Capítulo 10
Fran y Susana, junto con Marta, se marcharon a Madrid a recibir a Sergio. A Miriam le hubiera encantado acompañarlos, pero se quedó a cargo del bufete. Además, después de relajarse con la noticia de la liberación, un extremo cansancio se había apoderado de ella. Suponía que la tensión acumulada le estaba pasando factura y su cuerpo le pedía dormir todo lo que no había descansado durante las semanas anteriores. Se sentía tan agotada que ni siquiera llamó a Ángel para contarle que estaría sola durante dos días. Lo único que deseaba era dormir y estar tirada en el sofá, leyendo. Además, la frialdad de su novio durante el cautiverio de Sergio había abierto una brecha entre ellos. Miriam sentía algo que no había experimentado nunca ante la forma de ser de Ángel, y era decepción.
Pasó los dos días sola, y aparte de ir al bufete, salió solo para acudir a la estación de Santa Justa a recoger a su familia y darle a su hermano el abrazo que tanto deseaba.
***
Miriam miró el calendario una vez más aquella tarde, aunque sabía que por mucho que lo mirase este no iba a retroceder. Llevaba veinte días de retraso con la regla y se estaba empezando a alarmar, antes nunca le había pasado. Un par de días a lo sumo; sus periodos, así como su vida, eran bastante regulares.
Se había sentido enferma durante el mes que Sergio estuvo apresado, pero lo achacó al estrés y a la preocupación que estaba padeciendo. Por eso no se dio cuenta de que el periodo no se había presentado a su debido tiempo. Pero ahora, con su hermano ya liberado y en casa, no pudo evitar pensar en ello.
Durante días había tratado de recordar algo extraño, algún desliz que hubiera podido provocar un embarazo, pero no encontró nada fuera de lo normal. Solo habían tenido un par de ocasiones para estar juntos desde el viaje y ninguna de ellas había sido diferente de lo habitual.
Llevaba puesto un DIU desde hacía tres años, cuando Ángel y ella habían empezado a mantener relaciones sexuales, se hacía sus revisiones correspondientes y pensaba que lo tenía todo bajo control. Pero ya estaba empezando a dudar de que fuera así, de modo que había decidido agarrar el toro por los cuernos y comprar un test de embarazo. Esperaría a que todos se durmieran para hacerlo.
No le había hablado a nadie de sus temores, ni a Marta ni a Susana, y mucho menos a Ángel; por alguna extraña razón a él le costaba más que a nadie contárselo. Tampoco a Pablo, con el que había vuelto a retomar los largos correos.
Ya estos se habían hecho casi diarios y los temas que trataban habían dejado de ser generales para adquirir poco a poco un carácter más íntimo y personal. Si el cautiverio de Sergio la había alejado de Ángel, la había acercado mucho a Pablo. Sin embargo, no había conseguido hablarle de su temor de haberse quedado embarazada.
Sintió a sus padres acostarse, respondió al email de Pablo y se encerró en el baño con el test de embarazo rogando estar equivocada. Acababa de cumplir veintitrés años, le faltaba un mes para terminar el máster y empezar el trabajo que anhelaba, y un hijo era lo último que quería en aquel momento.
Esperó el resultado tamborileando con los dedos sobre el lavabo y cuando los minutos necesarios transcurrieron, miró el resultado y resopló. Positivo y además indicaba de seis semanas. Debía haber sucedido los días previos a la desaparición de su hermano, una tarde en que los padres de él habían estado visitando unos familiares fuera de Sevilla.
Una mezcla de emociones la asaltaron: temor, agobio y también una punzada de ternura por ese ser que empezaba a crecer dentro de ella.
Se lavó la cara y se dijo que había que afrontarlo, que de nada servía esconder la cabeza en la arena como un avestruz, que Ángel estaría con ella y también toda su familia, de eso no tenía ninguna duda.
