarse de caso flagrante de mala coordinación entre las fuerzas terrestres y aéreas, lo cierto es que los americanos estaban utilizando marcadores amarillos para sus bombardeos. En resumidas cuentas, trescientos quince hombres, entre canadienses y polacos, perecieron o resultaron heridos en esa acción. Los polacos, con una dosis considerable de autodominio, describieron el incidente como «una ayuda funesta de nuestra propia aviación».15 Pero el golpe que supuso en la moral de los hombres y la confusión que provocó ralentizarían el desarrollo de la segunda fase de la ofensiva de Simonds, con unas consecuencias nefastas. El bombardeo en sí mismo sólo logró perjudicar el avance. Como puede verse en retrospectiva, Simonds habría debido prescindir de esos bombardeos y haber aprovechado el impulso del momento. Habría debido poner en marcha a sus dos divisiones acorazadas por la mañana, mientras los alemanes seguían medio atolondrados como consecuencia del ataque que habían sufrido por la noche, en vez de detenerlas y obligarlas a esperar a los bombarderos.
A pesar de la destrucción del grupo de tanques Tiger de Wittmann, el contraataque de las dos Kampfgruppen de Meyer cogió por sorpresa a las dos nuevas divisiones acorazadas de los aliados. Su actuación posterior fue vacilante, por no decir otra cosa. Tras una desastrosa carga de caballería en tanques, los polacos comenzaron a actuar con suma cautela debido a su falta de hombres. La mayoría de ellos habían combatido contra los alemanes durante la invasión de Polonia en 1939, luego habían escapado, cruzando Europa, para defender Francia en 1940 y por último habían llegado a Inglaterra para continuar la guerra. Los soldados alemanes llamaban a esos voluntarios exiliados «los turistas de Sikorski», por el nombre de su comandante en jefe y por sus sorprendentes viajes.16
Los equipos de reclutamiento polacos se habían dedicado incluso a recorrer los campos de prisioneros de guerra en busca de soldados de la Wehrmacht de origen polaco para constituir sus formaciones. En consecuencia, fueron bastantes los soldados de esa nacionalidad que sirvieron en uno y otro bando durante la campaña de Normandía. Los canadienses también andaban escasos de hombres tras las importantes pérdidas sufridas al sur de Caen, especialmente en Verriéres y la cota de Bourgébus. A diferencia de los británicos, no podían crear unidades de refuerzo desmantelando divisiones.
La tarde del 8 de agosto puso claramente de manifiesto que las fantásticas posibilidades creadas por la Operación Totalize se habían perdido en un abrir y cerrar de ojos. Los canadienses al oeste de la carretera de Falaise se vieron perjudicados por la mala comunicación y la lectura errónea de los mapas. Simonds se exasperó ante la falta de dinamismo demostrada por la 4.a División Acorazada; pero, a pesar de su insistencia, lo cierto es que fueron pocas las columnas que demostraron su ímpetu. Ordenó que siguieran avanzando durante la noche, pero muchas unidades optaron por retirarse a posiciones exclusivamente defensivas y aguardar a que amaneciera.
Los alemanes, sin embargo, todavía no sabían si el contraataque de Meyer había sido efectivo o no. Desde el mediodía, Eberbach seguía sin poder establecer comunicación con Meyer. A las 21:10 de la noche, Kluge, desesperado por el fracaso en Mortain, declaraba que la situación en el frente de Falaise era «cada vez más grave».17 Pensaba que la 89.a División de Infantería y la Hitlerjugend habían sido «prácticamente destruidas» y que el grueso de la artillería se había perdido. Avisó que si los aliados seguían avanzando hacia el sur, en dirección a Falaise, su «propio ataque contra Avranches carecería de sentido». Kluge prometió enviar un batallón de tanque Panther de la 9.a División Acorazada y otro de la división de la SS Hohenstaufen, pero ninguna de las dos pudo retirarse de su campo de batalla.
