Las empinadas y frondosas laderas de las colinas habrían acabado con casi cualquier tanque, pero los Churchill, a pesar de sus muchos defectos como máquinas de combate, se las arreglaron extraordinariamente bien. Los alemanes, que no esperaban que los blindados británicos lograran pasar, carecían de cañones pesados antitanque en su primera línea. Habían colocado su batallón de cañones de asalto bastante atrás. En consecuencia, los tanques del batallón Coldstream alcanzaron su objetivo, la Colina 309, a las 16:00. Habían logrado penetrar unos ocho kilómetros por detrás de las líneas alemanas. A su derecha, los tanques de la Guardia Escocesa habían cargado contra la Colina 226 a través de los setos y los huertos. «Sus tripulantes habían sufrido mil sacudidas y arañazos, y los comandantes habían recibido los golpes de las ramas bajas de los árboles y un auténtico bombardeo de manzanas de sidra, pequeñas y duras, que se acumulaban en el suelo de las torreras».3 Aquella noche, los batallones escoceses alcanzaron a los dos batallones de tanques de la guardia y prepararon la cima de las colinas para su defensa.
Los alemanes reaccionaron con una insólita lentitud. Cuando Eberbach reconoció por fin la amenaza, ordenó a la 21.a División Acorazada que cruzara el Orne y entrara en combate. Mientras tanto, la 326.a División de Infantería montó una serie de contraataques a la desesperada en las dos colinas citadas, pero su comandante, el general Von Drabich-Wachter, resultó muerto.4 En un determinado momento llegaron a echar de la colina al batallón Coldstream y el 2.° de Highlanders de Glasgow, pero los británicos contraatacaron y volvieron a tomarla poco después.
El XXX Cuerpo no pudo avanzar por la izquierda porque un arroyo de riberas sumamente escarpadas le cortó el paso, dejando al descubierto el flanco del VIII Cuerpo. Por ahí era por donde quería atacar Eberbach, pero cuando el coronel Oppeln-Bronikowski logró reunir a la 21.a División Acorazada, el contraataque llegó demasiado tarde. Comenzó a las 06:00 del 1 de agosto, con tres batallones de granaderos acorazados, cada uno integrado por menos de 200 hombres, los últimos catorce tanques Mark IV del 1.er Batallón de su regimiento blindado, y los últimos ocho Tiger del 305.° Batallón de Tanques Pesados. Los británicos contraatacaron, alcanzando el puesto de mando de la 21.a División Acorazada. Los oficiales del Estado Mayor del cuartel general tuvieron que huir a la desesperada, abandonando todos sus vehículos. La 21.a División se retiró, tras perder casi una tercera parte de sus fuerzas. En el cuartel general del cuerpo se desencadenó una pelea terrible como consecuencia del fracaso.5
La cooperación entre los blindados y la infantería británica había mejorado muchísimo después de la Operación Goodwood, pero sus tanques Churchill y Cromwell seguían teniendo muy poco que hacer frente a los Tiger del 305.° y el 502.° Batallón de Tanques Pesados de la SS, así como frente a los enormes cañones de asalto Jagdpanzer («cazacarros») Ferdinand. Un pelotón del 3.° de la Guardia Escocesa, tras alcanzar su objetivo después de una carrera terrible campo a través, se topó con tres Ferdinand, que en un instante dejaron fuera de combate a doce de sus dieciséis tanques.6 Uno de los Ferdinand pasó cerca de un oficial de artillería británico. Este pudo ver con claridad al comandante del cazacarros, que «iba vestido sólo con un chaleco, probablemente a causa del calor, y estaba riendo».7 El II Panzerkorps fue desviado también para cortar el paso a los británicos en su avance.
Mientras la 15.a División Escocesa y la 6.a Brigada de Tanques de la Guardia libraban sus batallas, la División Acorazada de la Guardia atacó Saint-Martin-des-Besaces, un pueblo grande del que salían carreteras en todas direcciones. Pero los alemanes lo defendieron con ferocidad, con apoyo de cañones de asalto.
