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Los americanos en la
península de Cotentin

Al igual que los británicos a lo largo de los últimos siete días, el 1.er Ejército de los Estados Unidos también había temido que se produjera una gran contraofensiva desde el sur. Los servicios de inteligencia aliados no habían sabido valorar el éxito de sus fuerzas aéreas y de la Resistencia en su misión de retrasar la llegada de contingentes de refuerzo alemanes. Tampoco supieron prever que el alto mando nazi lanzaría la gran mayoría de sus divisiones acorazadas contra el 2.° Ejército británico.

Antes de iniciar su ofensiva en Villers-Bocage, la 1.a División americana, mientras establecía un profundo saliente alrededor de Caumont-l’Eventé, había temido la posibilidad de que los nazis atacaran por el flanco oriental. Fue cuando la 50.a División británica se enfrentó a la Lehr alemana en las inmediaciones de Tilly-sur-Seulles. El general Huebner, comandante en jefe de la 1.a División, protestó cuando Bradley desvió los tanques que le daban apoyo para contrarrestar el ataque lanzado por la 17.a División de la SS en Carentan. Pero Bradley le había asegurado que Montgomery enviaría a la 7.a División Acorazada a su sector.

La 2.a División, que se encontraba más al este, y la 29.a División de Infantería que ya formaba parte del frente que avanzaba por el sur hacia Saint-Lô, ignoraban por completo la debilidad de las fuerzas alemanas que iban a encontrar a su paso. Cuando fueron conscientes de ello, la 275.a División de Infantería y la 3.a División Paracaidista de los nazis habían comenzado a llegar procedentes de Bretaña. El objetivo americano de tomar Saint-Lô no se materializaría hasta después de un mes de duros combates en los setos del bocage.

Más al oeste, el 6.° Regimiento Paracaidista de Heydte y la 17.a División de Granaderos Acorazados de la SS Götz von Berlichingen habían establecido una línea defensiva a ambos lados de la carretera que unía Carentan con Périers. Pero el ataque que temían los alemanes en esa zona nunca llegó a producirse. Los aliados tenían otra prioridad mucho más decisiva: la conquista del puerto de Cherburgo para acelerar la llegada de suministros.

La concentración de fuerzas ya procedía a buen ritmo. En lo que cabría calificar de triunfo de la organización y el trabajo de los americanos, la playa Omaha presentaba un aspecto totalmente distinto. «Al cabo de una semana del Día D», escribió un oficial de la Marina, «la playa parecía Coney Island en un domingo caluroso. Había miles de hombres dedicados a sus tareas, desde seabees [30], ingenieros del ejército, hasta peones franceses. Bulldozers grandes y pequeños se dedicaban a ensanchar carreteras, a nivelar el terreno y a retirar los escombros». Antes de finales de junio, el mando de la playa Omaha disponía de unas fuerzas superiores a los veinte mil hombres, entre oficiales y soldados, en su mayoría integrados en la 5.a y la 6.a Brigada Especial de Ingenieros.1 Los vehículos anfibios DUKW iban y venían surcando las aguas del mar con suministros y personal. Después de que la playa quedara fuera del alcance de la artillería alemana, los LST habían podido comenzar a desembarcar más vehículos incluso con la marea baja. Al abrirse sus puertas de proa y bajar las rampas, estas curiosas embarcaciones grises parecían verdaderos tiburones ballena. «Los jeeps transportando a oficiales del estado mayor eran una imagen tan habitual como la de los taxis amarillos en el centro de Nueva York», escribiría ese mismo oficial de la Marina. Y «en cualquier rincón podía verse a un grupo de prisioneros alemanes a la espera de ser trasladados por los LST».2

Un sargento de la 6.a Brigada Especial de Ingenieros contaría que en cierta ocasión en la playa, cuando unos prisioneros eran escoltados a la cárcel militar, un grupo de paracaidistas de la 101.a Aerotransportada comenzó a gritar: «¡Dadnos esos prisioneros! ¡Entregádnoslos! ¡Sabemos qué hacer con ellos!».3 Un miembro de una de las unidades de combate y demolición de la Armada presenció este mismo incidente, u otro muy similar: «Aquellos paracaidistas heridos hacían todo lo que podían por acercarse hasta los prisioneros alemanes. Supongo que sufrieron muchas penalidades, o algo parecido, en la retaguardia. Por malheridos que estuvieran, estaban dispuestos a seguir peleando, de haber podido echar mano a aquellos alemanes».4