Al día siguiente, 9 de agosto, los granaderos acorazados de la Hitlerjugend siguieron resistiendo ferozmente en pequeños grupos, cortando el paso a unas fuerzas aliadas increíblemente superiores. Pero el mayor obstáculo al avance de las divisiones blindadas, como ocurriera en el curso de la Operación Goodwood, continuaban siendo los cañones de 88 mm, tanto los de la SS como los de la Luftwaffe. El III Flakkorps de la Luftwaffe había trasladado otros cuarenta de ellos al frente de Falaise[62].
Antes de que amaneciera, Simonds ordenó a una columna, llamada «las fuerzas de Worthington», que avanzara hacia el sur siguiendo la carretera de Falaise para capturar la Colina 195, situada al noreste de Fontaine-le-Pin. Esa columna, formada por el regimiento blindado British Columbia y dos compañías de los Algonquines, emprendería una marcha hacia la muerte. Cruzó la carretera de Falaise al sur de Cintheaux, y en lugar de regresar al lado oeste, siguió adelante y ocupó la Colina 140 en vez de la prevista, que se encontraba a unos siete kilómetros al suroeste. Convencida de que había tomado la colina correcta, informó del éxito de la operación y se puso a esperar.
El nuevo puesto de observación de Meyer se hallaba a apenas cinco kilómetros al sur, en otra colina junto a La Bréche-au-Diable. En cuanto la SS localizó a aquel destacamento aislado, la Kampfgruppe Waldmüller se preparó para entrar en acción. Las fuerzas de Worthington fueron rodeadas y atacadas una y otra vez a lo largo de todo el día. Cuando pidieron la ayuda de la artillería, la 4.a División Acorazada canadiense, pensando que se encontraban en la Colina 195 como habían indicado, efectuó un bombardeo de interdicción en la zona, que empeoró aún más las cosas. El fatídico error cometido por Worthington sólo fue descubierto por la tarde. La Guardia de Granaderos de Canadá, un regimiento acorazado, fue enviada en su ayuda, pero perdió veintiséis tanques Sherman en la acción. El coronel Worthington cayó en combate, y sus fuerzas fueron prácticamente aniquiladas. Algunos de los supervivientes consiguieron escapar y se unieron a la división blindada polaca.
Aquella misma noche, en el flanco del Orne, la 271.a División de Infantería alemana recibió permiso del general Eberbach para retirarse al bosque de Cingláis. Su comandante en jefe, el teniente general Paul Dannhauser, contó que habían perdido la mitad de sus oficiales y suboficiales. También confesó que, como la aviación alemana apenas intervenía, sus hombres abrían inmediatamente fuego contra ella, pensando que era la aliada.18
Los británicos, que ya se encontraban al sur de Mont Pincon, al oeste del Orne, habían topado con la nueva línea de las defensas alemanas a uno y otro lado de Plessis Grimoult. No dudaron en cambiar el nombre de la localidad por el de «Bloody Village, a second and even worse Stonkville[63]», por la lluvia de cohetes que lanzaban los Neberlwerfer.19 Varios comandantes de tanque murieron a consecuencia de la explosión de una bomba en la copa de un árbol.
A pesar de la presión a la que se veía sometido en el flanco del Orne, Kluge recibió buenas noticias durante la tarde del 9 de agosto. La línea avanzada alemana en Falaise había sido restablecida, con mucha más celeridad de lo que habría imaginado apenas veinticuatro horas antes. Tras una conversación con el OKW, accedió a volver a poner en marcha la Operación Lüttich, el contraataque en Avranches. Eberbach asumió el mando del grupo de carros blindados del frente de Mortain, mientras que Sepp Dietrich lo sustituía como jefe del 5.° Ejército Acorazado.
La decisión de los alemanes de volver a lanzar una ofensiva en Avranches suscita una cuestión sumamente intrigante, pero sin respuesta. ¿Se convirtió al final el fracaso de la Operación Totalize en una ventaja para los aliados? Si los canadienses habían llegado a Falaise, y Kluge había decidido iniciar su retirada de Mortain el 9 de agosto, ¿habrían conseguido escapar más tarde muchos más hombres del 7.° Ejército alemán de la bolsa en la que cayeron, o muchos menos?
