Capítulo 20
Apenas unos pocos días después de su conversación con Ángel, Miriam se trasladó con María a la casa de sus padres. Puesto que era un lugar habitual para ella, la niña no hizo peguntas cuando le dijeron que pasarían una temporada con los abuelos. Se sentía contenta de estar con ellos a todas horas y no solo de visita. Si preguntaba por su padre, le decían que estaba trabajando. Este se acercaba con frecuencia a verla un rato y el viernes por la tarde se la llevó a pasar el fin de semana con él.
—¿Mami no viene? —preguntó cuando esta no subió al coche con ellos.
—No, cariño. Yo tengo que quedarme con la abuela y ayudarla con unas cosas. Pásalo muy bien con papá.
—Vale.
Sin más, con la naturalidad propia de los niños, aceptó la situación.
Miriam la vio marchar con expresión seria. Susana, detrás de ella le apoyó una mano en el hombro.
—Va a estar bien.
—Ya lo sé. Ángel la cuida perfectamente.
Ambas entraron en la casa.
—Espero que esto no le afecte. De momento no ha preguntado por qué nos hemos venido a vivir aquí, pero tarde o temprano lo hará.
—O no. Solo tiene tres años, a esa edad se aceptan las cosas sin hacer demasiadas preguntas, sobre todo si ni su padre ni tú desaparecéis de su entorno. De momento no le digas nada y si pregunta ya le respondes algo que pueda entender.
—Sí, eso haré.
—¿Y tú, cómo te sientes?
—Por una parte, liberada. Y también rara de que María no duerma aquí esta noche.
—Te acostumbrarás. Tu madre y yo —intervino Fran—, las primeras veces que os ibais a pasar unos días al pueblo con los abuelos, lo pasábamos fatal. Pero acabamos por acostumbrarnos. ¿Quieres que vayamos a cenar fuera para que te distraigas un poco?
—No, papá, gracias. Estoy cansada y la verdad es que me apetece tirarme en el sofá y ver una película.
—Eso está hecho. Te vamos a mimar esta noche, ¿verdad, Susana?
—Claro que sí.
—Sois geniales.
Pasó la tarde en el sofá, como había deseado y después de una cena tranquila, se retiró a su habitación. Comprobó la diferencia horaria con Estados Unidos y se decidió a llamar a Javier para comunicarle su nueva situación. Este respondió enseguida.
—Hola, cariño… ¿cómo va todo?
El tono inquieto de su hermano la empujó a no andarse por las ramas.
—Lo he hecho, Javi. He dejado a Ángel.
—¿No hubo forma de arreglarlo?
—No, me dijo que ya no me quiere ni me desea. Difícilmente se puede arreglar eso. Pero, aunque hubiera sido posible, yo ya no deseo hacerlo. Una vez que he decidido afrontar la situación, no tengo ganas de poner parches a lo nuestro. Lo mejor es que cada uno siga por su lado, no hay nada que salvar.
—Opino lo mismo. ¿Cómo se lo ha tomado él?
—Con ecuanimidad, como todo. Me he trasladado con María a Espartinas mientras busco un piso para nosotras, no quiero hacerlo de forma precipitada.
Javier sonrió.
—Entonces estarás bien. No hay nada mejor para curar las heridas que dejarse mimar por mamá y papá. Me gustaría estar ahí para achucharte yo también, pero en estos momentos no me es posible.
—No te preocupes, estoy bien. Un poco rara por volver a casa, pero se me pasará.
—Seguro que sí. ¿Y María?
—Encantada de la vida. Tiene a los abuelos pendientes de ella a todas horas. Mamá le lee cuentos, papá la ayuda a hacer puzles. Este fin de semana se ha ido con Ángel, es lo que hemos acordado en el convenio de divorcio. Lo estamos haciendo de forma civilizada y de momento la niña no parece acusar el cambio.
—Me alegro mucho, Miriam. Estaba muy preocupado.
—Lo sé, por eso te llamo. También para darte las gracias, nunca hubiera dado el paso de no haber sido por ti.
—Claro que lo hubieras dado. Quizá hubieras tardado un poco más, pero la situación era insostenible.
—Es posible. ¿Y tú? ¿Solucionaste tus asuntos amorosos?
Javier soltó una carcajada.
—En ello estoy. Tengo que hacerlo bien.
—¿Eso lo dice el hombre o el científico?
—Los dos.
—De acuerdo, hazlo a tu manera, pero a veces una mujer lo que necesita es que la besen hasta hacerle perder el sentido. Nada más.
—Tomo nota.
—Te voy a dejar, estoy muy cansada y necesito dormir.
—Buenas noches, peque. Y deja que te mimen, no te resistas.
—¡Como si pudiera! Buenas noches, Javi. Cuando soluciones tus asuntos, dímelo. Yo también he estado muy preocupada por ti todo este tiempo.
—Ese tiempo ya pasó; ahora todo irá bien para los dos.
—Sí, estoy segura.
—Un beso muy fuerte, nena.
—Otro para ti.
Después de colgar, se puso a leer un rato en la cama, sin temor a molestar a nadie con la luz encendida. No se dio cuenta de que se dormía y el libro caía de sus manos sobre el pecho.