Lamentablemente, los heridos de las fuerzas aerotransportadas americanas fueron evacuados en los mismos barcos que los prisioneros. Un oficial del LST 134 contó lo siguiente: «Se produjo un incidente a bordo en el lugar en el que había un grupo de paracaidistas y de prisioneros. No sé exactamente qué ocurrió, pero creo que murieron uno o dos alemanes».5 En el LST 44 un ayudante de farmacia fue testigo de un enfrentamiento parecido. «Uno de los oficiales de nuestra nave empezó a congregar a los prisioneros en la misma zona en la que yo atendía a unos soldados americanos que habían sido heridos y sufrían crisis nerviosas. La reacción inmediata de nuestros hombres fue de temor y de rabia. La situación era explosiva. Por primera, y única vez, prohibí el acceso a la zona y exigí a nuestro oficial que dejara de enviar prisioneros a aquel lugar. Nuestro teniente parecía sorprendido y muy enfadado, pero accedió a regañadientes».6

Los LST contaban con un equipamiento especial para el traslado de los heridos a los hospitales de base de Inglaterra. «Había camillas colocadas en soportes sobre los mamparos de la cubierta de los tanques», comentaba este mismo ayudante de farmacia, «y formaban varios pisos». El estado que presentaban algunos de los prisioneros de guerra heridos era realmente espantoso. «Un prisionero alemán que fue subido a bordo en camilla tenía el cuerpo enyesado desde los tobillos hasta el pecho. Nos suplicaba ayuda al médico del barco y a mí. Nos llamaba, "camarada, camarada". Con mi asistencia, el médico de nuestro barco rompió el yeso, y lo que vio fue que aquel conmovedor ser humano estaba siendo devorado por una multitud de gusanos.

Le sacamos el yeso, lo limpiamos, lo lavamos y le dimos analgésicos. Pero ya era demasiado tarde. Murió en paz aquella noche».

Tanto en Utah como en Omaha, los soldados y marineros de la retaguardia iban igual de desesperados que los de primera línea de combate por hacerse con algún trofeo de guerra. Según un oficial guardacostas del navío estadounidense Bayfield, los cazadores de trofeos se dedicaban con pasión a intercambiar medallas, insignias y galones de los alemanes. Muchos prisioneros de guerra, temerosos de ser ejecutados como les habían advertido sus comandantes, entregaban lo que se les pedía sin apenas rechistar. En tierra, en el interior del país, el trofeo más preciado eran las pistolas Luger. Si alguien quería una Luger, comentó un oficial, debía «disparar él mismo a un alemán y atraparlo antes de que cayera».7 En la zona de la playa los marineros solían pagar por una de esas armas ciento treinta y cinco dólares, e incluso podían llegar a ofrecer doscientos cincuenta, cantidad de dinero muy considerable por aquel entonces. Un avispado sargento de la 2.a División Acorazada se trajo a la playa un furgón lleno de armas capturadas que cambió por cien libras de café instantáneo, producto que para las tropas acorazadas americanas era como combustible para poner el cuerpo en funcionamiento.8

Como reconocería el oficial al mando en Omaha, en el sector de la playa «prevaleció una considerable laxitud de disciplina».9 El general de brigada William Hoge, al frente del grupo de ingenieros en la playa, hizo todo lo posible por impedir el saqueo de la propiedad privada de los habitantes de la zona, que, según declaró en una conferencia, «había sido denunciado por los franceses, catalogándolo de peor incluso que el perpetrado por los alemanes». Muchos soldados y numeroso personal de la playa se dedicaban a robar cabezas de ganado y otros animales para variar su dieta, basada en raciones K o R. Unos buzos de una de las unidades de combate y demolición de la Armada se hicieron con un cerdo al que bautizaron con el nombre de Hermann Goering. Intentaron matarlo con un gran martillo, pero el animal no paraba de gritar, por lo que optaron por pegarle un tiro. Cavaron un foso en la arena, y en él asaron el cerdo.10 Los franceses también se dedicaron al pillaje, aunque en su caso, paradójicamente, fue de raciones de comida del ejército americano. Sin embargo, no debemos extrañarnos por ello, pues la ración que tenía asignada la población civil era de 720 gramos de carne, 100 gramos de mantequilla y 50 gramos de queso al mes por persona. Pese a los actos de saqueo y pillaje, las relaciones con la población local comenzaron a ser un poco más distendidas. «La actitud [de los franceses] es de permanecer vigilantes y prudentes, a la expectativa», decía un informe.11 Muchos franceses seguían temiendo que los alemanes consiguieran volver, aunque pocos fueron los que sufrieron tanto como los habitantes de Villers-Bocage. El departamento de asuntos civiles abasteció de gasolina a los médicos, y el cuerpo sanitario americano hizo todo lo que pudo por la población local, especialmente después de que el hospital de Isigny fuera incapaz de absorber a tantísimos heridos.