Simonds, profundamente decepcionado, siguió intentando el avance al día siguiente, 10 de agosto. Quería abrirse paso por el bosque de las inmediaciones de Le Quesnay y cruzar el río Laizon. Aunque el I Cuerpo Acorazado había quedado reducido a sólo cuarenta tanques, la mayoría de sus cañones de 88 mm seguían funcionando y constituían una poderosa cortina de protección alrededor de Potigny. En concreto los polacos pensaban que los «adivinos y su bola de cristal» habían infravalorado gravemente las defensas antitanque de los alemanes.20 Además, las escuadrillas de aviones Typhoon apenas podían actuar como apoyo, debido a la pésima visibilidad, pero los británicos y los canadienses seguían aparentemente sin alcanzar los niveles de cooperación tierra-aire a los que habían llegado los americanos.
A última hora de la tarde de aquel día, la Hitlerjugend informó de la destrucción por su parte de 192 tanques aliados en las últimas dos jornadas.21 El comunicado emitido por el OKW ascendió la cifra a 278 tanques aliados destruidos a uno y otro lado del río Orne.22 En cualquier caso, los aliados habían perdido más de ciento cincuenta tanques, y el general Simonds se sintió en la obligación de interrumpir la ofensiva aquella misma noche. No podía más que reflejar su amargura por no haber sabido aprovechar el 8 de agosto el impulso de sus tropas. La obligación de esperar a la incursión de los bombarderos durante la segunda fase de su plan había puesto en bandeja de plata una gran oportunidad para los alemanes.
Los combates por hacerse con la carretera de Falaise constituyeron, al parecer, otra encarnizada batalla. Las advertencias lanzadas por el general Crerar con el fin de evitar posibles actos de represalia parece que no surtieron efecto, considerando que sólo ocho prisioneros pertenecientes a la odiada Hitlerjugend figuran en la lista de los 1327 hombres capturados, conducidos a la retaguardia por el II Cuerpo canadiense. Por supuesto, los jóvenes fanáticos de la SS eran los que menos se rendían, incluso en circunstancias extremas, pero la cifra no deja de ser sorprendentemente baja.23
A diferencia de las tropas de Simonds durante el ataque a Falaise, el 3.er Ejército del general George Patton, que avanzaba como un vendaval rompiendo la retaguardia alemana a unos ciento quince kilómetros al sur, no tenía que preocuparse demasiado por los cañones antitanque de 88 mm. La principal obsesión de Patton era mantener a su ejército perfectamente abastecido. «Las fuerzas son tan ingentes», escribía, «yo solo ya cuento con doce divisiones, que el sistema de aprovisionamiento es colosal».24 Según el general John C.H. Lee, jefe de los servicios de retaguardia del SHAEF, Patton intentaba «apropiarse de todo el suministro de combustible para su ejército».25 Adulaba a los conductores de los camiones, regalándoles emblemas del 3.er Ejército, y a veces incluso requisaba los vehículos de transporte para trasladar rápidamente a otro lugar a su infantería.26 Todo esto provocaba la exasperación, pero también una gran admiración, entre sus colegas.
El Ejército de los Estados Unidos era la fuerza mejor mecanizada que había visto el mundo, pero esto conllevaba sus problemas. Un tanque consumía una media de treinta y dos mil litros de combustible a la semana. La 3.a División Acorazada calculaba que, sólo para seguir avanzando por la carretera, esta unidad necesitaba doscientos cuarenta mil litros al día.27 Si tenía que adentrarse en los campos, el número de litros se multiplicaba vertiginosamente. (Un oficial de intendencia de la 3.a Acorazada estimaba que su división necesitaba quinientos mil litros para avanzar cien metros).28 Además de combustible, una unidad de esas características necesitaba treinta y cinco toneladas de raciones de comida al día para veintiún mil hombres (cifra que incluía a los que habían sido integrados en ella) y, dependiendo de la intensidad de los combates, muchísimas más toneladas de municiones.
