Los cuerpos se hinchaban con el calor. Un equipo de la 4.a División explicaba que había que «liberar el gas del cadáver» dándole la vuelta y poniéndolo boca abajo, y apretando a continuación con la rodilla apoyada en la espalda.8 «Uno llega a acostumbrarse rápido», señalaba. Otro observaba que «el hedor insoportable» de la «muerte humana» era muy fuerte en los cocineros que tenían que recoger los cadáveres y luego volver a sus cocinas a preparar la comida.9 Quizá el trabajo más repugnante consistiera en recoger los restos no identificables de los tripulantes de los carros blindados del interior de una torreta quemada. «Por repugnante que suene, las herramientas del oficio eran una taza de campaña y una cuchara».
El tiempo resultaba ya igualmente familiar a todo el mundo en aquel verano húmedo. Estaba nublado, lloviznaba continuamente y caían chaparrones intermitentes, situación que una vez más impedía el apoyo de la aviación y dificultaba la observación de la artillería. El avance de la 29.a División se aceleró tras unos comienzos muy lentos. Encabezada por un batallón del 116.a de Infantería con apoyo de tanques, la unidad encontró un hueco en la línea que defendía el 9.° Regimiento Paracaidista alemán y llegó a Saint-André-de-l’Épinal. Pero el 115.° de Infantería, a su derecha, a uno y otro lado de la carretera de Isigny, avanzó con mucha lentitud y chocó con unas posiciones bien defendidas, que le costó trabajo rebasar por el flanco. El general Gerhardt, al mando de la división, advirtió esa tarde al general Corlett, del XIX Cuerpo, que «la faena que nos espera es bastante gorda». Pero el 116.° ya había alcanzado en parte la cresta de las colinas de Martinville, mientras que los tejanos de la división contigua, la 2.a, lograron conquistar la Colina 192 después de duros combates. Aquello supuso un gran alivio para los americanos. La Colina 192 había permitido a los alemanes ver con claridad la retaguardia del sector correspondiente al V Cuerpo y todo el flanco derecho del frente británico.
La 2.a División llevaba planeando esta operación desde el 16 de junio. El 1 de julio, aprovechando la tendencia de los alemanes a retirar el grueso de su primera línea por la noche para evitar las bajas producidas por el bombardeo de primera hora de la mañana, uno de sus batallones se adelantó en medio de la oscuridad y ocupó todas las trincheras alemanas. Se trataba de un riesgo calculado, pues los alemanes siempre marcaban sus propias posiciones de primera línea como objetivo de los morteros y la artillería. Pero resultó una acción muy útil. Este avance repentino proporcionó a la división un excelente punto de arranque para la operación que se habían visto obligados a posponer en varias ocasiones. No habían perdido el tiempo durante aquella larga espera. Los batallones habían sido retirados de forma rotativa para que recibieran un adiestramiento intensivo en acciones conjuntas de infantería y tanques con grupos de ingenieros adjuntos. Sabían que necesitaban toda la experiencia y la ayuda que pudieran conseguir. Iban a enfrentarse a parte de la 3.a División Paracaidista alemana, que había estado llenando los setos de la ladera de posiciones de fuego camufladas, túneles y bunkeres de tierra. Los morteros alemanes de 50 mm apuntaban a todos los setos próximos y los cañones antiaéreos de 20 mm dominaban la carretera que discurría más abajo. La artillería pesada y los tanques situados más atrás, en la parte sur de la carretera de Bayeux, estaban siempre listos para dar cobertura.
La 2.a División puso en práctica todas las duras lecciones que había tenido que aprender hasta ese momento en el bocage. Todos los tanques de apoyo de los que disponía tenían un teléfono instalado en la parte trasera del vehículo, de modo que los comandantes de las unidades de infantería podían indicar a los tripulantes de los blindados a qué objetivos debían apuntar sin que éstos tuvieran que subirse a la torreta y exponerse así peligrosamente. Y toda la fuerza de ataque estaba dividida en equipos conjuntos de infantería y blindados, cada uno de los cuales contaba con su propio grupo de ingenieros encargado de abrir huecos en los setos mediante la colocación de explosivos. Los Sherman debían bombardear cada intersección de los setos con su arma principal de 75 mm, y luego lanzar ráfagas de ametralladora contra los arbustos mientras avanzaba la artillería. Todo ello debía combinarse con una cortina de fuego continua más flexible, capaz de adaptarse a las demoras inesperadas que se produjeran en la velocidad de avance. Una vez conquistado un seto, debía ser tratado como una nueva línea de partida.