A los oficiales de asuntos civiles nunca les faltó trabajo. Los campesinos de la zona necesitaban permisos especiales para poder desplazarse hasta Bayeux y conseguir suministros veterinarios. También solicitaban la reconstrucción de los cercados, pues los bulldozers los rompían al abrir nuevas carreteras militares a través de sus fincas, permitiendo así que se escapara su ganado. El alcalde de Saint-Laurent protestó porque las letrinas de los americanos contaminaban el suministro de agua de la ciudad. Los oficiales de asuntos civiles también se vieron en la necesidad de reclutar mano de obra local. A los americanos les sorprendió enormemente el horario laboral de los franceses, que iba de las siete de la mañana a las siete de la tarde, pero con un intervalo de una hora para almorzar y dos pausas de diez minutos, a las nueve y a las cuatro, para tomar uno o dos vasos de vino. (Más tarde surgirían problemas en el sector oriental, cuando se difundió la noticia de que los americanos pagaban mucho mejor que los británicos, que andaban muy escasos de dinero). El llamado coronel Billion («Billón»), cuyo nombre ya lo dice todo, fue el encargado de requisar alojamientos, y tuvo que negociar con la condesa de Loy cuando fue ocupada una parte del castillo de Vierville como residencia de altos oficiales.

Los propios franceses fomentaron el profundo temor que sentían los americanos de que hubiera entre la población local numerosos colaboracionistas de los alemanes. «El alcalde de Colleville informó [al destacamento del Cuerpo de Contraespionaje en Omaha] de la presencia de mujeres sospechosas en esa ciudad y de la posibilidad de que mantengan contactos con alemanes que han quedado en la zona».12 Correrían numerosas historias sobre mujeres francesas que actuaban como francotiradoras.

Debido principalmente a los ataques aéreos nocturnos de los alemanes, los nervios seguirían estando a flor de piel, incluso después de que la cabeza de playa en la península de Cotentin se extendiera hasta el punto en que Omaha quedaba fuera del alcance de la artillería enemiga. Los marineros estadounidenses y demás personal en la playa se referían a la Luftwaffe como «las sabandijas de Hermann», en honor al comandante en jefe de las fuerzas aéreas alemanas.13 Pero la respuesta desordenada y excesivamente entusiasta de «literalmente miles» de artilleros de las baterías antiaéreas de los barcos anclados frente a la costa provocaron un sinfín de problemas cuando llegó la aviación aliada para frenar el ataque del enemigo. Un informe cuenta que a última hora de la tarde del 9 de junio, cuando aún había luz, los barcos fondeados frente a la playa Utah derribaron cuatro Mustangs, dispararon contra cuatro Spitfires, luego cargaron contra otra escuadrilla de Spitfires, derribando uno, causaron graves daños en dos Typhoons y pusieron en peligro otros dos Spitfires, todo ello en apenas dos horas. Se demostraría que la responsabilidad de los navíos de guerra estadounidenses en estas acciones equivocadas fue mucho mayor que la de los barcos mercantes; unos y otros contaban con un total de ochocientos hombres adiestrados para la observación aérea.

El mariscal del Aire Leigh-Mallory escribiría que, a pesar de todas las medidas preventivas que han sido tomadas, y «a pesar de la indiscutible supremacía aérea, se han producido casos flagrantes de ataques navales contra aviones amigos. Si esto continúa, las escuadrillas de cazas se verán obligadas a volar tan alto que no podrán ofrecer protección alguna frente al ataque de los aparatos aéreos enemigos que vuelen bajo… Los rumores de que la aviación enemiga copia nuestros colores carecen totalmente de fundamento[31]». Los buques de guerra estadounidenses contaban con un «oficial especializado en la identificación de aparatos aéreos» a bordo, «pero aparentemente estos hombres sólo conocían bien los distintos tipos de aviones americanos».14 A la noche siguiente las cosas no fueron mucho mejor. Las baterías antiaéreas de los barcos abrieron un fuego tan intenso ante la incursión de unos cuantos aviones de la Luftwaffe, que seis cazas aliados que acudieron para detenerlos fueron derribados. Más tarde, uno de los pilotos se pasaría cuatro horas seguidas maldiciéndolas.