Por la derecha, la 11.a División Acorazada tuvo un golpe de suerte, que no perdió tiempo en aprovechar. El 31 de julio, una unidad de carros blindados del 2.° Regimiento Household de Caballería logró colarse entre las líneas alemanas en el bosque de l’Evéque. Unos diez kilómetros más adelante, descubrieron que el puente sobre el Souleuvre estaba intacto. Enseguida se deshicieron del único centinela que lo guardaba. El puente se hallaba en la frontera entre dos divisiones alemanas, la 326.a y la 3.a Paracaidista, y probablemente ése fuera el motivo de que nadie se hubiera hecho propiamente responsable de él. Cuando comunicaron por radio su descubrimiento, el oficial al mando del Regimiento Household de Caballería no podía creérselo, y pidió que le volvieran a confirmar su posición. Inmediatamente informó al general Pip Roberts, de la 11.a División Acorazada. Aunque la ruta estaba al oeste de su línea de avance y en el sector del V Cuerpo americano, Roberts envió hasta allí a toda velocidad a la 29.a Brigada Acorazada, con soldados de infantería montados en los tanques, con el fin de asegurar el vado. Para entonces era llamado ya el «puente de Dickie», por el nombre del jefe de escuadrón que lo había tomado, teniente D.B. Powle. Consiguientemente Roberts pidió a O’Connor la aprobación de ese cambio de eje. Aquel espectacular avance, que condujo a la 11.a División Acorazada directamente a las colinas que rodeaban Le Bény-Bocage, obligó al general Meindl a retirar su 3.a División Paracaidista.
Poco más de cincuenta kilómetros al suroeste, los primeros tanques de la 4.a División Acorazada de Wood entraron en Avranches, la puerta de Bretaña y del centro de Francia, poco antes del anochecer del 30 de julio. En la ciudad reinaba el caos. En la costa oeste, las fuerzas alemanas que quedaban sabían que les corría mucha prisa escapar de la situación de acorralamiento en la que se hallaban. La batería naval de costa situada cerca de Granville había destruido sus cañones y se había trasladado al sur, por detrás de la punta de lanza de los norteamericanos. El coronel Von Aulock y su Kampfgruppe intentaban también escapar hacia el sur a través de Avranches.8 Kluge todavía esperaba poder resistir en aquella posición clave, pero los americanos avanzaban de frente con cuatro divisiones acorazadas —la 6.a, la 4.a, la 5.a y la 2.a—, y a él no le quedaban reservas para detenerlas.
Aunque los tanques americanos estaban ya en Avranches, algunos grupos de alemanes rezagados seguían intentando cruzar la ciudad. Un pequeño destacamento de ingenieros de la 256.a Infanterie-Division permaneció largo rato en los acantilados montado en un camión soviético que habían capturado en el frente oriental, gozando de aquella «vista inolvidable». «A nuestros pies la marea baja con el Mont-Saint-Michel a la luz de la luna y frente a nosotros Avranches en llamas», escribió el cabo Spiekerkötter. «Los americanos ya estaban allí y querían impedir que escapáramos. Todavía no sé cómo pudimos atravesar la ciudad y cruzar el puente. Sólo recuerdo que dos oficiales con las pistolas desenfundadas tuvieron que sacarnos del camión».9
A la 01:00 del 31 de julio, el mariscal Von Kluge recibió una llamada del teniente general Speidel, jefe del Estado Mayor del Grupo de Ejército B. Speidel avisó al OB West de que el LXXXIV Cuerpo se había replegado hacia Villedieu, pero que no era posible contactar con él. «La situación es extraordinariamente grave. La capacidad de combate de las tropas ha decaído de manera notable».10 El OB West, añadía, debía saber que el flanco izquierdo había sucumbido. La amenaza contra Bretaña y los puertos de la costa occidental era clarísima. Muchos oficiales y soldados habrían expresado la idea de forma más contundente. Calificaban la sensación de desastre que los embargaba de Weltuntergangsstimmung, sensación de que el mundo se venía abajo. En el flanco izquierdo de la gran ofensiva, las divisiones americanas estaban obligando a los alemanes a volver a cruzar el río Vire.