Se acostó y tras dar muchas vueltas en la cama consiguió dormirse. Por la mañana, en cuanto escuchó a Susana trastear con el desayuno, se levantó dispuesta a las confidencias.
—Buenos días, mamá —dijo sentándose a la mesa de la cocina.
—Hola, cariño. Muy temprano levantada, ¿no?
—No he dormido demasiado bien esta noche…
—¿Algún problema? —preguntó mirándola a los ojos con cautela—. Ya tenemos a Sergio en casa.
Miriam suspiró.
—Depende de cómo te lo tomes.
Susana dejó de llenar la cafetera con el café molido y se volvió a su hija. Estaba seria y ojerosa y la miraba fijamente a los ojos.
—Hay algo que os tengo que contar a ti y a papá. Quiero que seáis los primeros en saberlo.
—¿Qué ocurre, cariño?
—¿Qué tal te sentaría convertirte en abuela?
Susana se sentó junto a su hija y le acarició la mano
—A mí, bien… lo peliagudo es cómo te sentará a ti convertirte en madre a los veintitrés años.
—No lo sé, acabo de saberlo. Me hice un test anoche y todavía no he tenido tiempo para asimilarlo. Estoy de seis semanas.
—¿Ángel lo sabe?
—No, no le he dicho nada todavía. Supongo que se lo tendré que contar cuanto antes.
—Claro.
—¿Qué le tendrás que decir cuanto antes y a quién? —preguntó Fran entrando en la cocina en mangas de camisa.
—Siéntate, papá.
—¿A mí? ¿La noticia es para mí?
—Me refería a Ángel, pero sí, también a ti.
Fran se sentó y miró a su hija.
—Estoy embarazada —dijo sosteniendo la mirada de su padre. Él sonrió.
—Bueno, eso no sería ningún problema si no fuera porque eres muy joven.
—Ya. No ha sido intencionado, ha debido fallar el DIU… no sé.
—Solo hay una cosa que quiero que sepas, nena. Tu madre y yo estaremos siempre aquí, para cualquier cosa que necesitéis el niño y tú. Porque lo vas a tener, ¿verdad?
—Por supuesto. Y sé que estaréis a mi lado en todo momento, nunca lo he dudado.
Fran abrió los brazos y Miriam se refugió en ellos. Susana les contemplaba desde el otro lado de la mesa con los ojos velados de emoción. Su niña, su pequeñina, iba a convertirse en madre, iba a vivir la emoción más grande que una mujer podía sentir, ahora sí que iba a dejar de ser una niña para convertirse en adulta. Recordó la emoción que sintió cuando Fran y ella, cogidos de la mano, se atrevieron al fin a mirar el resultado del test de embarazo que les confirmó que Javi estaba en camino. Su hija lo había mirado sola, sin su hombre al lado y eso la preocupó. Deberían haber estado juntos en ese momento; es más, él debería haberlo sabido el primero. Pero sacudió los pensamientos y continuó preparando el desayuno.
Aquella tarde Miriam quedó con Ángel para contárselo. Le preocupaba su reacción bastante más que la de sus padres, que se habían comportado tal y como esperaba de ellos.
Era indudable que este embarazo iba a cambiar su vida y su relación de pareja, y no sabía de qué modo. Porque a ella le gustaba tal y como la tenían ahora, pero eso iba a cambiar de forma irremediable en el futuro. Ya no volverían a ser los chicos despreocupados de ahora, nunca más.
Susana y Fran se habían quedado en el despacho y ella aprovechó la ocasión para invitarle a tomar un café en su casa.
En cuanto abrió la puerta, Ángel se inclinó a besarla en la mejilla.
—¿Estamos solos? —preguntó con el ceño fruncido.
—Sí, pero no te he llamado para echar un polvo, tengo que hablar contigo.
—De todas formas, no puedo quedarme mucho, estoy arreglando un ordenador que debo terminar para última hora de la tarde.
—Siéntate entonces, el café ya está listo.
Ángel se sentó en el sofá y tomó la taza que Miriam le tendía.