Quizá más que en cualquier otra operación anterior en el bocage, el avance de la 2.a División se desarrolló según un plan, pero siguió siendo una «faena horrible». Incluso cuando parecía que un sistema de setos había quedado totalmente despejado, salían otra vez por alguna boca escondida paracaidistas alemanes que disparaban por la espalda. La ladera occidental de la Colina 192 fue la que tuvo una defensa más fiera, lo que le valió el apodo de «Kraut Corner» [«el Rincón de los Teutones»]. Finalmente fue rebasada al cabo de una hora y se hicieron quince prisioneros. «Tres paracaidistas enemigos que seguían resistiendo fueron eliminados por un tanque apisonadora que los enterró bajo metro y medio de escombros».10
Cerca de allí, la localidad de Cloville tuvo que ser despejada casa por casa, con combates en medio de las ruinas producidas por el bombardeo de la artillería, que, sin embargo, no pudo acabar con un cañón de asalto y un tanque encargados de dar cobertura a los paracaidistas alemanes. Un Sherman logró poner fuera de combate a los dos vehículos blindados y asegurar así el objetivo. El avance siguió adelante poco antes de las 12:00. Para evitar nuevas demoras, la localidad de Le Soulaire, un kilómetro más adelante, fue flanqueada, y a las 17:00 los primeros escuadrones empezaron a cruzar la carretera de Bayeux en pequeños grupos. El apoyo blindado no pudo seguir con ellos debido a los cañones antitanque que todavía había escondidos en los espesos bosques del otro lado de la Colina 192.
Mientras seguían siendo tiroteados, hizo su aparición un oficial de alta graduación desconocido que venía a reconocer sus posiciones. Un soldado le gritó que se echara al suelo, porque si no le iban a dar.
—¡Soldado, ocúpese de sus asuntos, me cago en Dios! —rugió el oficial como toda respuesta.11
Se trataba del general Patton, que había ido a efectuar personalmente una inspección para familiarizarse con el terreno.
Por el centro, los Sherman avanzaban al paso de la infantería. Pudieron adentrarse incluso en los bosques por el lado de la cumbre debido a la saturación de bombas de fósforo blanco lanzadas durante el bombardeo inicial, que habían quemado los árboles y arrasado prácticamente el terreno. Encontraron sólo una «oposición aislada» y siguieron avanzando por la ladera sur.12 Aunque no pudieron cruzar la carretera de Bayeux al anochecer, habían logrado penetrar firmemente en su parte norte.
En el flanco izquierdo del ataque, el 23.° de Infantería tuvo que librar unos combates muy duros, y sufrió muchas bajas cerca de una entrada existente en la ladera noreste de la colina, apodada la «rambla del Corazón Púrpura». Se había comprobado que los tanques no podían pasar por ella y que estaba demasiado expuesta para que la infantería se internara por allí sola, pues la artillería y las baterías de mortero alemanas habían marcado todos los blancos de la zona. En unas casas situadas unos cientos de metros a la izquierda, que habían debido de ser alcanzadas durante el bombardeo de los americanos, había unos alemanes que contribuyeron también a la devastación del fuego automático hasta que dos Sherman del 741.° Batallón de Tanques se internó por la rambla unos treinta metros y voló los cimientos de los edificios, haciendo que éstos se hundieran sobre los equipos encargados de manejar las ametralladoras que había en su interior.
Más cerca de la cima, la compañía del batallón situada a la derecha perfeccionó una técnica consistente en disparar granadas de fragmentación para que estallaran en el aire sobre las ametralladoras atrincheradas de los alemanes. Al término de la jornada, el batallón había avanzado unos mil quinientos metros y había llegado a la cresta, pero estaba todavía a cuatrocientos metros de la carretera de Bayeux. Uno de los logros más inesperados de la operación conjunta llevada a cabo aquel día por la infantería y los tanques fue que no se perdió ni un solo Sherman. Y el 12 de julio, el avance continuó por el centro y por el este, de modo que la 2.a División tuvo en sus manos todos sus objetivos al norte de la carretera de Bayeux. Con la captura de la Colina 192, los americanos contaban con puestos de observación que ofrecían una clara visión de Saint-Lô y sus alrededores.
