VIII

En cuanto cruzamos la puerta y entramos en el patio, supe que estaba en la casa del hombre que había estado viendo el espectáculo de teatro desde el interior de una elegante litera, puesto que el vehículo en cuestión descansaba sobre unos grandes bloques de madera junto a una pared del recinto.

Debía de haber solo dos literas como aquella en toda Alejandría, con sus postes imitando el tronco del loto y toldillo amarillo, pero ninguna con aquellos porteadores. Los gigantes nubios estaban sentados junto a la litera, en un rincón donde daba el sol, jugando a los dados. Un par de ellos levantaron la vista a nuestro paso, lanzándome una mirada de curiosidad antes de sonreír y saludar con la mano a Djet.

Nunca había visto una casa tan grande y tan lujosamente decorada como aquella. Incluso las casas más elegantes que había visitado a lo largo de mi viaje para contemplar las Siete Maravillas, como la de Posidonio en Rodas, parecían modestas en comparación. Seguí a Djet de estancia en estancia, todas ellas decoradas con suntuosas alfombras, fabulosos muebles y maravillosas esculturas. Llegamos por fin a otro patio, esta vez con un exuberante jardín de flores y limoneros. Un caminito pavimentado con mosaicos de colores conducía hasta el lugar sombreado donde un hombre de mediana edad permanecía sentado en una silla de ébano con incrustaciones de marfil y turquesas.

El hombre llevaba la cabeza afeitada, pero el barbero había pasado de largo sus pobladas cejas negras, que sobresalían como las patas de una tarántula. A pesar de tan chocante detalle, no tenía mal aspecto ni era tan viejo como me imaginaba, aunque sí lo bastante mayor como para pasar por el padre de Axiothea. Iba ataviado con un sofisticado vestido de lino bordado y calzaba elegantes sandalias de cuero, lucía un anillo de piedras preciosas en cada dedo y numerosos collares de plata y oro. En todos mis viajes, jamás había conocido un hombre tan ostentoso como Tafhapy.

En el suelo de mosaico, a su lado, se sentaba con las piernas cruzadas un escriba con todas sus herramientas, un atractivo joven vestido únicamente con taparrabos. Un mínimo de dos guardaespaldas nos observaban desde los rincones más sombreados del jardín. Delante de Tafhapy, había dos sillas de ébano vacías y no tan majestuosas como la que él ocupaba.

Mi anfitrión me evaluó con la mirada y se volvió hacia Djet.

–Has sido rápido –dijo–. Demasiado rápido. Es imposible que hayas ido hasta Rakotis y hayas vuelto en el tiempo transcurrido desde que te despaché.

–Ha sido una señal de los dioses, amo –dijo Djet–. Me he tropezado casualmente con el hombre que andabas buscando a escasas manzanas de la casa.

–¿En serio? –Tafhapy enarcó una de sus tupidas cejas y me miró de soslayo–. Me ha comunicado el portero que hace un rato ha llamado un romano a la puerta. Supongo que eras tú, Gordiano…, si es que eres Gordiano.

–Sí, Tafhapy. He sido yo quien ha venido a ti. Y sí, soy Gordiano.

–Qué curioso. Tú deseabas verme y yo verte a ti. Tal vez sea verdad que los dioses querían que nos conociésemos.

–La voluntad de los dioses se manifiesta en todo lo que transpira –dije, habiendo aprendido en mis viajes que este tipo de comentario era apropiado para prácticamente cualquier ocasión y que solía ser apreciado por aquellos con quienes los dioses se habían mostrado especialmente solícitos.

Tafhapy se limitó a asentir. Le dijo a Djet que fuera a sentarse a la sombra de un limonero en el otro extremo del jardín y me indicó con un gesto que me sentara en una de las sillas vacías. Aunque la tarde era calurosa, no me ofreció ningún refresco. Se pasó un buen rato simplemente mirándome. A diferencia de Djet, dominaba el arte de borrar cualquier indicio de expresión de su rostro. Era imposible saber qué estaría pensando.

