Un vampiro en el Empordá: Estruch
El año de Nuestro Señor de 1212 despertó de su pacífico letargo a los señores de la guerra de diversas tierras del norte, de lugares remotos y fríos. Cabalgaron velozmente al grito de conquista que había lanzado el vicario de Cristo. Inocencio III llamaba a las huestes cristianas del mundo conocido a luchar contra el impío, los infieles que al mando de Miramamolín Alnasir Mohamed ben Yakub devastaban las tierras de hispania, acechando por doquier a los indefensos colonos de la Cruz que osaban roturar con sus propias manos las tierras más allá de los limes aceptados. Encabezados por el Arzobispo de Narbona, Arnaldo Amalarico, y por un aguerrido caballero de ancestros castellanos, llamado Teobaldo de Blazón, las gentes del Poitou, y de Nantes, y otros de la Britania y aun de más allá, de las Germanías, acudían para luchar bajo el estandarte de Alfonso VIII de Castilla, que junto a navarros y catalanes, proferían gritos de venganza por la sangre de los suyos derramada.
Despiadadas luchas, feroces asaltos a murallas hasta entonces inexpugnables, tiñeron rápidamente de bermejo los campos y los ríos. Miles de cuerpos, despedazados por el acero, poblaron pronto las sendas de pueblos y valles, como atestiguando la ruta frenética que trazaba el ejército cruzado en su conquista.
Y con el avanzar de la lucha nuevos mitos nacían, anónimos hidalgos, segundones, clérigos y nobles no poco importantes de tierras lejanas, grababan con sangre sus nombres por doquier: Guillermo, arzobispo de Burdeos, el obispo de Nantes, Jofré Rodel de Vaza, Jofré de Argento, Ricardo de Poyrec, el conde de Benavento, el vizconde de Copereu, Céntulo de Astarante, Sañes de la Marca, Struch…
Melladas las espadas, rotas las lanzas, abolladas las armaduras, los guerreros no cesaban en su feroz lucha. Como infames alimañas, sedientas de sangre, arremetían despiadadamente contra el enemigo. Pero un acontecimiento les perturbó. Se alzaron voces contra el Rey castellano. ¡Traición a la Cruz! Calatrava no puede ser atacada, los almohades han pactado una vergonzosa huida desarmada. Miles de ultramontanos prefieren abandonar a sus camaradas antes que sufrir otro vil engaño hispano. Vuelven a sus tierras, cabizbajos a pesar de las victorias. Es el alma quien sufre la derrota. Otros, los menos, perdonan y siguen hacia Las Navas. Conocerán nuevas victorias, grandes hazañas. Y otros nombres coronarán el laurel. Struch firma entre éstos. Es un guerrero curtido de batallas lejanas, sus ojos proyectan la muerte que han contemplado en los campos, pero su alma es fervorosa y sus manos también han envejecido pasando las hojas de las Sagradas Escrituras. Es un hombre piadoso. Sus actos le han valido el favor de los poderosos y en recompensa, Pedro el Católico, el conde-rey, le ofrece solar en sus tierras. Él acepta, recuerda haber cruzado los Pirineos por ciertos parajes maravillosos que le evocan su cuna germana.
Pasan los años, en el villorrio la vida transcurre servil y pacífica, los deberes feudatarios son cumplidos firmemente por nuestro personaje y, al igual que antaño su espada se enfrentó sin titubeos contra aquellos diablos sarracenos, ahora su posición sedentaria no le hacen dudar en condenar a la hoguera a aquellas brujas que siglos después harán famosa la comarca. Ni tan siquiera las maldiciones de alguna de ellas impide que el brazo de la ley cumpla su deber cristiano. Pero el poder diabólico a veces se nos antoja infinito, y tras la muerte de Struch, el que en vida fuera justo, valeroso y honrado, se transforma en no-muerto, atacando a aquellos que antaño fueron sus vasallos, arrasando sus cosechas y abatiendo su ganado, convirtiendo los diezmos en tributos de sangre y propagando el terror por toda la angosta zona. Ni capellanes, ni atrevidos hombres valerosos podían enfrentarse contra vil engendro diabólico, años tuvieron que pasar para que un ermitaño judío de la próxima parroquia rural de San Pedro de Figueres, teúrgo, viniera a socorrer a la desventurada población del lugar, y con ayuda de un extraño sortilegio ancestral consiguiese, tras dura batalla, que el caballero no-muerto volviese al más allá y lograse encontrar la paz para su alma y su cuerpo.
