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Goodwood
Tras los costosos combates por la conquista del norte de Caen, a Montgomery comenzó a preocuparle todavía más la crisis que padecía la infantería. Las pérdidas de británicos y canadienses ascendían en aquellos momentos a 37 563 hombres. Sir Ronald Adam, general responsable del aparato administrativo del ejército británico, había visitado Normandía para advertir a Montgomery y a Dempsey de que iban a quedarse sin reemplazos en las próximas semanas.
Sin embargo, el 2.° Ejército de Dempsey no andaba escaso de tanques. Contaba ahora con tres divisiones acorazadas, cinco brigadas blindadas independientes y tres brigadas de carros de combate. Si por un lado Montgomery seguía fiel a su idea de mantener ocupadas en su frente a las formaciones acorazadas alemanas para permitir el avance de los americanos, por otro Dempsey estaba firmemente decidido a poner fin a aquel maldito estancamiento. La cabeza de puente al este del Orne parecía ofrecer una buena oportunidad para lanzar por el sureste un gran asalto con los carros blindados campo a través en dirección a Falaise. Dempsey había quedado fuertemente impresionado por el poder destructivo de los bombarderos pesados durante el ataque llevado a cabo el 7 de julio. Pero parece que estaba extrañamente equivocado respecto a la falta de efectividad militar que había tenido.
El 12 de julio Dempsey convenció a Montgomery de que debía unir las tres divisiones acorazadas al VIII Cuerpo del general Richard O’Connor. Montgomery era extremadamente reacio. No le gustaba la idea de que unas formaciones de tanques «fueran dando vueltas de un lado para otro con aires de superioridad», como había ocurrido en el desierto occidental, a veces con consecuencias realmente nefastas. Pero se daba cuenta de que no le quedaba más remedio en aquellas circunstancias. No quería correr el riesgo de que la infantería se viera obligada a librar otra gran batalla, pero tenía que hacer algo para atajar las críticas que empezaban a escucharse en Londres y en el cuartel general del SHAEF. El ataque en Caen no había permitido ganar el terreno necesario para la construcción de aeródromos ni el despliegue del 1.er Ejército canadiense.
Pero lo más importante de todo, a juicio de Montgomery, es que esa ofensiva representaba un duro golpe en el frente de Caen antes de que los americanos pudieran poner en marcha la Operación Cobra en el oeste. Al menos, evitaría que los alemanes consiguieran trasladar sus divisiones acorazadas para contrarrestar el ataque del 1.er Ejército a las órdenes de Bradley. Sin embargo, sigue sin estar claro qué pensaba Montgomery en realidad. O bien se convenció de repente de que la operación iba a permitir grandes progresos, o bien se vio obligado a despistar a sus superiores con el fin de asegurarse la participación de bombarderos pesados para romper las líneas enemigas. Desde el punto de vista político, fue un proceder muy poco inteligente.
El 12 de julio intentó vender a Eisenhower el plan de Dempsey, aduciendo que ofrecía la posibilidad de dar un paso adelante decisivo. El comandante supremo, que se había desesperado ante la cautela de Montgomery, contestó eufóricamente al cabo de dos días en los siguientes términos: «Estoy considerando las perspectivas con gran optimismo y entusiasmo. No me sorprendería en absoluto ver cómo usted obtiene una victoria que haría que algunas de las "clásicas del pasado" parezcan una escaramuza entre un par de patrullas».1 Ese mismo 14 de julio, Montgomery escribió al mariscal Brooke, diciendo que «ha llegado la hora del "momento decisivo" en el flanco oriental». A continuación, al día siguiente, dio a Dempsey y a Connor las nuevas directrices revisadas. Eran más modestas en sus objetivos. Montgomery quería que se avanzara sólo un tercio del camino que llevaba a Falaise, y luego ver cómo iban las cosas. Es probable que esa valoración fuera más acorde con la realidad y con lo que podía hacerse, pero Montgomery nunca la comentó con Eisenhower ni con su propio cuartel general del XXI Grupo de Ejército. Las consecuencias serían nefastas para la reputación y la credibilidad de este general británico.
