Capítulo 28

Miriam veía con su hija una película de dibujos animados tendidas ambas en el sofá. Le encantaban los ratos que compartían haciendo cosas en común, y a ella le gustaban las películas de dibujos tanto como a la niña. Cuando terminó, y antes de llevarla al baño, le preguntó:

—María… ¿te acuerdas de Pablo? Estaba en casa de los abuelos el día de la barbacoa.

—Sí… le gustan los tomates.

—Exacto. Y a ti, ¿te gusta él?

—Sí. Es muy grande.

—Sí, lo es. Y muy bueno y simpático, ¿verdad?

La niña asintió.

—¿Te gustaría que viniera un día a vernos?

—¿A la casa de los abuelos?

—No, aquí, a nuestra casa. Como es una casa nueva no la ha visto nunca y le gustaría conocerla.

—Se la enseñamos. Y le damos tomates.

—Es una buena idea. Tú los puedes preparar, que te salen muy bien.

—Sí, sí, le preparo tomates a Pablo. Se va a poner contento, ¿verdad?

—Muy contento.

María palmoteó alegre.

—¿Hoy?

—No, cariño, hoy es ya muy tarde. Ahora nos vamos a bañar, a cenar y a la camita.

—¿Y me lees un cuento?

—Claro.

—Y mañana va a venir Pablo.

—Es posible que pueda venir mañana, sí.

—¡Qué bien! ¿Y sabe leer cuentos?

—Si no sabe, le enseñaremos.

En cuanto la niña se acostó, Miriam telefoneó a Pablo.

—Hola, Pablo.

—Hola, preciosa. ¿Cómo va todo?

—Genial. María acaba de dormirse.

—¿Significa eso que te tengo un rato para mí solo?

—Así es, aunque no dispongo de mucho tiempo. He hablado con ella de que vengas a vernos.

—¿Y?

—Está encantada. Quiere prepararte tomates. Espero que realmente te gusten, porque es un poco pesada cuando algo se le mete en la cabeza, y me temo que vas a comerlos cada vez que vengas a casa.

—Me gustan, no te preocupes. Ya me encargaré de decirle que también me gustan las galletas —añadió—. Comerlas y prepararlas.

—Pues te va a salir una ayudante, porque le encanta cocinar. No se parece a su madre.

—¿No cocinas?

—Sí que lo hago, pero no me gusta demasiado.

—Pues cuando esté allí te robaré esa cocina tan bonita que has puesto.

—Te la cederé con gusto. También te tocará leer cuentos y hacer puzles, de modo que prepárate.

—Me encantará hacerlo, Miriam. ¿Cuándo quieres que vaya?

—María ha propuesto mañana.

—¿Y tú?

Miriam rio.

—Yo también, si puedes.

—En ese caso, no se hable más. Mañana a media tarde estaré por allí.

—¿Y te quedarás a dormir?

—Si lo estimas conveniente.

—Creo que cuanto antes se acostumbre a la situación, mejor será.

—¿Seguro que estás pensando solo en María?

Ella lanzó una carcajada.

—No del todo.

—Ya me parecía…

—Tengo ganas de verte.

—Y yo a ti, preciosa. Siempre.

—Te voy a dejar, aún tengo que ducharme, cenar, y preparar unos documentos para mañana. Pero no me he resistido a la tentación de escuchar tu voz unos minutos.

—Nunca te resistas a eso. Me paso el día esperando este momento.

—Y yo.

—No te entretengo más. Buenas noches, cariño. Nos vemos en unas horas.

—Hasta mañana, Pablo, buenas noches.

A media tarde, y tal como había anunciado, Pablo llegó a casa de Miriam. En el frigorífico reposaba una ensalada de tomates que madre e hija habían preparado un rato antes, para regocijo de la pequeña, y una carne al horno para acompañarla.

En cuanto entró al salón, se dirigió a María y la levantó en brazos.

—Hola… —saludó—. ¿Me das un besito?

—Sí.