Los años y los siglos quisieron señalar al pueblo de Llers como teatro de aquellos terribles sucesos, e igualmente convirtieron en conde a aquel simple caballero, quién sabe si por emulación de aquel otro, más conocido de todos, que habitó tiempo después en la remota Transilvania. Y por igual se añadieron otras historias, y otras variantes, y la leyenda cubrió lo que antaño había sido historia, y algunos ya no recuerdan siquiera si su nombre era Struch, Strugh o Estruch, si era cristiano o judío o si simplemente fue el hebreo que dio nombre a la conocida calle de Estruch Sacanera en la ciudad Condal.
De su tumba no sabemos nada, a lo sumo un precioso sarcófago, labrado al modo romano, adosado a la pared exterior de la excolegiata de San Félix de Girona, y donde parecen dormir los restos de la esposa y suegro de nuestro personaje. Quién sabe donde se hallará él.
Pero demasiado se ha escrito y se ha hablado ya sobre este personaje, hasta el extremo de publicarse una narración
Ni datos históricos, ni leyendas, nos dan la menor traza de semejante historia, a pesar de la insistencia de unos y otros señalando alternativamente los archivos de Ripoll (ni rastro), San Pedro de Figueres (lo más antiguo data de 1918, las guerras napoleónica y civil se encargaron de quemar el resto), o incluso los cuentos de la abuela al calor del hogar
Pero hay quien no se da por vencido, y así empiezan los titubeos sobre la fuente: Amades, Viñals, Rovira i Virgili…, y sobre todo aquel refrán que habla de «la mala astruga». ¡Quién sabe!
Sin embargo no podemos negar que ciertos elementos sí son reales: el caballero Amallii Estrucionis marido de la Arnaldeta enterrada en el sepulcro exterior de San Félix pudo muy bien ser el mismo que nos ocupa (de hecho el sarcófago data de 1214, dos años después de la campaña de las Navas; él seguiría vivo). Curiosamente nadie ha trabajado sobre estas identidades.
Otros datos que configuran la biografía se refieren a la situación de Llers con diversos castillos en su término ya en el siglo xiii: Llers, Hortal (del s. xi), Montmarí, Torrent, Molins (del s. xii) y Desgüell. Siglos más tarde se irían construyendo más
Respecto del origen nobiliario de los Estruch, así como de la etimología, parece haber un continuo error. Primero al tomar como un mismo apellido las formas Estruch, Astruc, Estruç y Esturs. En un caso el origen se halla en la grafía aglutinada del adjetivo antiguo «astruc» (del latín vulgar «astrucus»
E incluso en el primer caso, la estrella en el escudo de los Estruch parece ser más un error de los heraldistas que un dato fidedigno. Las fuentes, normalmente sepulcros, no se corresponden: Domènech i Roure
Sobre los chevrones, cheurrones o cabrias, viene a ser la mitad inferior del Sotuer (aspa), formando un especie de compás. Sobre su simbología hay diversas opiniones: representación del espolón del antiguo caballero; barrera de liza de los antiguos torneos
Este emblema parece más adecuado a nuestro personaje, mal llamado conde y, en consecuencia, con un escudo heráldico que no tenía porqué representar su propio apellido (puesto que no era noble) sino más bien a sus hazañas.
Si descartamos la etimología «estruç», definitivamente sólo nos queda «astruc» de forma oficial. Pero podríamos dudar de si esta forma tan usada por los judíos como nombre de pila -y escogida a propósito de su significado medio esotérico- es la misma del apellido Estruch. ¿Sería demasiado descabellado establecer cierto parecido con «estrige»?, al menos la evolución de est a st para volver a est parece más verosímil que no la de ast a st para transformarse en est. Las vocales i y u están en el mismo orden cerrado y hacen verosímil la transformación de una a otra. Tampoco parece difícil entender el cambio de grafía de ge o x en ch (o en gh, si aceptamos la forma Strugh)
Tanto si aceptamos un caso como otro hay que substraerse totalmente a la afirmación tan repetida y abusada sobre «la mala astruga». Ello tendría sentido si aceptábamos la etimología «astruc», pero una vez descartada no podemos establecer relaciones al respecto.
Quien sabe si el sortilegio llevado a cabo por el judío de Figueres tuvo verdadero efecto, apenas dos siglos después aparece otro vampiro conocido como el Ugarés