Capítulo 19

El día siguiente, después de la boda de Sergio y Marta, Miriam se despertó tarde y en su antigua habitación, con una ligera resaca. Miró el móvil esperando encontrar una llamada o un mensaje de su marido preocupado por su ausencia, pero no había nada.

Bajó a desayunar y se encontró a su padre y a Javier sentados antes sendas tazas de café. Los besó y se sirvió a su vez.

—Buenos días.

—Es estupendo tenerte de nuevo pasando una noche en casa —le dijo Fran.

—Sí, ha sido como volver a los viejos tiempos. ¿Me das un paracetamol? Tengo un poco de resaca.

—Claro —dijo su padre levantándose para buscarlo. Ella se volvió hacia su hermano.

—Javi —preguntó—. ¿Tú avisaste anoche a Ángel de que dormiría aquí?

—No, se me pasó. ¿Y tú?

Ella negó con la cabeza.

—Tampoco.

—¿No te ha dejado ningún mensaje ni te ha llamado?

—No.

—Se habrá imaginado que estás aquí —intervino Fran—. Es lo más lógico.

Ella asintió ante la mirada triste de su hermano.

—Seguro que es eso.

Después de desayunar, Javier la acompañó a su casa. Apenas estuvieron a solas en el coche, Miriam se disculpó:

—Lamento lo de anoche. No debí soltarte todas mis neuras, pero había bebido más de la cuenta.

—Yo me alegro de que lo hicieras. Y lo que me contaste no son neuras, sino problemas muy serios.

Ella guardó silencio.

—¡No irás a decirme que te has echado atrás de la decisión de abordar el problema!

—No, voy a hacerlo. Hablaré con Ángel, y si no hay forma de solucionarlo le diré que quiero separarme. Anoche después de ver la felicidad de Marta y Sergio decidí que no quiero en mi vida el tipo de matrimonio que tengo. Mejor sola que eso.

Javier giró la cabeza y sonrió a su hermana.

—No estarás sola mucho tiempo, nena. Eres una mujer estupenda, además de preciosa. Estoy seguro de que encontrarás a alguien que sepa apreciarte en todo lo que vales.

—¡Tú qué vas a decir, eres mi hermano!

—Precisamente porque soy tu hermano y te conozco, puedo hablar con conocimiento de causa.

—Gracias, Javi. Y hablando de ti, ¿es cierto lo que me dijiste anoche de que has olvidado a Marta?

—No la he olvidado, pero ya no estoy enamorado de ella.

—¿Estás seguro?

Él soltó una carcajada.

—Muy seguro, porque estoy enamorado de otra.

—¿En serio?

Él asintió.

—¿Y ella te corresponde?

—Creo que sí, salvo que lo haya estropeado todo por idiota.

—Ay, Javi, no me digas eso. ¿Quién es? ¿Una compañera de trabajo?

—Ya te hablaré de ella más adelante si logro solucionar el estúpido error que he cometido. De momento me reservo la información.

—De acuerdo.

—Ahí está tu casa. ¿Quieres que suba contigo?

—No es necesario. Gracias, Javi.

Él se giró y la abrazó con fuerza.

—Ya te llamo y me cuentas cómo ha ido todo.

—Sí.

Bajó del coche dispuesta a enfrentar su vida.

Cuando subió, Ángel estaba con María sentada en su regazo.

—Mira, ya ha llegado mamá.

Se sintió enfadada.

—No he venido a dormir casa —dijo con rabia.

—Ya me he dado cuenta.

—Sé que debí avisarte, pero era muy tarde.

—No pasa nada, no te preocupes por eso.

—¿Ni siquiera te has preguntado dónde estaba?

—He imaginado que con tus padres o tus hermanos.

—¿Y si no hubiera sido así? ¿Si me hubiera ocurrido algo?

—Conozco a tu familia, jamás te habrían dejado venir sola de madrugada y sin coche.

—Ya.

—¿Qué te pasa? ¿Estás enfadada?

—No, no estoy enfadada —dijo, pero sí lo estaba.

Se acercó a María y le tendió los brazos.

