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John Martin Fitzgerald, abogado de Drychester, contrajo matrimonio en 1888 con Mary Penistone, y tuvo de ella dos hijos: Walter, nacido en 1889, y Elma, nacida en 1898.
En 1909, Walter, por entonces de veinte años, tuvo algún conflicto con su padre, y abandonó el país. Llegó a China y obtuvo empleo en una compañía de tabacos de Hong Kong donde, holgazán y vicioso, aunque simpático y bien parecido, entró en un negocio de contrabando de opio.
El segundo jefe de la Aduana china era un hombre llamado Wilfrid Denny, quien había tenido ciertas dificultades por culpa de una esposa extravagante y derrochadora, y se hallaba gravemente endeudado con un gran prestamista chino. Denny no tardó en descubrir que la solución de su problema tenía un precio: hacer la vista gorda al paso del opio por la Aduana. Esto lo puso en contacto con Walter, que pronto estuvo en condiciones de extorsionar al débil y atolondrado Denny, que contaba entonces unos cuarenta años.
En 1911, el comandante del crucero Huntingdonshire, destacado en Hong Kong, era el capitán Penistone, tío del joven Fitzgerald, y para que el opio entrara al país había que hacerlo pasar por sus narices. El capitán anterior había sido fácil de manejar, pero Penistone estaba siempre alerta y era incorruptible. Tenía entonces cuarenta y tres años y era un hombre vigoroso y jovial, muy querido por su tripulación y un oficial de prestigio. Como resultaba imposible eludir su vigilancia, se había hecho necesario eliminarlo. Walter, en combinación con Denny, se valió de lo que sabía sobre el carácter de su tío para complicarlo en cierto asunto deshonroso (acaso de faldas, o vinculado con malos tratos a los nativos). Aunque en realidad inocente, Penistone aparece por lo menos como muy indiscreto, y se le conmina a presentar su dimisión.
(Penistone ignoró siempre quién era el responsable de su desgracia, y ni siquiera sabía que Walter estaba en Hong Kong, pero su carácter cambió, agriándose considerablemente.)
Durante la guerra se le permite reincorporarse, y por último se retira con el grado de almirante, concedido en reconocimiento a sus servicios. A pesar de todo, sigue atormentándose con el pensamiento de lo que hubiera podido hacer de no mediar aquel «desgraciado incidente», y cuando acaba la guerra determina investigar el asunto a fondo. Dinámicamente, reúne datos sobre todos los hechos y personas que pudieron estar vinculados con la intriga, tarea dificultada por la confusión de posguerra en China. La cosa se ha convertido ya para él en una obsesión.
Entretanto, Walter continúa con sus actividades ilícitas, y en 1914 se compromete en una falsificación. La guerra estalla exactamente a tiempo para salvarlo de la cárcel. Consigue escapar y se alista en el ejército. Pero la orden de detención sigue en pie, y, en caso de sobrevivir, parece probable que será arrestado y condenado a largos años de prisión. Toma pues sus medidas para desaparecer. Envía a su casa una carta en el estilo siguiente: «Querido padre: Os he descuidado mucho pero espero que me hayáis perdonado; he vuelto una nueva página en mi vida y ahora estoy cumpliendo con mi deber...», etc., en la que incluye, para caso de accidente, un testamento extendido a favor de Elma.
Después del desastre de Loos, en septiembre de 1915, Walter deserta y desaparece. Es uno de los «desaparecidos con presunción de fallecimiento». El viejo Fitzgerald, que desde hace tiempo está arrepentido de su severidad con «ese pobre muchacho Walter», se está poniendo muy achacoso y enfermo. Ha ganado algún dinero y vuelve a redactar su testamento, pero mantiene las disposiciones tomadas algunos años antes a favor de Walter y Elma, porque Walter ha reaparecido ya una vez y puede volver a hacerlo (ver Cap. VII).
En el ínterin, Walter ha conseguido marcharse a otra parte con los papeles de alguna otra persona. Se mantiene secretamente en contacto con Elma, para quien sigue siendo el maravilloso y bienamado «hermano mayor», radiante recuerdo de su infancia. Si Walter anda en dificultades, la culpa debe ser de algún perverso que lo metió en ellas. El mozo convierte a su hermana en su confidente. El plan es probar su fallecimiento cuando Elma entre en posesión de la herencia, y ésta le entregue su parte bajo su nueva identidad.
El viejo Fitzgerald muere en 1916. No puede hacerse gran cosa hasta 1918-1919, cuando los prisioneros de guerra ingleses recuperan su libertad, y la «presunción de fallecimiento» de los combatientes desaparecidos es reconocida por las Cortes.
Todo está ya dispuesto para «presumir» la muerte de Walter, cuando se presenta un inoportuno que lo ha conocido en la época de su incorporación al ejército, y que declara positivamente haberlo visto con vida en Budapest, en 1918. Ignora el nombre que Walter ha adoptado por entonces, pero insiste en que no puede confundir al sujeto. En atención a las circunstancias, el Tribunal se niega a ratificar la presunción de fallecimiento.