Los americanos se enfrentaron a este desafío dándole en todo momento máxima prioridad. «Los convoyes de aprovisionamiento», cargados de combustible y gasolina, tenían siempre preferencia. Cada transportador M-25 llevaba unos sesenta y cuatro mil litros. Incluso llegaron a utilizar los camiones de munición de la artillería para transportar más gasolina. La policía militar y los Piper Cub se encargaban de controlar el avance de los convoyes, y los ingenieros trabajaban las veinticuatro horas para reparar y mejorar carreteras y puentes. En Le Mans construyeron el puente Bailey más grande que se había visto en Francia, y lo llamaron «Miss América».29 No es de sorprender que los alemanes quedaran atónitos de envidia ante lo que denominaban «la guerra de un millonario».
El 8 de agosto, cuando la batalla por la conquista de Mortain y la Operación Totalize estaban en su momento más álgido, Bradley empezó a obsesionarse con la idea de acorralar a los alemanes entre Argentan y Falaise. Eisenhower, que estaba de visita en su cuartel general en aquellos momentos, dio el visto bueno. Ese mismo día también se recibió la visita de Henry Morgenthau, secretario del Tesoro. Bradley, mientras le mostraba entusiasmado el mapa, dijo: «Esta es una oportunidad que un comandante tiene sólo una vez cada cien años. Estamos a punto de aniquilar a todo un ejército hostil».30
Bradley telefoneó a Montgomery para acabar de perfilar el plan. Montgomery dio el visto bueno, pero tenía sus dudas. Prefería un envolvimiento más amplio a poca distancia del Sena. (Si la idea de Bradley hubiera sido propuesta veinticuatro horas más tarde, cuando ya se sabía que el ataque de Simonds había quedado a medio camino, es muy probable que Montgomery la hubiera rechazado). Patton, que también prefería atrapar en el Sena a los alemanes en retirada, tenía más dudas incluso, pero accedió a trasladar al XV Cuerpo de Haislip al norte de Le Mans hacia Alencon y Argentan, para que se reuniera con el 1.er Ejército canadiense que avanzaba hacia el sur desde Falaise. Pensó que siempre estaba a tiempo de tender una segunda trampa más adelante.
Mientras tanto, el XX Cuerpo de Patton seguía barriendo su flanco sur en el valle del Loira. Cuando se aproximaba a Angers, una compañía de tanques Sherman cortó el paso a un pequeño convoy alemán y descubrió que había capturado «la paga de toda una división».31 El 9 de agosto, parte del cuerpo atacó Angers con tres batallones de frente. Su avance se vio bloqueado por una enorme zanja antitanque. Los ingenieros, con la ayuda de los bulldozer, la rellenaron parcialmente para que los tanques pudieran cruzarla. Poco después entraban en la ciudad. Los tres puentes del río Mayenne habían sido destruidos, pero los ingenieros lograron que uno de ellos volviera a ser utilizable. La noche del 10 de agosto los americanos comenzaron a cruzar a la margen derecha del río. El 2.° Regimiento de Infantería de la 5.a División comenzó a barrer el pueblo.32 «Los franceses pegaban a los colaboracionistas», contó un teniente, «y, aunque nos los llevábamos, volvían a por ellos y seguían apaleándolos».33
Los intentos por parte de los alemanes de defender su flanco sur parecían condenados al fracaso en medio de aquel caos. Las fuerzas de su 9.° División acorazada se habían visto gravemente mermadas y la 798a División de Infantería había sido aniquilada. Sólo sesenta rezagados aparecerían más tarde[64]. El comandante de Le Mans fue acusado de haber «perdido su coraje» por un tribunal militar.34
Kluge y Eberbach no sabían muy bien hasta dónde habían llegado las puntas de lanza de Patton. Pero el 10 de agosto, los alemanes interceptaron un mensaje por radio de la 5.a División Acorazada. En él se confirmaban sus temores: el flanco izquierdo del 3.er Ejército de Patton avanzaba hacia el norte, en dirección a Alencon, amenazando tanto a su retaguardia como a su principal centro de aprovisionamiento. Inmediatamente se formaron en la ciudad unidades improvisadas con «soldados de intendencia, secciones de mantenimiento y tanques que estaban siendo reparados» pertenecientes a los restos de la Panzer-Lehr-Division.35 Los lanzagranadas Panzerfaust fueron distribuidos indistintamente entre los mecánicos y los cocineros. Pero la caída de Alencon ya estaba escrita.