La División Acorazada de la Guardia, cuya llegada al continente había debido ser pospuesta por culpa de la gran tormenta, ya estaba preparada para entrar en acción. Sus oficiales visitaron inmediatamente en jeep los distintos frentes para adquirir el mayor conocimiento posible de la situación en el campo de batalla. Pero la experiencia no resultó precisamente alentadora. «Pude ver una formación de seis o siete tanques británicos Sherman», escribió un integrante de la Guardia Irlandesa, «todos ellos con un boquete en un lado. La mayoría había sufrido un incendio. Es evidente que una rápida sucesión de proyectiles había hecho blanco en ellos, probablemente disparada por la misma arma de artillería».2 A su regreso, cuando fueron convocados para informarles de la Operación Goodwood, se les dijo que iban «a lanzar un ataque frontal». Goodwood, que como Epsom debía su nombre a un hipódromo, daría lugar al chiste de que iba a ser como «un día en las carreras de caballos».
Montgomery, valiéndose de su estrategia de «alternar ataques»3 para desequilibrar a los alemanes antes de llevar a cabo la principal ofensiva, convenció a Dempsey de que se emprendieran más al oeste asaltos de diversión. Poco antes de la medianoche del 15 de julio, los británicos lanzaron un ataque cerca de Esquay, la Colina 112 y Maltot con tanques Crocodile lanzallamas.4 En plena oscuridad, estos carros de combate debían de parecer una especie de dragones blindados. Más al oeste incluso, el XXX Cuerpo organizó un pequeño avance. «Una brisa fresca y agradable mueve los trigos que maduran», escribió un capitán que se encontraba en las inmediaciones de Fontenay-le-Pesnel. «En medio de los campos de grano puede verse cómo despuntan los cañones y los tanques, y también las llamaradas y las nubes de polvo que se levantan cuando disparan… un día más gloriosamente caluroso. Polvoriento, calinoso, con el humo de los cañones cubriendo los campos de grano como niebla del mes de noviembre».5
Una vez más, en la Colina 112, en el «monte Calvario», se vivió el combate más encarnizado. El comandante en jefe de la 9.a División Acorazada de la SS Hohenstaufen contaría que la tarde del 16 de julio los británicos levantaron unas cortinas de humo tan densas y espesas en ese cerro, que sus hombres se pusieron malos y pensaron que se trataba de un ataque con gases. Los tanques británicos consiguieron abrirse paso aproximadamente a las 21:00, capturando a sesenta de sus Panzergrenadiere. Pero los Panther de la división Hohenstaufen que se encontraban en la ladera opuesta contraatacaron y, según su versión de los hechos, lograron inutilizar quince tanques aliados.6
La 277.a División de Infantería alemana acababa de llegar al frente de Evrecy procedente de la ciudad de Béziers, junto a la costa del Mediterráneo. Un joven artillero integrado en esta división, Eberhard Beck, viajó en tren con su regimiento de artillería hasta el Loira, y de allí se trasladó a su destino caminando toda la noche. Incluso los caballos de tiro que arrastraban los obuses de 150 mm y los armones marchaban medio dormidos. Cuando la columna se detenía, cosa que ocurría a menudo, los caballos apenas podían dar paso, y los soldados adormilados en la trasera de la cureña que iba delante de un animal se encontraban de pronto con el morro de éste pegado a la cara. El único aspecto excitante de su viaje fue el saqueo de la bodega de un castillo llena de botellas de vino. Beck y sus compañeros no tenían ni idea de lo que les esperaba en Normandía.