Nota: Sólo ahora se hace necesario el casamiento de Elma para proporcionar a Walter su dinero (consultar Cap. VII sobre las oportunidades de hacerlo que tenía entonces), y en ese momento es cuando sale a relucir el asunto de la falsificación (ver Cap. VII).
El tiempo corre; Walter, conocido ahora como míster X, está viviendo intensa y lujosamente en el extranjero, explotando su ingenio y su simpatía.
En 1920 seduce a mistress Mount, que está pasando una temporada en Montecarlo con un grupo de amigos, y que posee algún dinero propio. Debía andar muy mal de finanzas en aquella época, para haberse fijado en la esposa del vicario. Después de exprimirla, la abandona a su suerte. Ella se coloca como doncella en París.
La vida se va haciendo para Walter cada vez más sórdida y difícil. Así las cosas, oye decir un día que Denny se ha retirado a Inglaterra con un título y una pensión. ¡Espléndida oportunidad! Extorsionará a Denny. Y así lo hace, sabiendo que sir Wilfrid no se atreverá a denunciarlo por temor a que salga a relucir el viejo asunto chino (y en este caso, ¡adiós a su pensión!).
La argumentación de Walter es la siguiente: «Me pagas y me callo. Suspendes los pagos y canto. Estoy tan hundido que poco me importa que me metan en la cárcel o no. ¡Pero tú también tendrás que rendir cuentas, camarada!»
El desgraciado Denny paga. Todos sus ahorros se van... Se van los frutos del contrabando de drogas. Y tiene que seguir pagando a Walter con su modesta pensión...
Mientras tanto, el almirante (que vive ahora en Cornwall), mediante activas negociaciones, ha dado por fin con la pista del incidente de Hong Kong. Un hombre llamado Arthur Holland que, bajo la capa de un vago negocio de exportación, se dedica a realizar ciertas averiguaciones secretas en China (probablemente vinculadas con la política de posguerra en aquel país), le suministra algunos datos valiosos. El almirante empieza a sospechar: 1.°) que Walter vive; 2.°) que estuvo complicado en su desgracia; 3.°) que también Denny tuvo algo que ver en ella.
Walter se muestra cada vez más atrevido. Se ha dejado crecer la barba, cambiando así su aspecto, y un día se presenta a la puerta de Denny. Éste debe ahora respaldarlo y afianzarlo en su nueva personalidad de míster X. De lo contrario, ¡adiós tranquilidad!
Sir Wilfrid se encuentra entre la espada y la pared. Sabe no obstante (por lo que Walter le ha revelado en algún momento confidencial) que hay una persona en Inglaterra con quien míster X no desea encontrarse, y que esa persona es el reverendo Mount. El vicario sabe demasiado de míster X (en su carácter de míster X) para que el mozo no desee ponérsele a tiro. Denny consulta una guía Crockford, descubre que Mount está radicado en Lingham y alquila una casa en su vecindad. Walter, de regreso de un viaje por el extranjero, descubre que su víctima ha volado a terreno prohibido y trata de hacerla salir de él, pero sir Wilfrid se mantiene firme.
Entonces surgen nuevas dificultades. Denny, perturbadísimo, escribe a Walter. Ha recibido noticias del almirante quien (¡después de todos aquellos años!) ha empezado a hacerle preguntas fastidiosas sobre aquel asunto de Hong Kong, muerto y enterrado. En realidad, da la impresión de que sabe algo. Denny hace todo lo posible por mostrarse cordial e intrascendente, pero le resulta dificilísimo.
Walter se propone hacer un poco de espionaje. Busca a su ex amante, mistress Mount, sobre la cual conserva una gran influencia, y la induce a colocarse como doncella francesa de su hermana, bajo el nombre de Célie Blanc. Deberá averiguar cuanto pueda sobre las personas que frecuentan la casa y sobre las actividades del almirante, y actuar como intermediaria entre Walter y Elma. Porque el viejo, sospechando que la muchacha conoce el paradero de su hermano, ha empezado a someterla a una estricta vigilancia e intercepta su correspondencia.
Para Elma, naturalmente, Walter sigue siendo el pobre muchacho extraviado que jamás ha tenido una oportunidad de reivindicación. Anhela entregarle su dinero, abierta o clandestinamente, pero como el plan de probar su fallecimiento ha fracasado, quiere cederle ahora una parte de su propia fortuna. Felizmente, Holland se ha enamorado como un loco de su arisca belleza. Aunque por temperamento contraria al matrimonio, ella admite la posibilidad de casarse, para obtener el dinero. No se le oculta esto a la perspicacia del almirante, que por la misma razón se opone a la boda. Elma, como es lógico, no confía en Holland, a quien considera un instrumento de su tío. Todo el mundo se ha confabulado para privar al querido Walter de lo que legítimamente le pertenece. Convencida de ello, simula interrumpir su correspondencia con Walter y trata al almirante con todo el desprecio que le inspira. Penistone ha prevenido a Holland de que si la boda llega a consumarse, Elma probablemente entregará todo su dinero al pillo de su hermano, pero el joven enamorado contesta que quiere a Elma y no a su dinero. El almirante dice: «No les daré mi consentimiento.» Holland replica: «Eso no me importa un comino.» Pero a Elma sí le importa. Precisamente va a casarse con él para entrar en posesión de su herencia. La situación se prolonga. Elma alternativamente rechaza y alienta a su novio. Si se muestra demasiado afectuosa, él querrá apresurar la boda, pese a la oposición del almirante; si demasiado interesada puede echarse atrás, y como por aquella época es el único hombre a quien tiene oportunidad de tratar y no hay ningún otro candidato en el horizonte, debe intentar tenerlo sujeto.