Treinta y cinco minutos después, Kluge habló con el general Farmbacher, comandante del XXV Cuerpo, destinado en la península de Bretaña. Farmbacher le habló de las unidades formadas de manera improvisada que intentaba reunir y solicitó «una orden más enérgica a la Marina, cuya cooperación es insuficiente».11 Kluge llamó por teléfono también a Eberbach para preguntarle si la Panzergruppe West estaba en condiciones de traspasar más formaciones al VII Ejército. Eberbach contestó que eso era imposible. El doble ataque de los británicos contra Vire y por Aunay-sur-Odon ya había dado comienzo. Si se traspasaban más divisiones acorazadas, los británicos lograrían por fin penetrar hasta Falaise y Argentan, aislando así también a todo el 7.° Ejército.12
A las 02:00 Kluge hizo pública una orden según la cual «bajo cualquier circunstancia, el puente de Pontaubault [al sur de Avranches] debe seguir en nuestro poder. Hay que volver a tomar Avranches». Kluge seguía furioso con Hausser en la idea de que «la funesta decisión del 7.° Ejército de intentar escapar por el sureste ha dado lugar a la caída del frente».13
Aunque la 3.a División Acorazada fue criticada por la lentitud de su avance, el Destacamento Especial X, al mando del teniente coronel Leander L. Doane, realizó un extraordinario progreso. Su columna abandonó las colinas situadas al sur de Gavray a las 16:07 para dirigirse a Villedieu-les-Poéles. El tiempo estaba totalmente claro, y los veinte P-47 Thunderbolt que prestaban cobertura aérea a la columna eliminaron a todas las columnas alemanas sorprendidas por la rapidez del avance de Doane. Este mantenía comunicación directa por radio con ellos y podía dirigir a los pilotos contra cualquier objetivo que se presentara. En tierra, los soldados que iban en los vehículos blindados quedaron impresionados por la ráfaga de casquillos vacíos que caían cuando los Thunderbolt rugían sobre sus cabezas ametrallando las presuntas posiciones enemigas.
A las 18:00 llegaron a las afueras de Villedieu. Pese a haber avanzado 16 kilómetros en menos de dos horas, el coronel Doane recibió la siguiente orden: «No se detenga en su objetivo inicial. Continúe hasta el río Sée antes de detenerse a pasar la noche. El comandante del cuerpo le ordena avanzar con mayor rapidez». El Sée estaba justo después de Brécey, otros veinticinco kilómetros más al sur. Doane ordenó a sus hombres dejar a un lado Villedieu y seguir adelante a toda velocidad. Pidió también a los Thunderbolt que reconocieran el camino que tenían ante sí.
El apoyo de proximidad de los P-47 era tal, que un piloto comunicó por radio a Doane que iba a bombardear a un tanque alemán situado sólo a cincuenta metros a su izquierda y que le convenía buscar dónde protegerse. La cooperación de la aviación y los blindados no podía ser más estrecha. El piloto de otro Thunderbolt que volaba a tiro de piedra del Destacamento Especial Z «comentó en broma» a su comandante «que más le valía bajar la antena», pues se disponía a lanzarse al ataque justo sobre sus cabezas.14
Cuando llegaron a las afueras de Brécey, Doane, que iba en el tanque de cabeza, dijo a los Thunderbolt que esperaran, pues parecía que no había enemigos a la vista. Pero en cuanto su Sherman dobló la esquina y tomó la calle mayor del pueblo vio «una multitud de soldados alemanes descansando en el bordillo». Incapaz de abrir fuego en ese momento, ya que su operador de radio ocupaba el asiento del soldado encargado del cañón, Doane empezó a disparar al azar contra la infantería alemana con su pistola Colt del 45. Fue «prácticamente una escena de película», afirma el informe de acción. Los tanques que venían detrás, sin embargo, giraron sus torretas a la izquierda y a la derecha y barrieron la calle y las casas con ráfagas de ametralladora.
