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Sword

El desembarco de la 3.a División de Infantería británica en el extremo oriental de la playa Sword, entre Saint-Aubin-sur-Mer y el río Orne, contó con el apoyo de artillería pesada. Los acorazados Ramillies y Warspite, de la Marina de Su Majestad, y el monitor también inglés Roberts iban reforzados con cuatro cruceros, entre ellos el buque polaco Dragon, y trece destructores. Los responsables de la planificación de la Operación Overlord habían incrementado esta cobertura naval debido a las numerosas baterías alemanas existentes en el sector. Las aves del estuario del Orne se volvieron locas con el fuego de los cañones. «El silbón y la cerceta vuelan bajo sobre el mar y parecen balas trazadoras negras», anotó un observador en su diario.1

Las lanchas de desembarco fueron lanzadas al mar en medio del temporal a las 05:30, y después de dar unas vueltas en círculo se encaminaron a tierra intentando en vano mantener la formación. El oficial al mando de una compañía del 2.° Batallón del Regimiento East Yorkshire leyó algunos fragmentos de Enrique V de Shakespeare a sus hombres por la megafonía, pero probablemente los soldados estuvieran demasiado mareados para prestar atención. Muchos lamentaron haberse tomado el traguito de ron de la Marina que les habían dado con el desayuno.

Las tripulaciones de los tanques anfibios del 13 y el 18 de Húsares y de la Staffordshire Yeomanry sintieron un tipo muy distinto de náusea cuando recibieron la orden: «¡Flotador, cinco mil!».2 El lanzamiento de los tanques anfibios estaba previsto que se realizara aproximadamente a unos ocho mil metros de tierra, pero, aunque esa distancia fue reducida, estaba todavía demasiado lejos de la costa, con olas de más de metro y medio de altura. Sorprendentemente, sólo se hundieron seis de cuarenta, y dos de ellos como consecuencia de ser embestidos por una lancha de desembarco fuera de control. A las 06:50, los cañones autopropulsados de la 3.a División de Infantería también abrieron fuego desde sus lanchas a una distancia de diez mil metros.

Poco antes de desembarcar, un oficial que iba con el 41.° Comando de los Marines Reales observó a los hombres que tenía a su alrededor en la lancha. «Unos estaban aterrados, otros tremendamente orgullosos de formar parte de él [el Comando]. Por doquier se veía expectación mezclada con una alegría nerviosa».3 Cuando llegó la primera oleada de soldados de infantería, el 1.er Batallón del Regimiento South Lancashire y el 2.° de East Yorkshire, descubrió que los primeros tanques anfibios ya estaban en la playa y disparaban contra los reductos. Los South Lancs atacaron inmediatamente la posición alemana cuyo nombre en clave era «Cod», situada frente a la playa. El oficial que estaba a su mando murió a tres metros del final de la playa con el oficial médico del batallón herido a su lado. Una sección provista de fusiles ametralladores, que fueron desembarcados en sus correspondientes vehículos ligeros, atacó directamente la playa y los defensores se rindieron. Los soldados del 2.° Batallón del Regimiento Middlesex, que venía detrás, quedaron sorprendidos al ver que eran recibidos por un hombre tocado con un casco de bombera de latón «como un dragón napoleónico». Era el alcalde de Colleville. Iba acompañado de una mujer joven, que no tardó mucho en ocuparse de los heridos.4

Otras jóvenes francesas mostraron también un valor extraordinario, bajando hasta las playas para prestar ayuda. Por pura casualidad, una estudiante de enfermería que se había dejado el bañador en una cabina de la playa el día anterior se desplazó en bicicleta hasta allí aquella mañana con la intención de recogerlo. Haciendo caso omiso de los silbidos de los soldados se puso a trabajar vendando a los heridos. Se pasó trabajando dos días enteros, en el curso de los cuales conoció a su futuro marido, un joven oficial inglés.5

Los tanques barreminas del 22.° de Dragones y de los Dragones de Westminster despejaron el terreno y abrieron caminos en los campos de minas, creando salidas de la playa con más rapidez que en cualquier otro sector. Los Ingenieros Reales tampoco perdieron el tiempo. «De vez en cuando se produce un gran destello acompañado de nubes de humo y un estruendo, cuando un sector de la playa es despejado por los zapadores», señalaba en su diario un oficial de la Armada.6

Un joven oficial que desembarcó en la segunda oleada se fijó en que junto al puesto del beachmaster había un oficial alemán gordo, que había sido hecho prisionero junto con media docena de sus hombres. Estaban agazapados bajo la protección del rompeolas mientras caían las bombas de su propia artillería. De repente el oficial alemán protestó a un sargento del personal a las órdenes del beachmaster asegurando que en virtud de la Convención de Ginebra tenían derecho a ser conducidos a un lugar seguro. El sargento le lanzó una pala y exclamó gritando: «¡Muy bien, pues cávese usted un hoyo, joder!».7