Mistress Mount es una mujer de carácter débil y sigue enamorada de Walter. Creo que sabe ya que éste es Fitzgerald, pero supone, como Elma, que ha sido perversamente calumniado. Walter se jacta de tenerla en su poder y, como cebo, le promete casarse con ella si lo ayuda a obtener el dinero.
Así las cosas, Penistone ha llegado a la conclusión de que la única persona que puede servirle para dar con Walter y aclarar el incidente chino, es Denny, y en una de sus repentinas decisiones, adquiere Rundel Croft y traslada allí a toda la familia con armas y bagajes.
Esto deja a Walter terriblemente consternado, y por su parte mistress Mount se siente trastornada también al comprobar que está no ya en el mismo pueblo, sino, por así decirlo, puerta con puerta con su ex esposo (no creo que Walter mencionara ante ella el lugar de residencia de su ex marido. ¿Por qué había de hacerlo? Y, por lo demás, mistress Mount apenas tiene tiempo de informarlo del lugar adonde se dirigen, cuando ya ha tenido efecto la mudanza. Es igualmente posible que mistress Mount lo supiera, pero con toda intención no le dijera nada a Walter en un principio, conmovida ante la perspectiva de ver a sus dos hijos. Tal vez esta última hipótesis sea la más verosímil y en consonancia con su carácter débil y emotivo.)
El vicario, naturalmente, ve y reconoce a su esposa, y se siente profundamente conturbado. Tiene con ella una entrevista privada en la que recobra parte de su antigua influencia, si no como hombre, por lo menos como sacerdote. La interroga bondadosamente acerca de Walter (a quien por supuesto, sólo conoce como X). ¿Viven todavía juntos? Ella nunca ha solicitado el divorcio, y el vicario no ha pensado jamás en proponérselo por su cuenta, ya que esto hubiera ido en contra de sus principios. Para él, sigue siendo su esposa, aunque si ella solicita el divorcio no permitirá que sus convicciones religiosas se interpongan en su camino.
La mujer se emociona ante esta prueba de sincera consideración, y admite que X se ha portado mal con ella, aunque ahora abriga esperanzas de que a pesar de todo se case, si puede arreglar sus «negocios».
Ella (presa siempre fácil de la última impresión) queda muy turbada después de la entrevista. Por otra parte, y a raíz de lo que ha oído en casa del almirante Penistone, empieza a temer que la hayan complicado en algo mucho más infame y peligroso que la reivindicación de sus «derechos» de un hombre injustamente perseguido. Después de todo, pocas ilusiones pueden caberle ya sobre el verdadero carácter de Walter. Se propone, en consecuencia, acudir de nuevo al vicario, y revelarle todo lo que sabe, bajo secreto de confesión. El vicario se muestra severo. Es absurdo suponer que pueda absolverla. Ella no está arrepentida, sino simplemente amedrentada. Ha engañado a su amo y está comprometida en una confabulación para torcer los designios de la justicia. Su deber es romper con Walter y abrir su pecho al almirante.
De acuerdo con su carácter, mistress Mount no hace ni una cosa ni otra. No quiere seguir adelante, pero tampoco se atreve a confesárselo todo a Penistone... Se limita, pues, a abandonar Rudel Croft, sin decir a Walter sino que su esposo la ha reconocido y que la situación es insostenible. Walter se incomoda y comprende que ya no puede tenerle confianza. Le dice que no sea tonta. ¿Por qué no podría Elma casarse con Holland?
Y no se habla más. Pero antes de dejarla, obtiene una descripción exacta de la casa del almirante, de la Vicaría, etc.
Dos semanas más tarde, Walter recibe noticias de Denny. El almirante se está acercando peligrosamente a la verdad. «Viejos amigos» lo han estado visitando y algo se ha descubierto.
Es necesario imponerle silencio.
Walter está de acuerdo. Su plan es: a) matar al almirante; b) fabricar pruebas de su propia muerte (la de Walter) en el período siguiente al fallecimiento del viejo Fitzgerald; c) hacer que Elma herede la parte de «Walter», en virtud de su testamento de 1915.
Denny y él estarán entonces a salvo, y todo el dinero para cualquier intento y propósito quedará en sus manos. Si Denny se porta bien, se le dará una parte.
