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La batalla final
en Saint-Lô
El 6 de julio, mientras los americanos seguían atascados en el avance general hacia el sur en dirección a Saint-Lô, llegó a Francia el general George S. Patton. Debía de ponerse al mando del 3.er Ejército estadounidense, tan pronto como se hiciera efectiva la orden de Eisenhower.
Inmovilizado en Inglaterra desde el momento de la invasión, había estado «terriblemente inquieto».1 «Es un infierno estar en el banquillo y ver que toda la gloria pasa de largo junto a mí», había escrito a su esposa el Día D. Empezó a llevar la pistolera bajo el brazo «para acostumbrarme al papel», y a continuación se preparó para pasar a Francia, aunque no había ninguna perspectiva inmediata de que lo llamaran allí.2 De momento, debía desempeñar su papel de comandante en jefe del I Grupo de Ejército americano, una unidad ficticia que constituía un elemento fundamental de la Operación Fortitude. Los alemanes seguían convencidos de que iba a ponerse al frente de una segunda invasión por el paso de Calais.
Patton estaba agradecido a Eisenhower por haberle dado una segunda oportunidad en dos ocasiones. La primera vez había sido cuando en Sicilia había abofeteado a un soldado víctima de fatiga de combate; la segunda, tras la metedura de pata cometida en un discurso pronunciado en Inglaterra, cuando dijo que los americanos y los británicos estaban destinados a dominar el mundo. Pero nunca había respetado a Ike «como soldado». Cuando acompañó al comandante supremo en una gira que éste realizó por el suroeste de Inglaterra visitando a las divisiones, calificó su manera amistosa de tratar a las tropas de propias de un «candidato a un cargo, no de un soldado». «Tiene la teoría de que con ese método se pone uno a la altura de los hombres. Un comandante no puede mandar a unos hombres y estar a su misma altura. Al menos ésa es mi opinión. Yo intento suscitar una emoción combativa. Él busca votos. ¿Para qué? No obstante, resultó muy agradable [para mí]».3
Patton despreciaba también a Montgomery, al que llamaba «el monito». Pero el 1 de junio, poco antes de la invasión, había sentido cierto agradecimiento hacia él cuando había insistido por dos veces ante Bradley en que «Patton debería ponerse al frente de la operación de Bretaña, y posiblemente de la de Rennes». A la mañana siguiente anotó en su diario: «Tengo de Monty una impresión mejor de la que tenía». Patton, que seguía los sucesos de Normandía con un profundo sentimiento de frustración, pensaba que el intento de Bradley de avanzar a lo largo de un frente amplio era un error. En su opinión, los ataques menores, pero constantes, destinados a ganar terreno producían a la larga más bajas que una ofensiva concentrada en un solo objetivo.
Los altos mandos alemanes eran de su misma opinión. «No puedo seguir el razonamiento», escribía el teniente general Schimpf, de la 3.a División Paracaidista, «que da por supuesto que esa táctica ha contribuido a evitar el derramamiento de sangre, como me dijeron unos oficiales americanos que capturamos. Pues aunque las pérdidas sufridas el día del ataque puedan mantenerse a un nivel relativamente bajo, por otro lado las pérdidas sufridas mediante los ataques menores, pero continuos, durante un período largo serían en total mucho más graves de lo que lo serían en caso de que se llevara a cabo un ataque en toda regla». En otra ocasión escribió hablando de los ataques de los americanos batallón a batallón: «Para nuestras tropas, este tipo de defensa contra ofensivas continuas constituía un entrenamiento estupendo y suponía una perfecta aclimatación al modo de lucha del enemigo».4 Haciendo gala de una previsión extraordinaria, Patton escribía el 2 de julio que debían atacar por la costa oeste, en dirección a Avranches, «de frente con una o dos divisiones acorazadas», respaldadas por la aviación.5
Por fin, el día 4 de julio, el cuartel general de su 3.er Ejército empezó a embarcarse. El propio Patton voló dos días después a Francia en un C-47 y aterrizó en la pista situada encima de la playa Omaha. Su avión fue escoltado por cuatro P-47 Thunderbolt, el cazabombardero que luego prestaría apoyo aéreo a su asombroso avance por el interior de Francia. En cuanto pisó suelo francés, Patton se mostró de un humor exultante. La noticia de su llegada se difundió inmediatamente entre los soldados y marineros del comando de playa de Omaha. Se suponía que su presencia debía ser guardada celosamente en secreto, pero las tropas se agolparon a su alrededor con cámaras fotográficas, como si de una estrella de cine se tratara. Patton se puso de pie en el jeep que había sido enviado para que lo recogiera y les dirigió una arenga con su inimitable estilo: «Me siento orgulloso de estar aquí para luchar a vuestro lado. Ahora, cortémosles los huevos a esos alemanes y vámonos a Berlín de una puta vez. Y cuando lleguemos a Berlín, yo mismo voy a pegar un tiro a ese empapelador hijo de puta, como si fuera una serpiente». A su público le encantó aquello, y se puso a aplaudir y a vitorearlo con entusiasmo. Patton y Eisenhower no podían ser más distintos, desde luego.
