Los oficiales de la División Acorazada de la Guardia eran muy conscientes del hecho de que no habían combatido en el norte de África y de que ésa iba a ser su primera batalla. Rex Whistler, el pintor y escenógrafo, aunque tenía quince años más que los demás jefes de tropa del batallón blindado de la Guardia Galesa, había decidido quedarse con los de su escuadrón. Y precisamente porque estaban en guerra, no veía razón alguna para dejar de pintar. En Inglaterra, Whistler había encargado al herrero de su pueblo que le fabricara una caja de metal para acoplarla a la parte externa de la torreta de su tanque y en la que poder guardar sus pinturas, sus pinceles y algunos lienzos de pequeñas dimensiones. Pero como era el subalterno más veterano, Whistler fue nombrado oficial de enterramientos del batallón. A la supersticiosa tripulación de su tanque no le gustaba mucho tener que llevar veinte cruces de madera en el vehículo.
Al igual que Keith Douglas, el poeta, parece que Whistler intuyó su propia muerte. Dijo a un amigo que no quería ser enterrado en un gran cementerio militar, sino allí donde hubiera caído. Poco antes de que el comandante en jefe de su división, el general Adair, se reuniera con los oficiales para dar las últimas órdenes, Whistler escribió una carta a su madre desde el huerto en el que habían acampado. Le enviaba también «una ramita de muérdago del árbol que está encima de mi vivac»,21 la lona alquitranada que se extendía a los lados del tanque bajo la cual dormía la dotación. Al anochecer del 17 de julio, Francis Portal, un oficial compañero suyo, estuvo hablando con Whistler mientras se comprobaba por última vez el perfecto funcionamiento de los motores de los tanques. «Probablemente nos volvamos a ver mañana por la noche», le dijo Portal cuando partían. «Eso espero», respondió Whistler entre pensativo y melancólico.
Todos los altos oficiales del bando aliado rezaban para que Montgomery se decidiera por fin a dar un gran salto adelante. Ni siquiera sus enemigos de la RAF, entre ellos Bomber Harris, pusieron objeciones a su petición de apoyo de bombarderos pesados. El comandante en jefe de las fuerzas aéreas tácticas, el mariscal del Aire Coningham, que aborrecía a Montgomery más que nadie, quería desesperadamente una victoria que permitiera disponer del terreno suficiente para la construcción de aeródromos en posiciones avanzadas. El mariscal del Aire Tedder, que había estado hablando en privado con Coningham sobre la posibilidad de destituir a Montgomery, escribió al comandante en jefe una nota en la que le aseguraba que todas las fuerzas aéreas iban a estar «listas para apoyar este plan tan ambicioso y decisivo que ha preparado».22
A las 05:30 del 18 de julio la primera oleada de bombarderos apareció por el norte para atacar sus objetivos. Durante las dos horas y media siguientes, dos mil bombarderos pesados y seiscientos bombarderos medianos de la RAF y de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos lanzaron 7567 toneladas de bombas sobre un frente de siete mil metros. Fue la mayor concentración de fuerzas aéreas en apoyo de una ofensiva terrestre conocida hasta entonces. Los barcos de guerra de la Marina Real británica anclados frente a la costa también hicieron su aportación con intensos bombardeos. Las tripulaciones de los tanques que esperaban para entrar en acción se subieron a las torretas de sus vehículos para ver las espectaculares nubes de polvo levantadas por aquella sucesión de explosiones que parecía no tener fin. Para los que contemplaban la escena, era impensable que alguien lograra sobrevivir a semejante carnicería.
Los alemanes que resistieron a aquel terremoto provocado por la mano del hombre quedaron conmocionados y ensordecidos. Los heridos, y los que habían enloquecido, gritaban y gritaban sin parar. Algunos, incapaces de soportar durante más tiempo el estruendo, las ondas expansivas y los temblores de tierra, se pegaron un tiro. Las explosiones hicieron que los tanques pesados Tiger dieran vueltas de campana o quedaran semienterrados en cráteres enormes. Pero como el polvo y el humo habían ocultado los objetivos, los británicos no pudieron apreciar que los bombardeos habían sido muy poco precisos. Y seguían sin saber que Eberbach había formado cinco líneas de defensa. La más importante de ellas, situada junto a Bourgébus, debía ser tomada si el 2.° Ejército avanzaba hacia Falaise. Pero en esta línea no cayó casi ninguna bomba[42].