La pequeña le echó los brazos al cuello y le dio un sonoro beso en la mejilla. Miriam les observaba emocionada.

En seguida la niña se revolvió para que la bajase y le agarró la mano.

—Ven… —dijo tirando de él hacia la cocina. Esta había quedado realmente espectacular, una vez terminada.

Pablo se dejó llevar y una vez ante el frigorífico, la niña le pidió.

—Ábrelo.

La mirada de Pablo se dirigió hacia Miriam, que asintió con la cabeza. Obedeció y clavó la mirada en el cuenco de ensalada.

—¡No me lo puedo creer! ¿Has preparado tomates? ¿Son para mí?

María asintió satisfecha.

—Cómetelos.

Miriam intervino.

—No, cariño, son para la cena.

Pablo se volvió hacia la niña.

—Es un regalo estupendo, María. Y yo también tengo otro para ti —dijo cogiendo una bolsa de plástico que había depositado sobre la mesa al entrar—. ¿Te gustan los cuentos?

—Síííí, mucho.

—Pues te he traído un libro lleno de cuentos.

—¿Tú sabes leerlos?

—Claro.

La niña se volvió hacia Miriam y palmoteó.

—¡Sí sabe, mami!

—Qué bien, María. Así no tenemos que enseñarle.

—¿Quieres que te lea uno ahora?

—Síííí.

—Pues ve al sofá y escoge el que prefieras. En seguida vamos mamá y yo.

María, obediente, hizo lo que le pidió. Pablo se demoró un poco y, agarrando a Miriam por la cintura, le dio un beso rápido en los labios.

—No te me pongas celosa, ¿eh? Esta tarde es para esa señorita, tengo que hacerme querer… Luego te tocará a ti.

—Puedo compartirte con ella sin problemas.

—Vamos a leer cuentos.

—Dile que uno o no te dejará en paz.

Pablo soltó a Miriam y ambos salieron al salón y se sentaron en el sofá.

Después de leer un par de cuentos, Miriam se llevó a la niña para bañarla y Pablo se recostó en el sofá. El piso había quedado muy bien, sencillo y acogedor. Los muebles claros y de líneas rectas, combinaban a la perfección con cortinas y tapicerías. Se dijo que sería un buen lugar para vivir, si algún día Miriam quería que compartieran casa. Todavía era muy pronto, pero tenía la esperanza de que, en el futuro, ella quisiera vivir con él. Que ellos y María fueran una familia.

Poco después, ambas regresaron, y con la niña ya bañada y en pijama, se sentaron a cenar los tres juntos. Pablo alabó los exquisitos tomates, ante la sonrisa de satisfacción de María y, tras la cena, preguntó, tal como había ensayado con Miriam:

—¿Puedo quedarme a dormir aquí? Vivo muy lejos y se ha hecho de noche… me da miedo irme solo a mi casa.

María puso cara de pena. El miedo y la oscuridad era algo que entendía perfectamente.

—¿Puede, mami? Le da miedo… ¿Le dejamos que se quede?

—Vale.

María le agarró la mano.

—Sí, te quedas. Aquí se duerme muy bien y no pasa nada malo.

—Gracias —musitó dándole un nuevo beso en la mejilla—. Sois muy buenas tu mamá y tú.

—Pero tú te tienes ya que ir a la cama, señorita —dijo Miriam levantándose. Da las buenas noches.

—Buenas noches, Pablo.

Le besó de nuevo y salió con Miriam de la habitación.

—¿Me lees un cuento, mami?

—Pero cortito, que ya Pablo te la leído dos esta tarde.

—Vale.

Poco después, Miriam se reunió con él.

—¿Se ha dormido?

—Aún no, pero no tardará.

Él abrió los brazos y Miriam se refugió en ellos.

—Te la has metido en el bolsillo esta tarde.

—También ella lo ha hecho conmigo. Es encantadora. Voy a querer a esa pequeña tanto como a su madre.

—Demuéstrame cuánto quieres a su madre.

—¡A la orden! —dijo, y comenzó a besarla.