El 11 de agosto, al mediodía, Eberbach llegó al cuartel general del LXXXI Cuerpo en el nordeste de Alencon para entrevistarse con Kluge y Hausser. Se enteraron de que su 9.a División Acorazada había sufrido un duro golpe y se estaba retirando a los bosques del norte de la ciudad. Esta unidad, reducida ahora a poco más de un batallón de infantería, otro de artillería y seis carros blindados, no conseguiría resistir mucho tiempo más. Los americanos estaban a punto de asaltar el cuartel general del cuerpo. Los altos oficiales allí presentes comenzaron a prepararse para marchar a toda prisa hacia el este. Ya no quedaba tiempo para que Eberbach lanzara su contraofensiva en el flanco sur con la ayuda de las divisiones acorazadas que habían sido retiradas del frente de Mortain. En cuanto llegaran, sólo podrían intentar formar una línea de defensa. El orden militar alemán en Francia comenzaba a desmoronarse a su alrededor, pero Hitler seguía en sus trece: «¡Debe lanzarse un contraataque en Avranches!».36 Eberbach casi no podía hablar de la rabia que sentía. «Era incomprensible que el OKW no se diera cuenta de aquella trampa, sobre todo después de lo ocurrido en Stalingrado, en Túnez y en Crimea».37
De pronto pudo oírse muy cerca el rugido de los tanques. «Comenzaron a llover proyectiles enemigos en nuestra zona», escribió Eberbach. «A nuestro alrededor todo era nubes de humo provocadas por los vehículos en llamas. No pudimos salir de allí hasta que oscureció. Cuando pasábamos por Sées, me di cuenta de que una compañía de panaderos tomaba posiciones defensivas. Las calles estaban llenas de efectivos de retaguardia saliendo en tropel hacia el norte».38 Los miembros de la Feldgendarmerie y de los tribunales militares se instalaron en los cruces de las carreteras para detener a los desertores.39 La mayoría de los soldados rezagados pasaron a formar parte de equipos de combate improvisados.
Al día siguiente, por orden de Eberbach, la 116.a División Acorazada, la primera en llegar desde Mortain, avanzó hacia Sées, pero topó con la 2ème DB francesa, que acababa de unirse al cuerpo de Haislip. Por la noche Eberbach supo que la división había sido prácticamente aniquilada por la artillería y los tanques aliados, y que los americanos estaban abriéndose paso hacia Argentan. El reducido Estado Mayor de Eberbach consiguió escapar de nuevo, pero tardó seis horas en recorrer treinta kilómetros. Las estrechas carreteras estaban plagadas de vehículos de la Wehrmacht que avanzaban a paso de tortuga. La pérdida del centro de aprovisionamiento de las inmediaciones de Alençon suponía que tanto el 7.° Ejército como la Panzergruppe Eberbach tenían que ser abastecidas por el 5.° Ejército Acorazado, en el que a su vez escaseaban peligrosamente el combustible y las municiones.