Cuando ya se encontraban más cerca del frente, se les unió un grupo de soldados de infantería que llevaban al hombro sus lanzagranadas Panzerfaust antitanque. Pudieron ver en la distancia la pálida luz de las bengalas de magnesio y cómo «se iluminaba y relampagueaba toda la extensión del frente». Beck quería esconderse en las profundidades de un bosque. «Soldados y caballos fuimos presa de un nerviosismo increíble». El sonido de aviones sobrevolándonos se convirtió en «un rugido continuo e implacable».7
El comandante en jefe de sus baterías, el Oberleutnant barón Von Stenglin, los condujo a su primera posición de combate al oeste de Evrécy. Casi de inmediato comenzaron a explotar bombas y granadas. Un pedazo de metralla arrancó de cuajo la cabeza de un conductor apellidado Pommer. Los caballos retrocedían espantados, y un contenedor con comida caliente, que habían subido hasta allí desde la cocina de campaña, saltó por los aires, cubriendo la tierra de gulasch. Beck tenía dos preocupaciones. Una era poder dormir un poco después de aquella agotadora marcha. Y la otra era que, como la mayoría de los soldados más jóvenes, no quería morir virgen.8
Los bombardeos contra las concentraciones de tanques británicos en los alrededores de Evrécy fueron escasos, debido a la falta de municiones. Hubo muchos días en los que su batería sólo dispuso de tres proyectiles por cañón. Como les sobraba tiempo, Beck y los otros artilleros jugaban al ajedrez y al skat cuando no estaban sometidos al fuego intenso del enemigo. Por otra parte, los ataques aéreos aliados contra sus líneas de aprovisionamiento redujeron sus raciones de comida. Beck pasaba tanta hambre que se le ocurrió la «disparatada idea»9 de adelantarse hasta la línea del frente para desenterrar patatas. Pero al igual que los soldados británicos que había al otro lado, casi todos los alemanes padecían de disentería, dolencia que se había extendido por culpa de los insectos que se alimentaban de cadáveres.
No tardarían en encontrarse con jovencísimos Panzergrenadiere de la SS vestidos con uniformes de camuflaje, «increíblemente bien equipados» en comparación con su propia infantería. «Sin embargo, no teníamos nada que envidiarles», pensó Beck. «Tenían ambición y en el frente eran unos soldados excelentes. Todos sentíamos respeto por ellos». Pero «para nosotros ya hacía tiempo que la guerra estaba perdida. Lo importante era sobrevivir». Es indudable que ésa era la opinión de los soldados más veteranos. «Eran más maduros, estaban más preocupados, eran más paternales y más humanos. No les interesaban las heroicidades». A veces, Beck y sus camaradas tenían que ir a las posiciones avanzadas con una carretilla de dos ruedas a recoger heridos, que les decían que, como soldados de artillería, tenían la suerte de no estar en la primera línea. «Ahí arriba es un infierno». Los jóvenes artilleros, cuando se refugiaban de los bombardeos en sus trincheras, también solían hablar del tipo exacto de Heimatschuss cuya gravedad les permitiera el traslado a un hospital en Alemania. «Mis pensamientos», escribía Beck, «eran: herida, puesto de socorro, hospital, casa y final de la guerra. Sólo quería salir de aquella miseria». Pero los bombardeos de los británicos, incluidos los de su artillería naval que abrían cráteres de cuatro metros de diámetro y dos de profundidad, provocaban heridas tanto físicas como psicológicas. Cuando un sargento primero saltó por los aires por culpa de una granada, el soldado de diecisiete años encargado de las comunicaciones que se encontraba a su lado perdió el control y sufrió un ataque de nervios.10 Las pérdidas de la infantería alemana fueron tan importantes que en tres semanas fue pulverizada una división. El cuartel general de Rommel señaló que a fecha 16 de julio la 277.a División de Infantería había perdido treinta y tres oficiales y ochocientos hombres, todos ellos en los últimos días.11 En aquellos momentos había sido reforzada con parte de la 9.a División Acorazada de la SS Hohenstaufen, pero incluso esta unidad había perdido tantos hombres que se había visto obligada a unir sus dos regimientos de Panzergrenadiere para formar tres débiles batallones.
