El vampiro del castillo de Estela

Allá por el primer tercio del siglo X, los Pirineos dejaron paso, en diversas ocasiones, a feroces guerreros venidos de las riberas del mar Caspio. Conocidos como «ungulos» o «ungrios» y, acostumbrados desde niños a la guerra más sangrienta, se hicieron tristemente famosos allá donde pacieron sus caballos. Pero estos bárbaros no sólo nos dejaron un valle de destrucción y dolor, mas también sus cadáveres abatidos en la batalla. Paganos y sacrílegos como llegaron a ser (atacaron diversos monasterios e iglesias de Girona, Bañoles y Empuries), no es de extrañar que alguno de aquellos cuerpos inertes, abandonados en los parajes aun vírgenes del norte de Cataluña, yaciera insepulto al alcance de fuerzas diabólicas tan tenebrosas como los vampiros de sus tierras de origen. Alguno de estos seres malignos debió de cebarse sobre alguno de ellos y mediante repulsivos ritos ancestrales devolvió a la vida, o mejor, a la no-muerte, a aquel hombre que en su existencia debió destacar por su sanguinaria y pagana ferocidad. Criado en una oscura casa fortificada próxima a la comunidad de Amer, que se levantaba en lo alto de un cerro, cuando el no-muerto estuvo adiestrado en los poderes de la magia póstuma fue enviado al otro lado del valle, a una montaña donde, desde tiempos inmemoriales se levantaba un menhir, lugar de oscuras y supersticiosas adoraciones.

No tardó demasiados siglos en que en el lugar del antiguo menhir se levantara un imponente y tenebroso castillo llamado de Estella. Los habitantes empezaron a vivir sojuzgados y abatidos por una maldición que se cernía sobre ellos: en el castillo de Estella vivía un ser repulsivo y espeluznante, conocido como el «Ugarés», por los rumores que corrían sobre su lejana procedencia

[140]. Tal nefando caballero se le atribuían apetitos vampíricos y caníbalescos, que le permitían cruzar los años, e incluso los siglos, sin que hicieran mella en su salud. Tan horrendo señor, decía el vulgo que se negaba a acercarse para nada al castillo, se hacía cocinar por su sirvienta un chiquillo que previamente había sido sustraído por ella del hogar familiar. Cuenta la leyenda que allá por el año de 1427, un terremoto asoló todo el pueblo, pareciéndose a una batalla entre los poderes del bien y del mal, pues, empezando por destruir los lugares sagrados, iglesia y monasterio, terminó cebándose sobre el cerro donde se levantaba el castillo de tan diabólico ser. En lontananza se pudo contemplar cómo se abría una brecha que se lo tragó todo en medio de llamas azuladas y vapor de azufre, y acompañado por un fuerte olor a huevos podridos que causaba la muerte por asfixia a todo aquél que se acercase demasiado al lugar del suceso. Aun hoy se puede contemplar la grieta que originó tal espantoso suceso, de unos 50 cm de anchura por unos 2 m de profundidad. La gente huyó despavorida del lugar yéndose a refugiar a las comarcas vecinas, o lo más lejos posible, para evitar ser víctima de una lucha descomunal entre aquellas fuerzas sobrenaturales. Y si pasados aquellos años, alguien creyó haberse librado para siempre de aquel terrible vampiro, en 1483 una epidemia asoló a la población que apenas había empezado a recuperarse después de las reconstrucciones necesarias. Cada vez que un vecino era enterrado, nadie evitaba echar una mirada de soslayo al monte agrietado que una vez alojó el temible castillo del «Ugarés».

Queda en pie hoy una edificación, otrora pertenencia del castillo de Estela, conocida por la Torre de Sant Climent o Rocasalva y que se halla equidistante al castillo, en otro cerro separado por un angosto valle. Decir que la leyenda del castillo de Estela (o Estella), respecto de los ogros comechicos, la relata Lluís Almerich

[141], pudiéndose consultar para la historia del castillo y de la población de Amer en general: Marqués Casanovas, Jaime (1969). Los Castillos de Estela y Rocasalva, vigías del valle de Amer, en: Revista de Girona, 15, p. 24-27; y Ídem(1970-71). Amer, en: Anales del Instituto de Estudios Gerundenses, 20, p. 5-74.