Al sur de Caumont, al este del sector correspondiente a la 1.a División, se había producido un interesante contraste con los duros combates por la carretera de Bayeux. El 9 de julio, los americanos lograron firmar una tregua con la 2.a División Acorazada alemana para entregar a un segundo grupo de enfermeras de esta nacionalidad que habían sido capturadas en Cherburgo. «Esta segunda entrega y el caballeroso trato dispensado a estas enfermeras», escribió su comandante, el teniente general barón Von Lüttwitz, «causaron en aquel momento una profunda impresión en toda la división».13 Lüttwitz informó de lo sucedido a Rommel, que decidió entonces que ése debía ser el lugar en el que iban a contactar con los americanos para negociar un alto el fuego en Normandía si Hitler seguía negándose a acabar la guerra. Las discusiones de Rommel con sus comandantes sobre la eventualidad de llevar a cabo una acción unilateral en contra del régimen se desarrollaron en paralelo, pero al margen de los preparativos del asesinato de Hitler en Rastenburg.
En la margen derecha del Vire, la 35.a División, que todavía no se había teñido las manos de sangre, empezaría el 11 de julio la ofensiva con una maniobra complicada, debido a la línea en forma de «L» que ocupaba. Luego, casi de inmediato, el oficial al mando de su regimiento de cabeza, el 137.° de Infantería, fue herido por los disparos de una ametralladora. Cerca de Saint-Gilles, los alemanes habían fortificado en ese sector un castillo y una iglesia, que seguían resistiendo a pesar del fuerte bombardeo de la artillería de la división. Los nidos de ametralladoras colocados en las tapias del cementerio y dentro de la propia iglesia mantenían a raya el batallón en su intento de atacar la localidad. Cuando finalmente se llevó a cabo el asalto después de otro bombardeo, «sólo se hicieron tres prisioneros, dos de ellos heridos, en aquel terreno tan disputado».
Pero según el general Bayerlein, la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS Götz von Berlichingen se encontraba «en muy mal estado y no tenía voluntad de lucha». Sólo se podía confiar en los paracaidistas y en el grupo de combate Das Reich. A ello tal vez contribuyera el hecho de que el oficial al mando de la Kampfgruppe das Reich, el Obersturmbahnführer Wisliczeny —«hombre gigantesco y brutal», según Bayerlein— estaba detrás de las líneas con un bastón y golpeaba a todo aquel que intentaba salir huyendo.14
Al oeste del Vire, la 30.a División, que aún estaba recuperándose del ataque de la Panzer-Lehr-Division, avanzó junto con el Comando de Combate B de la 3.a División Acorazada y con la cobertura de la artillería de la división y de todo el cuerpo, que lanzó catorce mil bombas. Llegaron a la salida norte de Pont-Hébert y Haut Vents a costa de otras 367 bajas.
El avance general de Bradley el día 11 de julio se extendió a lo largo de casi todo el frente del 1.er Ejército norteamericano. En la costa atlántica de la península de Cotentin, en el sector del VIII Cuerpo, la 79.a División, con la ayuda de importantes ataques de la aviación, se internó hacia el oeste de La Haye-du-Puits y tomó las alturas que rodean Montgardon. La 8.a División capturó la Colina 92 y avanzó otros dos kilómetros hacia el sur.
La 90.a División, que finalmente había logrado tomar el día anterior las estribaciones de Mont Castre, empezó a despejar el bosque de la ladera contraria. Sus hombres estaban aterrados de tener que vérselas con el 15.° Regimiento Paracaidista, perfectamente camuflado en la espesísima maleza, en la que apenas había diez metros de visibilidad. El contacto entre las unidades, incluso entre los individuos de cada pelotón, resultaba muy difícil. Los oficiales calificaban la situación de algo «más parecido a la lucha en la selva».15 El avance progresó sólo gracias al coraje de unos cuantos individuos que lograron rebasar por el flanco las posiciones de las ametralladoras. La elevada proporción de muertos respecto a la de heridos demuestra que la mayoría de los enfrentamientos se libraron a muy corta distancia. Aquella experiencia supuso una tensión considerable para una división que todavía no se había habituado a la situación. Al día siguiente, un batallón del 358.° Regimiento de Infantería había perdido tantos efectivos que hubo que fusionar tres compañías en una.16 Por fortuna, la 90.° División descubrió entonces que los paracaidistas alemanes se habían escabullido por la noche.