El 3.er Regimiento Real de Carros de Combate avanzó para conducir a la 11.a División Acorazada al campo de batalla. Ante ellos apareció una gran extensión de campos ondulados, principalmente de cereal, salpicada de aldeas de casas de piedra normandas rodeadas de huertos. El terreno ascendía en una pequeña cuesta hacia el objetivo principal, la cota de Bourgébus, que los ingleses rápidamente apodaron Buggersbus («Autobús de maricones»).
Muy pronto surgió un grave inconveniente en el plan. En su avance, la 51.a División Highland se había encontrado con un campo de minas que no figuraba en los mapas. El general O’Connor se dio cuenta de que no podían barrer todo aquel campo sin alertar a los alemanes, preocupación que en aquellos momentos ya carecía de sentido, de modo que se despejaron durante la noche únicamente una docena de estrechos caminos. Ello supuso la ralentización de todo el avance, con consecuencias desastrosas.
Por otro lado, detrás se produjeron grandes atascos de tráfico, cuando la 7.a División Acorazada y la de la Guardia tuvieron que esperar a que la 11.a Acorazada despejara la zona para que pudieran cruzar los seis puentes Bailey del Orne. El sol cada vez se elevaba más sobre el horizonte. Las tripulaciones de los tanques se pusieron a comer o incluso a echar un sueñecito en los campos de cereal que bordeaban la carretera. A pesar del polvo y el humo de los motores, Rex Whistler y unos cuantos oficiales de la Guardia Galesa jugaron a piquet para matar el tiempo. Incluso cuando las columnas comenzaron a moverse, el panorama recordaba el que ofrecían «los coches que avanzan a paso de tortuga en su viaje de vuelta a Londres, procedentes de la costa, un domingo cualquiera de verano, parados en largas hileras que llegan más allá de donde alcanza la vista y que para avanzar tienen que formar una sola».23 El mariscal del Aire Coningham, que se encontraba cerca del cuartel general de O’Connor en compañía de Dempsey, se sentía impotente ante la situación y estaba fuera de sí. El lento avance de las brigadas acorazadas por el campo de minas significaba que la conmoción que habían provocado los bombardeos iba a ser en balde.
En el flanco occidental de la principal línea ofensiva de O’Connor, la 3.a División canadiense avanzaba hacia Vaucelles, el sector del sur de Caen al otro lado del Orne. Pero la firme resistencia de los alemanes obligó al Regiment de la Chaudiére a detenerse a las 10:30 horas. El Queen’s Own Régiment de Canadá se desvió hacia la izquierda para evitar la obstrucción y tomar Giberville, y a continuación los Regina Rifles cruzaron el Orne en Caen y tomaron Vaucelles. Mientras tanto, los Highlanders de Nueva Escocia procedieron a tomar la localidad vecina de Mondeville. El Regimiento North Shore atacó las instalaciones industriales de Colombelles en la margen derecha del Orne, donde los soldados de infantería de la 16 Luftwaffe-Feld-Division, sumamente debilitados, quedaron tan conmocionados por los bombardeos que al principio no fueron capaces ni de echar a andar. En el lado izquierdo de la principal línea ofensiva, la 3.a División de Infantería británica, apoyada por una brigada acorazada, avanzaba hacia Touffreville para luego seguir hacia Troarn.