El 2.° de East Yorkshire se abrió paso hacia el interior del país, girando a la izquierda en dirección al río Orne para atacar el fortín «Solé» y luego hacerse con el «Daimler», que disponía de cuatro cañones de 155 mm. Un capitán arremetió contra el bunker disparando su metralleta Sten y logró entrar en él. Por desgracia su asistente, «con un entusiasmo mal dirigido», eligió ese momento para lanzar una granada por el tubo de ventilación. Fue su valeroso capitán el que recibió la mayor parte de la onda expansiva. Salió del fortín aturdido, pero afortunadamente indemne. Los setenta defensores del fortín se rindieron de inmediato. Cuando los soldados del Regimiento East Yorkshire descubrieron en su interior una provisión de cerveza y de vino, el sargento mayor de la compañía, temiendo que la disciplina se relajara, los amenazó con castigarlos por pillaje. Pero luego «se mostró un poco más comprensivo», imaginándose lo agradable que habría resultado tomar un traguito.8

La 1.a Brigada de Servicio Especial de lord Lovat desembarcó también cerca de Colleville. Sus comandos habían tirado los cascos en el último momento y en su lugar llevaban las boinas verdes con las insignias de su regimiento. Lovat llevaba consigo a su propio gaitero, Bill Millin, de los Cameron Highlanders. Millin estaba muy contento de que Lovat fuera el primero en salir de la lancha, pues medía más de 1,80 m y habría podido indicar a los demás la profundidad del agua. El hombre que iba inmediatamente detrás de Lovat recibió un tiro en la cara y cayó fulminado. Millin saltó al agua y se estremeció de frío cuando su falda escocesa se abrió a su alrededor. Cuando por fin pudo empezar a andar en medio de las olas se puso a tocar Highland Laddie. Lovat se volvió a mirarlo y le hizo un gesto de aprobación con el pulgar, pues se trataba de una marcha de su antiguo regimiento, los Scots Guards. En medio del fragor de los morteros, los gritos y el tiroteo de las armas pequeñas, Millin casi no pudo dar crédito a sus oídos cuando Lovat le preguntó si le importaba desfilar por la playa arriba y abajo tocando The Road to the Isles mientras desembarcaba el resto de los hombres. A la mayoría de los que llegaron a la playa les encantó, pero uno o dos casi perdieron los estribos ante lo que consideraron una conducta desquiciada.9

Aunque más tarde de lo previsto, Lovat condujo a sus tropas a marchas forzadas hacia el interior del país, en dirección a los dos puentes de Bénouville capturados por la compañía de John Howard a primera hora de la mañana. La singular valentía de Lovat había hecho que sus hombres lo llamaran el «loco hijo de puta». Aunque era un gran luchador, seguía teniendo, como vigésimo quinto jefe del clan Fraser que era, un toque de gran señor. Mientras avanzaban junto al canal de Caen hacia Bénouville, un fusilero alemán les disparó desde lo alto de un árbol. El hombre debió de ser después presa del pánico, pues saltó a tierra e intentó arrastrarse hasta un campo de grano para esconderse. Lovat se arrodilló y lo abatió de un solo tiro de su escopeta de caza. Mandó a dos hombres a recoger el cadáver, casi como si se tratara de un ciervo.

Lovat se volvió hacia Millin:

—Muy bien, gaitero. Empiece a tocar otra vez y no deje de hacerlo mientras pueda hasta que lleguemos a Bénouville. Allí están los aerotransportados en los puentes, y cuando oigan la gaita, sabrán que estamos a punto de llegar.10

Millin se puso a tocar Blue Bonnets Over the Border mientras se aproximaban al objetivo. Con un gran sentido de la oportunidad, Lovat saludó a Howard estrechando su mano y comentó que aquel día habían hecho historia. Evidentemente no sabía que los hombres de Howard no sólo habían sido salvados por el batallón de paracaidistas del coronel Pine-Coffin, sino que incluso algunos de sus hombres habían llegado antes que él a los puentes.

El capitán Alan Pyman, condecorado con la Cruz Militar había conducido a la Tropa 3 del Comando 6 hasta allí media hora antes.11 Esta unidad estaba formada por belgas, holandeses, noruegos y polacos. La más sorprendente era la Tropa 10, formada casi en su totalidad por refugiados alemanes de origen judío.12 En su mayoría habían sido trasladados a ella desde el Royal Pioneer Corps. A todos sus integrantes se les habían dado nombres ingleses, con placas de identidad en las que se afirmaba, por si eran capturados, que pertenecían a la Iglesia anglicana. Al ser el alemán su lengua materna, resultaron también sumamente útiles a la hora de interrogar a los prisioneros, como no tardaría en comprobar Lovat. Pyman condujo a sus hombres directamente a Bréville, que seguía siendo defendida con gran ferocidad. Murió por el disparo de un francotirador y, al carecer de apoyo, sus hombres se vieron obligados a replegarse a Amfréville.