—Dime.
—Supongo que debería prepárate un poco para esto, pero no se me ocurre cómo hacerlo. Creo que voy a ir al grano —suspiró—. Estoy embarazada de seis semanas.
Ángel depositó con cuidado la taza sobre la mesa y respiró hondo. Y a continuación hizo la típica pregunta.
—¿Estás segura?
—Sí —respondió Miriam sentándose a su lado—. Me hice un test anoche.
—No me habías dicho nada.
Ella se encogió de hombros.
—No quería inquietarte sin necesidad, podía tratarse de un simple retraso. He estado muy tensa con lo de Sergio y estas cosas suelen afectar al periodo.
—Entonces no hay duda.
—No, no la hay.
Ángel dio un largo sorbo a su taza, y por un momento se quedó pensativo, mirando al vacío.
—Bueno, a lo hecho, pecho —suspiró—. Nos casaremos.
Miriam sintió pánico por un momento.
—¿Cómo que nos casaremos? Ángel, yo tengo veintitrés años y tú veinticuatro. ¿Cómo vamos a casarnos? Yo estoy estudiando todavía y tú acabas de empezar en la empresa. Tienes un contrato de prácticas que no da ni remotamente para mantener una familia, y la reparación de ordenadores es algo muy irregular. Está bien para alguien soltero que se gana un sobresueldo, pero no es suficiente para pagar las facturas y mucho menos si hay un bebé.
—¿Y qué es lo que quieres? ¿Seguir en tu casa y yo en la mía, y que sean tus padres los que mantengan a mi hijo? No pienso consentirlo.
Miriam nunca había visto a su novio hablar de una forma tan contundente. No había pensado en eso, en realidad no había tenido tiempo de pensar en nada. ¿Qué iban a hacer?
—No es lo que quiero o dejo de querer, pero no podemos permitirnos una casa y mucho menos mantener a un niño, Ángel.
Él apretó los labios con fuerza.
—Lo solucionaremos, a menos… que no desees casarte conmigo. Que no me quieras lo suficiente.
—Claro que quiero casarme, pero no ahora. No estaría contigo si no te quisiera.
—Ya sé que no estaba previsto todavía, pero las cosas están como están y, lo queramos o no, es el momento de formar una familia, Miriam. Yo soy tradicional, ya lo sabes. Piénsate lo de casarnos, ¿vale? No quiero que nuestro hijo se crie lejos de mí.
Miriam suspiró.
—Vale.
—¿Tú estás bien?
—Sí, perfectamente. No tengo molestias, ni nauseas ni ninguna otra cosa aparte de cansancio. Mientras Sergio estuvo desaparecido vomité unas cuantas veces, pero ya no.
—Eso está bien. Cuídate.
—Por supuesto.
—Ahora tengo que marcharme o no terminaré el trabajo para esta tarde. Luego te llamo.
—De acuerdo, hasta luego.
—¿Se lo puedo decir a mis padres?
—Sí, claro.
Mientras le acompañaba a la puerta pensó que prefería que Ángel diera la noticia a su familia sin que ella estuviese presente. Con lo tradicionales y retrógrados que eran seguro que iban a poner el grito en el cielo. No pudo evitar acordarse del emocionado apretón de manos de Susana ni del cálido abrazo que su padre le había brindado aquella mañana. El cálido abrazo que no había recibido de su novio. Sí, era muy afortunada, con toda seguridad Ángel lo tendría más complicado con sus padres.
Aquella noche, durante la cena y aprovechando que Marta y Sergio habían salido, Susana le preguntó:
—¿Has hablado con Ángel?
—Sí, esta tarde.
—¿Cómo se lo ha tomado?
Miriam se encogió de hombros y lanzó un profundo suspiro.
—Quiere que nos casemos.
Susana ahondó en la mirada de su hija.
—¿Y tú qué quieres?
—Yo preferiría esperar un poco.