Por intermedio de sir Wilfrid, Walter envía luego una carta a su hermana, donde le dice que se le ha ocurrido un procedimiento para someter al almirante y obligarlo a consentir en la boda. No deberá hablarle de esto a Holland (que acaso pudiera, por altivez, oponerse) pero sí comunicarle que está dispuesta a casarse con él, diga lo que diga el almirante Penistone. Holland deberá procurarse una licencia especial y ella irá a Londres para casarse en la mañana del 10 de agosto.
Queda así dispuesto el plan para asesinar a Penistone, sustraer los papeles comprometedores, y asegurar la paz y el bienestar en todo el contorno.
1. Holland llega inesperadamente en el tren de las 8.15 para entrevistarse con el almirante. Lo preocupa la idea de perjudicar los intereses de Elma con su casamiento, y quiere dar al almirante una oportunidad para que consienta antes de que sea demasiado tarde.
Llama desde el Lord Marshall, y le contesta mistress Emery, quien le informa que Elma y su tío han salido a comer afuera y probablemente no estarán de regreso hasta bastante tarde. Esto es fastidioso, pero debe hacer cuanto esté en su mano. Pasará allí la noche y hará una tentativa más por ver a Penistone; pero si no lo consigue, simplemente volverá a la ciudad a la mañana siguiente y llevará adelante su proyecto. Cena en el Lord Marshall y sale a dar un paseo, durante el cual es visto por Denny.
2. Denny ha comunicado al almirante que ha descubierto algo de interés para él acerca de Walter y del asunto chino. Ha dado con un hombre que sabe algo. Este sujeto anda en «ciertas dificultades» y eso le impide presentarse abiertamente, pero si Penistone accede a ir, después de comer, a un viejo cobertizo abandonado, en las inmediaciones del puente de Fernton, Denny y el otro se le reunirán allí. La cita queda fijada para las 11.15 en punto. El almirante se traga el anzuelo sin chistar.
Walter, por medio de Denny, ha enterado a Elma de todo esto, aunque para ella (como es lógico) «el hombre» es un personaje misterioso que ha adquirido cierta influencia sobre el almirante y que va a arrancarle el consentimiento para su boda.
Penistone, como también es lógico, cree que Elma está en ignorancia del asunto.
3. El esquema para el asesinato es el siguiente: Denny acudirá a pie al cobertizo abandonado para encontrarse con el almirante a las 11.15, y retenerlo con su conversación. Entretanto, Walter se presentará en el Lord Marshall a esa misma hora, y allí, gracias a su barba y a su parecido de familia, lo confundirán fácilmente con el almirante en la semioscuridad. Deberá dejar algún tipo de mensaje. (Cuando Walter sabe por Denny que Holland se halla en Whynmouth, aprovecha el dato y pregunta por él, para complicarlo en el crimen, por si algo marcha mal en sus proyectos.) Así establecerán el hecho de que el almirante se proponía viajar en el tren de las 11.25. Walter conducirá en seguida el coche de Denny hasta el puente de Fernton (que queda a unos tres minutos de marcha), y, mientras su cómplice entretiene a la víctima, golpeará brutalmente la cabeza de Penistone con un instrumento contundente. Acto seguido transportarán el cadáver hasta el paso a nivel, cuyas barreras son de las que se hacen funcionar desde la casilla de señales por medio de una palanca. En todo eso no se deberán invertir más de unos siete minutos (por ejemplo, uno para los golpes, tres desde el cobertizo hasta el automóvil, y otros tres hasta el paso a nivel; este cálculo permitirá conducir a sesenta por hora, para cubrir una distancia de unos dos kilómetros aproximadamente, cuando la verdad es que se podría recorrer mucho más pronto una distancia tan corta). Hacia las 11.22 dejarán el cadáver en las vías, introduciéndolo por el portillo lateral, al amparo de las sombras.
A las 11.24 pasa habitualmente el expreso que no tiene parada en Whynmouth. Con un poco de suerte, arrollará al almirante y se deducirá que éste encontró la muerte al atravesar el paso a nivel como el camino más corto entre el Lord Marshall y la plataforma (ver mapa).
Walter se dirigirá entonces a Rundel Croft para ver a Elma que lo estará esperando. Le explicará que se ha realizado la entrevista y que, a raíz de lo tratado en ella, el almirante ha partido para Londres, después de extender su consentimiento para la boda. Le entregará luego la autorización escrita a máquina falsificada con ese fin, encargándole que se case con Holland cuanto antes, porque está desesperadamente necesitado de dinero y no hay tiempo que perder.