Pablo apareció en sus sueños, sin que lo hubiera convocado. Su cara, su cuerpo macizo y su mirada penetrante. Al despertar no recordaba nada más que eso, ni sobre qué había tratado el sueño ni el entorno donde se había desarrollado. Solo él. Se despertó agitada y sin poder evitarlo se levantó y conectó el ordenador para comprobar si el sueño había sido algo premonitorio y tenía un mensaje suyo, pero no era así. La bandeja de entrada solo mostraba correos de trabajo y propaganda comercial.
Cuando volvió a la cama, decepcionada, se dijo que quizás debería tratar de ver a Pablo una vez más para cerrar una puerta de su pasado que no terminaba de encajar del todo, que para ella solo estaba entornada.
Le costó conciliar el sueño, indecisa, y con el corazón dividido entre las ganas de verle otra vez, y la promesa que le había hecho a su mujer de no volver a molestarle.
La mañana le trajo la fuerza de voluntad que necesitaba para no hacerlo.
María regresó contenta de su fin de semana con su padre. Cuando la abrazó le dijo que él le había explicado que ahora iba a tener dos casas, una con papá y otra con mamá, y dos cuartos. Y añadió que estaba contenta de tener dos cuartos. Miriam suspiró y agradeció a Ángel que se hubiera ocupado de explicarle a la niña la situación.
Eso la decidió a empezar a buscar un piso para María y para ella.
Miró en inmobiliarias, y acompañada de Susana recorrió pisos vacíos hasta que encontró lo que deseaba. Se decidió por uno que no estaba lejos del bufete, y cercano también a una guardería y a un colegio. Si iba a invertir en una vivienda, que fuera de forma definitiva. María, y también ella, necesitaban estabilidad para su vida.
Mientras recorría el piso con sus padres, observó que las ventanas eran antiguas y dejaban filtrar un poco del aire invernal. Habría que cambiarlas antes de que se mudasen, y una idea se empezó a abrir paso en su mente. Si había que hacer reformas, eso podría darle la excusa que necesitaba para ponerse en contacto con Pablo de nuevo, sin ponerse demasiado en evidencia.
El cambio de ventanas no necesitaba de la supervisión de un arquitecto, pero quizás suprimir una de las habitaciones, que en principio no necesitaba, sí.
Se decidió por el piso y comenzó los trámites para la compra.
***
Una mañana, Manuel se presentó en el despacho sin previo aviso.
—¡Hola! —saludó Susana a su sobrino—. No sabía que estabas en Sevilla.
Él la abrazó con fuerza.
—Llegué anoche en visita «sorpresa». ¿No escuchaste los gritos de alegría de mi madre? —bromeó—. Me ha contado lo de Miriam y he venido a ver cómo está. Y a ofrecerle mis «servicios».
Desde pequeña había sido la niña mimada no solo de sus hermanos sino también de sus primos.
—A ver, Manuel, ¿qué servicios? Que eres muy bruto…
—Partirle las piernas al capullo con el que se casó. Si le ha puesto una mano encima de mala manera, lo voy a colgar por salva sea la parte de la bandera del Giradillo.
—No es el caso, Ángel no la ha maltratado, al menos físicamente.
—De todas formas, voy a asegurarme. ¿Está en su despacho?
—Sí.
Golpeó con suavidad la puerta y a continuación la entreabrió, asomando la cabeza por la rendija.
—¿Se puede?
—¡Manuel! ¿Qué haces aquí?
Este estrechó a su prima con fuerza, esa fuerza que le costaba controlar cuando abrazaba a alguien delicado.
—He venido a ver a mi prima favorita.
—Soy tu única prima.
—Pero si tuviera más, serías mi favorita, seguro.
—Qué zalamero eres. Las mujeres deben volverse locas contigo.
—No me quejo, pero no he venido aquí para hablar de mis posibles mujeres, sino de ti. ¿Qué pasó? ¿Por qué te has separado? A mí dime la verdad, si no se la has contado a tu familia. Yo sé cómo dar un escarmiento sin meterme en problemas —dijo guiñando un ojo.
Miriam sonrió.
—No hay que escarmentar a nadie, mi matrimonio no funcionaba y le hemos puesto fin. Nada más.
—¿No te ha maltratado de alguna forma?
—Solo a mi ego, pero se está recuperando a pasos agigantados. Tranquilo, Manuel, lo tengo todo controlado. El proceso de divorcio está en marcha, de mutuo acuerdo y de buen rollo.
—En ese caso, me quedo más tranquilo. Aunque te confieso que me hubiera gustado darle un par de collejas a ese imbécil que no ha sabido hacerte feliz.
Miriam miró las grandes y fuertes manos de su primo, que con el entrenamiento añadido debían de ser un arma letal.
—Horror me da pensar en lo que una colleja de esas manos puede hacer en una persona. Y más en Ángel, que es tan… blanducho.
—Puedo mandarlo fuera de la habitación, como mínimo —Rio—. Pero si se está comportando, yo lo haré también.
—Gracias. Me emociona que hayas venido.
—Ya te he dicho que eres mi prima favorita. Y ahora que está todo claro, ¿crees que tus jefes, esos de ahí fuera, te dejarán salir a tomar un café con un militar peligroso y hambriento? No he desayunado todavía.
—Seguro que sí. Mi contrato dice que tengo media hora de desayuno, y si no lo respetan les puedo denunciar. Soy abogada.
—Vamos entonces.