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La batalla del Bocage
Tras la caída de Cherburgo a finales de junio, el 1.er Ejército estadounidense de Bradley se dispuso a avanzar hacia el sur. Al oeste, en la base de la península, la 79.a División de Infantería, la 82.a Aerotransportada y la infortunada 90.a División se dispersaron por un terreno pantanoso. Se enfrentaron a casi todo el LXXXIV Cuerpo de Choltitz, para entonces bien atrincherado en las colinas boscosas situadas más al sur. La 4.a División y la 82.a, al sur de Carentan, se encontraban también en un terreno bajo y pantanoso. Allí se enfrentaron a la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS Götz von Berlichingen y a la 353.a División de Infantería.
Al este, en el frente de Saint-Lô, estaban la 30.a, la 35.a y la 29.a División de Infantería, ya en terreno de bocage. También se encontraban allí, en las inmediaciones de Caumont, la 1.a y la 2.a División de Infantería que enlazaban con el sector británico. Tenían frente a ellas al II Cuerpo Paracaidista de Meindl. Aunque Geyr y Guderian pusieron serias objeciones a la disgregación de las divisiones, los alemanes realizaron operaciones muy eficaces de defensa con sus Kampfgruppen o grupos de combate de infantería, de artillería de asalto y de ingenieros.
La campaña americana se inició el 3 de julio, cuando el VIII Cuerpo, al mando del general Middleton, atacó el flanco occidental. En aquel verano inusualmente húmedo, la acción dio comienzo bajo un fuerte chaparrón. Los soldados americanos, hartos del clima frío y húmedo que habían padecido en Gran Bretaña durante los meses de adiestramiento, habían esperado que el tiempo fuera más benigno en Francia. La presencia de nubes bajas excluía la posibilidad de asistencia aérea y la lluvia era demasiado espesa para permitir a la artillería disponer de una observación precisa. La 82.a Aerotransportada alcanzó su objetivo, la Colina 131, al norte de La Haye-du-Puits, a primera hora de la tarde, pero el resto de la ofensiva quedó atascada. La 82.a aguardaba con impaciencia la llegada de las otras dos divisiones. Los alemanes tenían unos problemas bien distintos. Un batallón de tártaros del Volga «desertó de inmediato al ver al enemigo» en cuanto comenzaron los ataques. Otro batallón de Osttrupen se rindió a la 82.a a la primera ocasión que se les presentó y, más al oeste, un tercer batallón de la 243.a División de Infantería también hizo defección.1
Al día siguiente, en la parte más oriental de los pantanos, en las inmediaciones del río Séves, el VII Cuerpo estadounidense envió a la 83.a División al ataque en el sector Sainteny. Para celebrar el 4 de julio, se dio la orden de que todos los cañones de campaña del frente abrieran fuego exactamente a mediodía. Algunas unidades lanzaron incluso señales de humo rojas, blancas y azules. La 83.a División, recién llegada, había relevado a la 101.a Aerotransportada a finales de junio. Había sido enviada a su destino en patrullas nocturnas para que los hombres «adquirieran experiencia y confianza», y para que de paso se redujera el efecto de las «tropas nerviosas y demasiado aficionadas a apretar el gatillo».2 Pero al regresar a sus líneas, los soldados comprobaron que eran tiroteados «indiscriminadamente» por los centinelas llenos de ansiedad. Los paracaidistas de la 101.a habían saturado a los recién llegados «con cuentos chinos acerca de la brutalidad y la capacidad de combate de los alemanes». La lucha por Saintenay se convirtió en un bautismo de sangre. La 83.a División de Infantería sufrió 1400 bajas. Sus integrantes tenían mucho que aprender, como llegarían a saber por los pocos alemanes que lograron capturar. «Los prisioneros que hicimos», comunicaba un sargento, «nos dijeron que éramos unos novatos, porque ellos sabían perfectamente todos y cada uno de los movimientos que íbamos a hacer. Nos veían encender cigarrillos y oían cómo hacíamos chocar metal contra metal. Basta que pongamos en práctica unos cuantos principios básicos, y viviremos más».3 A los alemanes, por otra parte, les encantaba hacer prisioneros entre los aliados, aunque sólo fuera para apoderarse de los excelentes mapas que llevaban y de los que ellos carecían. Dos días después, el 6 de julio, la 4.a División de Infantería se unió al ataque por el suroeste. Tras verse obligado a librar duros combates en su avance hacia Cherburgo, el general Barton comentó: «Ya no tenemos la División que trajimos cuando desembarcamos».4 Y no era una exageración. La unidad había sufrido 5400 bajas desde que llegó a tierra y había recibido 4400 reemplazos. Habían caído tantos oficiales que los integrantes del Estado Mayor de la división fueron destinados a las unidades de combate.
El ataque americano se vio entorpecido por los pantanos que rodean el río Séves por el oeste y los que rodean al río Taute por el este. Esta circunstancia impidió rebasar las posiciones alemanas por los flancos, sin contar con que buena parte del terreno estaba demasiado embarrado para que pudieran pasar los tanques. El 37.° Regimiento de Granaderos Acorazados de la SS, perteneciente a la división Götz von Berlichingen, tenía que defender un cuello de botella perfecto. Pero hasta los granaderos acorazados de la SS se quejaban de que con la lluvia y con la elevada altura de la capa freática empezaban a pudrírseles las uñas de los pies, pues en sus trincheras había más de medio metro de agua.
Por otra parte, los SS-Panzergrenadiere más jóvenes no estaban acostumbrados a la comida. Había leche, mantequilla y filetes en abundancia, pero no tenían ni pan ni pasta. Una semana antes de que diera comienzo la ofensiva de los americanos, habían recibido por primera vez correo desde que empezara la batalla. Tras el costoso combate en Carentan, había sido preciso devolver a las familias y a las novias en Alemania muchas cartas con el sello: «Caído por la Gran Alemania».3 Aquel día fue testigo también de la llegada de los primeros destacamentos de la 2.a División Acorazada de la SS Das Reich, bastante maltrechos después de su larguísima viajata al norte.