Capítulo 7

Se volvieron a ver un par de veces, pero su contacto continuó siendo casi todo por emails.

Ella se acostumbró a hablarle de todo, de sus estudios, de sus planes y de sus sueños. Se abrió a él tanto como a Marta y acabó convirtiéndose en su mejor amigo masculino.

Reservada por naturaleza, solo comentaba de pasada con sus padres sus encuentros esporádicos cuando Pablo venía a Sevilla, pero a Ángel sí le hablaba a menudo de él. En alguna ocasión tenía que hacer que se conocieran. Su novio y su mejor amigo debían caerse bien, era algo importante para ella.

Había terminado la carrera en junio, con unas excelentes calificaciones y, en contra de los consejos de sus padres de que se tomara un tiempo de vacaciones para descansar, se matriculó en el máster en seguida. Estaba deseando concluir cuanto antes su etapa estudiantil para dedicarse por entero a trabajar en el bufete de la familia. De momento, solo acudía por las tardes, dedicando las mañanas a las clases.

También Ángel terminó la carrera y comenzó las prácticas de empresa en calidad de becario, lo que hizo que se vieran aún menos. Los horarios de ambos estaban sobrecargados. Él, aparte del trabajo en la empresa, una conocida y solvente del sector informático de Sevilla, continuaba manteniendo su clientela habitual por las tardes.

Así llegó agosto. Ángel y ella habían conseguido coincidir con cuatro días libres, en medio de sus múltiples ocupaciones, y se marcharon de viaje. Durante ese tiempo recorrerían la costa andaluza en coche y, lo que era más importante, pasarían juntos todas las horas del día. Miriam estaba dispuesta a aprovecharlo al máximo y a descansar para recuperar fuerzas para el duro otoño que se le avecinaba.

***

Susana estaba revisando la documentación para un recurso sentada en el despacho de su casa, absorta y enfrascada en el trabajo. Aunque en agosto cerraban el bufete, si quedaba algo pendiente lo hacían en su domicilio y a ratos perdidos. Después de que Miriam se marchara de viaje por la mañana, conectó el ordenador y comenzó a trabajar un rato, por lo que no escuchó los leves pasos que se acercaban.

—¿Muy ocupada?

Levantó la cabeza y vio a Fran recostado contra el marco de la puerta, con esa sonrisa provocadora que ella le conocía tan bien, pintada en el rostro.

—Un poco… ¿por?

—Porque Miriam se ha ido y no va a volver.

—Claro que va a volver, solo se ha ido de viaje con Ángel por unos días.

—Quiero decir que no va a volver hoy.

—No, hoy no.

—Y he pensado que hace mucho que tú y yo no nos bañamos juntos en la piscina.

Susana sonrió haciéndose la tonta.

—No hace tanto… un par de días a lo sumo.

—Sin ropa.

—Ah, sí; de esa guisa sí hace bastante.

—¿Y no te apetece un bañito con el calor que hace? Puedes seguir con eso más tarde…

Susana sabía que no era verdad, que no iba a continuar trabajando aquel día, pero cerró el documento sin pensarlo dos veces y apagó el ordenador a continuación. Fran no se había movido, seguía mirándola y ella volvió a notar esas mariposas de anticipación en el estómago, que no había dejado de sentir en más de veinticinco años de matrimonio. Se levantó de la silla y se acercó a la puerta donde Fran la retuvo y, abrazándola, empezó a besarla. Como si fuera la primera vez, con la misma pasión y deseo que nunca habían perdido.

Las manos se enredaron en las ropas y en pocos minutos estaban desnudos, apretándose uno contra el otro, sintiendo cada centímetro de piel. Luego, Fran se separó y contempló a su mujer, el cuerpo maduro y con la huella de los embarazos marcada en la piel, pero mucho más hermoso para él de lo que había sido nunca.

—¡Cómo echo de menos contemplarte desnuda a la luz del día, empollona!

—Hacia mucho que no me llamabas así.

—Hoy me siento muy romántico.

—Entonces intuyo que va a ser un día memorable.