El principal puente sobre el Sée había sido destruido, de modo que la columna giró hacia el este en busca de otro puente, justo a la salida de la población. Localizaron a un grupo de soldados de infantería alemanes tumbados en un huerto y también los barrieron con fuego de ametralladora. Pero cuando llegaron al cruce, descubrieron que también aquel puente había sido destruido. Doane comunicó la noticia por radio y no tardó en presentarse una unidad de ingenieros. Su comandante decidió que sus hombres construyeran un vado en las inmediaciones utilizando un tanque apisonadora. Los tripulantes de los blindados se apearon para transportar piedras con las que dar algún tipo de base al lecho blando del río, pero sólo unos cuantos vehículos lograron cruzar el vado antes de que resultara inutilizable.
Mientras tanto la parte trasera de la columna se acercaba a Brécey, pero la infantería alemana había logrado reorganizarse y ofrecía una fuerte oposición. Doane arremetió con los tanques de cabeza y llegó a la vertiente norte de la Colina 242 cuando cayó la noche. En Brécey, la lucha era sumamente confusa. El capitán Carlton Parish Russell, del 36.° Regimiento de Infantería Acorazada, dejó su semioruga al final de la columna para ver lo que pasaba. Vio unos cuantos jeeps con la red de camuflaje ardiendo. Luego vio a un soldado que intentaba tirar todos los objetos que estaban en llamas. Le gritó que si no se quitaba el uniforme de camuflaje, sería tomado por un alemán. El hombre dio media vuelta y Russell comprobó que en efecto pertenecía a la Waffen-SS. Aquel destacamento alemán, que había quedado aislado, intentaba coger los vehículos que habían escondido para salir huyendo. El soldado de la SS le arrancó la pistola de la mano de un golpe y levantó el fusil, pero Russell se lo quitó a su vez y lo dejó fuera de combate. Lo utilizó en el tiroteo que a continuación se desencadenó con los alemanes en medio del pueblo.15
El Destacamento Especial Z, que el 31 de julio se dirigía hacia el sur desde Gavray a Avranches, tuvo que hacer frente a mucha más resistencia, y encontró controles de carreteras protegidos por blindados y cañones antitanque. Pero cogió también desprotegida a una columna alemana que intentaba huir cruzando la misma ruta que él traía. Infligió graves daños a los vehículos de reconocimiento y a los semiorugas enemigos. El general Doyle O. Hickey, que iba en un semioruga casi en primera línea del destacamento especial, vio cómo uno de sus cañones de 105 mm autopropulsados volaba uno de los vehículos enemigos a una distancia de menos de cincuenta metros.16 Cuando otra columna de la 3.a División Acorazada llegó a Avranches, Ernest Hemingway se hallaba justo detrás de la punta de lanza. El oficial que lo acompañaba, el teniente Stevenson, comentó que estar cerca de Hemingway era «más peligroso que ser asistente del [general de brigada] Roosevelt».17 Hemingway, que se había colocado como agregado de la 4.a División de Infantería del general Barton, convenció a Stevenson de que lo acompañara en algunos viajes peligrosos en un Mercedes descapotable o en una motocicleta con sidecar, vehículos ambos abandonados por los alemanes en su retirada. Hemingway escribió a su enésima esposa, Mary Welsh, hablándole de la «vida muy alegre y divertida [que llevaba], llena de muertos, botines de alemanes, un sinfín de tiros, un sinfín de peleas, setos, pequeñas colinas, caminos polvorientos, paisajes verdes, campos de trigo, vacas muertas, caballos muertos, tanques, cañones de 88 mm, Kraftwagen, y chicos americanos muertos».18 No tardó en unírsele Robert Capa, al que a punto estuvo de matar cuando se perdieron y toparon con un cañón antitanque alemán. Hemingway, que tuvo que buscar refugio en una zanja bajo un intenso fuego, acusó luego a Capa de no haberlo ayudado en plena crisis sólo para poder «tomar la primera fotografía del cadáver de un escritor famoso».19
