Capítulo 29

Las visitas de Pablo a mediados de semana se hicieron habituales y María las aceptó con naturalidad. Los sábados y domingos, en su mayoría, era Miriam quien se desplazaba hasta Huelva, y a medida que avanzaban los meses y llegaba el verano, solían ir a pasar el día a la playa.

Aquel fin de semana de agosto, fue él quien viajó hasta Sevilla porque Ángel estaba de vacaciones y María se quedaba con Miriam. La niña le recibió tan efusiva como siempre, dándole un abrazo y sonoros besos cuando él la alzó. Luego, la pequeña, perspicaz, reparó en la bolsa de plástico que él traía en la mano. Ya no llevaba equipaje, cada uno había ido dejado algo de ropa en casa del otro para evitar estar con maletas todas las semanas.

—¿Qué es eso? —preguntó pícara, intuyendo alguno de los pequeños regalos que Pablo solía traerle.

Tras besar a Miriam en la mejilla, algo que había empezado a hacer delante de la pequeña hacía ya bastante tiempo, respondió:

—Moldes de mariposa.

—¿Qué son moldes de mariposa?

Él desenvolvió el paquete y le mostró las pequeñas figuras de silicona.

—Son para hacer galletas en forma de mariposa. He pensado que podíamos hacerlas esta tarde.

—¡Sí, sí!

—Antes vamos a invitar a Pablo a desayunar —propuso Miriam—. Seguro que no ha tomado nada todavía.

—Solo un café.

—Yo quiero Cola Cao, mami.

—Tú ya has desayunado.

—Pero quiero otra vez con Pablo.

—De acuerdo, te pondré un Cola Cao.

Ella se sirvió un café y los tres se sentaron a compartir el desayuno.

—¿Vas a estar mucho tiempo hoy? —preguntó María acostumbrada a que Pablo llegase a media tarde y se marchase por la mañana el día siguiente, tras pasar con ellas unas pocas horas.

—Me voy a quedar dos días, si os parece bien.

—Sííí, sííí —dijo bebiendo de su vaso y dejando un bigote de cacao sobre el labio superior—. Papi dice que tú eres el novio de mamá.

—Sí, lo soy.

La niña se volvió hacia Miriam.

—¿Qué es un novio?

—Es una persona que te quiere mucho, te cuida, y te da besitos y abrazos.

—Entonces Pablo también es mi novio, ¿verdad?

Este intervino.

—Soy muy mayor para ser tu novio. Los novios deben ser de la misma edad.

María se quedó pensativa por un momento.

—Entonces Rubén, del cole, es mi novio. Siempre me da besos y me deja comer sus patatas.

—Seguro que lo es —comentó Pablo divertido.

Miriam sonrió.

—Yo mandándole fruta cortada para el recreo y ya hay un hombre que me la pervierte dándole patatas.

Pablo lanzó una carcajada.

—Hazte a la idea de que esto no ha hecho más que empezar.

Terminaron de desayunar y salieron a dar un paseo antes de que el calor resultara sofocante.

Susana les había invitado a darse un chapuzón en la piscina que aliviase el terrible calor de agosto, pero a Miriam le encantaba tener a Pablo en su casa y disfrutar de su compañía en familia.

Después del paseo, María y él entraron en la cocina a preparar las galletas. La niña, impaciente, no había podido esperar a la tarde.

Miriam les contemplaba hurgar con las manos en la masa pegajosa, riendo y divirtiéndose juntos, y sonrió pensando en que cada vez estaba más enamorada de aquel hombre que había cambiado su vida con su sola presencia. Disfrutaba con él de pequeñas cosas como paseos, comidas o baños en el mar, y su cuerpo temblaba de impaciencia esperando el momento de hacer el amor.

Poco quedaba de la Miriam infeliz e insatisfecha de un año atrás en la boda de Marta y Sergio.

También había sabido ganarse el cariño de su hija, la pequeña le adoraba y preguntaba sin cesar cuándo iría a verlas, y cuando se marchaba, solía pedirle que se quedara un ratito más.

A mediodía, un intenso olor a dulce impregnaba el piso, y Miriam se llevaba a su hija al baño para quitarle los pegotes de masa del pelo.

—Me he manchado un poquito —dijo apesadumbrada.

—No importa, cariño. A mí me pasaba lo mismo cuando cocinaba con la tata, pero luego me bañaba y listo. Cocinar es muy divertido, ¿verdad?

—Sí.

—En cuanto salgamos estarán horneadas las galletas y las podremos comer de postre.

Nunca María se había dado tanta prisa en bañarse, y cuando salieron aún tuvo que esperar unos minutos para ver cómo Pablo sacaba el contenido del horno.

—Mira, mami, qué bonita —dijo ofreciéndole una mariposa con pepitas de colores en las alas.

—Es preciosa —admitió Miriam.