—Dale un abracito a mami.

La niña se colgó de su cuello y se apretó contra ella. Mientras la abrazaba, trató de no mirar a Ángel. Tenía que enfrentar su situación, pero no con su hija delante ni sintiéndose tan enfadada como estaba en aquel momento. El tema era demasiado importante y debía encararlo con el ánimo más calmado y la mente fría.

Tardó una semana en encontrarse con el aplomo necesario para afrontar el problema. La boda de Marta, la conversación con Javier y su propia insatisfacción le hicieron comprender que ya estaba bien de buscar excusas y que tenía que exigir respuestas. Estaba cansada de intentar salvar un matrimonio que no la llevaba a ningún sitio.

Aquella noche, cuando llevaba a María a la cama, miró a Ángel levantarse del sofá para irse a dormir y le pidió:

—No te acuestes aún, quisiera hablar contigo.

Él no contestó, sino que se sentó de nuevo y empezó a cambiar de canal la televisión buscando algo que ver. Cuando al fin Miriam se reunió con él, un rato más tarde le hizo sitio a su lado en el sofá y le preguntó:

—¿Qué ocurre?

—Nada, al menos nada nuevo. Quiero hablar de nuestro matrimonio.

—¿Qué le pasa a nuestro matrimonio?

Miriam lo miró a los ojos, que bajó tratando de evitar los de ella.

—Que no lo es. Ángel, somos compañeros de piso y poco más. No es esa la idea que yo siempre me hice de una convivencia en pareja.

—Quieres más sexo.

—Por supuesto que lo quiero, un polvo cada seis o siete meses no me parece ni suficiente ni normal, pero no es solo eso. ¿Qué ocurre? Tú no eres el mismo de antes de casarnos, no me besas, no me tocas…

Él seguía con la vista baja.

—¿Ya no me deseas? Antes de la boda teníamos sexo con cierta regularidad, quizás no demasiada, pero eso era justificable porque estábamos en casa de nuestros padres. Ahora vivimos juntos, dormimos en la misma cama noche tras noche y siempre te encuentro dormido o fingiendo estarlo cuando me acuesto.

—No ocurre nada, es solo que no soy un hombre muy apasionado ni necesito sexo cada día.

—Pero ¿seis meses? Y tampoco es que sea un polvo maravilloso cuando sucede.

—No sé hacerlo de otra manera.

—¿Por qué no me miras para decírmelo?

Él guardó silencio.

—¿Ángel? Llevo mucho tiempo deseando y temiendo tener esta conversación, y ahora que ha comenzado, no me voy a conformar con explicaciones vagas y sin sentido. Quiero la verdad.

—Está bien… —Suspiró—. Es verdad, no te deseo. Ya no estoy enamorado de ti, Miriam.

Ella sintió algo difícil de explicar. No era dolor, ni pena. Quizás decepción y tristeza por haber estado intentando salvar algo que no podía salvarse. Ante una afirmación tan contundente poco se podía hacer.

—¿Desde cuándo? Porque esto se remonta al día de la boda.

—Desde un poco antes. Cuando realicé las prácticas conocí a una chica y nos enamoramos.

Miriam sacudió la cabeza, incrédula. ¿Hacía más de tres años?

—Pensaba cortar contigo, pero te quedaste embarazada. No me pareció correcto dejarte en esas circunstancias.

Miriam sintió la rabia correrle por las venas. Tenía un carácter tranquilo y reposado, pero en aquel momento la furia Figueroa bullía en su interior a punto de explotar.

—¡¿No te pareció correcto?! ¿Pero sí te lo pareció mentir y presionar para que me casara contigo y condenarme a este simulacro de matrimonio? Sabías que yo era reacia a la boda, que quería esperar un poco más.

—Pensé que era lo que debía hacer. Había una criatura en camino y debíamos darle un hogar.

—Esto no es un hogar, es solo un techo. Nunca le hubiera faltado ni casa ni amor, aunque no nos hubiésemos casado.

—¿En casa de tus padres?

—O en la mía y la tuya por separado. Pero esto es… un sinsentido.