El Comando n.° 4, en el que había dos unidades de fusiliers marins franceses al mando del comandante Philippe Kieffer, había desembarcado a las 07:55. Kieffer y sus hombres, las primeras tropas regulares francesas que pisaron suelo normando, se dirigieron hacia el este, a la localidad balnearia de Riva Bella y al puerto de Ouistreham, en la desembocadura del Orne. Los alemanes habían fortificado el casino de Riva Bella. Los comandos de Kieffer tuvieron que pelear a brazo partido para tomarlo y luego silenciar la batería de artillería pesada, una estructura de hormigón macizo levantada entre las villas que había en primera línea de playa.13

Hitler se había ido a acostar por fin a las tres de la madrugada, tras estar hablando de cine y de la situación mundial con Eva Braun y Goebbels hasta las dos. Los informes sobre el lanzamiento de paracaidistas aliados todavía no habían llegado a Berchtesgaden. Los relatos discrepan sobre la hora a la que fue despertado el Führer al día siguiente. Albert Speer decía que llegó al Berghof alrededor de las diez de la mañana y que se enteró de que Hitler aún no había sido despertado porque el OKW (Oberkommando der Wehrmacht, Alto Mando de la Wehrmacht) pensó que los desembarcos habían sido meros ataques de diversión. Sus edecanes no habían querido molestarlo con informaciones inexactas. Pero el asistente personal de Hitler, el Hauptsturmführer Otto Günsche, afirma que el Führer entró en el gran salón del Berghof a las 08:00. Allí saludó al mariscal Keitel y al general Jodl con las siguientes palabras: «Caballeros, esto es la invasión. He estado diciendo todo el tiempo que ahí era donde iba a producirse».14

Habría sido típico de Hitler decir que él siempre había tenido razón, aunque en realidad sus predicciones habían oscilado entre Normandía y el paso de Calais, para finalmente decantarse por esta última región. Pero la versión de Günsche debe ser tratada con suma cautela. Otros testigos confirman también que Hitler se levantó tarde, y en cualquier caso la versión de Günsche sigue sin explicar por qué el Führer, si realmente creía que Normandía era la principal zona de la invasión, no permitió hasta primera hora de la tarde que fueran desplegadas las divisiones acorazadas que tenía de reserva el OKW[16]. Parece, sin embargo, que todo el mundo coincide en que reaccionó ante la noticia con satisfacción, convencido de que el enemigo sería aplastado en las playas. Y durante los días sucesivos intentó destruir Londres con sus bombas volantes V-1.

La unidad acorazada que estaba más cerca de la costa era la 21.a Panzer-Division, distribuida en una amplia zona situada en los alrededores de Caen. El oficial que estaba a su mando, el general Edgar Feuchtinger, era un artillero sin experiencia en la guerra de tanques.

Feuchtinger, calificado al término de la guerra por el oficial canadiense encargado de su interrogatorio como «un hombre alto, membrudo, fornido, con la nariz ligeramente torcida, que le daba la apariencia de una especie de pugilista veterano»,15 no suscitaba, sin embargo, la admiración de sus subordinados. Debía su nombramiento a sus contactos con los nazis. Sus devaneos en París la noche del 5 de junio y su retraso en llegar al cuartel general contribuyeron a aumentar la confusión creada ya por la complejidad de la cadena de mando.

El general Richter, de la 716.a División de Infantería, había intentado ya a las 01:20 ordenar que parte de sus tropas atacaran a los paracaidistas de la 6.a División Aerotransportada al este del Orne. Pero la ausencia de Feuchtinger y de su jefe del Estado Mayor retrasó la orden hasta las 06:30, y el regimiento acorazado al mando del coronel Hermann von Oppeln-Bronikowski no salió hasta las 08:00. A primera hora del 6 de junio las fuerzas aerotransportadas británicas se enfrentaron sólo al 125.° Regimiento de Granaderos Acorazados del teniente coronel Hans von Luck, e incluso en ese momento los intentos por parte de éste de llevar a cabo un contraataque sobre Bénouville revelaron una inseguridad considerable.