Tras las líneas mal definidas del frente, la gran ofensiva americana produjo un caos muy distinto. En Granville, en la costa, la población local había empezado a saquear las casas abandonadas por los alemanes. Incluso los ciudadanos más respetables se apoderaban de muebles de todo tipo, desde sillas de comedor hasta una cuna. Una multitud de unas trescientas o cuatrocientas personas quiso colgar a un colaboracionista. A la policía le costó mucho trabajo convencerla de que se calmara y entregara al prisionero para someterlo a un juicio como era debido.20 Durante los días siguientes estuvieron buscando a los alemanes rezagados que intentaban esconderse, a menudo vestidos con ropas de paisano robadas. En la carretera de Villedieu, una mujer se había compadecido de un soldado alemán y lo había escondido. Fue detenida y encerrada en el cuartel de bomberos de la localidad, mientras que sus hijos fueron entregados para su salvaguardia a Madame Roy, encargada de cuidar el jardín público.
Un anciano suboficial alemán que se había escondido en una granja cerca de Avranches fue capturado vestido de paisano. «¡Ay señor!», dijo al granjero que había llamado a una patrulla americana para que se hiciera cargo de él. «¡Qué desgracia la mía! ¡Yo estoy aquí y mi hijo es soldado del ejército americano!». El granjero, que había oído decir que muchos emigrantes alemanes jóvenes prestaban servicio entre las fuerzas estadounidenses, se sintió inclinado a creerlo.21
La 6.a División Acorazada avanzó también por la brecha de Avranches. En las primeras acciones en las que participaron, los tripulantes de los tanques se habían mostrado muy propensos a apretar el gatillo en cuanto localizaban a algún grupo de alemanes, por pequeño que fuera. Pero cuando treinta alemanes salieron de detrás del seto con las manos arriba, tuvieron que llevárselos consigo, pues no podían prescindir de ningún hombre. Los mandaron sentar en el capó de los semiorugas y de los jeeps. «Aquel día nuestros chicos consiguieron muchos souvenirs», comentó un oficial.22 La escolta de su avance estaba formada por una compañía de tanques, una compañía de infantería en semiorugas, una batería de infantería de campaña, una compañía de tanques destructores, una sección de ingenieros en semiorugas, dispuestos a encargarse de las minas, y una sección de reconocimiento. Avanzaban a una velocidad constante de casi veinticinco kilómetros por hora, y a veces daban alcance a «alemanes desprevenidos que iban en bicicleta o a pie». Las tripulaciones de los Sherman cargaban todo lo que no era esencial fuera del tanque, para poder almacenar en su interior «150 bombas de 75 mm y 12 000 cartuchos del calibre 30», dos veces la cantidad de munición que cargaban habitualmente.
Por si tuvieran pocos problemas, un poco más al sur los alemanes sufrían ataques cada vez más audaces de la Resistencia. Un tren de unos sesenta y nueve vagones cargados con la munición de artillería que se necesitaba con tanta urgencia había sido volado poco antes en las Landas,23 mientras que un tren blindado había descarrilado en un túnel al norte de Souillac. Los británicos interceptaron un comunicado por radio que solicitaba el envío de un tren de construcción «bajo una poderosa escolta militar».24
La noche del 31 de julio, Patton fue al puesto de mando del VIII Cuerpo a ver a Middleton. La 4.a División Acorazada de Middleton había asegurado la línea del río Sélune, al sur de Avranches, tal como le habían ordenado, pero no pudo ponerse en contacto con Bradley para que éste le dijera lo que tenía que hacer a continuación. Patton, controlando aparentemente su exasperación, le dijo que «a lo largo de la historia siempre ha resultado fatal no cruzar un río».25 Aunque no asumía el mando oficialmente hasta las 12 de la mañana del día siguiente, dejó patente que el VIII Cuerpo debía cruzar inmediatamente. Poco después, llegó un mensaje diciendo que el puente de Pontaubault había sido capturado. Había resultado dañado, pero se podía cruzar por él. Patton dijo a Middleton que hiciera pasar el río con la mayor rapidez posible a la 4.a y a la 6.a División Acorazada.