—Puedes apostarlo. Ven, vamos al agua.

Cogidos de la mano como dos adolescentes salieron de la casa y se encaminaron a la piscina. Fran se lanzó de cabeza y Susana bajó por la escalerilla, encontrándose con el cuerpo de él apenas pisó el fondo de azulejos. Con sus brazos que la rodearon desde atrás y con su boca que le apartaba el pelo de la nuca para besarla y morderla donde pudiera dejar marca y que el pelo lo tapase. Se apretó contra ella para que pudiera sentir su erección contra las nalgas desnudas, algo que sabía que la excitaba mucho y empezó a frotarse contra ella. Susana echó las manos hacia atrás intentando tocarle, pero él se las agarró y las apoyó contra el borde de la piscina, cubriéndolas con las suyas, inmovilizándolas allí.

—¿No puedo tocarte?

—Todavía no. Después será tu turno.

—Me vengaré…

—Es la idea —susurró contra su cuello.

Sin soltarla deslizó la boca por la nuca, la espalda y la cintura. Introdujo una pierna entre las de ella haciéndola separar las suyas y la frotó suavemente con el muslo, excitándola. Frustrándola a veces cuando la retiraba y sin dejar de besarle el cuello.

—Fran… —suplicó ella impaciente.

—Aún no.

El agua rozándole los pechos, toda su piel sensible por las caricias, la estaban llevando demasiado deprisa a un punto en que no iba a poder contenerse. Y quería correrse con él dentro.

—Condenado… Figueroa… cabezota… ¿A quién… habrán salido tus hijos?

Fran contuvo una risita y la penetró despacio, solo un poco y salió de nuevo.

—Quieres jugar, ¿eh?

—Ajá.

—Luego te voy a dar de tu propia medicina.

—Me aguantaré.

Volvió a penetrarla esta vez un poco más y se quedó quieto. Susana suspiró con fuerza; sabía que nada de lo que dijera iba a servirle de mucho, así que intentó moverse ella, pero se quedó quieta al ver que él empezaba a salir de nuevo.

—Vale… me quedo quieta… pero no salgas.

Él le atrapó el lóbulo de la oreja con los labios y empezó a moverse demasiado despacio, demasiado poco. No le resultaba fácil, los leves gemidos de su mujer lo estaban volviendo loco, pero le gustaba hacerla rabiar, que le suplicara. Le gustaba notar cómo se excitaba hasta el punto de perder el control. Pero no era de piedra, y fue incapaz de aguantar todo lo que quería. Al final se movió deprisa como ella deseaba alcanzando ambos el orgasmo a la vez. Susana apretaba las manos en el borde de la piscina tratando de mantenerse en pie, pero acabó sucumbiendo a la debilidad de sus piernas y se recostó en el pecho de Fran que la rodeó con los brazos y la arrastró hasta la escalinata de la piscina sentándola en su regazo.

—Quiero mucho a los chicos, pero echo de menos estas cosas… tenerte para mí solo cuando me apetece. Vamos a tener que pagarle a Miriam más viajes.

—Miriam no siempre está en casa.

—Ya lo sé, pero no me fío ni un pelo. Todavía no me he recuperado de aquella vez que nos pilló en el salón.

Susana lanzó una carcajada y recordó una noche en que los chicos estaban en Ayamonte y Miriam iba a dormir en casa de una amiga en una fiesta de pijamas. La intimidad con hijos adolescentes se volvía complicada a veces, y casi imposible fuera del dormitorio.

Estaban en el salón, en el sofá, viendo una película y empezaron a besarse, a desnudarse, prometiéndose una noche inolvidable, y por suerte no habían pasado a mayores cuando sintieron las llaves en la puerta. Apenas tuvieron tiempo de echarse por encima la manta del sofá cuando su hija de catorce años apareció en la puerta con dos amigas. Había olvidado algo y regresó a buscarlo. La situación fue tan embarazosa que Fran nunca se había arriesgado de nuevo y era en extremo cuidadoso a la hora de desnudarse fuera de su habitación. Aunque Miriam nunca había vuelto a regresar a casa cuando no se la esperaba, sin avisar antes.