Los paracaidistas británicos, que esperaban preparar el castillo de Bénouville para la defensa, descubrieron que había sido convertido en maternidad y hospital para niños. Un oficial, acompañado de un par de hombres, entró en él para avisar a sus ocupantes de que buscaran refugio. La encargada respondió que tenía que llamar a la directora. El oficial paracaidista, que se hallaba lógicamente tenso, la apuntó con la pistola para impedir que cogiera el teléfono: «Non téléphoniquel», ordenó. Por fortuna, madame Vion, la directora, no tardó en aparecer. Mostró una gran sangre fría y no perdió el tiempo. Mientras las madres eran sacadas de la cama en el piso superior, los niños eran enviados rápidamente al sótano por la rampa usada para mandar la ropa sucia a la lavandería.16

El gran contraataque acorazado que esperaban las fuerzas aerotransportadas no llegó a materializarse nunca. A las 09:30, cuando Oppeln-Bronikowski había logrado reunir a sus tropas y había empezado a bajar por la margen derecha del Orne, recibió la orden de dar media vuelta, regresar por Caen, y atacar a continuación la cabeza de playa británica en la margen izquierda del río.17 Este largo desvío por carreteras abiertas expondría a sus hombres a los ataques de los caza-bombarderos. Tras emprender la marcha con ciento cuatro blindados Mark IV, cuando llegaron a las colinas de Périers a última hora de la tarde los dos batallones habían quedado reducidos apenas a sesenta vehículos en condiciones de ser utilizados.

El general Marcks, al mando del cuerpo de ejército, se sintió consternado al enterarse del largo desvío que había tenido que realizar la columna de tanques de Oppeln-Bronikowski. En el curso de una llamada telefónica al cuartel general del 7.° Ejército realizada a las 09:25, intentó conseguir el despliegue inmediato de la 12.a División Acorazada de la SS Hitlerjugend, mucho más temible.18 Pero todos los cuarteles generales de las fuerzas implicadas en la lucha en Normandía —el 7.° Ejército, el Panzergruppe West, el Grupo de Ejércitos B, y el OB West (Oberbefehlshaber West, Comando del Ejército Oeste)— vieron sus intentos frustrados por la actitud del Estado Mayor del OKW concentrado en el Berghof, que se negó a tomar cualquier decisión. Cuando un oficial del OB West, en el cuartel general de Rundstedt en Saint-Germain-en-Laye, se atrevió a protestar, le contestaron que «no estaban en condiciones de juzgar» y que «el principal desembarco iba a producirse en un lugar completamente distinto». El OB West intentó argumentar que, de ser así, «era todavía más lógico acabar con un desembarco para poder hacer frente a una eventual segunda ofensiva con todas las fuerzas disponibles. Además, el enemigo se concentraría con toda seguridad en el desembarco realizado con éxito». Una vez más les respondieron que sólo el Führer podía tomar la decisión y eso no ocurriría hasta las 15:00.19

Estos retrasos resultaron doblemente desafortunados para los alemanes. La mala visibilidad persistió hasta última hora de la mañana, circunstancia que habría dado a la División Hitlerjugend la oportunidad de cubrir la mayor parte del terreno que no había sufrido ataques aéreos, comprendido entre Lisieux y Caen. Aparte del batallón de reconocimiento y de los granaderos acorazados enviados por delante, el grueso de la división no pudo moverse hasta el anochecer.

Aunque la playa Sword, entre Lion-sur-Mer y Ouistreham quedó asegurada en poco tiempo, el avance hacia el interior del país fue innecesariamente lento. Fueron muchísimos los soldados, cansados de caminar entre las olas y satisfechos de haber sobrevivido al desembarco, que pensaron que se habían ganado el derecho a fumarse un cigarrillo y tomarse una taza de té. Un buen número de ellos empezó a calentar agua en la playa, aunque seguía siendo atacada por la artillería. Los oficiales de la Marina les gritaron que avanzaran y desalojaran a los alemanes.

A los canadienses y a los norteamericanos les hacía gracia la aparente incapacidad del ejército británico de terminar una tarea sin hacer una pausa para el té. Notaron además una renuencia generalizada a ayudar a los integrantes de otras armas. La infantería se negaba a ayudar a «rellenar un cráter o a sacar a un vehículo de las dificultades» en que se hallaba, y, cuando no realizaban labores de ingeniería, los zapadores no disparaban contra el enemigo.20 Al margen de que esta mentalidad demarcadora fuera una consecuencia del movimiento sindicalista o bien del sistema militar —en ambos se cultivaba el ideal de lealtad colectiva—, el defecto básico a menudo se debió a la falta de confianza de los oficiales jóvenes.

El hecho de que la 3.a División de Infantería británica no lograra su objetivo de tomar Caen el primer día no tardaría en revelarse trascendental. Se había invertido una enorme cantidad de esfuerzo e ingenio en planear el ataque a la costa, pero no se había pensado mucho en la fase inmediatamente posterior. Si Montgomery pretendía conquistar la ciudad, como afirmaba, no supo poner en marcha el equipamiento y la organización de sus fuerzas imprescindibles para llevar a cabo una acción tan audaz. Cabría sostener que en cuanto se confirmó la presencia de la 21.a División Acorazada alemana, el objetivo declarado de Montgomery sería mucho menos optimista.

El día D. La batalla de Normandía
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