Al sur de Pontaubault, la carretera se bifurcaba. Un ramal se dirigía hacia el sur y el oeste, en dirección a Rennes y Brest. El otro iba hacia el este, en dirección al Sena y a París. Patton se acostó a la una de la madrugada del 1 de agosto sabiendo que once horas más tarde, el 3.er Ejército estaría plenamente operativo bajo su mando con cuatro cuerpos de ejército, el VIII de Middleton, el XV de Haislip, el XX de Walter y el XII de Cook. El 15.° Ejército envió inmediatamente a sus tres divisiones una orden de aviso que revelaba con toda claridad el estilo de Patton. «Que haya tantas tropas motorizadas y tanques como sea posible para que encabecen la marcha».26 Asimismo a las doce del mediodía del 1 de agosto, Bradley se convirtió en comandante en jefe del XII Cuerpo de Ejército, mientras que el general Hodges asumió el mando del 1.er Ejército, que debía seguir atacando hacia la línea del Vire y luego hacia Mortain.
El 1 de agosto Kluge se encontraba en el cuartel general avanzado del 7.° Ejército junto con Hausser y su nuevo jefe del Estado Mayor, el coronel Von Gersdorff, cuando se enteraron de que los americanos habían tomado Avranches. Según su asistente, el teniente Tangermann, dijo: «Caballeros, esta penetración de los americanos significa para nosotros y para el pueblo alemán el comienzo de un final decisivo y triste. Ya no veo posibilidad alguna de detener el progresivo avance del enemigo».27 Algunos colegas suyos pensaron que empezaban a manifestarse las consecuencias del serio accidente de coche que había sufrido en Rusia el año anterior. Estaba perdiendo la determinación que había mostrado cuando sucedió a Rundstedt.
Tan pronto como llegó la noticia a la Wolfsschanze, en Prusia oriental, Hitler mandó una orden a Kluge. «El enemigo no debe avanzar bajo ninguna circunstancia sin encontrar impedimento. El Grupo de Ejército B preparará un contraataque con todas las unidades acorazadas con el fin de abrirse paso hasta Avranches, aislar a las unidades que han logrado penetrar y destruirlas. Todas las fuerzas acorazadas disponibles serán sacadas de las posiciones que ahora ocupan sin ser reemplazadas y serán utilizadas con esta finalidad a las órdenes del general de las tropas acorazadas Eberbach. El futuro de la campaña de Francia depende de este contraataque».28
Kluge advirtió que la retirada de las divisiones acorazadas habría dado lugar a la caída de todo el frente, incluido el sector británico. Propuso en su lugar que las tropas alemanas se retiraran más allá del Sena, abandonando todo el oeste de Francia. Las divisiones acorazadas podrían proteger la retirada de las divisiones de infantería sin necesidad de que éstas utilizaran transporte motorizado. Hitler rechazó tajantemente la propuesta e insistió en que si sus órdenes eran cumplidas habría «cierta victoria al final». Kluge presentía que semejante decisión iba a resultar catastrófica, pero no había nada que él pudiera hacer. Hitler, que estaba obsesionado con sus mapas, pero que no tenía la menor idea de la realidad sobre el terreno, había empezado a planear la Operación Lüttich, el gran contraataque desde Mortain hacia Avranches. Pero el enemigo estaba avanzando sin encontrar impedimento. A mediodía, la 4.a División Acorazada norteamericana había cruzado el Sélune y había «doblado hacia Bretaña».29
Por la izquierda, los americanos encontraron una resistencia mucho más fuerte de los alemanes, con duros combates en torno a Percy y a Villedieu, por la que la 3.a División Acorazada había pasado de largo. La 4.a División de Infantería solicitó cuatro batallones de artillería para atacar las posiciones alemanas. Los «Long Tom» de 155 mm cantaron en total tres «serenatas», el tipo de bombardeo más intenso que había, hasta que por fin los cañones alemanes callaron. A última hora de la tarde, el pelotón de reconocimiento de la 4.a División entró en Villedieu.