La noticia de la destrucción de la 9.a División Acorazada aún no había llegado a las divisiones alemanas que se retiraban de la zona de Mortain hacia el este. Creían que el flanco sur estaba en aquellos momentos protegido. Los cazabombarderos aliados seguían eligiendo como blanco a los vehículos de chapa blanda, especialmente a los camiones encargados del transporte de suministros. Esta táctica se reveló sumamente efectiva. La falta de combustible obligó a la 1.a División Acorazada de la SS Leibstandarte Adolf Hitler a abandonar y destruir varios de sus tanques. Sus tropas emprendían la retirada en cualquier vehículo que tuvieran a mano, normalmente con un observador aéreo recostado sobre uno de los guardabarros frontales que vigilaba la posible aparición de cazas aliados. A una compañía aún le quedaba un autobús Fiat, botín de la guerra en Italia, pero sus neumáticos estaban tan agujereados que tuvieron que rellenarse de heno en vez de aire.40
Más al sur, el Gefreiter Spiekerkötter y el pequeño grupo de zapadores que habían escapado a través de Avranches se dirigían en aquellos momentos hacia el este, sólo un poco por delante de las columnas de Patton. En la parte trasera de su vehículo de seis ruedas soviético los soldados llevaban escondido un pequeño barril de Calvados entre las minas. Su comandante, el teniente Nowack, que se reencontró con sus hombres en la placita de un pueblo, por desgracia también encontró su alcohólico tesoro oculto. No hacía mucho que, en estado de embriaguez, había brindado irónicamente diciendo: «¡Calvados sigue en manos alemanas!».41
Con la ayuda de bombas de mortero y otro tipo de explosivos, los zapadores seguían preparando puentes para demolerlos. En cierta ocasión, en un pueblo, habían acabado su trabajo cuando un tanque destructor de la SS, que protegía la retaguardia, se puso a avanzar pesadamente por el puente y rompió todos los cables con sus orugas. Antes de que pudiera repararse el daño, apareció un Sherman y empezó a cruzar el puente. El tanque destructor alemán hizo blanco en él con su primer disparo, y el Sherman comenzó a arder. El comandante de la SS, un Unteroffizier, dijo a todos que había que salir corriendo del pueblo. No hizo falta que lo repitiera: en un momento comenzó una lluvia de proyectiles de la artillería americana. Cuando esto ocurrió, el camión soviético de los alemanes ya no funcionaba, de modo que requisaron un Citroen para escapar a París. Probablemente este hecho les ayudara a pasar inadvertidos a los pilotos de la aviación aliada y a la Resistencia francesa.
De las divisiones que se retiraron tras el fallido contraataque en Avranches, sólo la 2.a División Acorazada del general Von Lüttwitz podía ser considerada apta para el combate. Se le encomendó la misión de resistir en el sector de Ecouché, donde debía enfrentarse a la 2.a División Acorazada francesa, la 2ème DB, que avanzaba desde Alençon hacia el norte con la 5.a División Acorazada de los Estados Unidos a su derecha. Poco después del amanecer del 13 de agosto, la 2ème DB se llevaría un buen susto, cuando varios tanques Panther, probablemente de la 116.a División Acorazada, chocaron con su cuartel general. Los Sherman de los franceses tuvieron que acabar con ellos en un enfrentamiento cara a cara…42
La división de Leclerc siguió limpiando el bosque de Ecouves aquel día y estuvo a punto de capturar al general Von Lüttwitz. Uno de sus destacamentos se encontró con dos hombres «muy mal disfrazados» de civil que empujaban un carro. En este vehículo había dos sacos con uniformes alemanes. Los soldados franceses se echaron a reír a carcajadas cuando los descubrieron; sin embargo, sus prisioneros parecían sentirse aliviados porque la guerra había acabado para ellos. Guerre kaputt!, exclamaron.43 44
En el lado aliado también reinaba el caos, pues algunas divisiones que intentaban avanzar hacia el norte se encontraban con el paso bloqueado por otra que avanzaba cruzando su camino. El general Leclerc de la 2ème DB demostraría en el asalto al bosque de Ecouves su más absoluto desprecio por las órdenes recibidas del cuerpo. Cuando tomó la carretera principal que conducía a Argentan, asignada a la 5.a División Acorazada, provocó una situación caótica al cortar el paso a los camiones cisterna de la división americana.