Durante la noche del 16 de julio, Ultra interceptó un mensaje del Generalfeldmarschall Hugo Sperrle, comandante en jefe de la 3.a Flota Aérea. En él el alto oficial alemán avisaba de la posibilidad de que se produjera una gran ofensiva, «determinante para el curso de la guerra, al sureste de Caen la noche del 17 al 18».12 Los aviones de reconocimiento alemanes habían logrado penetrar las líneas aliadas y habían sobrevolado la cabeza de puente del río Orne para fotografiar los preparativos. En cualquier caso, los británicos sabían perfectamente que los alemanes instalados en el distrito industrial de Colombelles, en la margen derecha del Orne, contaban con puestos de observación en lo alto de las elevadas chimeneas de la zona y que podían ver prácticamente todo lo que sucedía en la cabeza de puente. Sin embargo, el comunicado de Ultra avisando con claridad de que los alemanes eran perfectamente conscientes de la inminencia de la gran ofensiva británica no hizo que Dempsey revisara la lista y el orden de sus prioridades. No fue una sorpresa, pues, que su única posibilidad de éxito pasara por atacar con determinación inmediatamente después del bombardeo.
El general Eberbach de la Panzergruppe West no creía que sus fuerzas, con ciento cincuenta tanques, pudieran contrarrestar el asalto de ochocientos carros de combate británicos. Cuando el 7.° Ejército de Hausser solicitó el envío de una división acorazada de la zona de Caen porque se había quedado sin fuerzas de reserva para enfrentarse al ataque de los americanos en las inmediaciones de Saint-Lô, Eberbach dijo que ese tema estaba totalmente «fuera de discusión».13 Rommel respaldó su postura.
El 17 de julio el Standartenführer Kurt Meyer, comandante en jefe de la División de la SS Hitlerjugend, recibió la orden de informar de la situación al mariscal Rommel en el cuartel general del I Cuerpo Acorazado de la SS de Dietrich. El grueso de su división se había retirado cerca de Livarot para poder descansar y recuperar fuerzas tras el descalabro vivido en Caen. Rommel preguntó a Meyer cuál era su valoración del inminente ataque de los británicos. «Las unidades pelearán, y los soldados seguirán muriendo en sus posiciones», contestó Meyer, «pero no podrán impedir que los tanques británicos pasen por encima de sus cadáveres y avancen hasta París. La abrumadora supremacía aérea del enemigo hace que sea prácticamente imposible llevar a cabo una maniobra táctica. Los cazabombarderos atacan incluso a nuestros correos militares».14
Rommel se exaltó con la conversación. Habló de cómo lo exasperaba el OKW, que seguía negándose a escuchar sus advertencias. «Ya no se creen mis informes. Debe hacerse algo. La guerra en el oeste tiene que acabar… ¿Pero qué ocurrirá en el este?». Cuando Rommel abandonaba la reunión, Sepp Dietrich le aconsejó evitar la carretera principal en su viaje de regreso a La Roche-Guyon. Al parecer, Rommel rechazó la sugerencia con una sonrisa.
No había transcurrido ni una hora cuando el Horch descapotable de Rommel fue atacado por dos aviones Spitfire a la altura de Sainte-Foy-de-Montgommery. El mariscal alemán salió despedido del automóvil y quedó gravemente herido. Una francesa que se dirigía a comprar carne se vio obligada a encogerse en el suelo cuando los cazas aparecieron en el cielo. Contó que a la gente del lugar le pareció toda una ironía que el ataque se hubiera producido en las inmediaciones de un pueblo con un nombre tan parecido al del comandante enemigo del alto oficial alemán.15 Rommel fue trasladado primero a una farmacia de Livarot y más tarde a un hospital en Bernay. Había quedado fuera de la guerra.
Eberbach, al enterarse de la noticia, partió inmediatamente con un médico del ejército. A las 21:30, Speidel telefoneó al cuartel general de la Panzergruppe para comunicar que Hitler había ordenado que el mariscal Von Kluge asumiera el mando del Grupo de Ejército B, sin abandonar su cargo de comandante en jefe del oeste. A su regreso, Eberbach recibió una llamada del Estado Mayor de Kluge ordenando el traslado de una división acorazada al 7.° Ejército para impedir que los americanos se abrieran paso en Saint-Lô. Aunque sus palabras no están recogidas en los registros, es evidente que el general Eberbach se negó. En cuestión de minutos, el propio Kluge estaba al otro lado del teléfono. Eberbach dijo «que la Panzergruppe se enfrenta a una gran ofensiva de los ingleses».16 A continuación, dio los detalles del tipo de amenaza del que estaba hablando. La única reserva disponible era la 12.a División Acorazada de la SS Hitlerjugend, que le acababan de quitar. En el transcurso de lo que a todas luces fue una conversación tensa y destemplada, Kluge rechazó de plano la petición de refuerzos que le hizo Eberbach, pues era un tema que estaba fuera de toda discusión. El informe añade a continuación que Kluge puso de relieve la situación en el frente oriental, tras la gran embestida del Ejército Rojo según lo previsto en la Operación Bagration. Pero Eberbach no se dejó intimidar por sus palabras y volvió a la carga, hablando de la amenaza que se cernía sobre su sector y de las consecuencias que iba a tener el traslado a Saint-Lô de una de sus divisiones acorazadas.
