Capítulo 11
Al día siguiente Ángel la llamó para comer juntos en el descanso de su jornada laboral. Se encontraron en un bar de tapas cercano a su lugar de trabajo.
Una vez instalados en una de las mesas, y con sendos platos de comida delante, Ángel comentó:
—Anoche hablé con mis padres.
Miriam suspiró antes de preguntar.
—¿Cómo se lo han tomado?
—Como era de esperar. Mi padre me preguntó cómo no habíamos puesto medios para evitarlo y mi madre dijo que eso nos pasaba por acostarnos juntos sin estar casados.
—Ya.
—Le he dicho que nos casaríamos.
—Yo aún no he contestado a eso, Ángel.
—Creí que ayer habías dicho…
—Que lo pensaría. Y lo estoy haciendo.
Él pinchó un trozo de su pescado rebozado y antes de comerlo comentó:
—No sé qué hay que pensar. ¿No me quieres?
—Sí.
—¿Entonces? Vamos a tener un hijo, al que hay que darle un hogar. Lo normal es que nos casemos, ¿no?
—Podemos vivir juntos una temporada antes de dar ese paso.
—No quiero traer al mundo un hijo fuera del matrimonio. Quiero que nazca como nací yo, y tú también. En una pareja debidamente legalizada.
Miriam se sentía muy cansada, demasiado para luchar contra corriente. No deseaba que Ángel pensara que no le quería.
—Está bien, nos casaremos.
—Antes de que se te note.
—¡Por favor! ¿Qué importa eso? —preguntó exasperada.
—A mí me importa.
—Di mejor que le importa a tu madre, por el qué dirán.
Él no respondió.
—De acuerdo, antes de que se note. Pero no falta mucho para eso, hoy me ha costado un poco de trabajo abrocharme los vaqueros en la cintura.
—Pues empezaremos los preparativos cuanto antes.
—Quiero que mis hermanos estén presentes.
—Javier siempre viene en Navidad.
—Estamos a final de octubre, Navidad está a la vuelta de la esquina.
—Razón de más para empezar ya. Hay que ir pidiendo fecha en la iglesia. Y encontrar un restaurante donde celebrarlo.
—¿Iglesia?
—Yo soy católico, no me sentiría debidamente casado en una ceremonia civil.
—Y yo no me sentiré más casada por hacerlo delante de un sacerdote. De acuerdo, por la iglesia —concedió resignada.
—Bien, tengo que regresar ya. No quiero llegar tarde, voy a tener un hijo que mantener y debo conseguir que me renueven el contrato después de las prácticas.
—Sí, yo también debo volver al bufete.
Se despidieron con un beso en la mejilla, y Miriam no pudo evitar preguntarse dónde se estaba metiendo.
Cuando llegó a casa, aquella tarde encontró a Marta y Sergio sentados en el porche trasero. Suspiró y se resignó a dar la noticia al resto de la familia. Empezaría por ellos, porque además necesitaba el consejo de su amiga. Después llamaría a Javier y a Hugo para decirles que iban a ser tíos. También tendría que contárselo a Pablo, y la idea le encogió el estómago como una garra helada.