En medio de la confusión, las FFI y otros franceses, gente normal y corriente, ayudaban siempre que podían proporcionando información. Un batallón de tanques de la 5.a División Acorazada fue avisado justo a tiempo por un niño de que en el pueblo en el que iban a entrar había un cañón antitanque de 88 mm escondido. Pero a los franceses también les desconcertaba la frialdad de algunos americanos para matar. En un pueblecito, una francesa fue a preguntarles qué debía hacer con cuatro alemanes que se habían refugiado en su casa. «No había nadie que pudiera encargarse de ellos», informó un teniente del 10.° Batallón de Tanques, «de modo que los pusimos contra una pared y los fusilamos».45
La 2ème DB y luego la 90.a División del cuerpo de Haislip cortaron el paso al primer regimiento de la recién llegada 80.a División americana. El coronel McHugh, su comandante en jefe, sobrevoló la zona en un Piper Cub de reconocimiento para ver qué ocurría. El obstáculo era un puente destruido, y tenía que buscar una ruta alternativa. «Un francés se me acercó y en un inglés perfecto me indicó correctamente cómo llegar a un puente que no estaba muy lejos», contaría McHugh. «Me impresionó tanto que hice que me acompañara. Más tarde supe que se trataba de un americano que trabajaba para nuestros Servicios Estratégicos [OSS] y que llevaba varios meses viviendo en la zona».46
McHugh tuvo los problemas habituales que da una formación novata cuando entra en acción por primera vez. «Era nuestro primer combate real, y me costaba mucho hacer que los hombres avanzaran. Tenía que darles literalmente una patada para que se levantaran y atacaran; para animarlos yo me ponía a andar por la carretera sin que nadie me cubriera». Entonces aparecieron los tanques alemanes. «El oficial al mando de mi primer batallón fue presa del pánico, y sus hombres se contagiaron. Fue necesario sustituir a todo el batallón para recuperar el vigor». La 80.a División americana también sufrió en sus carnes los mismos errores cometidos con anterioridad en el sistema de reemplazos. Un regimiento «recibió a diecisiete cocineros sin haber tenido ni una baja en esa sección». No podía devolverlos, de modo que tuvo que poner a aquellos pobres desgraciados en el campo de batalla como soldados de infantería cuando nunca habían sido entrenados para ello. Tres días de combate supusieron para el regimiento quinientas veintitrés bajas, de las cuales ochenta y cuatro correspondían a muertos en acción. El 13 de agosto McHugh, al enterarse de que parte de la 2ème DB francesa estaba «librando una encarnizada batalla con sus tanques cerca de Carrouges», volvió a subirse al Piper Cub para ver desde lo alto lo que ocurría. El Grupo Acorazado D y la 90.a División Americana estaban luchando contra la 2.a División Acorazada alemana y parte de la Leibstandarte.
Otro grupo acorazado de la 2ème DB atacó luego a un destacamento de la 16.a División Acorazada alemana en Ecouché. Cuando los Sherman de los franceses entraron en el pueblo, un cura se asomó a la ventana y gritó, «Vive l’Amérique!».