Al fin, sin dejar de mirarme, extendió la mano en dirección al escriba. El joven le entregó un rollo de papiro.

–¿Lees el griego? –me preguntó Tafhapy.

–Mejor de lo que lo hablo –respondí.

Tafhapy resopló con desdén pero extendió la mano con el papiro, indicándome que lo cogiera.

–Lee en voz alta –dijo.

Tosí para aclararme la garganta.

«Saludamos a nuestro estimado Tafhapy, que Serapis bendiga muchas veces. Tenemos en nuestro poder a la chica llamada… –inspiré hondo pero me esforcé por evitar que mi voz transparentara cualquier emoción–… llamada Axiothea. No le haremos ningún daño. Pero no volverás a verla hasta que recibamos de tu parte un regalo acorde con la grandeza del afecto que sientes por ella. Deposita una piedra negra en la fuente de los siete babuinos como muestra de que has recibido este mensaje. Recibirás luego más instrucciones».

Levanté la vista.

–El mensaje no lleva firma.

–¿Qué conclusiones extraes? –dijo Tafhapy.

¿Cuáles? Si Axiothea era la secuestrada, ¿sería Bethesda la que había sido vista marchándose con el niño? ¿Y sería ese niño Djet y estaría Bethesda en aquel mismo momento en casa de Tafhapy? El corazón empezó a retumbarme en el pecho.

Pero hasta no conocer más detalles, no estaba todavía dispuesto a revelarle a Tafhapy los motivos por los que había querido entrar en su casa, ni que conocía a Axiothea. Para ganar tiempo, examiné con más atención la carta. Respiré hondo.

–El papiro y la tinta son de mala calidad. Las cartas griegas suelen estar bien hechas, pero no son elegantes. Esta es evidente que no ha sido escrita al dictado por ningún escriba. Pero su autor es un hombre culto, tal y como se deduce por el hecho de que el mensaje no contiene errores gramaticales ni faltas de ortografía, o al menos yo no sé detectarlos. De hecho, el estilo de redacción es esmerado.

Tafhapy esbozó una leve sonrisa.

–Eres un joven observador. Observa también esto.

El escriba le entregó un segundo papiro, que me pasó Tafhapy acto seguido.

Esta vez era de menor tamaño y el mensaje más breve. Leí de nuevo en voz alta.

«No hemos encontrado la piedra negra en la fuente. ¿Acaso no has recibido nuestro anterior mensaje? Axiothea te echa de menos. Deposita una piedra negra en la fuente si quieres volver a verla».

Tafhapy asintió.

–¿Qué conclusión extraes de estos dos mensajes, Gordiano?

–Que la chica llamada Axiothea ha sido secuestrada. Que piden un rescate por ella. Y aun así…

–Continúa.

–Han pedido una señal, que tú no les has dado. ¿Tienes intención de pagarles o no?

–¿Por qué debería pagarles?

Me encogí de hombros con indiferencia.

–Tafhapy, no estoy en condiciones de decir si esta mujer vale lo que tú…

–No me has entendido, Gordiano. ¿Por qué tendría yo que pagar un rescate por una mujer que…?

La frase de Tafhapy se quedó a medias. Djet acababa de abandonar la sombra del limonero donde estaba descansando para ir a saludar a alguien, una mujer, a juzgar por su figura. Tan intensa era la sombra en aquella parte del jardín, que resultaba imposible verle la cara, solo la silueta. La mujer se alejó de Djet para acercarse hacia donde estábamos nosotros, caminando bajo la sombra de una frondosa pérgola. Cuando fue acercándose, un rayo de sol consiguió penetrar las hojas e iluminarle el rostro, y entonces vi que era…

–¡Bethesda! –susurré, mi corazón dando un vuelco. Solté el papiro y me levanté de la silla.

Pero cuando la mujer pasó de las sombras a la luz, vi que me había equivocado. El corazón se me quedó de piedra.