—Miriam —comentó Fran con voz grave—, casarse es algo muy serio; si no lo deseas, no lo hagas.
—No es que no quiera. Ángel y yo llevamos juntos cinco años y tenemos una relación que funciona, y siempre pensé que nos casaríamos algún día. Pero no creo que sea el momento. Ambos estamos empezando nuestra vida laboral, somos muy jóvenes. Claro que tampoco pensé convertirme en madre a los veintitrés años.
—La época en que un embarazo implicaba una boda precipitada, pasó a la historia. Y si no pasó, da igual. En esta familia no pensamos así.
—Gracias, papá. Pero no se trata de eso… Ángel piensa que debemos darle un hogar y una familia a… lo que venga.
—Ni a tu hijo ni a ti os va a faltar un hogar ni una familia si permaneces soltera un poco más. O para siempre.
—Ya lo sé, pero Ángel es el padre y no puedo decidir esto yo sola. Debo tener en cuenta su opinión y sus deseos, también.
Susana intervino con su habitual sentido práctico.
—¿Por qué no llegáis a un término medio? Os vais a vivir juntos y podéis casaros más adelante. Cuando haya nacido y con más calma. Cuando estés segura de que quieres hacerlo.
Miriam movió la cabeza dubitativa.
—No creo que Ángel acepte. Su madre es muy retrógrada y pondría el grito en el cielo.
—Pero no es ella la que se tiene que casar. Es tu vida y no debes permitir que las ideas de Manuela la decidan.
—No se trata solo de ella, su hijo piensa lo mismo sobre este tema. Cuando he intentado convencerle de esperar me ha preguntado si es que no le quería lo suficiente. Sin embargo, no es eso. Yo le quiero, pero… todo esto ha sido tan inesperado…
Susana alargó la mano y acarició la de su hija, con ternura, por encima de la mesa.
—Piénsatelo con calma, es normal que estés confusa y asustada. Decidas lo que decidas, nosotros te apoyaremos.
—Gracias, mamá.
—Pero hay una cosa que no puede esperar y es que busquemos un buen ginecólogo y una matrona competente. Ese embarazo hay que empezar a controlarlo ya —dijo con una sonrisa.
—Sí, supongo.
—Miriam, cariño… estás a punto de vivir una de las experiencias más bonitas de la vida de una mujer. No importa que llegue en un momento poco conveniente, ni los problemas que pueda conllevar. Disfrútala. Siente esa vida que crece dentro de ti, y que te traerá una clase de amor que está por encima de todos los demás —Alzó la vista hacia Fran—. A ti te quiero con locura, lo sabes, pero el amor que te genera un hijo…
Él sonrió.
—Claro que lo sé. Y por eso te quiero mucho más.
Los ojos de Miriam se empañaron de lágrimas contenidas. Adoraba a sus padres y deseaba el tipo de amor que se profesaban. Ojalá algún día Ángel y ella, después de muchos años de matrimonio, sintieran lo mismo.
Miriam colocó la mano sobre su vientre y lo acarició con suavidad. Por primera vez fue consciente de que allí había una persona, que era algo más real que la simple palabra embarazo.
Se secó las lágrimas que amenazaban con desbordarse de sus ojos.
—Son las hormonas, nena —dijo Fran ofreciéndole un pañuelo—. Hazte a la idea de que tus emociones van a entrar en una montaña rusa.
Ella sonrió entre lágrimas.
—Vale. Gracias a los dos.
—De nada. Vas a convertirnos en abuelos, y ya sabes que nos encantan los críos.
—Os agradecería que no dijerais nada aún… Hasta que decida lo que voy a hacer.
—Por supuesto. Cuéntalo tú cómo y cuándo quieras.
—Me voy a dormir, estoy un poco cansada.
—Buenas noches, cariño.
Se fue a su habitación y se metió directamente en la cama. No miró si tenía un correo de Pablo, con toda probabilidad fuera así, pero no se sentía con ánimo para contestarlo. No esa noche.