El 9 de junio el general Bradley comunicó al general de división J. Lawton Collins, comandante en jefe del VII Cuerpo, que se dispusiera a lanzar un ataque a través de la península de Cotentin para preparar el avance hacia Cherburgo. Dos días más tarde, Bradley tuvo que cancelar una entrevista con Montgomery. Había oído que el general George C. Marshall, Eisenhower y el almirante King iban a hacerle una visita a la mañana siguiente. Los tres hombres desembarcaron en Omaha a primera hora del 12 de junio, cuando parte del puerto artificial ya estaba en pleno funcionamiento.

Bradley los acompañó a visitar Isigny. Se desplazaron en coches oficiales escoltados por vehículos blindados y, una vez en la ciudad, pudieron comprobar in situ los efectos de la artillería naval. Preocupado por una concentración tan extraordinaria de altos oficiales, más tarde Bradley comentó que «un francotirador enemigo habría podido alcanzar allí la inmortalidad como héroe del Reich».15 Tras observar cómo los grandes cañones del navío americano Texas disparaban sus bombas hacia el sur de Carentan contra la 17.a División de la SS, el grupo tomó para almorzar raciones C en una tienda instalada en el cuartel general del 1.er Ejército. En ella Bradley informó a sus visitantes sobre la operación iniciada por el VII Cuerpo de Collins para la conquista de Cherburgo.

El general de división Collins tenía sólo cuarenta y ocho años. Ágil y enérgico, recibía el apodo de «Lightning Joe», y había demostrado su valía en la conquista de Guadalcanal, en el Pacífico. Bradley confiaba plenamente en él, y él en Bradley.

El primer intento de extender la cabeza de puente del Merderet llevado a cabo por la 90.a División había acabado en desastre, como ya hemos comentado. Uno de los soldados reconoció que los hombres de la división pecaban de timidez. Antes de hacer cualquier cosa, como, por ejemplo, localizar a un observador alemán y disparar contra él, siempre querían consultarlo con un superior. La 90.a también aprendió de la peor manera posible lo peligroso que era quedarse con objetos hallados en los cadáveres del enemigo. Un soldado de otra división encontró el cuerpo de un teniente segundo de la 90.a, con las manos atadas a la espalda, una pistola P-38 alemana metida en la boca hasta la garganta y la nuca destrozada por un disparo. El muerto llevaba todavía en el cinturón una pistolera de piel alemana. «Cuando vi aquello», comentó el soldado, «me dije a mí mismo que no quería trofeo alguno. Pero, por supuesto, nosotros actuábamos igual cuando los cogíamos con cigarrillos americanos o con un reloj de pulsera americano en la muñeca».16

Cuando Collins se dio cuenta de que la conducta de la 90.a División en los combates no iba a mejorar, lanzó a la 9.a, recién incorporada, para forzar el avance a través de la península de Cotentin conjuntamente con la 82.a Aerotransportada. Atacaron el 14 de junio. Con el apoyo de los carros blindados Sherman y los destructores de tanques, la 9.a División deshizo la línea defensiva de lo que quedaba de la 91 Luftlande-Division y llegó al pequeño centro balneario de Barneville al cabo de cuatro días.

Hitler había dado órdenes estrictas de que el mayor número posible de efectivos presentes en la península combatiera en retirada hacia Cherburgo. El comandante en jefe de la 77 Jäger-Division, sin embargo, decidió desobedecer el mandato. A su juicio, carecía de sentido permanecer junto a unas fuerzas que, ahora a las órdenes del general Von Schlieben, se veían irremediablemente atrapadas por los aliados. Consiguió escapar de aquella encerrona con parte de sus efectivos poco antes de que la 9.a División estadounidense llegara a Barneville. La 91 Luftlande-Division también se retiró al sur, tras haber perdido la mayor parte de su equipamiento y casi tres mil hombres desde el comienzo de la invasión el 6 de junio.17

El día D. La batalla de Normandía
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