Malasia
Una mujer que haya perdido a un hijo puede voluntariamente separarse de su cuerpo para, de esta manera, atacar a los niños recién nacidos de otras familias, así consigue colectivizar su dolor. Tradición ésta que también se da en las islas Nicobar en el Océano Indico. Dudley Wright [Wright, 1914] añade que a dichas mujeres les gusta especialmente el pescado.
También se habla de los bâjang, espíritus masculinos de los muertos que por invocación de un hechicero vuelven al mundo de los vivos para atacarlos. Se narran diferentes métodos, tanto para identificarlos como para acabar con ellos. Uno de ellos consiste en colocar al sospechoso de dar vida al bâjang en una habitación mientras el pawang (o experto en hechicería) se coloca en otra contigua y raspa con una navaja una vasija, a veces moldeada con la forma de la cabeza del sospechoso. Si aquél es culpable el pelo se le irá cayendo por aquellos lugares por donde se ha pasado la navaja en la vasija. Una vez descubierto el culpable es ahogado en el río
Otra historia habla
Un hijo del Langsuir, llamado Mati-anak o Pontianak, que nazca muerto también se transforma en vampiro. Anthony Masters [Masters, 1974] anota un sortilegio para espantar a esta especie de geniecillo o Djinn:
«Oh Pontianak el nacido sin vida,
arrastrado serás por el suelo desde el montículo de la tumba.
Cortaremos luego el bambú por encima y por debajo de dos nudos, el largo y el corto,
para cocer en él el hígado del Djinn Pontianak;
por la gracia de “no hay más Dios que Dios”.»
El penanggalan es la cabeza desgarrada de una mujer que gusta de beber la sangre de las parturientas e incluso de los recién nacidos. Se traslada por los aires de un lugar para otro con los intestinos (sic) colgándole del cuello. El antídoto usado es el vinagre con el que se mojan dichos intestinos
Aun existen dos tipos más de vampiros: el polong y el pelesit. Dos hematófagos que trabajan conjuntamente. El primero es el producto de un encantamiento: la sangre de una víctima por asesinato es vertida en una botella de pequeño tamaño. Unos conjuros recitados en la más solemne de las ceremonias consigue imbuirle de vida propia que se personifica en el dedo cortado del propio hechicero y quien deberá alimentarlo con la propia sangre para que el pequeño ser se mantenga su fiel y cruel servidor