Durante las dos primeras horas de la batalla, los atacantes vieron muchos indicios sumamente alentadores. El 3.er Regimiento Real de Carros de Combate dio con un grupo de soldados de infantería alemanes completamente aturdidos, que apareció en medio de los campos de cereal con las manos en alto en señal de rendición. Las tripulaciones de los tanques los mandaron a la retaguardia. El Escuadrón B del 11.° de Húsares encontró unas trincheras alemanas en las que los hombres parecían dormir. Sus cuerpos no presentaban herida alguna, pero estaban muertos, sin duda a consecuencia de las ondas expansivas. El 13.°/18.° de Húsares que avanzaba por el flanco oriental hacia Touffreville con la 3.a División de Infantería, disparaba con sus ametralladoras contra las trincheras hasta que el enemigo se rendía y salía con los brazos en alto. «Ante nosotros pasa una marea continua de prisioneros, aterrorizados a consecuencia de nuestros bombardeos», escribió un comandante integrado en el 1.er Batallón Paracaidista canadiense que se encontraba en la cabeza de puente sobre el Orne.24 Hasta el comandante en jefe de la Panzergruppe West, el general Eberbach, escribiría que «el avance [enemigo] parecía inevitable».25
El grueso de las fuerzas de la 16 Feld-Division habían sido aplastadas por los bombardeos que las habían dejado «completamente vapuleadas».26 La 21.a División Acorazada, que había contado con el apoyo de los Tiger del 503.° Batallón de Tanques Pesados, era la formación acorazada alemana que había quedado más maltrecha. «Algunos carros de combate habían sido alcanzados de lleno, otros habían volcado o habían caído en los cráteres abiertos por las bombas. Sus torretas habían quedado atrancadas por el polvo que se había formado, y las miras de los cañones y sus aparatos de radio inutilizados».27 La 21.a División no tardaría en recibir la orden de Eberbach de participar en un contraataque junto con la 1.a División Acorazada de la SS Leibstandarte Adolf Hitler, pero más tarde hubo de posponer la acción en dos ocasiones debido al estado en que se encontraba la unidad. Los observadores de la artillería alemana seguían sin apenas poder ver bien por culpa del polvo y el humo, de modo que sus baterías pesadas instaladas detrás de la cota de Bourgébus permanecían en silencio. «A las 10:00 horas», escribió Eberbach, «llegó la terrible noticia de que, el enemigo había logrado avanzar y abrir una brecha de diez kilómetros de profundidad».28
Los del 3.er Regimiento Real de Carros de Combate no tardarían en descubrir, sin embargo, que la Operación Goodwood no iba a ser como «un día en las carreras». Cuando se dirigían hacia Le-Mesnil-Frementel, una pequeña aldea de casas de piedra situada en las inmediaciones de Cagny, se vieron sorprendidos por el fuego intenso de las baterías antitanque alemanas. «De pronto un Sherman que iba por mi izquierda se detuvo vomitando humo», escribía el jefe del escuadrón que iba delante. Todos los cañones giraron hacia el punto del que procedía el proyectil. Pusieron fuera de combate a los cañones alemanes, pero entonces se vieron sorprendidos por el fuego que venía de otra dirección. Muchos Sherman fueron alcanzados y los trigales que los rodeaban empezaron a arder.29
A su izquierda, el escuadrón que iba a la cabeza del 2.° Regimiento Fife and Forfar Yeomanry quedó atrapado en medio de un fuego devastador procedente de Cagny. Era el lugar en el que durante los bombardeos aéreos se había refugiado una batería de cañones de 88 mm perteneciente a la 16 Feld-Division, junto con otros dos de 105 mm. El escuadrón fue prácticamente aniquilado en pocos minutos.
La 3.a de Carros de Combate recibió la orden de sortear Le Mesnil y dirigirse hacia el suroeste en dirección a Grentheville. Otra grave deficiencia en el plan de Dempsey comenzaba a vislumbrarse. O’Connor había querido enviar a la infantería con los regimientos acorazados para limpiar las aldeas y los pueblos defendidos por los alemanes, pero a raíz de las limitaciones que imponía el campo de minas, Dempsey le dijo que retuviera a la infantería. Para las tripulaciones de los vehículos blindados, toda aquella palabrería de que por fin iban a entrar en «un terreno bueno para los tanques» sonaba en aquellos momentos a broma macabra. El alcance y la precisión de los cañones de 88 mm enemigos hacían que se encontraran en una situación de inferioridad mucho mayor que la que habían vivido durante los combates en el bocage.
Había posiciones de baterías antitanque por todos los alrededores de Grentheville, así como cañones de asalto perfectamente ocultos. La 3.a de Carros de Combate no tuvo más remedio que cargar contra las armas enemigas como una unidad de caballería, y varios vehículos se pusieron a arder. Sus tripulantes, convertidos en antorchas humanas, se retorcían llenos de dolor en el suelo, intentando apagar las llamas. Las pérdidas del regimiento fueron tan importantes, que se vio obligado a retirarse y a pedir la ayuda del 13.° Royal Horse Artillery. La 11.a División Acorazada había sufrido un golpe inesperado al poco de empezar la batalla, cuando cayó su oficial de enlace de la RAF. No podía ponerse en contacto con los aviones Typhoon que sobrevolaban la zona, dispuestos a atacar el objetivo que se les indicara.