El cuartel general del 7.° Ejército alemán estaba ya enormemente preocupado por la situación en ese sector oeste, pues el general Von Choltitz carecía de reservas y la línea de defensa Mahlmann había sido rebasada. El Oberstgruppenführer Hausser había hablado con Rommel el día 10 de julio por la noche, insistiendo en que había que recortar ese sector del frente. El Grupo de Ejército B sólo dio su consentimiento a última hora de la tarde del 11 de julio. Choltitz ordenó que se llevara a cabo una retirada general hasta la línea del río Ay y hasta la localidad de Lessay.
«La población debe ser evacuada ahora mismo, se trata de una verdadera migración en masa», escribía el Obergefreiter de la 91.a Luftlande-Division. «Las que más sudan son las monjas gordas con sus carretas, que ellas mismas tienen que empujar. Se hace muy duro ver lo que es esta maldita guerra y participar en ella. Seguir creyendo en la victoria se hace muy cuesta arriba, pues los estadounidenses ganan cada vez más terreno».17
Los cazabombarderos aliados siguieron atacando no sólo las posiciones de primera línea, sino también a todos los camiones de aprovisionamiento que llegaban desde la retaguardia con alimentos, municiones o combustible. La ausencia casi total de la Luftwaffe, cuya misión era poner en entredicho la supremacía aérea del enemigo siguió provocando la ira de las tropas alemanas, aunque a menudo recurrían al humor negro. «Si ves aviones plateados, son americanos», decía un chiste. «Si ves aviones color caqui, son británicos; y si no ves aviones de ningún tipo, son alemanes». Otra versión del mismo decía: «Si aparecen aviones británicos, nos encogemos y agachamos la cabeza. Si vienen los aviones americanos, todo el mundo se encoge y agacha la cabeza. Y si aparece la Luftwaffe, nadie se encoge ni agacha la cabeza». Las fuerzas americanas tenían un problema muy distinto. Sus soldados, demasiado aficionados a apretar el gatillo, abrían fuego en todo momento contra cualquier avión, a pesar de las órdenes recibidas en sentido contrario, pues era mucho más probable que dispararan contra un aparato aliado que contra uno enemigo.
En el sector del VII Cuerpo, la 4.a División y la 83.a avanzaron por uno y otro lado de la carretera Carentan-Périers, pero la 9.a División, cuyos planes se vieron severamente trastocados por el ataque de la Panzer-Lehr-Division, fue incapaz de reunirse con ellas ese día. El puesto de mando de uno de sus batallones recibió un golpe directo. Pensando que el único puesto de observación posible de los alemanes estaba situado en la torre de una iglesia, la artillería de la división la derribó. Las torres y los campanarios de las iglesias resultaban siempre sospechosos. Unos días después, durante el lento avance hacia Périers, unos soldados de la división aseguraron que en la torre de una iglesia habían encontrado a un oficial de observación de la artillería alemana vestido de cura con una radio. Le habían pegado un tiro.18 Pero incluso en la 9.a División, que tenía más experiencia, unos oficiales comunicaron que seguían produciéndose bajas innecesarias porque sus soldados no disparaban mientras avanzaban. «Los hombres decían que cesaban el fuego porque no veían al enemigo».