«C’est la France!», le respondió un capitán. El sacerdote salió corriendo de su casa con una bandera tricolor y exclamó, «Vive la France!». Entonces el capitán le dijo que también debía gritar «Vive de Gaulle!».47
La 2ème DB ya había tenido cerca de seiscientas bajas; este número incluía las ciento veintinueve que se produjeron durante un bombardeo el 8 de agosto, antes incluso de que entrara en acción.48 En consecuencia, no desaprovechaba la oportunidad de aumentar el número de reclutas con los centenares de jóvenes franceses que deseaban alistarse. En Ecouché permitió incluso que se enrolara un alsaciano que acababa de desertar de la Leibstandarte, y que diez días después participaría en la liberación de París vestido con el uniforme francés[65]. 49
La tarde del 13 de agosto, una patrulla de combate francesa entró en Argentan, pero enseguida fue obligada a retirarse. Había llegado otra parte de la 116.a División Acorazada alemana, y en aquellos momentos la defensa de la ciudad se veía reforzada con lo que quedaba del 24. Panzer-Regiment, un regimiento de baterías antiaéreas con un cañón cuádruple de 20 mm y unos cuantos de 88 mm. La 116.a tenía la orden de resistir en Argentan a cualquier precio para impedir el avance aliado hacia Falaise.50 La 2ème DB seguía en su posición al sur de la ciudad y hacer de «tapón sólido».51
La noche anterior Patton había dado a Haislip la orden de seguir avanzando hacia el norte. «Tras tomar Argentan, avanzad poco a poco en dirección a Falaise… Al llegar a Falaise, seguid avanzando poco a poco hasta contactar con nuestros aliados».52 Luego había hablado con Bradley por teléfono desde su cuartel general avanzado cerca de Laval para rogarle que le permitiera cubrir ese hueco, pero Bradley se negó. Poco después del mediodía del 13 de agosto, Patton lo intentó una vez más, pero desde el cuartel general de Bradley le dijeron categóricamente que detuviera al XV Cuerpo de Haislip en Argentan. «Este cuerpo podía avanzar con facilidad hasta Falaise», escribió en su diario aquel mismo día, «y cubrir totalmente el hueco, pero se ha ordenado que nos detengamos porque los británicos sembraron la zona de bombas de efecto retardado. Estoy convencido de que este alto en el camino es un gran error, pues estoy convencido de que los británicos [sic] no se acercarán a Falaise». Más tarde sospecharía que todo ello se debió a «los celos que sentían los británicos de los americanos o al más absoluto desconocimiento de la situación o a una combinación de ambos factores».53
Un avance hacia el norte tal vez no habría resultado tan fácil como creía Patton. La 5.a División Acorazada, al igual que la 2ème DB, encontró en su camino numerosas posiciones de cañones de 88 mm estratégicamente ubicadas, y perdió muchos hombres y vehículos mientras exploraba el terreno. Pero Bradley no quería llevar a sus fuerzas a una zona asignada al XXI Grupo de Ejército de Montgomery. Tanto él como Eisenhower estaban muy preocupados por los bombardeos que pudieran efectuar los americanos y los canadienses o por la posibilidad de que se bombardearan entre ellos, pues avanzaban desde direcciones opuestas.
Bradley también temía que el XV Cuerpo fuera demasiado débil para resistir en el hueco existente entre Argentan y Falaise a las divisiones alemanas, ansiosas por huir. Y le preocupaba además que su flanco izquierdo estuviera desguarnecido por el lado del 1.er Ejército de Hodges, el mismo por el que Hitler pretendía que Eberbach lanzara su contraataque. Todo lo que podemos decir es que la decisión de efectuar un envolvimiento entre Argentan y Falaise fue un error. Sin embargo, Montgomery sería más tarde muy criticado en muchos ámbitos por haberse negado a cambiar la línea divisoria que separaba a los grupos de ejército de británicos y americanos y no permitir que Patton avanzara como una flecha hacia el norte.
El fracaso de la Operación Totalize en la conquista de Falaise ha generado más debates que prácticamente cualquier otro aspecto de la batalla de Normandía. Montgomery cometió un grave error de cálculo cuando supuso que los canadienses llegarían a Argentan antes que los americanos. Había dado por hecho que los alemanes enviarían más formaciones para defender su flanco sur de las fuerzas de Patton. También había subestimado de nuevo las dificultades que comportaba lanzar divisiones acorazadas formadas por novatos contra un muro de cañones de 88 mm. La obsesión de los aliados con los Tiger y los Panther oscureció el hecho, no reconocido en su momento, de que se perdieron muchos más carros blindados Sherman y Cromwell debido a la eficacia de las armas antitanque alemanas y del tanque destructor Jagdpanzer.54
Fuera cuales fuesen las razones exactas que contribuyeron a que la misión de cubrir el hueco existente entre Argentan y Falaise acabara en un rotundo fracaso, el hecho es que los americanos montaron en cólera, y el que más Patton. Ahora debían buscar más al este el campo de la muerte de los ejércitos alemanes en retirada.