Capítulo 17

Pablo salió del cuarto de baño con rapidez, cuando le pareció escuchar el sonido de su teléfono móvil que había dejado en el salón.

Había llegado a casa muy sucio de cal y yeso, procedente de la obra que había supervisado por la mañana y, mientras Begoña ponía la mesa, había entrado a darse una ducha, que necesitaba sin demora.

Aún con el pelo húmedo, asomó la cabeza y se dirigió a la mesa de centro donde había dejado el teléfono, pero el aparato no mostraba ninguna llamada perdida.

—Bego, ¿me ha llamado alguien? Me ha parecido escuchar el móvil.

La mujer, que colocaba los cubiertos, respondió sin mirarle y dedicando toda su atención a su tarea.

—Yo no he oído nada.

—Lo habré imaginado.

Comenzó a ayudar con la mesa, mientras Begoña le observaba con atención. Sus celos se habían disparado después de la conversación con Miriam, que se había encargado de eliminar sin que dejara rastro.

—¿Esperas alguna llamada? —preguntó cautelosa.

—Sí, el proveedor de las encimeras de cocina me tiene que avisar cuando tenga listos los pedidos para el bloque que estamos construyendo. Me prometió que llamaría hoy sin falta, pero ya ha pasado la mañana y no lo ha hecho.

—Seguro que lo hace esta tarde —dijo clavando en él una mirada llena de suspicacia.

—¿Qué ocurre? ¿Tengo aún yeso en el pelo?

—No.

—¿Entonces, por qué me miras así?

—Por nada. Comamos.

Se sentaron a la mesa, pero la llamada que había recibido un rato antes había conseguido quitarle el apetito a Begoña. Sabía quién era Miriam, por supuesto, Pablo le había hablado de ella al principio de conocerse. La mujer de la que estaba enamorado, probablemente en la que aún pensaba cuando se quedaba ensimismado mirando la pantalla de la televisión sin verla. A la que había creído vencer, y que había vuelto a aparecer de la nada hacía apenas una hora. Pero no iba a entrar de nuevo en la vida de Pablo, él era suyo ahora y por nada del mundo iba a permitir que la tal Miriam perturbara la felicidad que compartían.

Llevaba mucho tiempo enamorada de Pablo, y había jugado sus cartas cuando lo vio hecho polvo porque la mujer que quería se había casado con otro. Había estado ahí para consolarle, para coger su mano, escuchar sus silencios y besar su boca, necesitada de besos.

Una noche habían hecho el amor sobre el sofá después de ver una película y beber unas copas. Una mirada, un beso y una cosa había llevado a la otra. El hombre, solitario y destrozado, había caído en sus brazos como un niño hambriento. Después, no hizo falta decir nada, la relación fue cosa hecha, y Miriam Figueroa pasó a formar parte del pasado. Y ahí se iba a quedar, porque no pensaba permitir que destruyese lo que tenían Pablo y ella.

—¿Qué te ocurre, Bego? Estás muy seria —La mirada atenta de Pablo le indicó que su cara estaba reflejando sus pensamientos

—Me duele un poco la cabeza, solo eso. Me echaré un rato ahora cuando bajes al estudio. Porque vas a bajar, ¿no?

—No, creo que me acercaré a la empresa de las encimeras, a ver qué ocurre.

Begoña sintió el fantasma de los celos adueñarse de ella. Aquella mañana le había comentado que pasaría la tarde trabajando en unos planos en el estudio y ahora cambiaba de opinión. ¿Se debería a la llamada de aquella mujer? ¿La esperaba? ¿Acaso no era la primera vez que telefoneaba? Tendría que aguardar a la noche, cuando él se durmiera para poder coger el móvil y rastrear si tenía alguna llamada anterior de ella. O el correo electrónico, como se habían comunicado en el pasado. Pero una cosa tenía clara, y era que Miriam Figueroa no iba a quitarle a Pablo ahora que era suyo.

Después de la comida, Pablo recogió la mesa y tras meterlo todo en el lavaplatos, se acercó a Begoña para despedirse con un beso en la mejilla. Ella giró la cabeza y le besó ávidamente en la boca. Él la contempló con fijeza.

—Si no me hubieras dicho que te duele la cabeza, pensaría que estás proponiéndome que no trabaje esta tarde… —dijo socarrón.

—Puedo echarme la siesta luego. El dolor de cabeza no va a empeorar por hacer el amor.

—Sí empeorará… duerme un rato ahora y lo dejamos para la noche, cuando estés mejor.

Volvió a besarla con suavidad en los labios, y se marchó.