4. Este hermoso plan fracasa y ocurre en realidad lo siguiente:
Mistress Mount, a quien la influencia del vicario, sumada a sus propias aprensiones, le ha hecho sospechar en Walter intenciones siniestras, ha iniciado por cuenta propia una pequeña investigación policíaca. Se me ocurre que probablemente intercepta alguna comunicación de Denny sobre la fecha y la hora convenidas para el encuentro con el almirante. Ella vive por entonces en Londres, ya sea con Walter, o bien en algún sitio elegido por éste. Lo cierto es que descubre: a) que Walter no tiene ninguna intención de casarse con ella nunca, pues tiene tomadas otras disposiciones, y b) que existe algún plan para eliminar al almirante aquella misma noche. Resuelve, pues, poner a Penistone en guardia. No puede ya alcanzar ningún tren (el de las 8.50 ha salido, y el expreso no para en Whynmouth), por lo que alquila un automóvil y parte para Lingham.
No se dirige directamente a Rundel Croft, pues prefiere no encontrarse con Walter, que acaso se encuentre allí (ignora los detalles precisos de la confabulación). Tratará de dar con el vicario y prevenirlo primero a él. Ya en la Vicaría, indica al chófer que se detenga junto a la acera y espere. No tardará más de unos minutos.
Llega a la Vicaría a las 10.40.
Nota: Antes de lo declarado por el agente en el capítulo VI, pero éste sólo indicó alrededor de las 10.45.
No quiere tocar la campanilla (¡los chicos!, ¡los sirvientes!). Tal vez el vicario ande por el jardín fumando la última pipa del día (recuerda sus hábitos). Se desliza en la glorieta. No hay allí nadie. Solamente el sombrero del vicario y, sobre la mesa, el cuchillo de Peter. Se pregunta qué puede hacer. ¿Arrojará unos guijarros contra la ventana del dormitorio de su marido? (Pero ¿cuál será?) ¿O tomará el bote y se dirigirá intrépidamente a Rundel Croft? Mientras vacila, juguetea distraídamente con el cuchillo y se le ocurre que, si ha de enfrentarse a solas con Walter, puede serle útil. De pronto oye el inconfundible chirrido de los remos en las horquetas. Corre al embarcadero, y en la penumbra de la noche estival distingue al almirante que parte río abajo. ¡Debe de estar camino de la cita fatal!
En la glorieta, la mujer ha tomado lo que cree su bolso de gamuza negra y que, en realidad es el sombrero del vicario. Atrae a la orilla el bote de éste por la soga de popa, pero, debido a la impetuosa corriente y a la rigidez de la amarra nueva, encuentra cierta dificultad para desatarla del poste. Corta, pues, el nudo con el cuchillo de Peter, que después, según creo, arroja al río, donde será ulteriormente encontrado. Encaja los remos y parte en persecución del almirante, que por entonces se ha alejado ya bastante río abajo. (Acaso intente llamarlo a gritos, pero es probable que Penistone no la oiga. O acaso tenga miedo de alborotar. ¡Los chicos! ¡Los sirvientes!)
5. El sobretodo. El almirante ha dispuesto acudir a su cita por vía fluvial. Sacar el automóvil significa hacer ruido, y no puede ir caminando porque tiene una pierna tullida como recuerdo de la guerra. (Esto hará que, afortunadamente, no se le suponga capaz de llegar a pie a Whynmouth en el tiempo de que dispone.)
Aguarda a que Elma se pierda de vista, y discurre que será conveniente llevar un sobretodo, pues puede acalorarse remando y la entrevista en el cobertizo acaso se prolongue mucho. Entra en la casa, toma el sobretodo y al salir cierra la puerta ventana. Sube al bote. Cuenta con llegar al puente de Fernton en una media hora, favorecido por la corriente y por su habitual destreza como remero.
6. Mistress Mount no puede avanzar con la misma velocidad. En otros tiempos solía pasear en bote con el vicario, pero en la actualidad le falta entrenamiento. El hecho es que el almirante llega al puente en veinticuatro minutos, a las 11.10, y se reúne con Denny, que lo está esperando. Mistress Mount llega cinco minutos más tarde. Ve el bote, pero no al almirante. Atraca en el viejo embarcadero, semipodrido y anegado, y, avanzando cautelosamente, descubre a Denny con el almirante detrás del cobertizo.
Ahora bien, sir Wilfrid alberga las más sombrías sospechas contra Walter. Teme que quiera desprenderse de él al mismo tiempo que de Penistone. Ha ido, pues, armado con una daga, recuerdo de sus días en China. Mistress Mount grita para prevenir a Penistone del peligro: «¡Cuidado, almirante! ¡Quieren asesinarlo!» El viejo, que a su vez alberga las más sombrías sospechas contra Denny, se vuelve hacia éste, con ademán amenazador. Denny pierde su poca sangre fría, esgrime el cuchillo y lo apuñala. Mistress Mount chilla y se desvanece.
