La inmortalidad
El lector muy ordenado puede sentirse un poco traspuesto en este capítulo. Cierta anarquía, y sobre todo una descompensación en la profundidad de algunos de los aspectos tratados pueden haberle provocado alguna inconveniencia. Lo que el autor pretende es que quien lo lea vislumbre aunque sea mínimamente aquellas esencias que hay detrás del vampirismo. Y que perciba que no es un fenómeno aislado, sino que participa de dos mitos vivos: el de supervivencia diaria (alimentarse) y el de la inmortalidad (el miedo a morir y a la disgregación). Poco habría que añadir a Sigmund Freud (Eros y Thánatos) si uno pretendiera ser sintético. Tenía más razón de lo que muchos piensan, quizá porque sus mejores fuentes era su propia experiencia.
Como sea que esta falta de equilibrio entre materias expuestas resulta inevitable, no me justificaré más y apenas me extenderé sobre el significado de sobras conocido de la inmortalidad. Todas las culturas de las que sabemos realmente algo han mostrado afán de trascendencia. Y entre esos afanes se encuentra el de evitar la disgregación del yo. Bien sea físicamente o en espíritu.