Capítulo 2

Miriam se sentó ante el ordenador un poco indecisa. Después de hablar con Marta y comentarle que había descubierto la identidad del hombre de la playa, su amiga le había preguntado si pensaba hacer algo. La verdad era que tenía una curiosidad terrible por saber más de él, de aquellas insistentes e intensas miradas que les había dedicado durante todo un mes. De averiguar por qué aquel verano no había dejado de mirarlas.

Había buscado en internet, picada por la curiosidad. Encontró su página web de arquitecto con una amplia información sobre su carrera profesional y una dirección de correo, que anotó. Pero ahora no se decidía a utilizarlo. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podría explicarle su interés varios años después de aquel verano?

Sin embargo, algo en su interior la impulsaba a escribirle, aunque solo fuera para corresponder al saludo que le había enviado a través de su padre. Decidió hacer caso a su instinto y no postergarlo más, de modo que abrió el correo electrónico y empezó a teclear escribiendo lo primero que se le ocurrió.

«Hola,

Supongo que te acuerdas de mí, puesto que has buscado el asesoramiento jurídico de mi padre, pero si no es así, te aclaro que soy Miriam Figueroa, la chica a la que mirabas en la playa de Ayamonte hace unos años. O una de ellas, porque yo creo que a quien en verdad contemplabas era a mi amiga Marta (la más rubia de las dos).

Quizás te preguntes el porqué de este email, pero la verdad es que me ha halagado que te acordaras todavía de mí, tanto tiempo después, y más aún que te hayas molestado en averiguar mi nombre. Ya sé que en los pueblos todo el mundo se conoce, pero te confieso que yo no sabía quién eras… Cuando mi padre me dijo que le habías dado recuerdos para mí, te tuve que buscar en Google y entonces sí, te reconocí al instante al ver tu foto.

Quiero también darte las gracias por confiar en mi padre para que te represente legalmente en tu demanda; es muy bueno y te aseguro que, si hay una posibilidad de ganar el caso, la encontrará. Confía en él.

Me ha comentado que tuviste un accidente y que te han quedado algunas secuelas, pero espero que no sean demasiado graves y puedas seguir desempeñando tu profesión. Yo no sé qué pasaría si de buenas a primeras no pudiera desarrollar la mía; no sé si sabrás que estudio Derecho, y ansío terminar la carrera para empezar mi andadura como abogado. En un par de años confío en formar parte del bufete familiar a tiempo completo.

¿Sigues viviendo en Ayamonte? No te he visto por allí las últimas veces que he ido al pueblo, aunque, la verdad, no han sido visitas muy largas, al menos no como la de aquel verano.

Bueno, no te molesto más. Me he enrollado demasiado, solo quería darte las gracias y saludarte.

Miriam».

Lo leyó y releyó varias veces y, convencida de que era exactamente lo que quería decirle, pulsó la tecla de enviar.

Después se fue a la cama.

Cuando al día siguiente llegó de la facultad eran las seis de la tarde, y lo primero que hizo fue abrir el correo. No había ningún mensaje de Pablo Solís, y no pudo evitar sentir una punzada de decepción. Era normal, después de cuatro años él no tendría ningún interés en saber nada de ella, y si se había acordado de su nombre era debido a la necesidad de encontrar un abogado.

Bajó a tomar un café y luego se sentó a estudiar. Aquella noche cenaría en casa de Ángel y debía aprovechar lo que le quedaba de tarde.

***

Pablo llegó a su casa después de tres días en Madrid por cuestiones de trabajo. Había presentado el proyecto para la construcción de unos grandes almacenes en un barrio periférico, y de paso aprovechó para hacer un poco de vida cultural. En Huelva, donde residía, la oferta no era muy abundante. Asistió al teatro y a un concierto, visitó una vez más el Museo del Prado, y se permitió un día de asueto antes de regresar.

No confiaba demasiado en conseguir el proyecto, había estudios de nombre reconocido compitiendo, pero no perdía nada por intentarlo.

Cuando al fin pudo sentarse a comprobar el correo, que no tenía configurado en el móvil, era ya bastante avanzada la tarde.

Su sorpresa fue enorme al encontrar un mensaje de Miriamfiguer con fecha de tres días atrás. Su mente voló hacia Ayamonte, a la playa y a una preciosa chica con un bikini rojo. Con toda seguridad se habría convertido en una mujer espectacular con el paso de los años.

A pesar de haberle enviado sus saludos a través de su padre, no se le había pasado por la imaginación que pudiera responderle. Lo abrió el primero, ignorando el resto de correos, e impaciente por leer su contenido.

Una enorme sonrisa se fue dibujando en su boca a medida que leía, el dolor de la pierna se alivió y el cansancio del viaje pasó a segundo término. Apenas acabó la lectura, se apresuró a responder, con la esperanza de iniciar una correspondencia regular. Quería saber qué había sido de aquella chica que tanto le había atraído en el pasado.

***

Tres días después, Miriam estaba sentada ante el ordenador buscando información en internet cuando le sonó el pitido de un mensaje entrante. Lo abrió y su sorpresa no tuvo límites cuando vio el remitente psolis. Ya no esperaba que respondiera a su correo. Lo abrió y se encontró con un largo párrafo.

«Hola, Miriam:

Claro que me acuerdo de ti, y para que despejes tus dudas te diré que no miraba a tu amiga. El porqué no lo sé, pero llamaste mi atención aquel verano. Me pareciste tan joven y tan seria que no podía dejar de observarte tratando de averiguar si había algo triste o duro en tu vida. No me pareció, se te veía alegre, y deduje que simplemente eras así.