7. En este angustioso momento llega Walter, que ya ha desempeñado su parte en el programa. Se horroriza al encontrar muerto al almirante a causa de una herida que ni la más loca imaginación puede atribuir a una locomotora. (¡Y a mistress Mount en segundo plano, presa de un ataque de histerismo!) Se enfurece contra uno y otra. Ambos hombres se trenzan en un agrio cuchicheo. Denny dice que no pudo evitarlo. Walter le responde que es un maldito imbécil. Denny pregunta si no se puede seguir adelante con el plan. Tal vez la herida de la daga pase inadvertida en el destrozo general del cuerpo. Mientras pierden el tiempo en recriminaciones y en dominar a mistress Mount, que parece más que inclinada a gritar y atraer gente a la carretera, se oyen un bramido y un estruendo lejanos, y el expreso de las 11.24 atraviesa el puente del ferrocarril. Es demasiado tarde. El otro único tren de aquella noche pasará un minuto después, y ya no se puede contar con él para nada.
8. ¿Qué partido tomar? Helos aquí con dos botes, un automóvil, una mujer y un cadáver. Lo más fácil sería dejar que el cuerpo del almirante flotara apaciblemente hasta el mar, pero la marea lo devolvería a la playa al cabo de media hora. Alguien podría encontrarlo; inmediatamente se realizarían averiguaciones en Rundel Croft, y Walter tiene imperiosa necesidad de llegar hasta allí para recoger los papeles. Por lo demás, la pesquisa se orientaría desde un principio río arriba, y se descubrirían rastros de pisadas y de sangre en el puente de Fernton. No. Mucho mejor será hacer creer que el crimen se ha cometido en otro lugar.
El bote del vicario... Su sombrero... ¿Por qué no llevarlo todo nuevamente a Rundel Croft y dejar que el vicario explique las cosas como Dios le dé a entender? Walter conducirá el coche hasta la casa, se procurará los papeles y dejará el consentimiento falsificado. Mistress Mount y el infeliz Denny tendrán que llevar los botes como puedan, pese a la corriente.
9. «Y dicho sea de paso —observa Walter—, ¿cómo llegó hasta aquí mistress Mount?» Y después de unos cuantos tartamudeos y engaños, le arranca la historia. ¡Condenación! ¡Habrá que deshacerse de ese chófer! En eso están, y son casi las 12, pues ha habido una prolongada discusión. No hay tiempo que perder. Walter vuelve al automóvil y conduce hasta la Vicaría. ¡El taxi ha desaparecido! Esto resulta desconcertante y molesto, pero el tiempo apremia. Regresa al puente de Fernton y por ahí a Rundel Croft, donde esconde el coche en algún lugar fuera del camino. Se introduce por la puerta ventana con una llave de Elma, entra en el estudio y emprende la búsqueda de los documentos.
10. El automóvil. Mientras tanto, el conductor del taxi se ha impacientado. Su pasajera le había prometido pasar allí sólo unos pocos minutos, y ha transcurrido casi una hora. Nadie parece haberle abierto la puerta. La casa está oscura como una tumba. Tiene la vehemente impresión de haber sido burlado. Grita violentamente, una y otra vez, y luego llama a la puerta lateral, que es la primera que encuentra a su paso. El vicario (que duerme de ese lado, mientras los chicos y los sirvientes lo hacen en el ala que da al río) se asoma por la ventana. ¿Qué sucede? ¿Hay algún feligrés moribundo? No entiende la respuesta del taxista, pero piensa que será mejor bajar y averiguar lo que ocurre. El hombre le pregunta si la señora tardará mucho, porque debe volver a su garaje para encargarse de otro trabajo. El vicario pregunta de qué señora le está hablando. «De la que entró aquí», y la describe. ¿Le pagarán su dinero? Porque de lo contrario... Y demuestra las más decididas intenciones de armar un alboroto. El vicario, que con profunda inquietud ha reconocido a la mujer por la descripción que de ella le han hecho, reflexiona rápidamente. Debe, a toda costa, evitar un escándalo. Da una excusa cualquiera y paga, después de tomar el nombre del chófer y las señas de su garaje.
Recapacita. ¿Adónde habrá ido su esposa? ¿Cuál pudo ser el motivo de su visita? Tal vez ande por Rundel Croft. Baja al cobertizo: su bote no está allí. Debe de habérselo llevado para atravesar el río. Menea la cabeza ante este pensamiento. Es evidente que la pobre mujer sigue en manos de aquel canalla. ¿Qué hará cuando vuelva, al comprobar que el taxi se ha marchado? Se decide a esperarla para darle cuenta de lo ocurrido y llevarla en su propio coche, de ser ello necesario.
Entra en la casa y se viste. Después se sienta frente a la ventana de su dormitorio para vigilar la carretera. ¿Por qué no vigila el cobertizo? Porque si mistress Mount vuelve en compañía de Walter podrían surgir complicaciones, acaso ruidosas, y él no quiere provocarlas. (¡Los chicos! ¡Los sirvientes!) De todos modos, ella debe volver al sitio donde el automóvil quedó aguardándola. La esperará, pues, del lado de la casa que da a la carretera.