La División Acorazada de la Guardia, mientras tanto, había llegado a la llanura ondulada. Sus oficiales, conscientes del hecho de que eran novatos en la batalla, intentaron mostrar una despreocupación innecesariamente peligrosa, con actos, por ejemplo, como no meter la cabeza dentro de la torreta cuando eran atacados. El 2.° Batallón Acorazado de los Granaderos se dirigió a Cagny, donde el Fife and Forfar había sido pulverizado. Los cañones de 88 mm alemanes trituraron también a nueve de sus tanques Sherman. Este revés detuvo inexplicablemente el avance de la División Acorazada de la Guardia, que habría tenido que seguir adelante hacia Vimont sin esperar que llegara la infantería. El general Eberbach no podía creer su golpe de suerte. Con cierta exageración, escribió: «Lo ocurrido era incomprensible para un soldado de las fuerzas blindadas: ¡Los tanques del enemigo permanecieron inmóviles durante las decisivas horas comprendidas entre las 10:00 y las 15:00!».30
En el flanco derecho los del escuadrón de Rex Whistler con sus tanques Cromwell tenían la misión de apoyar a la infantería canadiense que avanzaba hacia Giberville, a unos tres kilómetros y medio de la línea de partida. Rodearon Giberville por el este para cortar la retirada al enemigo. El pueblo parecía desierto. Uno de los Cromwell tuvo que detenerse, pues una de sus ruedas se había enredado con una alambrada. Whistler bajó de su tanque y se acercó con unas tenazas para cortar el alambre. No habría debido salir de su vehículo. El enemigo abrió fuego. Whistler fue corriendo al tanque del sargento de su tropa para darle la orden de responder a los disparos que procedían del pueblo. Pero en lugar de permanecer al abrigo del Cromwell del suboficial mientras maniobraba hacia adelante, volvió a toda prisa a su tanque, quedando al descubierto. Una bomba de mortero estalló a sus pies, haciéndolo volar por los aires y partiéndole el cuello. Whistler, que había sido nombrado oficial de enterramientos del batallón, fue la primera baja de la unidad.
Las baterías antitanque alemanas, y no los tanques, fueron las principales responsables de lo que más tarde se denominaría la «cabalgata de la muerte»31 de las divisiones acorazadas británicas. La ausencia de infantería en los regimientos que iban a la cabeza tendría consecuencias desastrosas. Cagny no fue tomada hasta las 16:00 horas, cuando el 1.er Batallón de Granaderos motorizado entró en la localidad a pie. Los cañones de asalto y de 88 mm no contaban con protección de infantería, y los granaderos se hicieron con ellos rápidamente.
A mediodía, el general Eberbach había ordenado una contraofensiva con los tanques que quedaban de la 21.a División Acorazada y los de la 1.a División Acorazada de la SS, que se habían mantenido en la reserva detrás de la cota de Bourgébus. Recibieron la orden de dirigirse a Hubert-Folie para concentrarse ante la inminente llegada de una punta de lanza del enemigo, la 11.a División Acorazada. Pero al cabo de dos horas, la 21.a, que se había quedado tras los bombardeos con sólo cinco carros de combate Tiger y ocho Mark IV, seguía sin poder moverse.32 El grupo de tanques de la Leibstandarte tuvo que ponerse en marcha solo.
A las 13:05, Eberbach pidió también que entrara en acción lo que quedaba de la 12.a División Acorazada de la SS, unidad que, por orden personal del Führer, había sido retirada a los alrededores de Lisieux para recuperar fuerzas. Como ya no podía contar con «más tropas de reserva»,33 su petición pasó del Grupo de Ejército B en La Roche-Guyon al OB West en Saint-Germain-en-Laye, y de allí al OKW, que en aquellos momentos se encontraba en el cuartel general Wolfsschanze que tenía Hitler en Prusia oriental. La autorización no llegó hasta dos horas más tarde.
La 1.a División Acorazada de la SS, organizada ahora en tres grupos de combate, llegó a la zona de Soliers, cerca del extremo occidental de la cota de Bourgébus, a eso de las tres de la tarde.34 Ya estaba en posición de ataque cuando la 3.a de Carros de Combate y una parte de la 29.a Brigada Acorazada —el Fife and Forfar y el 23.° de Húsares— avanzaron hacia la aldea de Ifs-Bras. En esta localidad la 3.a División de Carros de Combate se enfrentó a los Panther de la Leibstandarte, a los que sólo los Sherman Firefly podían esperar derrotar. Los otros Sherman se concentrarían en eliminar los cañones antitanque. Mientras tanto, la Northhamptonshire Yeomanry en sus Cromwell torció hacia el oeste para atacar desde el flanco, pero perdió en el camino una docena de tanques. Ese día, el jefe de escuadrón de la 3.a División de Carros de Combate logró escapar por segunda vez de un Sherman en llamas, de modo que tuvo que trasladarse a un tercer tanque. Hacía falta ser muy valiente para volver a meterse en un tanque tras haber estado a punto de morir «cocido».