El general Meindl, del II Cuerpo Paracaidista, estaba convencido con razón de que los americanos utilizarían la cresta de Martinville, al este de Saint-Lô, para llevar a cabo el asalto de la ciudad, pero él no tenía las fuerzas necesarias para reconquistar la Colina 192. Con la 2.a División firmemente instalada al sur de la Colina 192, los principales esfuerzos de los americanos se concentraron en el sector de la 29.a División hacia la parte occidental de la cresta. Aquella noche se lanzó otro ataque, pero tuvo poco éxito frente al fuego de los morteros y la artillería de los alemanes, y se interrumpió la noche del 12 de julio. La 29.a División tardaría otros cinco días en despejar la cresta y establecer posiciones al sur de la carretera de Bayeux, y además, a costa de numerosas bajas. El jueves 13 de julio no se produjeron muchos combates y el personal sanitario pudo al fin descansar. Los cirujanos de la 3.a División Acorazada pudieron disfrutar de «unas partidas de póquer y unos cuantos julepes de menta por la noche… hasta las doce», como anotó uno de ellos en su diario.19 El 14 de julio, hizo tan mal tiempo que el ataque americano se interrumpió y por primera vez los alemanes consideraron «posible relevar algunas unidades a plena luz del día». Pero el XIX Cuerpo planeaba un ataque para el día siguiente. El general Corlett lo llamaba su «golpe definitivo».20
El cuartel general del XIX Cuerpo de Corlett resultaba especialmente vistoso debido a la presencia en él del oficial de enlace británico, el vizconde Weymouth (que pronto se convertiría en 6.° marqués de Bath), «un británico alto, que se había ganado fama de excéntrico por sus viajes entre las líneas alemanas y su costumbre de andar por ahí con dos patos atados de una cuerda».21
El 14 de julio al anochecer, tuvo lugar el funeral del general de brigada Teddy Roosevelt, que, para mayor disgusto suyo, había muerto de un ataque al corazón y no en el campo de batalla. Los generales Bradley, Hodges, Collins, Patton, Barton y Huebner fueron los encargados de llevar el féretro, tributo harto elocuente en medio de una ofensiva al extraordinario valor y a la popularidad de Roosevelt. Patton, que era muy aficionado al ceremonial militar, se sintió, sin embargo, un tanto decepcionado. La guardia de honor estaba demasiado lejos y había formado en columna, no en línea. Le irritaron particularmente los «dos predicadores de no sé qué iglesias», que «pronunciaron unos discursos que hicieron pasar por oraciones». De hecho, el único toque apropiado, en su opinión, se produjo casi al final del oficio, cuando «nuestros cañones antiaéreos abrieron fuego contra unos aviones alemanes e hicieron sonar un réquiem adecuado al funeral de un hombre verdaderamente gallardo». Pero ni siquiera una ocasión tan solemne como aquélla se vio libre del divismo castrense. «Brad dice que me propondrá en cuanto pueda», escribió Patton en su diario. «Podría hacerlo ahora con gran ventaja para sí mismo si tuviera agallas. Naturalmente Monty no quiere saber nada de mí, pues teme que le robe protagonismo, cosa que desde luego pienso hacer».22
En el sector situado más al oeste, la retirada alemana, llevada a cabo en secreto por Choltitz, había permitido al VIII Cuerpo avanzar hasta el río Ay. Junto a él, el VII Cuerpo comprobó que su artillería tenía finalmente a tiro Périers. Los morteros pesados de los batallones químicos se concentraron en disparar bombas de fósforo y cada vez se encontraron más cadáveres de alemanes con quemaduras terribles. En medio de los elevados setos del bocage, la observación de la caída de las bombas de mortero y de artillería resultaba sumamente difícil. Los americanos aprendieron a usar explosivo de gran potencia cada vez que abrían fuego porque levantaba mucho más polvo. Pero la mayor ventaja se la proporcionaban los aviones Piper Cub y la valentía de sus pilotos de observación de artillería, encargados de corregir los bombardeos. Las explosiones en el aire resultaban muy eficaces a la hora del asalto, pues obligaban a los alemanes a permaneces en el fondo de sus trincheras mientras la infantería, con el apoyo de los tanques, atacaba una posición. La 83.a División comunicó que sus hombres pillaron así por sorpresa a muchos alemanes y que luego los habían hecho salir. En una ocasión, un Landser que no quiso rendirse se pegó un tiro.23 Los pilotos de los aviones de observación podían asimismo lanzar botes de humo rojo sobre un blanco a menos de ochocientos metros delante de sus tropas, para marcar el objetivo de los cazabombarderos.