Al día siguiente almorzó con Bradley, Montgomery y el jefe del Estado Mayor de éste, el encantador general Freddie de Guingand. «Tras el almuerzo, Montgomery, Bradley y yo nos fuimos a la tienda de campaña», anotó Patton en su diario.6 «Allí Montgomery habló largo y tendido explicando por qué los británicos no habían hecho nada». A pesar del primitivo apoyo que había prestado a Patton, Montgomery ahora no quería que el 3.er Ejército fuera operativo hasta que no fuera tomada Avranches. Los americanos sospechaban que aquello no era más que un intento de mantener durante más tiempo a Bradley a las órdenes del XXI Grupo de Ejército, que él comandaba. Bradley se negó astutamente a responder. En cuanto se activara el 3.er Ejército de Patton, en la práctica él dejaría de depender de Montgomery, pues pasaría a estar al frente del XII Grupo de Ejército americano, con Hodges y Patton como comandantes.
Bradley y su Estado Mayor se pusieron a discutir algunas ideas acerca de la Operación Cobra, que había de dar lugar a la gran penetración hacia Avranches y Bretaña. Pero mientras tanto, Bradley insistió en que había que continuar el avance general para tomar Saint-Lô y la carretera al oeste de Périers. Situada más allá de los pantanos y el bocage de Cotentin y del Bessin, la carretera Saint-Lô-Périers debía constituir el punto de partida para la Operación Cobra. Pero todavía tendría que librarse en ella una lucha larga y sangrienta.
Al mismo tiempo que la Panzer-Lehr-Division emprendía la ofensiva a primera hora de la mañana del 11 de julio, otras dos unidades alemanas, el 5.° y el 9.° Regimiento Paracaidista, habían atacado al este del río Vire a la 29.a División y a su vecina, la 2.a División. Pero mientras que el asalto de la Panzer-Lehr-Division contra la 30.a trastocó los planes que tenía ésta de llevar a cabo el avance general sobre Saint-Lô, la 35.a, la 29.a y la 2.a División de Infantería seguían en condiciones de iniciar la operación a las 06:00.
El plan general de los americanos consistía en efectuar un avance a lo largo de un frente amplio. Mientras el XIX Cuerpo atacaba por el sur con la 20.a, la 35.a y la 29.a División, el 5.° Ejército debía prestar ayuda por el este enviando a la 2.a División de Infantería a tomar la Colina 192, la principal altura de la extensa cresta que dominaba la carretera de Saint-Lô a Bayeux. La topografía de aquella comarca ondulada, llena de pequeños campos y huertos, bordeados de setos impenetrables y senderos hundidos, resultaba ya terriblemente familiar a todos los soldados, excepto a los reemplazos y a la 35.a División, que acababa de integrarse al operativo.
Los equipos de Registro de Sepulturas tendrían un trabajo horrible. Un teniente comunicaba que habían encontrado setenta cadáveres junto a un solo seto. «Vi a soldados estadounidenses cargados de minas alemanas», seguía diciendo. «El enemigo ponía trampas explosivas en el hueco que dejaba la espalda del muerto. Teníamos que volar los cadáveres, con lo cual los cuerpos quedaban destrozados, pero aun así podíamos identificarlos». Los alemanes pegaban a veces una granada oculta a la cadena de la chapa de identificación, de modo que si alguien quería retirarla, detonaba la bomba».7