Tessy fue tomada también ese día tras duros y sangrientos combates. Los alemanes en retirada llegaron a recurrir a la brutalidad del frente oriental. Según el teniente coronel Teague, al frente del 3.er Batallón del 22.° Regimiento de Infantería, «uno de nuestros camiones (una ambulancia) fue enviado por la carretera del norte desde el puesto de socorro situado cerca de La Tilandiére a Villebaudon. Los alemanes atacaron la carretera, capturaron el camión, pegaron un tiro a los seis heridos que iban en él y lo utilizaron para bloquear la carretera».30
Las tropas de primera línea adoptaron una actitud muy despectiva hacia el gran número de prisioneros que tomaban. El VIII Cuerpo de Middleton había hecho en sólo tres días 7000 prisioneros, del total de 20 000 que capturó todo el 1.er Ejército en seis días.31 Cuando un batallón de la 8.a División de Infantería apresó a un par de centenares de alemanes, los enviaron a la retaguardia con un solo vigilante. A veces devolvían las armas a los prisioneros polacos y rusos y les decían que escoltaran a lo alemanes; tal vez ése fuera el motivo de que algunos de éstos no llegaran vivos a la cárcel. También se utilizaban con esa finalidad los camiones de suministros vacíos que regresaban al norte. «Nos cruzamos con columnas de prisioneros, a pie y en camiones, pero todos bajo vigilancia», anotó un oficial de la 29.a División de Infantería cerca de Percy. «Los viejos parecían bajos de moral. Los únicos que mostraban una actitud desafiante eran los jóvenes».32 Empezaron a correr entre las unidades alemanes rumores optimistas de que iban a ser retiradas más allá del Sena.33
El 2 de agosto, los combates continuaban en la parte sur de Villedieu, a pesar de que la mayor parte de la población había quedado despejada. Los tanques americanos obligaron a un grupo de soldados de infantería alemanes armados con lanzagranadas Panzerfaust a meterse en la estación de ferrocarril. Los Sherman dispararon con su principal cañón de 75 mm contra el edificio hasta que sepultaron en él al enemigo.
En la carretera que llevaba al bosque de Saint-Sever, donde estaban reorganizándose numerosas unidades alemanas, los duros combates continuaron a uno y otro lado de las colinas, especialmente en la 213. El teniente coronel Johnson condujo a su batallón dando la vuelta a la colina para rebasar a los alemanes situados en la cima. «Cuando llegamos a la cresta y vimos la carretera tuve que restregarme los ojos porque no daba crédito a lo que veía», escribió. «Pensé que habíamos mezclado nuestras direcciones. Toda la carretera estaba atestada de tráfico de la 3.a División Acorazada y los vehículos chocaban unos con otros: tanques, camiones, jeeps y ambulancias. Miré al otro lado de la carretera y vi un centro de primeros auxilios».34 Nadie parecía darse cuenta de que sólo 500 m más allá estaba librándose una gran batalla. Por el este, el fuego de la artillería alemana desde el bosque de Saint-Sever era muy intenso y causó muchas bajas. Esta circunstancia, junto con los ataques de la Luftwaffe por la noche, hizo que los hombres estuvieran «nerviosísimos», lo que daría lugar al incremento de los casos de fatiga de combate.35
