Prólogo

¿Por qué otra historia de vampiros? ¿Qué pintan tales personajes de ficción en una obra seria? ¿Puede existir cualquier visión antropológica de unos seres fantásticos?

Lo cierto es que la imagen del vampiro se ha ido incorporando en nuestra cultura como una bestia de ficción, un «coco» con el que asustar a los aficionados del género de terror y poco más. Pocos son los que conocen si hay algún trasfondo real detrás de este personaje y la degeneración que el cine ha hecho del mito nos lleva a un concepto cada vez más fabuloso e increíble.

Lo cierto es que el mito mismo del vampiro ha sufrido una importante evolución desde la Carmilla de Le Fanu y el Drácula de Stoker.

Al principio un monstruo de la noche, un enemigo de la humanidad, fue adaptado por el cine en figuras como el Drácula que acabó enloqueciendo a Bela Lugosi, su protagonista, o el monstruoso y a la vez extrañamente sensual Nosferatu. Poco a poco, la imagen fue limitándose tan solo a extraños festines de sangre a borbotones y a un Drácula repetitivo, siempre resucitante, que mezclaba brotes de erotismo con vinculaciones con el maligno y el satanismo en general. Pasó por ser patético compañero de otras bestias de ficción y acabó siendo el clásico monstruo con menos cerebro que su habitual e imprescindible némesis. Pero esa figura no habría de quedarse ahí. Aproximaciones y visiones más modernas, como Drácula de Coppola o el Lestat de Anne Rice culminaban la última mutación del mito, que antes había pasado por pasos previos como su versionalización en tono de humor (como en «Amor al primer mordisco») o su transmisión al mundo del cómic donde lentamente pasó de ser el enemigo de los personajes a tener entidad propia como personaje en sí.

Estas nuevas visiones del mito nos enfrentan con algo distinto, el vampiro como un ser distinto, acaso antaño humano, pero perteneciente a una raza paralela, con sus conflictos y su propia sensación de marginación, con su bendición-maldición a cuestas, no siendo ya un esbirro del Diablo, sino tan solo un ser de otra especie que precisa alimentarse y trata de hacerlo cazando para sobrevivir y no por puro y glotón placer. Uno piensa, viendo estas nuevas versiones del vampiro, si muchos de sus rasgos no parecen coincidir con algunas personas que andan entre nosotros, humanos distintos, más viejos interiormente, más sabios, quizá marginados y quizás a su modo, predadores por necesidad…

Probablemente la patética imagen del sorbedor de sangre nos aleja de pensar que esa imagen de ficción oculta otras formas mucho más reales de vampirismo que no pertenecen en absoluto a la imaginación.

Lo cierto es que en nuestro mundo han existido dementes que se han creído vampiros y se han portado como tales, pero también existen personas que necesitan alimentarse básicamente de sangre para sobrevivir y que han desarrollado rasgos de aspecto peculiares y características mentales que denotan una inteligencia nada vulgar. Quizá no sean cazadores de hombres, ni inmortales pero están ahí y no pueden ser negados. También podemos encontrarnos leyendas relativas al vampirismo en todo el mundo e incluso sociedades que interpretan el vampirismo como una forma de culto para conseguir ciertas transformaciones místicas u orgánicas, sin que ello les lleve necesariamente a matar humanos para beberse su sangre… Existen los vampiros auténticos que son unos animalillos de la especie de los murciélagos y que chupan sangre, inoculando a veces la rabia a sus víctimas y produciendo síntomas que tal vez pudieran ser el origen de más de una leyenda de vampiros…

Todo esto hace que el contenido de este libro pueda resultar interesante para sumergirse en un pequeño recorrido por el aspecto menos folklórico y más científico del estudio acerca de tal concepto.

Pero si alguien aún mantuviera su irónica sonrisa al oír hablar de vampiros, podríamos recordarle que en esta época, cuando el concepto de «energías vitales» está tan de moda, es cuando mejor comprendemos que toda comunicación humana se basa en un intercambio de «energía» (o de estados emocionales, si se prefiere) entre personas y que aunque ese intercambio pueda ser puesto en duda no puede dudarse del hecho de que ciertas situaciones o personas nos devuelvan la vitalidad mientras que otras nos la quitan por completo, que la madre a veces cura a su hijo por simple contacto, que los niños que duermen junto a ancianos suelen ser más serios y taciturnos, que algunos conocidos pueden agotarnos con sólo hablarnos unos minutos o que algunas parejas contemplan como uno de los miembros se vuelve cada vez más activo y joven mientras el otro se consume quizá demasiado deprisa… Todo ello al nivel normal del hombre común, que entrega y consume de modo casi inconsciente esta supuesta energía.

¿Vampiros? Quizá no es la imagen patética del mito, pero tal vez valga la pena profundizar un poco en nuestros conceptos y renovar nuestros estereotipos para descubrir que la figura del vampiro puede ser algo inquietante y quizás algo muy real… ¡y próximo a nosotros!

Manuel Seral