—Pienso aprovechar estos días al máximo, echo de menos estas cosas —susurró en el oído de su mujer.

—¿Y el trabajo?

—Solo lo urgente.

—Me gusta la idea.

Se volvió hacia él y empezó a besarlo de nuevo.

***

La experiencia de su primer viaje con Ángel había sido estupenda a pesar de que la madre de él no había visto con buenos ojos que se marchasen solos. Trató de convencer a su hijo de que esperasen hasta estar casados para hacerlo, pero en esto él se había mostrado inflexible y se marcharon juntos.

El viaje confirmó a Miriam, si tenía alguna duda, lo compatibles que eran Ángel y ella. Aunque él no fuera muy aficionado a viajar, habían disfrutado de las vacaciones y se habían acoplado al ritmo del viaje y el uno al otro. Lo único que la decepcionó un poco fue el terreno sexual; había esperado que hicieran el amor cada noche, pero no había sido así, solo había sucedido la primera. El resto él había bostezado, le había dado un beso de buenas noches y se había echado a dormir, aduciendo cansancio. Era cierto, estaban cansados, pero a ella eso no le hubiera impedido hacer el amor.

Regresó relajada y feliz, deseando retomar su rutina y el trabajo que le apasionaba, así como sus correos con Pablo.

También a sus padres su viaje parecía haberles sentado bien, a su vuelta les encontró radiantes, con la mirada iluminada y más tórtolos que nunca. Sonrió pensando en que, probablemente, ellos habrían hecho el amor más a menudo que Ángel y ella durante esos días.

Después de cenar, y a pesar de lo cansada que estaba, no pudo resistirse a abrir el ordenador y comprobar si tenía noticias de Pablo. No era así, pero no le extrañó porque él sabía que estaría de viaje. Sin casi pensarlo se encontró abriendo un nuevo correo.

«Hola, Pablo:

Ya estoy de regreso. Tú aún estás de vacaciones, imagino. ¿Qué tal el pueblo? Lleno de veraneantes, como siempre, ¿verdad? Es una lata cuando se masifica en verano.

Yo vuelvo muy descansada y con ganas de retomar mi actividad, aunque todavía queda bastante mes para seguir disfrutando de unos días de relax. Ángel se incorpora ya a la empresa donde debe hacer las prácticas, pero mis padres tienen cerrado el bufete todo el mes aprovechando que los juzgados no funcionan en agosto. Yo me relajaré en la piscina y tal vez me acerque a ver a los abuelos un par de días.

Querrás saber de mi viaje… Pues ha sido muy tranquilo y relajado. Hemos visitado algunas ciudades andaluzas con calma, disfrutando del buen tiempo y de la excelente gastronomía de la zona. Ya sabes, largos paseos, comidas copiosas y todo lo que se espera de unos días de vacaciones.

¿Y tú? ¿Has ido a la playa? Espero que también estés disfrutando del merecido descanso que te hace falta. Si decido ir al pueblo quizás te haga una visita.

Espero recibir pronto noticias tuyas.

Besos,

Miriam».

Pablo leyó el correo desde el móvil. Normalmente no lo tenía configurado más que en el ordenador, pero desde que se fue al pueblo a pasar unos días lo llevaba consigo a todas partes. La mera idea de que Miriam le escribiese y él no pudiera leer su mensaje, le parecía inconcebible.

No se había puesto en contacto con él hasta regresar, y la alegría de tener noticia de ella se veía un poco empañada con el contenido. Había disfrutado el viaje, había paseado, comido, pero era la siguiente frase, «todo lo que se suele hacer en vacaciones», la que le molestaba.

Apartó los pensamientos y los celos que le carcomían y se alegró por ella. Se merecía disfrutar después de lo mucho que trabajaba. Pero no se decidió a responderle al correo esa noche, esperaría al día siguiente cuando hubiera asumido la faceta sexual del viaje de Miriam. Esa que trataba de apartar de su mente y de sus misivas, pero que esa noche no podía.