La 11.a División Acorazada habría debido recibir el apoyo de la 7.a, pero los atascos de tráfico y los retrasos provocados por el campo de minas en la línea de partida hicieron que las Ratas del Desierto no pudieran prácticamente entrar en acción. O’Connor, perfectamente consciente de que la ofensiva no había salido como esperaba, solicitó un nuevo ataque de los bombarderos contra la cota de Bourgébus, pero su petición fue rechazada. No obstante, incluso cuando la Leibstandarte ya había entrado en acción, Montgomery, en el peor de los momentos, proclamó el éxito de la ofensiva.
A las 16:00 horas transmitió al mariscal Brooke el siguiente mensaje: «Operaciones de la mañana, éxito absoluto. Los bombardeos han sido decisivos, y el espectáculo increíble… la situación es muy prometedora, y es difícil prever qué puede hacer el enemigo en estos momentos. Hasta ahora sólo se han encontrado unos pocos tanques enemigos, y ninguna (repito) ninguna mina».35 A continuación afirmaba, con bastante inexactitud, que la 11.a División Acorazada había llegado a Tilly-la-Campagne, y que la División Acorazada de la Guardia había tomado Vimont. Montgomery no sólo transmitiría una información errónea a Brooke, sino que también emitiría un comunicado similar para la BBC y daría una conferencia de prensa. Según uno de sus generales de brigada, se dirigió a los periodistas allí reunidos «como si fueran niños».36 Este hecho daría lugar a una reacción muy negativa.
Los británicos perdieron unos doscientos tanques aquel día. Por fortuna, disponían de unas reservas de casi quinientos. Muchos de ellos avanzaron por la noche hasta la cabeza de puente sobre el río Orne. La 29.a Brigada Acorazada —la 3.a División de Carros de Combate, el Fife and Forfar y el 23.° de Húsares— era la primera que debía beneficiarse después de las graves pérdidas que había sufrido. Aunque los británicos habían visto cómo quedaban fuera de combate muchos de sus tanques, la mayoría de los tripulantes de los carros blindados habían conseguido salvarse relativamente con pocos heridos. Fueron concentrados en la cabeza de puente sobre el Orne a la espera de que les asignaran un nuevo tanque. Pero en lo que podríamos calificar de cruel ironía, al final la Luftwaffe se atrevió a realizar una incursión aérea, y muchos de los que ese día habían logrado sobrevivir acabaron heridos o muertos.
Por su parte, los equipos alemanes de recuperación de tanques remolcaron los vehículos dañados hasta los talleres secretos que tenían instalados en el bosque de Cingláis. Conscientes de las pocas reservas con las que podían contar, sus mecánicos trabajaron con gran dedicación e ingenio, y volvieron a poner en funcionamiento todos los tanques que les fue posible. «Hacíamos la guerra del pobre», escribiría Eberbach.37
En el flanco oriental, la 3.a División de Infantería británica se había visto obligada a detener su avance tras encontrarse con una resistencia mucho más fuerte de lo esperado. Se trataba de uno de aquellos objetivos de los bombarderos que no habían sido destruidos. Sin embargo, una parte de la división consiguió abrirse paso por el extremo sur del bosque de Bavent y llegar a las puertas de Troarn al caer la noche. Tras los combates de ese día, la situación de la 346.a División de Infantería alemana era tan precaria que el general Eberbach comenzó a mostrar una gran preocupación; una preocupación que fue en aumento por la brecha que se había abierto entre Troarn y Emiéville, que, afortunadamente para él, había pasado inobservada a los británicos. «El enemigo no tenía más que avanzar en esa dirección, y luego se produciría la embestida. Pasábamos por muy malos momentos».38
A las 17:45 mandó a la 12.a División Acorazada de la SS Hitlerjugend a llenar ese hueco en el frente. Pero apenas quince minutos más tarde, Eberbach recibió la noticia de que la Hitlerjugend había sido atacada por los cazabombarderos aliados y había perdido diez tanques.39 Al caer la noche, según Eberbach, «los británicos seguían sin moverse, como si se hubiera producido un milagro».40 La Hitlerjugend pudo llenar el hueco, y el frente de Eberbach volvió a ser una línea continua, pero frágil y delgada.