11. Denny y mistress Mount han quedado encargados de conducir los botes. Limpian lo mejor que pueden la sangre derramada detrás del cobertizo. Bajo la amenaza de Denny, a quien acaba de ver asesinar a un hombre, la mujer ayuda sin protestar. Sir Wilfrid pone el sobretodo al almirante (o quizás él mismo se lo pusiera a su llegada) y le introduce en el bolsillo el periódico de la tarde, que Denny o Walter llevaron a la cita (y que fue adquirido en Whynmouth aquella misma noche, o que acaso trajera Walter de la ciudad). Hacia la 1, cuando afloja la marea se ponen en marcha. Depositan el cadáver en el bote del vicario, del que previamente han quitado los toletes, y le echan encima la chaqueta de Denny para ocultar el rostro. Esto explica por qué el roclo no humedeció el cadáver. El bote del vicario, con su carga, es amarrado a la popa del otro bote para remolcarlo. El torpe Denny, como es lógico, lo hace con uno de esos nudos propios del hombre de tierra firme, casi imposible de desatar, particularmente cuando se moja la amarra y se hincha con el agua la soga nueva. Con un bote a remolque y dos remeros incompetentes, no se puede desarrollar mucha velocidad, y la siniestra aurora despunta sobre el río antes de que hayan llegado a Rundel Croft. Allí está Walter, furioso por la tardanza. Ha cerrado la puerta ventana y se ha llevado la llave, pero, cuando ayuda a saltar a tierra al idiotizado Denny, la deja caer, según cree en el fango, aunque en realidad dentro del bote del almirante, donde un tropezón de sir Wilfrid la empuja sobre las tablas. De todos modos, no es tiempo de ponerse a buscar. Está aclarando. ¡Maldito Denny con su nudo inextricable!
Cortan la soga con el cuchillo de Denny, y lanzan a la deriva el bote con el cadáver, que se balancea perezosamente sobre el agua y se detiene en la orilla opuesta. Los cómplices guardan al revés el otro bote en el cobertizo; cortan y arrojan al río los restos de la amarra que han quedado prendidos en él, y emprenden el regreso en el automóvil de Denny, que deja por el camino a Walter y a mistress Mount. Walter recupera su propio coche donde lo había dejado al llegar de Londres, y se lleva con él a mistress Mount. (Si la pobre mujer sale con vida de este trance me asombrará mucho.)
Nota: Pueden emplear el coche de Walter o volver ambos a la ciudad en el tren lechero. En cualquier caso, siempre será fácil rastrear estas evoluciones de vehículos.
12. Holland. ¿Qué ha estado haciendo mientras tanto? Claro que puede haber estado inocentemente dormido en su cama, pero me parecería más divertido que no fuese así. Me imagino que, después de dejar sus zapatos en el pasillo para que los limpiaran, se le ocurre que todavía puede hacer otra intentona con el almirante esa misma noche. Sale del hotel sin ser visto por el portero, en algún momento entre las 10 y las 11 (no demasiado temprano, para dar tiempo a que los otros regresen de la Vicaría). Camina cuatro kilómetros con toda comodidad, gracias a sus zapatos de lona con suelas de goma. Supongamos que llega a Rundel Croft más o menos a las 11.15 (el almirante está en el cobertizo abandonado, cerca del puente, y Elma en el piso alto). La casa está oscura. «No han llegado aún», piensa. Se dirige al embarcadero y no ve ningún bote. Bueno, deben de estar todavía en casa de míster Mount. Sale a dar un paseo por la carretera sin perder de vista el edificio. Todavía no hay luces. (¡Cosa extraña!) Cavila sobre el amor y el matrimonio, y para matar el tiempo se recita la Oda a un ruiseñor. La casa sigue a oscuras. ¿No se habrá confundido en la cita? Vuelve al cobertizo. Sigue faltando el bote. No hay luces en ninguna parte. Son más de las 12. Paciencia. Ya no es posible llamar a estas horas de la noche. ¡Hola! Alguien ha entrado por la puerta ventana. Hay luz en el estudio. Distingue con toda precisión el perfil del almirante con su barba (se trata en realidad de Walter con su aire de familia). ¡Qué raro! ¿Dónde puede estar el bote? Se dirige a la casa. Ahora están corridas las cortinas del estudio pero hay luz en el salón. Llama. Elma abre la ventana. Parece muy sorprendida al verle. ¿Podría hablar con el almirante? No... ¡Oh, no! Pero tampoco es necesario: Penistone ha dado ya su consentimiento para la boda. Ahí está la autorización escrita. «En tal caso —comenta Holland—, no hay necesidad de viajar a Londres al día siguiente.» ¡Oh, sí! Deben hacerlo todo como lo tienen dispuesto. El hecho es que el almirante ha consentido sólo con la condición de no ver más en casa a su sobrina. ¿Es cierto eso, por Júpiter? ¡Ya le dirá él al viejo pelma la opinión que le merece! ¡No, por Dios! No conseguiría más que agravar las cosas. («Por favor, haz lo que te pido.» «Claro que sí, querida. Pero tú me amas, ¿no es cierto?» «Naturalmente. ¡Pero ahora vete, por favor!» «Muy bien... ¡aunque te encuentro tan hermosa esta noche...! Sea. Buenas noches, encanto.») Holland hace mutis para vagar en medio de un éxtasis hasta una hora en que le da vergüenza presentarse en su hotel. En lugar de ello, continúa paseándose por la playa (donde en caso necesario puede haber sido visto) hasta las 6, hora en que entra en el Lord Marshall sin que el portero, que está ocupado en el bar, lo advierta. (Obsérvese que Holland está ahora dispuesto a jurar que vio vivo al almirante después de las 12.) Cuando llega al hotel la noticia de la muerte de Penistone, se siente apenado. Debe ver a Elma. Se encamina a Rundel Croft, pensando que, dadas las circunstancias, ella habrá abandonado su proyecto de casarse ese día. Es demorado por el inspector Rudge y, cuando queda en libertad, se entera de que Elma ha partido para Londres como lo habían dispuesto. Se apresura, pues, a seguirla, y como presume que el asunto le acarreará un sinnúmero de dificultades, se casa con ella para protegerla en carácter de esposo. Comprende, como es natural, que no pueden permanecer en Londres como ella le propone (tendrán que volver para la audiencia y para el funeral), pero su mujer está nerviosa y por el momento no quiere contrariarla.