–Como iba diciendo –prosiguió Tafhapy–, ¿por qué tendría yo que pagar un rescate por una mujer que no ha sido secuestrada?

Se levantó de la silla, cogió las manos de Axiothea entre las suyas y le estampó un beso en la frente. Se sonrieron durante un prolongado momento y Axiothea tomó asiento en la silla vacante.

–Siéntate, Gordiano –dijo Tafhapy.

Así lo hice, sujetándome con fuerza a los brazos de la silla para mantener el equilibrio.

–¿No habías llamado a mi casa preguntando por Axiothea? Pues aquí la tienes.

La miré de reojo, pero tuve que apartar la vista. Su parecido con Bethesda me había hecho gracia de entrada, cuando la conocí, y había embelesado mis sueños. Pero ahora mirarla me provocaba dolor. Con todo y con eso, mis ojos no pudieron resistir mirarla nuevamente y, entonces, ya no pude dejar de hacerlo.

¿Por medio de qué magia de los dioses una determinada cara humana, esa cara y no otra, acaba siendo tan importante para nosotros, convirtiéndose en el centro de nuestros más profundos anhelos, en la respuesta a todas las preguntas? Contemplar esa cara, y no otra, es encontrar la calma en medio del caos, la dicha en medio de la desesperación, el placer en medio del dolor y la confusión que la vida pueda depararnos. La cara de Axiothea estaba muy cerca de esa cara… pero no lo era. Al mirarla, sentí muchas cosas a la vez y mis pensamientos se confundieron por completo.

Axiothea se inclinó hacia mí y posó la mano en mi brazo. Miré a Tafhapy, pensando que se mostraría contrariado ante aquella muestra de afecto, por minúscula que fuera, pero su conducta se mantuvo impasible. Si acaso, me dio la impresión de que aprobaba el gesto de compasión de Axiothea.

–¿Por qué has mandado a Djet a buscarme? –susurré.

–Responde primero a mi pregunta. ¿Por qué querías ver a Axiothea? ¿Tenías alguna pregunta para ella?

–Sí.

–Pues formúlala ahora.

La miré a los ojos. Curiosamente, eran la parte de ella que menos se parecía a Bethesda; nunca habría confundido los ojos de una con los de la otra. Cuando miré a Axiothea a los ojos, descubrí que podía mantener la compostura.

–¿Cuándo fue la última vez que viste a Bethesda? ¿Cómo os separasteis? ¿Sabes qué ha sido de ella?

–La última vez que vi a Bethesda fue en el mercado del puerto. Dijo que tenía que hacer sus necesidades. Sabía dónde había una letrina pública. Me ofrecí a acompañarla, pero ella insistió en que no era necesario. En su ausencia, apareció Djet. Su amo le enviaba a buscarme. Tafhapy había visto la representación desde la litera. Cuando llegaron los soldados del rey, sus guardaespaldas formaron un cordón de protección a su alrededor, de modo que no vio la huida de nuestra compañía y no tenía ni idea de qué había sido de nosotros. Estaba terriblemente preocupado por mí. No podía dejarlo con aquel suspense. Tenía que ir con él.

–¿Y dejaste a Bethesda?

–Ni pensarlo. La esperé un rato, pero al final me marché con Djet. Melmak, tú y el resto estabais muy cerca y el mercado estaba lleno a rebosar de gente. Jamás imaginé que pudiera pasarle alguna cosa. Jamás imaginé que…

Se agachó para coger el trozo de papiro que yo había dejado caer y me lo devolvió.