Al día siguiente, 19 de julio, las divisiones británicas lanzaron nuevos ataques, pero ninguno de ellos particularmente duro. El cielo se nubló y empezó a llover, de modo que los Typhoon brillaron por su ausencia. Se tomaron unas cuantas aldeas, pero la cota de Bourgébous siguió prácticamente en manos de los alemanes. Las baterías de cañones de 88 mm instaladas en ella continuaron bombardeando los tanques con facilidad. Los alemanes pudieron traer tropas de la retaguardia en sustitución de las bajas, así como otras divisiones para reforzar el frente. Su 2.a División Acorazada, que se encontraba al otro lado de la línea divisoria entre los ejércitos británico y americano, se dirigió hacia el este para reforzar el flanco izquierdo de la Panzergruppe West, y la 116.a División Acorazada comenzó a avanzar desde Amiens. El único efecto importante verdaderamente positivo que tendría la Operación Goodwood sería que Eberbach y Kluge acabarían convencidos de que la gran ofensiva en Normandía iba a producirse en el frente británico con el objetivo de avanzar hacia París. Al cabo de unos días, los mensajes interceptados por Ultra pondrían de manifiesto esta idea que tenían los alemanes.
El mariscal Brooke voló a Francia al mediodía, en parte para resolver un ridículo litigio con Churchill, que estaba convencido de que Monty pretendía impedir que visitase Francia. Cuando se entrevistó con Montgomery después del almuerzo, «lo vio en gran forma y feliz por su triunfo en el este de Caen».41 Tal vez Montgomery estuviera haciendo simplemente de tripas corazón. El abismo existente entre sus declaraciones antes de comenzar la operación, y la realidad de la situación que se puso de manifiesto tras dar su conferencia de prensa, estaba convirtiéndose en un grave apuro para él.
El día previo a la batalla, se había hablado a los corresponsales de guerra de una «embestida a la rusa» que podría llevar al 2.° Ejército a avanzar entre ciento cincuenta y doscientos kilómetros. Varios de los periodistas presentes señalaron que eso significaba llegar a París. Cuando dos días más tarde el mismo coronel tuvo que reconocer que la ofensiva había quedado estancada, se levantaron muchos gritos de protesta. El oficial intentó explicar la inesperada aparición de tanques Tiger y Sherman, y que el general Montgomery había recibido órdenes estrictas de las más altas instancias de no poner en peligro el éxito de la operación. Nadie creyó esas declaraciones.
Al día siguiente se recurrió al general de brigada Alfred Neville del XXI Grupo de Ejército para aplacar el enfado de los periodistas. El alto oficial intentó ofrecer una perspectiva positiva de lo que se había conseguido. El 2.° Ejército había ocupado el sector sur de Caen y controlaba ahora una importantísima red de comunicaciones. Pero a continuación declaró que el objetivo no había sido nunca abrir una brecha en las posiciones alemanas, sino simplemente penetrarlas. Los periodistas le echaron en cara que sus palabras distaban mucho de lo que se les había explicado antes de lanzar la ofensiva. Al día siguiente, el jefe del Estado Mayor de Dempsey intentó exponer de nuevo cuál era la situación, pero esta vez utilizando una jerga militar incomprensible. Un corresponsal americano provocó grandes carcajadas cuando pidió una traducción del informe.42
El 20 de julio amaneció con un calor insoportable, y luego se puso a llover con fuerza de nuevo. Con aquel diluvio el polvo se convirtió en barro, y las trincheras se llenaron de agua. Las orugas de los tanques se hundían casi medio metro en el barro. Las condiciones eran tan horribles que supusieron la excusa perfecta para dar por terminada oficialmente la Operación Goodwood.