Las familias francesas que se negaban a abandonar sus granjas corrieron mucho peligro durante los combates. «Recuerdo una escena conmovedora que nos emocionó a todos», evocaba un oficial de un batallón químico. «Pasó por delante de nuestra posición un familia que llevaba el cuerpo de un niño tendido encima de una puerta. No sabíamos cómo había muerto. El dolor pintado en los rostros de aquella familia inocente nos afectó a todos e hizo que nos emocionáramos por los habitantes de la comarca y lo que debían de estar pasando».24
A veces, los campesinos franceses y sus familias, al ver un soldado muerto, colocaban el cadáver junto a un crucifijo al pie del camino y le ponían unas flores, a pesar de hallarse atrapados en medio de aquella lucha cada vez más despiadada. Cerca de Périers, fue capturada una pequeña patrulla norteamericana. Según el cirujano de un batallón de la 4.a División, un oficial alemán quiso saber el paradero de la unidad de radiotransmisión americana más próxima. Al no recibir respuesta, pegó un tiro en una pierna a uno de los prisioneros. «Luego disparó al jefe de la patrulla en la cabeza por negarse a hablar».25
Parece que de vez en cuando ni siquiera el símbolo de la Cruz Roja protegía de las represalias. «Vi a unos sanitarios y a unos oficiales médicos que habían sido asesinados sin más por los alemanes», informó un cirujano de la 2.a División Acorazada. «A un sanitario lo desnudaron, lo colgaron del techo y lo mataron a golpes de bayoneta en el estómago».26 Los alemanes, por otra parte, se quejaban de que los cazas de los aliados a menudo atacaban sus ambulancias a pesar de llevar la marca de la Cruz Roja.
En los hospitales de campaña situados detrás de las líneas, el principal peligro era la tensión. Irremediablemente algunos cirujanos perdían los nervios debido a la presión física y psicológica. Los gritos, el hedor de la gangrena, la sangre, los miembros amputados, las terribles quemaduras de las tropas de las unidades acorazadas tenían por fuerza que tener un efecto acumulativo. Lo increíblemente asombroso es que la inmensa mayoría no se viniera abajo. Un capitán del 100.° Hospital de Evacuación calculaba que en tres meses y medio había realizado más de seis mil operaciones. «He hecho tantas que por el tipo de herida puedo decir si nuestras tropas están avanzando, retrocediendo o quietas en un punto. Puedo detectar incluso las heridas que se deben a autolesiones». Los soldados bisoños eran los que tenían más probabilidad de ser víctimas de trampas explosivas y de minas. «Las autolesiones aumentan por lo general en cuanto empiezan los combates. Durante el avance las heridas suelen ser de mortero, de ametralladora o de armas cortas. Tras el asalto o la toma de una posición, nos llegan casos de minas y trampas explosivas. Cuando las tropas están quietas en un punto, todos dicen que los ha alcanzado un 88».27 Pero el jefe de la sección de rayos X del 2.° Hospital de Evacuación expresaba su asombro por lo poco que solían quejarse los heridos. «Resulta paradójica esta guerra», escribía. «Saca lo peor que hay en un hombre, pero también lo eleva a la cima del autosacrificio, la abnegación y el altruismo».28
Las lesiones psicológicas constituían todavía una gran minoría de los casos. Los servicios médicos del ejército estadounidense tuvieron que tratar en Normandía treinta mil casos de agotamiento de combate. A finales de julio, estaban operativos dos centros de mil camas cada uno. Al principio los médicos se habían sorprendido al oír hablar a los mandos de la necesidad de que los soldados bisoños se «tiñeran de sangre» entrando en acción, pero una introducción gradual era a todas luces mejor que un shock repentino.29
Sin embargo, nada parecía reducir la marea de casos de hombres que en medio del fuego de la artillería caminaban «con los ojos abiertos de par en par y temblando», o «echaban a correr dando vueltas en círculo y llorando», o «se encogían formando una bolita», o incluso salían en trance a campo abierto y se ponían a coger flores mientras las bombas estallaban a su alrededor. Otros se venían abajo debido a la presión de las patrullas y se ponían a llorar de forma repentina gritando: «¡Nos van a matar! ¡Nos van a matar!». Los oficiales jóvenes tenían que vérselas a veces con «hombres que de pronto se ponían a lloriquear, se encogían en un rincón y se negaban a levantarse o a salir de una trinchera y a seguir adelante bajo el fuego». Aunque algunos soldados recurrieron a las autolesiones, un número menor, aunque desconocido, se suicidó.