–Dicen que me han capturado, Gordiano, pero aquí estoy. Cuando hace unos días dejaron el mensaje en la puerta, Tafhapy no me lo comentó. Pero insistió en que me quedara aquí en la casa, pensando que de este modo me protegería de los secuestradores mientras intentaba averiguar quiénes eran y qué se traían entre manos. Para que no me marchara, el muy cariñoso me consintió cualquier capricho. ¡Me ha mimado increíblemente! Pero hoy, cuando ha llegado el segundo mensaje, me lo ha enseñado, junto con el primero. De entrada, me he quedado tan desconcertada como él, hasta que he comprendido lo que debió de suceder. Los secuestradores debían de tener una vaga idea de cómo soy y de dónde podían encontrarme; tal vez incluso supieran que iba vestida de verde. Pero la mujer que encontraron fue Bethesda. Creyendo que era yo, salieron huyendo con ella. Enviaron el primer mensaje a Tafhapy, seguros de que me tenían en su poder. El segundo mensaje indica que, al menos hasta la fecha, siguen reteniendo a Bethesda confundiéndola conmigo.

–A menos que… –Mi lengua se había convertido en piedra y se negaba a expresar mis pensamientos.

Axiothea bajó la vista.

–Sí, ya lo he pensado. ¿Y si…? ¿Y si han matado a la chica que han confundido conmigo y mienten cuando dicen que la cautiva sigue con vida? Sí, existe esa posibilidad, pero…

–Pero no es muy probable –dijo Tafhapy–. Los secuestros son cada vez más frecuentes en estos tiempos que corren. La gente pudiente se enfrenta con regularidad a sucesos tan desagradables como este. Pero casi siempre se siguen ciertas reglas.

–¿Reglas? –dije.

–Sí. La primera y más importante es que el rehén esté vivo y en buenas condiciones (de hecho, a menudo lo miman incluso, como si fuera un gato sagrado de un templo) y sea devuelto sano y salvo en cuanto se haya pagado el rescate. Este tipo de cosas funciona así. Solo un secuestrador muy estúpido o muy temerario se atrevería a matar a su rehén… sobre todo si ha tenido la audacia de extorsionarme a mí.

Axiothea sonrió.

–Tafhapy el Terrible, le llaman.

–¿Quién le llama así?

–¡Cualquiera que se cruce en mi camino! –exclamó Tafhapy–. Sospecho que esa chica llamada Bethesda sigue sana y salva en manos de sus captores, que creyeron que era Axiothea cuando la secuestraron, y siguen creyéndolo.

–¿Quieres decir que Bethesda está haciéndose pasar por Axiothea? –dije.

–¿Por qué no? La chica se parece mucho a Axiothea, ¿no es eso? Y si es la mitad de lista que Axiothea, habrá imaginado lo que pasa y se habrá dado cuenta de que le conviene seguir la corriente a sus captores. Lo más probable es que esté retenida en un lugar cómodo, si tenemos en cuenta el elevado precio que piden por ella. Tal vez la chica esté viviendo en mejores circunstancias de las que está acostumbrada. Puede que incluso se lo esté pasando la mar de bien. Si la miman lo suficiente, es posible que prefiera la compañía de esos bergantes a ser tu cautiva.

–¿Mi cautiva?

–¿Acaso, en el sentido más estricto del concepto, no son cautivos todos los esclavos, por muy benigno que sea su amo?

Me sentía dividido por potentes emociones, entre la inquietud por la elevada probabilidad de que Bethesda hubiera sido secuestrada en vez de Axiothea, el alivio de saber que Tafhapy creía que seguía sana y salva, y más inquietud por la sugerencia de que Bethesda pudiera estar disfrutando de una separación que tanto dolor me estaba causando a mí.

–¿Qué voy a hacer? –murmuré.

–Ir a buscarla, naturalmente –dijo Tafhapy.

–¿Qué?

–Ir a buscarla y volver. Es decir, si es que estás tan enamorado de la chica como parece.

–¿Enamorado? Estoy disgustado, por supuesto. Bethesda es de mi propiedad. Me la han robado. No tienen ningún derecho…

–Ah, esto es un tema de honor y justicia –dijo Tafhapy–. Sean cuales sean tus motivaciones, debes encontrar la manera de traerla aquí. ¿Puedes pagar el rescate que esos bandidos a buen seguro te pedirán?

Negué con la cabeza.