Disculpa la tardanza en responder, he estado de viaje por trabajo y no he visto tu email hasta hoy; me alegra muchísimo que lo hayas enviado, pero no tienes que darme las gracias por haber escogido al bufete de tu padre para representarme. Me he informado y es uno de los mejores en su género, así que lo he hecho de forma egoísta. Necesito el dinero de la indemnización para poner en marcha un proyecto que me permita desarrollar mi profesión, a pesar de las limitaciones que me ha producido el accidente. No es nada grave, solo una leve cojera en la pierna izquierda que se acentúa con el cansancio y con los cambios de tiempo. Pero la articulación de la rodilla está dañada y no me permite subir por escaleras inseguras ni provisionales, porque me falla a veces.

No vivo en Ayamonte, me mudé a Huelva hace unos años, por eso no me has visto en tus visitas; ya aquel verano vivía aquí, trabajando en un estudio, y en el pueblo solo estaba de vacaciones en casa de mis padres. No he vuelto a poder permitirme el lujo de todo un mes sin hacer nada; por fortuna el trabajo no me falta. Estoy tratando de abrir mi propio estudio arquitectónico, lo que me convertirá en mi propio jefe y no importará si tengo que bajar el ritmo en ocasiones porque la pierna me moleste demasiado. Que insisto, no afecta para nada a mi día a día.

Veo que eres tan entusiasta de tu trabajo como yo del mío. Eso es genial, sería demasiado triste desempeñar una actividad que no nos agrade. ¿Piensas especializarte en alguna rama? A mí me gustan los puentes de forma especial, pero claro, no todos los días te encargan construir uno, de modo que de momento hago casas y todo lo que me encargan.

Estos días he estado en Madrid presentando un proyecto para unos grandes almacenes, aunque no confío demasiado en conseguirlo. Todavía no tengo el nombre suficiente para que me den un proyecto de esa envergadura, pero debo intentarlo. No soy de los que se rinden antes de empezar.

Como ves, yo también me he enrollado, y no es habitual en mí, pero deseo añadir una cosa más. Quiero que sepas que ha sido una grata sorpresa recibir tu mensaje y espero que esto no sea algo puntual y sí el comienzo de una buena amistad.

Pablo».

Miriam no se había dado cuenta de que había devorado el correo y que una sonrisa se había apoderado de su boca. Ella también esperaba que fuera el comienzo de una amistad.

Se sentía tan contenta que se apresuró a devolver el correo.

«Hola, Pablo:

Me siento muy feliz de que me hayas respondido. Al ver que no contestabas me imaginé que, a pesar de que mandases saludos a través de mi padre, lo hubieras hecho de forma mecánica, y te estuvieras preguntando quién demonios es Miriam Figueroa. O que no te interesara iniciar una correspondencia conmigo.

Me alegra mucho saber que no es así. Yo también espero que esto sea el comienzo de una buena amistad y así romper un poco el misterio que te rodea. Marta, la chica que me acompañaba y yo, especulamos mucho aquel verano sobre ti. Ahora ya podré contarle que he identificado al hombre de la playa, como te llamábamos entonces.

Aunque solo sé que te llamas Pablo Solís y que eres arquitecto, el resto ya tendremos ocasión de conocerlo poco a poco.

Te dejo, tengo que estudiar.

Un saludo,

Miriam».

Y muy satisfecha le dio a enviar. Después, llamó a Marta, impaciente por contarle su descubrimiento.

—Hola —saludó su amiga al otro lado del móvil.

—Hola, Marta. Tengo una cosa que contarte —dijo con tono misterioso.

—Hummmm, dime.

—¿Te acuerdas del verano que pasamos en Ayamonte todo un mes?

—Sí, claro. Fue el primer año que Sergio se embarcó y me llevaste allí para hacerme más llevadera la separación.

—¿Recuerdas al hombre que nos miraba?

—Te miraba. Era a ti a quien no quitaba ojo.

—Ya lo sé —dijo con una risita—. He descubierto quién es.

—¿En serio?

—Sí. Se llama Pablo Solís y es arquitecto.

—¿Puedo preguntar cómo lo has averiguado? ¿Te lo ha contado alguien del pueblo?

—No, ha sido él.

Marta exclamó impaciente:

—¿Quieres dejar de decir frases escuetas y contármelo todo? ¡No juegues a los misterios conmigo!

Miriam se echó a reír con ganas. Sabía que la curiosidad de Marta no resistiría que le diera la información con cuentagotas.

—Ha contratado a mi padre para que le represente en una demanda judicial. Le dio recuerdos para mí, y yo lo busqué en Google. Le mandé un email para devolverle el saludo y hace un rato me ha respondido.

—¿Y qué? ¿Cómo es? Porque aquel verano parecía de lo más misterioso.

—En absoluto, es un hombre muy agradable. Muy correcto y educado.

—Correcto y educado, seguro, lo pudimos comprobar aquel verano. En caso contrario se te habría tirado encima, porque te comía con los ojos.

—No era para tanto.

—Si tú lo dices… A menos que no supiera hablar. ¿Sabe?

Miriam volvió a reír con ganas.

—Supongo que sí. De momento solo me ha escrito, pero si fuera mudo mi padre me lo habría dicho.

—¿Y le vas a responder?

—Sí.

—Pues ya me cuentas. Ahora te dejo que prometí a Sergio que le llamaría antes de que entrase al comedor. Luego tiene guardia.

—Dale un beso de mi parte.

Cortó la llamada y comenzó a estudiar, dispuesta a aprovechar el resto de la tarde.