Capítulo 14
Después de la boda se marcharon a un sencillo viaje de novios, una semana en las Islas Canarias disfrutando de un clima invernal mucho más benigno que el reinante en la península. Ángel no era muy aficionado a viajar y Miriam no quiso someterlo a un país extranjero y hábitos de comida diferentes. Él también aducía que en el estado de ella no quería alejarse de España por si surgía alguna complicación en el embarazo.
Fue una experiencia extraña, ni siquiera parecida a lo que Miriam esperaba de un viaje de novios, lleno de amor y pasión. La pasión brilló por su ausencia. Durante el día se apuntaban a excursiones programadas, paseaban por la playa o alquilaban un coche para visitar los alrededores como dos colegas bien avenidos. Tras la cena, Ángel aducía cansancio y se echaba a dormir tras un beso de buenas noches dado formalmente en la mejilla.
Ella, tendida a su lado en la cama, imaginaba mil excusas para que él no hubiera vuelto a tocarla después de la noche de bodas. Se decía que debido a la lejanía de su residencia habitual no quería arriesgarse a un problema en el embarazo, y que todo cambaría cuando estuvieran en casa.
Pero no fue así. Al regresar, él continuó sin realizar el menor intento por hacer el amor, y Miriam contemplaba en el espejo los cambios que experimentaba su cuerpo y a ellos achacaba la falta de interés de su marido. A muchos hombres les sucedía, que dejaban de sentir atracción sexual hacia sus mujeres embarazadas. Todo sería diferente cuando naciera la criatura.
Una mañana coincidió con Marta en el juzgado. Apenas se habían visto desde la boda, y su amiga señaló el vientre que ya se apreciaba abultado bajo la ropa.
—Como crece mi sobrino o sobrina.
—Ayer me hice una ecografía y me dijeron que parece una niña, pero que no es seguro. Se verá mejor en la próxima, así que no he dicho nada todavía.
—Lógico. Todos saldrían corriendo a comprar patucos rosas.
—Mi suegra, seguro.
—Tienes buen aspecto —comentó Marta.
—Me encuentro bien, no tengo molestias ni nauseas.
—¿Y prisa? ¿Tienes que ir a ponerle la comida a tu maridito o alguna de las cosas que hacen las mujeres casadas?
—No, Ángel no viene a almorzar. Suele hacerlo en el trabajo.
—Entonces, vamos a comer nosotras. Hace un siglo que no hablamos con tranquilidad.
—De acuerdo, aviso a mis padres para que no me esperen.
Tras avisar a Susana de que comería con Marta, ambas amigas salieron del juzgado y se dirigieron a un restaurante cercano.
Miriam pidió una ensalada para compartir y un filete de pescado a la plancha, mientras que Marta se decantó por unos espaguetis carbonara.
—¿Comida sana? —preguntó esta última—. ¿Algún problema con el embarazo y te han puesto a dieta?
—No, pero no quiero poner más peso del necesario.
—Pero mujer, apenas has engordado, solo se te nota un poco abultada la tripa. Si te miro de espaldas ni pensaría que estás embarazada. ¿De cuánto estás? ¿Cinco meses?
—Sí.
—Pues estás estupenda. Y guapísima.
Miriam sacudió la cabeza.
—¿Qué ocurre? ¿No te ves guapísima?
—No lo sé.
Marta inclinó la cabeza y buscó la mirada de Miriam.
—A ver, ¿qué está pasando?
—Tampoco lo sé, pero Ángel ha cambiado desde que nos casamos.
—¿En qué sentido ha cambiado?
—Está un poco frío y muy serio.
—Tienes que reconocer que nunca ha sido unas castañuelas.
—Ya lo sé, pero lo de ahora es diferente. Apenas hablamos cuando llego a casa, y después de un polvo deprimente la noche de bodas, no ha vuelto a tocarme. Creo que los cambios provocados por el embarazo en mi cuerpo han hecho que deje de resultarle atractiva.
—¿En serio? ¿Y tú no le has preguntado si es así?
—No. Porque es amable, y se preocupa de que coma y ese tipo de cosas. Me cuida.
—Caray, pero no te hace el amor.
—Ni el amor ni nada. No me besa, ni me abraza… apenas tenemos contacto físico, ni siquiera fuera de la cama. He estado leyendo que algunos hombres sienten rechazo hacia sus mujeres embarazadas; luego al término de la gestación se les pasa.
—Pero de todas formas es una faena. ¡Casarse para esto!
—Puedo sobrevivir unos meses sin sexo. Ahora lo importante es la criatura.
—Y la madre —dijo Marta resuelta al ver que el camarero se acercaba a la mesa con la ensalada—. Por favor, traiga otro plato de espaguetis.
Cortó brusca la protesta que adivinaba en su amiga.
—Te los vas a comer, Miriam. Te encantan los espaguetis de este restaurante y no pienso permitir que te los pierdas porque el gilipuertas de tu marido te esté minando la autoestima. Estás preciosa, y dentro de tu peso, así que vas a comer con normalidad. Si Ángel tiene un problema con eso, que lo resuelva él. Prométeme que vas a olvidar eso de hacer dieta estricta, salvo que te lo recomiende el médico.
Miriam dudó unos segundos; luego dijo resuelta.
—Te lo prometo.
—Pues entonces, ataca los espaguetis.
—¿Y Sergio? ¿Qué sabes de él? —preguntó deseosa de cambiar de tema.
—Están navegando por las costas de Noruega. Hace un par de días hablamos un rato. Ya parece que voy superando el miedo cada vez que se va.
—Sí, a nosotros nos ocurre lo mismo. De todas formas, Noruega no parece muy peligrosa.
—No, él dice que es muy bonita.
—Yo tengo muchas ganas de conocerla.
—¿Por qué no has ido en el viaje de novios?
—A Ángel no le gusta mucho viajar; al menos Canarias es un sitio cercano y con buena temperatura. ¡No quiero imaginar el frío que debe hacer en Noruega en estas fechas!
—Bueno, cuando el crío…
—O cría.
—Sí. Cuando sea un poco mayor se lo dejamos a su papi, que no le gusta viajar, y nos vamos las dos a Noruega.
—Te tomo la palabra.
Marta veía cómo su amiga comía con deleite el plato de espaguetis y sacudió la cabeza. Esperaba que entrase en razón con la comida, y también que Ángel cambiase de actitud. Por un momento dudó si preguntarle si había sabido algo de Pablo Solís, pero prefirió no remover recuerdos, si su matrimonio no era lo que había esperado.
Después del almuerzo, se despidieron para regresar a sus respectivos trabajos.