—Hay que esperar a que se enfríen —intervino Pablo—. Vamos a comer mientras.

—¡Vale!

El postre estaba delicioso, y Miriam tuvo que prohibirle a su hija que comiera todo lo que deseaba, temerosa de una indigestión.

Después la acostó a dormir una siesta y Pablo y ella se tendieron en el sofá a disfrutar de un rato de tranquilidad. Enseguida sintió los brazos de él rodearle la cintura desde atrás y Miriam recostó la espalda contra su pecho. La boca buscó el hueco bajo la oreja y se entretuvo allí un rato. Después susurró:

—Cada vez me cuesta más irme de aquí.

—Y a mí que te vayas. Cuando te marchas, me gustaría decirte como María: «quédate otro ratito».

—¿Y por qué no lo haces? A lo mejor, me quedo.

—Porque vives y trabajas en Huelva.

—Pero eso se podría cambiar, solo con que tú quieras.

Miriam se volvió y lo miró a los ojos.

—¿Qué quieres decir?

—Que si tú quieres… yo puedo venirme a vivir contigo. Cuando tú decidas… y con las condiciones que tú pongas.

Por un momento la mente de Miriam formó la imagen de ellos tres viviendo allí y el pulso se le aceleró.

—¿Estás tratando de decirme que dejarías tu casa y tu trabajo allí, para venirte a Sevilla a vivir conmigo?

—Me iría al fin del mundo a vivir contigo.

—¿Y tu trabajo? Al fin tienes tu estudio montado, tu sueño….

—Si me dejas un huequito en la habitación de invitados para poner mis trastos, puedo trasladar mi estudio aquí. No todos mis clientes están en Huelva, debo moverme continuamente de un sitio a otro. Yo siento que mi vida está contigo, donde tú estés. Tú y María, que me ha robado el corazón tanto como tú.

A Miriam se le empañaron los ojos.

—¿Lo dices en serio?

—Completamente. Si tú quieres, te daré la lata veinticuatro horas al día, siete días a la semana.

Miriam se dejó caer contra él, y buscó sus labios, sobre los que susurró:

—Dámela.

Asombrado, Pablo se separó y la miró a los ojos.

—¿Estás segura? ¿Quieres que me venga a vivir contigo?

—Es lo que acabas de proponerme, ¿no?

Tragando con dificultad, él asintió.

—Sí.

—En ese caso puedes disponer de la habitación de invitados para montar tu estudio. Porque dormir, supongo que querrás hacerlo en la mía.

—Sin lugar a duda.

—¿Y tu casa?

—Puede servir de estudio para mis trabajos en Huelva y como casa de vacaciones y fin de semana. La chimenea es una pasada, ya lo sabes.

Miriam sonrió recordando las tardes frente al fuego besándose, haciendo el amor o simplemente soñando.

—Y en verano tiene la playa a diez minutos —añadió Pablo.

—Sí.

—Habrá que consultarlo con María cuando se despierte.

—¿Tienes dudas de lo que te va a decir?

Él rio.

—No, pero quiero que pueda decidir también.

—Nos vamos a poner como ballenas de tantas galletas —se lamentó Miriam poniendo los ojos en blanco.

—Lo alternaremos con tomates.

—Buena idea.

Pablo se echó hacia atrás en el sofá y la arrastró consigo para besarla.

—Puede despertarse y aparecer aquí en cualquier momento. Sus siestas no son demasiado largas.

—Solo te voy besar… y le hemos dicho que los novios se besan. Si voy a vivir aquí con vosotras no estoy dispuesto a renunciar a eso.

—Ni yo quiero que lo hagas. Mis padres se besaban de continuo, y nosotros nos habituamos a verlos. Y nos reíamos mucho cuando los pillábamos. Eché mucho de menos eso en mi matrimonio… Por suerte lo tengo contigo.

Pablo la besó con intensidad, dándole una muestra de lo que sería su convivencia. Luego Miriam se separó, y le dijo muy seria:

—Y hablando de matrimonio… hay una cosa que quiero dejar clara.

—Dime.

—Aunque vivamos juntos, e incluso tengamos hijos… no voy a casarme contigo.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Porque no creo en el matrimonio, aunque ya me casara una vez. Creo en la pareja, en la familia y eso ya lo tenemos. No es necesario firmar ningún papel.

—¿Ni siquiera una boda civil?

—Ni siquiera. Una boda, sea del tipo que sea, me parece un circo con dos actuantes y muchos espectadores, y no quiero volver a pasar por eso.

—De acuerdo. Pero a mí, algún día, cuando ya nuestra convivencia esté consolidada, me gustaría hacer algo, algún tipo de ceremonia, para celebrar nuestra unión. Aunque solo sea entre nosotros.

—Bien, si es así, ya se nos ocurrirá algo. Ahora sigue besándome antes de que María se despierte.