Mientras que algunos alemanes se batieron en retirada luchando sin piedad, otros respetaron las leyes de la guerra. El capitán Ware, cirujano de un batallón, comunicó que dos de sus hombres habían caído estando de patrulla y no habían sido localizados. Cuatro médicos, al mando del cabo Baylor, salieron a buscarlos en un jeep que llevaba una gran bandera con una cruz roja. «Un hombre iba en lo alto del capó con la bandera desplegada, para que no le pasara desapercibida a nadie. Al doblar una curva, el jeep dio con el primer desaparecido. Estaba muerto. Mientras el sanitario lo examinaba, los alemanes abrieron fuego con una ametralladora, que alcanzó al cabo Baylor en el pecho. Los otros tres hombres tuvieron que volver a rastras por el suelo tirando del herido y dejando atrás los cadáveres de los otros dos y el jeep». El capitán Ware decidió abortar el intento de rescate. «Pero justo cuando acababa de tomar esta decisión salió de detrás de la curva un alemán con un brazalete de Ginebra [de la Cruz Roja] portando una bandera blanca que caminaba hacia ellos. Todos le apuntaron inmediatamente. Las armas de todos los hombres lo tenían en su punto de mira, pero afortunadamente no se disparó ni un solo tiro. Cuando llegó hasta nosotros el alemán, pudimos ver que sudaba copiosamente. Pero no se arrugó. Me entregó la nota que traía y que ninguno de los allí presentes era capaz de leer. Se mandó llamar a un soldado de la unidad antitanque que conocía la lengua. El alemán le dijo que había sido enviado por su teniente a pedir disculpas por el hecho de que sus soldados hubieran disparado contra los médicos americanos. El alemán seguía sudando [y] no dejaba de quitarse el casco para secarse la frente. Dijo que se había presentado voluntario para esa misión. Nos dijo también que los americanos caídos habían muerto. El alemán comentó que la nota de su teniente nos aseguraba que podíamos volver y retirar nuestras bajas y el jeep, y que los alemanes no dispararían otra vez. Le preguntamos si quería quedarse con nosotros ahora que había cruzado las líneas. Se echó a reír y respondió que suponía que no había gran diferencia en que él se quedara a uno u otro lado de las líneas, pero señaló que si permanecía con nosotros, los americanos no quedaríamos muy bien, pues los alemanes pensarían que había sido retenido por la fuerza».36
El avance de los americanos se vio ralentizado todavía por los atascos de tráfico que se producían en las estrechas carreteras rurales y también por los ataques de ciertos grupos de alemanes rezagados. «Esa pequeña cantidad de alemanes causan unas dificultades que no guardan ninguna proporción con la escasez de su número», señalaba el cuartel general de la 4.a División de Infantería. «Sin embargo, probablemente forma parte del plan dejar al enemigo bien posicionado en nuestro flanco izquierdo con la esperanza de rodearlo».37
Este juicio sobre cuáles eran las ideas de Eisenhower y Bradley era prematuro, pero se acercaba bastante a la realidad. El plan original consistía en penetrar por la brecha de Avranches y tomar los puertos La desbandada tras la Operación Cobra de Bretaña con el fin de acelerar las líneas de aprovisionamiento de los aliados con vistas al avance hacia el Sena. Pero ahora se abría un enorme boquete entre el 7.° Ejército alemán y el Loira. El 3 de agosto, la 4.a División Acorazada del general John Wood dobló al oeste de Rennes y se dirigió hacia el sur. Andaba escaso de combustible y de municiones, de modo que no podía tomar la ciudad, pero había dejado aislada toda la península de Bretaña. Si miraba hacia el este, tenía la sensación de que los alemanes no tenían reservas con las que frenar un ataque directo sobre París y el Sena. Eisenhower y Bradley llegaron a una conclusión parecida. Se les presentaba una oportunidad muy rara en cualquier guerra. Los generales alemanes veían aterrados aquellas implicaciones. La noticia de que una división americana había llegado a Rennes, escribía Bayerlein, «tuvo sobre nosotros un efecto demoledor, como un bombazo».38