—Me pareció lo mejor.

Miriam respiró hondo antes de preguntar:

—¿Y tu relación con esa chica? ¿Ha seguido? ¿Aún estáis juntos?

—No. Ella se enfadó mucho cuando me casé y no quiso saber nada más de mí. Dejó la empresa.

Miriam también estaba enfadada. Mucho. Si Ángel no se hubiera empeñado en casarse, probablemente todos serían más felices en aquel momento. No negó su propia culpa, también ella podría haber sido más firme en su postura de esperar… Podría haberle dado una oportunidad a Pablo, una oportunidad que ya no tendría.

Tragó saliva sintiéndose estafada.

—Miriam… ¿Esta conversación va a cambiar algo?

Le miró furiosa.

—Por supuesto que va a cambiar algo. ¿No pensarás seguir así eternamente? Tengo veintiséis años y necesito mucho más de lo que tú me das.

—No tomes ninguna decisión de la que te puedas arrepentir más adelante, estás muy alterada ahora. Piensa en María.

—María va a estar bien, y lo siento, pero ahora solo puedo pensar en mí. Por primera vez en mucho tiempo, solo en mí.

—Sea lo que sea lo que vayas a hacer, consúltalo con la almohada.

—No creo que haya mucho que consultar, tengo claro lo que quiero y también lo que no. No pienso malgastar mi vida con alguien que no me quiere. Llevo mucho tiempo poniendo excusas a tu actitud, tratando de justificarla y también esperando un cambio que ahora sé no se va a producir. Que ya no estés enamorado de mí ni me desees, es lo único que puede hacer que no quiera seguir con esto. Voy a dormir en el cuarto de la niña, Ángel. No quiero ver tu espalda en mi cama nunca más.

Entró en el dormitorio conyugal y cogiendo el pijama se metió en la habitación de su hija, dispuesta a pasar la noche en la cama con la pequeña.

Antes de entrar, y con el pomo en la mano, se volvió hacia su marido y le preguntó:

—Necesito preguntarte algo más. ¿Ha habido otras?

Él desvió la vista.

—Responde por favor.

—¿Para qué quieres saberlo? Si ya has decidido acabar con esto, ¿qué más te da?

—Entiendo —dijo entrando y cerrando la puerta a su espalda.

Sintió el murmullo de la televisión a través de la puerta cerrada durante mucho tiempo. Esa noche Ángel, al parecer, no tenía sueño ni prisa por acostarse. La decepción, el rechazo, la sensación de haber hecho el imbécil durante tres años hizo que unas lágrimas silenciosas recorrieran su cara. Con el brazo rodeando al cuerpecito dormido de su hija sintió el deseo de ser una niña otra vez y acurrucarse en el regazo de su madre, o de Javi, contarles sus penas y dejarse consolar.

No era dolor lo que sentía, tampoco estaba ya enamorada de Ángel; su frialdad, su despego, habían acabado con los sentimientos que un día tuviera por él. Se dijo que ella tampoco estaba libre de culpa, que noche tras noche había rememorado el beso de Pablo, pero al menos al principio había intentado salvar la relación, hacer que funcionara. Pero tres años era mucho tiempo para estar sola, sin una palabra de amor, sin una caricia.

No durmió apenas aquella noche, su cabeza se negaba a dejar de hacer planes sobre el futuro, indecisa. Solo una cosa tenía clara, y era que iba a poner fin a aquella farsa, se iba a divorciar de Ángel tanto si él quería como si no. Esperaba que se lo pusiera fácil, que lo hicieran de mutuo acuerdo, pero si no era así, lucharía. Era joven, tenía toda la vida por delante y no pensaba desperdiciarla en aquella relación inexistente. Ya era tarde para ella y para Pablo, pero encontraría a otra persona que la hiciera sentir viva, atractiva… mujer.

El maquillaje no logró disimular del todo las huellas de la mala noche. Se levantó temprano y se marchó al bufete antes de la hora dejando una nota a Ángel para que llevase él la niña a la guardería.