Para las tropas que habían participado en ella, aquello representó una amarga decepción después de tantas promesas. Un oficial de infantería integrado en la 7.a División Acorazada estuvo al vivaque con su batallón cerca de Demouville en «un campo sembrado de alemanes muertos». «Los cadáveres estaban cubiertos de enjambres de moscas. Los gusanos asomaban por las heridas abiertas. Era nauseabundo, pero no pude apartar los ojos de un muchacho que apenas había cumplido los dieciséis; no tenía ni barba, sólo pelusa. Sus ojos abiertos parecían mirar al infinito, sus dientes al descubierto indicaban una muerte agónica. El chico no habría dudado en disparar contra mí; sin embargo, me embargó la tristeza».43
Para algunos la tensión había sido demasiada. El jefe de escuadrón de la 3.a de Carros de Combate contó que tres sargentos veteranos pidieron ser relevados de misiones con blindados. «Llega un momento en el que el pozo del valor se seca», comentó.44 Las tripulaciones de tanques de otras formaciones quedaron impactadas también por las pérdidas sufridas por la 11.a División Acorazada. «O bien fueron fruto de una manera incompetente de conducir la operación por parte de los altos mandos», escribió en su diario el comandante Julius Neave del 13.°/18.° de Húsares, «o bien de unas pésimas "dotes de adivino". Tal vez pensaran que sólo había una fina corteza, y que una vez traspasada ésta, ya estaba todo hecho. Sin embargo, me parece monstruoso que una división que ha sido entrenada durante tres años —y al máximo nivel— pierda dos terceras partes de sus tanques en su segunda batalla».45
El único consuelo durante aquel diluvio era poder permanecer relativamente secos dentro de los tanques o debajo de la lona alquitranada que extendían a uno de sus lados. «A Dios gracias que no soy un soldado de infantería que tiene que elegir entre estar «al seco» sobre la superficie o esquivar el impacto de los morteros saltando a una trinchera con un metro de agua», escribió el comandante Neave.
La unidad sanitaria de campaña de la 3.a División de Infantería tenía su base en Escoville, cerca del problemático campo de minas. «Llovía a cántaros y había una verdadera plaga de mosquitos, y te levantabas por la mañana con la cara llena de ronchas», escribió uno de sus médicos. «Fue allí donde tuvimos muchísimos casos de fatiga [de combate]. Algunos de nuestros hombres se contagiaron, y eso sí que fue muy preocupante. Más tarde empezó a dar la sensación de que estábamos gafados, porque los heridos llegaban en bastante buena forma y de pronto, sin razón aparente, empezaban a decaer y a apagarse. Y murieron más en nuestras manos que en otro lugar».46
Entre británicos y canadienses las bajas ascendieron en aquella breve operación a 5 537. Esta cifra elevaba las pérdidas de estos dos contingentes en Normandía a un total de 52 165 hombres.47 Goodwood había fracasado por una combinación de razones. Había habido falta de claridad por parte de los cerebros que había detrás de la operación y falta de franqueza en las reuniones y sesiones informativas. Mientras Dempsey seguía soñando con romper la línea del frente enemigo, Montgomery no había dejado de presionar a O’Connor, recordándole que debía proceder con suma cautela. Pero una carga a medias estaba prácticamente condenada a perder un mayor número de tanques que un ataque firme y decidido. El mayor error de O’Connor no fue admitir que nunca habrían debido confiar en que iban a ser capaces de ocultar a los alemanes la operación. Habrían tenido que limpiar todo el campo de minas. Sólo entonces, con un avance muy acelerado, habrían podido aprovechar al máximo el estado de conmoción provocado por los bombarderos pesados entre las filas enemigas.
A pesar de su intensidad, los bombardeos fueron mucho menos efectivos de lo que se había imaginado. Los oficiales del Ejército de Tierra se quejaron después a la RAF de que habrían debido lanzarse más bombas en la cota de Bourgébus, y menos en los objetivos más cercanos, pero este error en la lista de prioridades fue culpa en gran medida del personal de los servicios de inteligencia militares.48 Por su parte, la RAF estaba furibunda. Tedder, Harris y Coningham se sentían engañados por Montgomery. Monty había prometido llevar a cabo un espectacular avance con tal de asegurarse el apoyo de los escuadrones de bombarderos pesados, pero en su fuero interno sabía que iba a lanzar una ofensiva muy limitada. Ese enfado seguiría enfrentándolos mucho tiempo después de acabada la guerra. «Se le recordó al general Montgomery», dice la versión de los primeros, «que las Fuerzas Aéreas confiaban en la rápida conquista de territorio más allá de Caen, pero a los pocos días parecía aceptar la situación con una especie de complacencia».49