Aquella noche empezaron los bombardeos preliminares de la Operación Goodwood, y también de la Operación Atlantic.17 La idea era ocultar el sonido de los motores de los tanques que avanzaban a sus posiciones, pero sólo vino a confirmar lo que los alemanes ya sabían. La Operación Atlantic era la ofensiva que iban a lanzar simultáneamente los canadienses con el objetivo, en parte, de tomar Vaucelles, el sector sur de Caen y sus alrededores. La artillería canadiense hizo saltar por los aires un gran depósito de combustible y munición en Vaucelles, provocando una enorme explosión.
De todas las ofensivas lanzadas en Normandía, la Operación Goodwood fue la más evidente para el enemigo. Los intentos de ocultarla con medidas de diversión, como, por ejemplo, la transmisión de «mensajes por radio grabados de antemano»18 para simular un ataque en Caumont, estaban condenados al fracaso. Incluso si los alemanes no hubieran estado al corriente de esta ofensiva de buenas a primeras, ya fuera por las fotografías obtenidas en sus vuelos de reconocimiento o por los informes transmitidos desde sus puestos de observación en Colombelles, las nubes de polvo, con unas temperaturas curiosamente tan elevadas como las de aquel mes, indicaban el movimiento de formaciones de tanques. Los letreros a un lado de la carretera que avisaban de que «El polvo mata» (porque atraía el fuego de la artillería alemana) no parecían más que un recordatorio irónico cuando la policía militar, con sus polainas de lona y sus guantes blancos, saludaron a los vehículos a su paso.
Goodwood representó también un fracaso de los servicios de inteligencia militar. A pesar de disponer de las fotografías tomadas por los Mustang de la RAF en sus misiones de reconocimiento, el Estado Mayor de Dempsey dio por hecho que las defensas de Eberbach tenían una profundidad inferior a los cinco kilómetros. Pero la realidad era que contaban con cinco líneas que se extendían hasta el otro lado de la cota de Bourgébus, a diez kilómetros de distancia. Y aunque habían identificado a la 16 Luftwaffe-Feld-Division, desconocían el número de cañones de 88 mm que habían llegado con el Flakkorps del teniente general Pickert. Los regimientos de caballería maldecirían más tarde a los miembros de los servicios de inteligencia, a los que apodaban «los adivinos de la bola de cristal».
La 11.a División Acorazada encabezó la marcha cruzando el río Orne hasta llegar aquella noche a la cabeza de puente situada más al este. A pesar de la revisión del plan llevada a cabo por Montgomery, el cuartel general de Dempsey no había tomado medida alguna para rebajar unas expectativas delirantes. «¡Avanzaremos a toda velocidad!», dijo a sus oficiales el comandante de una brigada de la 7.a División Acorazada.19 «Sin duda estamos ante una batalla mucho más importante que la del Alamein», escribió en su diario el jefe de un escuadrón del 13.°/18.° de Húsares. «Hay que ver la aglomeración de hombres al este del Orne para creerla. No hay un huerto, ni un campo, que esté vacío».20 Los recuerdos de la victoria en el norte de África probablemente rondaran en muchas cabezas, tal vez también por el gran calor, el horrible polvo «que todos coincidimos en comparar con el del desierto» y los inhumanos enjambres de mosquitos. Los soldados se quejaban de que el insecticida que les había entregado el ejército, más que repeler, los atraía.