Necesitaba hablar con su madre cuanto antes. Se sentía pequeña y vulnerable aquella mañana. Quería su abrazo y su consejo, y también su apoyo, aunque sabía de antemano que contaba con él. Era maravilloso tener una familia como la suya siempre; pero en momentos difíciles, mucho más.

Cuando la sintió llegar, salió de su despacho con un café cargado en la mano. Fran tenía juicio esa mañana y Miriam lo agradeció. Quería hablar con su madre de mujer a mujer. Esta adivinó sus ojeras bajo el maquillaje y también sus ojos hinchados por la falta de sueño.

—¿María ha dado mala noche?

—No —dijo mirándola fijamente—. ¿Puedes pasar? Me gustaría hablar contigo.

—Claro.

Susana se sirvió también un café y se sentó en el borde de la mesa, mientras Miriam lo hacía en el sillón.

—Voy a separarme de Ángel —anunció escueta.

Su madre escrutó en sus ojos y asintió.

—No pareces sorprendida.

—No lo estoy. Me preguntaba cuánto tiempo más ibas a aguantar.

—¿Tú sabías que las cosas iban mal entre Ángel y yo?

—No sé hasta qué punto iban mal, pero es más que evidente que no sois una pareja como las otras. Jamás he visto entre vosotros un beso, un achuchón o una mirada cómplice. Siempre formales y correctos. No digo que todos los hombres tengan que ser como tu padre, siempre buscando un rincón para pellizcarme el trasero, o darme un beso, pero lo vuestro no era normal.

—Ya. Porque no somos una pareja. Durante tres años he intentado mantener viva una llama que estaba extinguida desde antes de casarnos. Ángel se enamoró de otra y pensaba dejarme, pero me quedé embarazada y, según palabras textuales, no le pareció correcto hacerlo en esas circunstancias. Insistió en que nos casáramos, pero no puso nada de su parte para que el matrimonio funcionara. Llevo tres años preguntándome por qué no me toca… Me sobran dedos de las manos para contar las veces que hemos hecho el amor durante este tiempo.

No pudo evitar que las lágrimas volvieran a acudir a sus ojos y Susana se acercó a ella para abrazarla con fuerza.

—Como una imbécil he estado tratando de justificar su conducta con el embarazo, con cansancio, o no querer despertar a la niña… comprándome ropa sexi para provocarle… tratando de salvar algo que no existía. Me siento tan ridícula, mamá…

—Lo siento mucho, cariño —La apretó aún más contra sí—. ¿Por qué has tardado tanto en ponerle punto final?

—Lo pensé hace un año, porque empecé a recordar a alguien… alguien con quién pude tener una historia si no me hubiera casado. Pensé que quizás aún estaba a tiempo, pero no era así. Él se casó a su vez, no sé si por despecho, espero que no; un matrimonio sin amor es algo muy duro de sobrellevar. Muy duro, mamá… mucho.

Susana continuó abrazándola mientras se deshacía en lágrimas y sacaba todo el dolor, la rabia y la frustración que había acumulado en esos tres años. Cuando se calmó, la madre dio paso a la práctica abogada y preguntó:

—¿Vas a pedir el divorcio?

—Sí.

—¿Has hablado con Ángel ya?

—Anoche.

—¿Y qué dice al respecto?

—Que piense en María, que no decida nada de forma precipitada. No lo haré, por supuesto que no, pero tampoco voy a seguir con él. Se acabó. Soy consciente de que ahora mismo estoy hecha trizas, pero sé que pronto solo encontraré alivio y liberación.

—Ángel tiene razón, hay que pensar en la niña. Ella no debe sufrir esto más de lo necesario. Tenéis que llegar a un acuerdo sobre la custodia, Miriam. Amistoso, a ser posible.

—Ha sido un marido desastroso, pero un buen padre. Si quiere la custodia compartida, se la daré, siempre y cuando no se vaya a vivir con su madre y sea ella quien la eduque. No quiero a Manuela y sus anticuados principios morales demasiado cerca de mi hija.

—Habla con él y trata de llegar a un acuerdo. Y si no es así, lucharemos si es necesario.