Liddell-Hart, sin embargo, temía que el problema fuera más fundamental. Consideraba que había habido «una decadencia nacional en cuanto a audacia e iniciativa». El cansancio de la guerra había fomentado una actitud de «dejar que la máquina gane la batalla». Los británicos eran obstinados en la defensa, como reconocían los alemanes en sus informes. Pero había lo que Liddell-Hart definía como «un rechazo cada vez mayor a llevar a cabo sacrificios en el ataque». «Cuando se analizan a fondo las operaciones de Normandía, resulta inquietante y deprimente comprobar lo pobre que fue la actuación de las fuerzas de ataque en muchos casos. En repetidas ocasiones fueron repelidas, o incluso obligadas a retirarse, por pequeños grupos de alemanes inferiores en fuerza, pero dirigidos de manera audaz. De no ser por nuestra superioridad aérea, que suponía en todo momento un incordio constante para los alemanes, los resultados habrían sido mucho peores. Parece que nuestras fuerzas demostraron poquísima iniciativa en acciones de infiltración, además de falta de determinación, por supuesto, con algunas excepciones… Las misiones de respaldo fueron limitadas y se realizaron con poca agilidad».50
Aunque las duras observaciones de Liddell-Hart contenían grandes verdades, también ponían de manifiesto falta de imaginación. Por decirlo suavemente, resultaba muy desmoralizador para los tripulantes de los tanques atacar las baterías de los temidos cañones de 88 mm, a sabiendas de que sus pobres vehículos podían saltar por los aires mucho antes de que pudieran trabar combate. Y una vez más, no debemos olvidar nunca que no cabía esperar de los soldados de una democracia, esencialmente civiles, que mostraran el mismo nivel de sacrificio personal que los miembros adoctrinados de la Waffen-SS, convencidos de que estaban defendiendo a su país de la aniquilación.
En el hospital de base principal, cerca de Bayeux, el coronel Ian Fraser contaba cómo solía pasar visita a los prisioneros alemanes heridos. Todos le respondían con una sonrisa cuando los saludaba. Al cabo de un tiempo, una mañana, todos le dieron la espalda. La monja que estaba al frente del cuerpo de enfermería le dijo que habían traído a un soldado de la SS herido, y que ahora los demás tenían miedo de mostrarse amables con el enemigo. Fraser examinó al soldado de la SS, cuyo estado era tan grave que se hacía necesaria una transfusión de sangre. «Pero cuando ya tenía clavada la aguja, el vehemente joven nazi preguntó de repente: "¿Es sangre inglesa?". Cuando le dijeron que sí, se arrancó la aguja y exclamó: "Moriré por Hitler". Y eso fue efectivamente lo que hizo». Fraser comentaba que al poco tiempo los otros prisioneros alemanes volvieron a mostrarse amables.51
Muchos prisioneros gravemente heridos pertenecientes a la 12.a División Acorazada de la SS Hitlerjugendst se comportaron de manera similar. El asistente de Churchill, Jock Colville, que participó en la guerra pilotando un Mustang de reconocimiento, oyó comentar a una joven enfermera británica sus experiencias. «Un muchacho de unos dieciséis años se arrancó el vendaje con el que [ella] había cubierto su gravísima herida mientras gritaba que quería morir por su Führer.
Otro le tiró a la cara la comida que le trajo. Calmó a un tercero con la amenaza de que iba a ordenar que le efectuaran una transfusión de sangre judía».52 Es difícil imaginar a un prisionero de guerra británico o canadiense diciendo que quería morir por Churchill o por el rey Jorge VI. Su lealtad en la guerra era mucho más limitada. No querían fallar a sus camaradas.
Independientemente de los graves defectos de la Operación Goodwood y de las falsas afirmaciones de Montgomery tanto entonces como después, no cabe la menor duda de que los británicos y los canadienses consiguieron mantener ocupadas a las divisiones acorazadas alemanas en el momento crucial. Los canadienses volvieron a atacar el 25 de julio, para coincidir con la Operación Cobra, la gran ofensiva lanzada por Bradley en el oeste. Esto convenció una vez más a los alemanes de que el gran ataque de los aliados para liberar París iba a producirse por la carretera de Falaise. Una embestida en este punto era su principal temor, porque habría aislado por completo al 7.° Ejército que se enfrentaba a los americanos. Kluge y sus oficiales no supieron ver por dónde iba a llegar realmente el peligro hasta que ya era demasiado tarde. Así pues, la «cabalgata de la muerte» de las divisiones acorazadas británicas no fue del todo en vano.
Los alemanes también estaban conmocionados por la noticia del intento de asesinato de Hitler, perpetrado en la Wolfsschanze, cerca de Rastenburg, el 20 de julio. De hecho, la amenaza de un gran avance aliado en Normandía y la negativa de Hitler a afrontar la realidad habían desempeñado un importante papel en el desarrollo de la conspiración.