(Nota: No dice nada a Rudge sobre su excursión de medianoche por temor a ser detenido. Primero se pondrá en contacto con Elma. Por lo demás, no es inverosímil que, a esta altura de los acontecimientos, todavía sospeche de ella.)
13. Elma. A mi juicio se ha dado demasiada importancia al tiempo que tardó Elma en vestirse cuando le fue anunciada la visita del inspector. Al oír la noticia de la muerte se horroriza. Es imposible no sospechar en Walter un conocimiento culpable. Pero, como es natural, alienta la esperanza de que el crimen haya sido cometido por el desconocido, después que Walter los dejara. Siente que está a punto de desvanecerse, pero si Emery le lleva una taza de té, tratará de recobrarse. Así lo hace el mayordomo y ella, casi repuesta, manda decir al inspector que bajará dentro de un cuarto de hora. Recapacita sobre lo que ha de declarar. Nadie sabe nada de Walter. Holland debe creer que fue el almirante el hombre a quien vio a medianoche. Será mejor callar. Y espera que su novio callará también, aunque no se hayan puesto de acuerdo. (Además es posible que esté ya en Londres.) Debe ordenar a Jennie que le prepare una maleta. El vestido blanco le servirá para la ceremonia. Lo mira. ¡Cielos! ¡Tiene en la falda una mancha de sangre! La mano o la chaqueta de Walter debieron dejar esas huellas cuando se saludaban. Pero entonces Walter... ¡Horror! Apresuradamente, esconde el vestido, se viste y baja.
Naturalmente, Elma dejará que Holland siga creyendo que vio al almirante en su estudio, porque de lo contrario se vería obligada a explicar la presencia de Walter. Pero no es tan fácil explicar por qué le permitió a Rudge suponer que ella había visto vivo por última vez a su tío a las diez de la noche.
14. El vicario. Sale por la mañana temprano. No se ha presentado nadie. ¿Qué pudo haber ocurrido? Encuentra el bolso de su esposa en la glorieta y huellas de tacones en el camino que conduce hasta allí desde la casa, así como en el cantero inmediato. (Nota: El camino que comunica la glorieta con el cobertizo de los botes es de ladrillo. Los otros caminos del jardín son de grava.) Deseando evitar el escándalo, toma un rastrillo y borra las huellas.
La temperatura ha sido últimamente seca y calurosa, pero una semana antes han caído lluvias intermitentes. (Nota: De haber sido continuas, Neddy Ware hubiera tenido algo que decir acerca de sus efectos sobre el nivel del río, que parece normal.) Por lo tanto, la tierra removida tiene un aspecto sospechosamente negro y húmedo. Al conocer la noticia del asesinato, el vicario no puede evitar la sospecha de que su mujer ha actuado como cómplice, o por lo menos de que tiene algún conocimiento culpable. Aprende entonces la diferencia que existe entre predicar y practicar los sagrados deberes de un hombre para con la sociedad. Oculta el bolso y riega los parches dejados por el rastrillo.
Debe ahora encontrar a su esposa. Debe saber si es o no culpable. (¡La madre de sus hijos ahorcada por asesinato!) Espera que no lo sea y que, demostrándole que conoce su presencia en la glorieta la noche anterior, logre inducirla a revelar lo que sabe sobre Walter. Él por su parte no puede hacerlo, porque le está vedado revelar lo que ha oído bajo secreto de confesión. Conoce las señas del garaje donde ella alquiló el automóvil. Le seguirá los pasos en cuanto su actitud no despierte las sospechas de la policía.
15. La pipa del almirante quedó olvidada sobre la mesa del vicario en el curso de la visita, y en realidad no tiene relación en el caso. Pero si se la vincula con la declaración de Holland de haber visto vivo al almirante pasada la medianoche, puede servir para arrojar nuevas sospechas sobre el vicario.