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Operación Cobra:
la gran ofensiva
El 21 de julio, los alemanes interceptaron un mensaje por radio en el que se convocaba a los altos mandos norteamericanos a una reunión de jefes.1 Este hecho vino a confirmar sus sospechas de que el 1.er Ejército estadounidense se preparaba para llevar a cabo una ofensiva a gran escala, pero seguían sin saber dónde. Tras los duros combates en Saint-Lô, el Oberstgruppenführer Hausser esperaba que se produjera un avance hacia el suroeste por el valle del Vire desde Saint-Lô hasta Torigni. El mariscal Von Kluge, por su parte, estaba convencido de que el principal ataque en Normandía iba a venir de nuevo de los británicos en el frente de Caen. En el mundo en la sombra de las interceptaciones de las transmisiones radiotelegráficas, los aliados gozaban de una enorme ventaja. El general Bradley sabía por Ultra que las fuerzas alemanas, excesivamente presionadas, estaban a punto de sucumbir. El momento de la gran ofensiva por fin había llegado.
Las fuerzas de Bradley habían alcanzado el largo tramo recto de carretera que iba desde Lessay, en la costa oeste, a Périers y Saint-Lô, la línea desde la que iba a lanzarse la Operación Cobra. El único problema se encontraba en el sector de Lessay. El 22 de julio, los alemanes habían lanzado un repentino ataque y la infortunada 90.a División americana, que había continuado su espiral descendente debido a las bajas sufridas por la oficialidad, se llevó la peor parte. «Una unidad se entregó al enemigo», afirmaba el informe, «y casi todas las restantes se desmoronaron y se retiraron desordenadamente».2 Patton anotó en su diario que «un batallón de la 90.a División se ha comportado hoy de forma realmente vergonzosa», y que el comandante de la división habría debido ser relevado del mando.3
La Operación Cobra se retrasó varios días debido a las copiosas lluvias que empezaron a caer el día 20 de julio, y porque el cielo siguió muy nublado algún tiempo. Los chaparrones habían sido tan intensos que las cajas de raciones K usadas por los soldados para alinear sus trincheras se desintegraron formando una especie de papilla irreconocible. Al igual que los británicos y los canadienses, los americanos también eran atormentados por los mosquitos. A muchos la demora les resultaba demasiado pesada. Un oficial de la 3.a División Acorazada se expresaba en términos más filosóficos. «En un noventa por ciento la guerra consiste en esperar», escribió en su diario, «cosa que no está tan mal mientras siga habiendo material de lectura».4 Pero el general de brigada Maurice Rose, que se revelaría uno de los mejores comandantes de blindados del ejército americano, no malgastó los días de mal tiempo. Antes bien, los utilizó para llevar a cabo un entrenamiento intensivo con sus equipos de infantería de tanques.
Bradley necesitaba buena visibilidad. Estaba decidido a romper el frente enemigo con los bombarderos pesados, pero quería evitar el gran error cometido durante la Operación Goodwood, en la que el avance no se había producido con la rapidez suficiente para aprovechar la conmoción provocada por los bombarderos. Bradley voló a Inglaterra el 19 de julio para estudiar el plan de bombardeo con los comandantes de las fuerzas aéreas. Sólo quería emplear bombas ligeras, para impedir que se produjeran profundos socavones que ralentizaran el avance de sus fuerzas acorazadas. La zona designada para el bombardeo de saturación debía ser un rectángulo a lo largo del lado sur de la carretera Périers-Saint-Lô.
Los jefazos del Aire accedieron a las peticiones de Bradley, pero dejaron bien claro que no podrían atacar siguiendo la línea de la carretera[52]. Habrían debido irrumpir desde el norte sobrevolando a un ejército que estaba sobre aviso y los esperaba, y no como lo habían hecho en Omaha. Pensaban asimismo que el hecho de retirar las tropas de vanguardia sólo un kilómetro, como proponía Bradley para asegurar un aprovechamiento rápido de la acción, no proporcionaría un margen suficiente de seguridad. El ejército y la fuerza aérea regatearon sobre este punto y se pusieron de acuerdo en efectuar una retirada de 1200 m. Los informes meteorológicos indicaban que el cielo estaría lo suficientemente claro a mediodía del 24 de julio, y se fijó las 13:00 como hora H.
El mariscal del Aire Leigh-Mallory se había trasladado a Normandía para observar en persona la operación. A mediodía el cielo todavía no estaba despejado, tal como había sido pronosticado. Leigh-Mallory decidió entonces que la visibilidad no era lo bastante buena. Envió un mensaje por radio a Inglaterra para posponer el ataque hasta el día siguiente, pero los bombarderos ya habían despegado. Se dio la orden de abortar la misión, pero a la mayoría de las tropas que estaban esperando el ataque no se les dijo nada. Los periodistas y los oficiales de los ejércitos aliados, incluido el Ejército Rojo, habían sido invitados a los puestos de mando avanzados para que tuvieran una buena visión del espectáculo. «Los observadores andaban por ahí sin hacer nada, se movían con nerviosismo, contaban chistes, y esperaban», anotó un oficial de la 4.a División de Infantería.5
La mayoría de los aparatos recibieron la orden a tiempo y dieron media vuelta. Algunos lanzaron sus bombas al sur de la carretera, tal como había sido planeado, pero en el primer avión de una escuadrilla, un bombardero tuvo problemas con el mecanismo de lanzamiento y dejó caer accidentalmente su carga a más de un kilómetro al norte de la carretera Périers-Saint-Lô. El resto de la escuadrilla pensó que se trataba de la señal convenida y lanzó también la suya. Los soldados de la 3.a División situados debajo no estaban en sus trincheras. Andaban ociosos o estaban sentados sobre sus vehículos, y no se fijaron en los bombarderos que los sobrevolaban. De repente oyeron el «característico susurro en el cielo» que indicaba que había sido lanzado un gran número de bombas.6 Salieron corriendo en todas direcciones intentando encontrar dónde cubrirse. Murieron veinticinco hombres y resultaron heridos 131.7 El general Bradley se puso hecho una furia. Se había convencido a sí mismo de que los mandos de la aviación habían accedido a su petición de efectuar el ataque a lo largo de la línea marcada por la carretera, y no en perpendicular al objetivo. Había que tomar rápidamente una decisión, si se quería lanzar la Operación Cobra al día siguiente. Los altos mandos de la fuerza aérea insistieron en que todos debían seguir el mismo enfoque, de lo contrario se produciría una nueva demora. Bradley pensó que no tenía más remedio que darles la razón.