—No creo que lo ponga difícil. Por fortuna firmamos separación de bienes antes de casarnos y el piso es alquilado. Respecto a cosas materiales, no hay nada que repartir. Y yo no quiero seguir viviendo en aquel piso, cada día me resulta más opresivo.

—Puedes venirte a casa, si quieres.

—¿No te importa? Será temporal, mientras encuentro algo adecuado para María y para mí. No quiero buscar una vivienda de forma precipitada.

—Estaremos encantados de teneros allí el tiempo que quieras.

—Gracias, mamá. Eres la mejor.

—No, cariño; solo soy tu madre.

Miriam, ya calmada, volvió a abrazar a Susana, sintiendo la satisfacción de pertenecer a una familia que siempre arropaba a sus miembros y estaba ahí para todo lo bueno, y sobre todo para lo malo.

—Vamos a trabajar un poco —dijo más serena.

—Puedes tomarte el día, si quieres.

—No; tendría que volver a casa y necesito unas horas de distancia antes de volver a hablar con Ángel. Esperaré a papá para contárselo a él también.

Aquella tarde cuando llegó a casa, Ángel la miró con ojos interrogantes. No hizo falta que preguntase nada, porque Miriam estaba decidida y él lo supo nada más verla.

—Has tomado una decisión.

—Sí. Quiero que nos divorciemos.

—¿Estás segura?

Ella se sentó a su lado. María estaba haciendo su siesta de media tarde, por lo que podían hablar sin problemas.

—Sí, muy segura.

—Quizás deberíamos probar a estar un tiempo separados antes de hacer algo definitivo… por la niña.

—No, Ángel. Ninguno de los dos está ya enamorado, y yo me siento muy sola, atrapada en una relación que no va a ninguna parte. María no va a sufrir si nosotros lo hacemos bien. Somos civilizados y no hay dramas pasionales por medio, al menos no por mi parte.

Mirando a su marido sentado tranquilamente en el sofá mientras hablaban de separar sus vidas, pensó que Ángel era cualquier cosa menos pasional.

—Tampoco por la mía.

—Podemos compartir la custodia, si quieres. Pero solo si no te vas a volver a casa de tu madre. No me gusta la mentalidad que tiene y no quiero que ella crie a mi hija con sus ideas anticuadas y retrógradas.

—No creo que vuelva a casa, me alquilaré algo.

—Puedes quedarte aquí, si quieres. Yo prefiero empezar de cero, en otro lugar.

—De acuerdo. Y respecto a María… solicita tú la custodia… a mí me resultará complicado cuidar de ella con mis horarios de trabajo. Los tuyos son más flexibles y tus padres pueden echarte una mano si se pone enferma o hay algún problema. Yo me la llevaré los fines de semana, si te parece bien.

—Me parece perfecto.

—Respecto a la cuestión económica, hicimos separación de bienes.

—Sí, eso no será ningún problema. Si estás de acuerdo iré redactando un convenio regulador, aunque si prefieres contratar a otro abogado…

—No hace falta; sé que no vas a joderme la vida.

—Gracias.

—Deberá presentarlo otro abogado en mi nombre. ¿Te parece que lo haga mi madre?

—Sí, por mí no hay problema.

Miriam entró en su dormitorio a cambiarse de ropa. Le asombraba la frialdad de Ángel. Ella, a pesar de estar firmemente decidida se sentía triste y apesadumbrada. No había querido casarse, pero una vez dado el paso había intentado por todos los medios sacar adelante su matrimonio, pero no había bastado.

Sintiendo que la garganta se le volvía a oprimir con un nudo de lágrimas, entró en el baño.

La idea de que no la quisieran escocía, aunque ella también hubiera perdido sus sentimientos por Ángel a lo largo de esos tres años, que ahora se le antojaban interminables. A pesar de que era una mujer tranquila y poco impulsiva, ahora sentía la necesidad de divorciarse cuanto antes, de cerrar una etapa de su vida y empezar otra. Al día siguiente comenzaría con los trámites para volver a ser una mujer libre.