Epílogo
Sin pretender hacer un análisis exhaustivo del mito vampírico arraigado en todas las culturas estudiadas, pero siguiendo una metodología antropológica o, simplemente, lógica, podemos partir de tres niveles de interés o enfoque: el ser, la víctima y el rol de ambos en cada sociedad en particular.
En un primer nivel debe analizarse la naturaleza y forma física en que se nos presenta el vampiro, indiscutiblemente determinadas por su génesis, es decir, la manera como ha llegado a ser vampiro o, por el contrario, por su condición innata como tal. Tres arquetipos comunes: no-muertos o muertos vivientes; espíritus (entendidos como entidades ajenas al género humano); y demonios (seres con una posición en el panteón maléfico de la cultura en concreto). Desde víctimas a verdugos, pasando por voluntarios. En el mismo orden ascendente, el no-muerto sólo puede ser una víctima de un castigo o de un maleficio. De hecho, en este tipo de casos, la causa se halla en la trasgresión de un tabú, un tabú social, aceptado por toda la comunidad y por tanto de consecuencias inapelables, o de tipo particular, por ejemplo la afrenta a un brujo o a un demonio el cual posee el poder de transformar a su oponente en vampiro, y por el mismo motivo, susceptible de revocarse el maleficio con la ayuda de otro ser igualmente poderoso. Nótese la semejanza con el concepto de enfermedad que algunos pueblos antiguos albergaban: el enfermo es un impuro, un trasgresor de la ley divina. Cabría preguntarse si para dichas civilizaciones, el vampiro era un tipo concreto de enfermo. Es bastante común la mujer que tras haber perdido a su hijo se convierte en vampiro. En segundo lugar, los vampiros voluntarios podrían ser el producto de un pacto con aquellos poderosos seres. Y por último el vampiro por naturaleza propia, generalmente un tipo de demonio.
No es tan absurdo, como se puede pensar, hablar de rasgos vampíricos o de globalidad vampírica. Pocos son los ejemplos que tenemos sobre el primer tipo, pero no por ello desdeñables: los Râkshasas hindúes son el mejor de ellos: cumplen su rito de chupasangres, pero igualmente se les conocen otras facetas no menos importantes y en nada relacionadas con esto. Naturalmente solo podrían ser de naturaleza demoníaca, el vampirismo adquirido no permitiría el ejercicio combinado con otras facetas.
En cuanto a la forma física hay que hablar de estabilidad y de metamorfosis. Los seres femeninos abundan por encima de los masculinos (en contra de lo que ocurre con las plagas de vampiros balcánicos) y los aéreos sobre cualquier otro tipo: lechuzas y búhos, aves cazadoras nocturnas o, en otros casos, pájaros no identificados con las mismas características, son los más propensos a granjearse semejante fama.
El hábitat o el momento y lugar de acción suele ser bastante común, a pesar de las distancias culturales: el mundo subterráneo se repite en un índice que roza casi la totalidad, sea de forma directa, puesto que el vampiro vive en él, o ya porque existe algún tipo de vínculo con ese medio, en definitiva cualquier elemento que denote nocturnidad u oscuridad.
En un segundo orden de caracteres pueden estudiarse, ya no al propio vampiro sino a su alimento y, generalizando, a sus víctimas. En cuanto al primero, no es necesario determinarse por la sangre, de hecho se trata del fluido vital por antonomasia, dependiendo de cada cultura que lo identifique como tal o como cualquier otro fluido del cuerpo: semen, leche materna, orina, etc. Tampoco hay que olvidar que ciertas culturas no distinguen tan claramente la diferencia entre dichos fluidos y el propio cuerpo, presentándonos entonces a seres más próximos a la antropófagia que al vampirismo. Si pretendiéramos ignorar dichos casos pecaríamos de etnocentrismo, basándonos en el arquetipo transilvano que tenemos demasiado arraigado. En cuanto a la víctima hay una predilección por los niños, especialmente cuando los cadáveres, alimento habitual en muchos casos, empiezan a escasear. Los adultos suelen convertirse en víctimas más en situaciones de mutuo enfrentamiento que por tratarse del plato deseado.
Y por último no hay que olvidar hablar del rol que juega el vampiro dentro de cada cultura y en este apartado encontramos todas las posibilidades: desde figura central de la mitología hasta simple figura de fugaz puesta en escena, pasando, naturalmente, por todos los estadios intermedios. Y en base a la envergadura de su papel en el panteón mitológico particular encontraremos el semblante de un personaje temido de una u otra forma por la gente, pero, también, admirado: volvamos a recordar al Râkshasa, en un primer tiempo temido pero más tarde respetado e incluso admirado por su alineación, llamémosle, política,
Como dije al principio, no es posible establecer conclusiones sin hacer un estudio más amplio y más detallado de toda la familia vampírica extendida por nuestro planeta, por ello se expone lo precedente como base para futuros estudios, tal vez más precisos y certeros que éste.