–No… imagino que tú…

–¿Que yo pudiera pagar el rescate? –Tafhapy echó la cabeza hacia atrás y rio.

–Tal vez…, tal vez podrías comunicarte con los secuestradores y decirles que se han llevado a la persona equivocada. En cuanto sepan que Bethesda no es más que la esclava de un hombre pobre, comprenderán su valor y quizás podría pagar el rescate.

–¿Y qué ventaja saco yo de todo esto? Mientras esos hombres piensen que la que tienen en su poder es Axiothea, dejarán tranquila a la verdadera Axiothea. En contra de lo que me dictaba el sentido común, y porque Axiothea ha insistido, te he hecho el favor de contarte qué ha pasado con tu esclava, Gordiano. No te debo ni siquiera eso.

–¿Y cómo puedo encontrarla?

–Ah, en eso tal vez sí pueda ayudarte. Cuando intenté encontrarle el sentido a esa estupidez de tener que pagar un rescate, hice algunas preguntas y creo saber quiénes son esos criminales. Nadie más, en este momento que vivimos, se atrevería a llevar a cabo una empresa tan arriesgada como esta contra una persona tan poderosa como yo. Todo apunta a que estamos tratando con la banda del Hijo del Cuco.

–¿El Hijo del Cuco?

–Así llaman a su líder. Se trata de una banda de maleantes y asesinos especialmente desalmada que opera desde una base situada en algún lugar del delta del Nilo. No existe embarcación que navegue por los numerosos ramales del río, ni grupo que circule por las rutas terrestres del delta que no tema tropezarse con esos corsarios. Hasta hace poco, sus operaciones se habían limitado al área del delta, y aquí en Alejandría no teníamos nada que temer. Pero a medida que ha ido debilitándose el poder del rey Ptolomeo en la ciudad, los bandidos y los rebeldes de todo Egipto han ido envalentonándose. El delta se ha convertido en un lugar sin ley. –Movió la cabeza en un gesto de preocupación–. Ahora incluso se atreven a pedirle a Tafhapy, que solo se preocupa por los negocios que gestiona desde su casa en Alejandría, que pague el rescate de una mujer que han secuestrado. Esto solo puede ser obra del Hijo del Cuco y su banda.

¿Cuándo había oído yo hablar del Hijo del Cuco? Había sido en la representación de la compañía de teatro, en referencia a un hermano bastardo ficticio del rey, pero en aquel momento no le había dado importancia.

–¿Quién es ese Hijo del Cuco del que hablas? ¿Por qué le llaman así y cómo se llama en realidad? ¿Y cómo ha llegado a convertirse en el jefe de esa banda?

–Ah, formulas buenas preguntas, Gordiano, preguntas cuyas respuestas el rey Ptolomeo y sus agentes estarían encantados de conocer. Por lo que sé, nadie, excepto los miembros de la banda, conoce el nombre real del Hijo del Cuco. Se ve que los bandidos realizan, bajo pena de muerte, el juramento de no revelar jamás el nombre real de su líder ni de ningún miembro de la banda. –Sonrió–. Tal vez, cuando des con él y le pidas que te devuelva a tu esclava, sea el Hijo del Cuco en persona quien te dé las respuestas a tus preguntas.

–¿Te burlas de mí, Tafhapy?

La sonrisa se esfumó.

–No, no me burlo. Por mucho que pueda parecerte indiferente a tus penurias, Gordiano, yo también conozco el poder del deseo del corazón, algo que padecen incluso los más fuertes. –Miró de reojo a Axiothea–. Cierto, fue Axiothea quien insistió en que te trajera aquí porque quería ayudar a sus nuevos amigos, tú y esa chica, Bethesda. Pero también yo deseo disfrutar de las bendiciones de Fortuna, si es que esa diosa romana se digna a influir sobre el resultado de tan peculiar empresa: la recuperación de una esclava secuestrada por error.

Hice un gesto de negación con la cabeza.

–El delta es inmenso, o eso me han contado, al menos.

–Lo es, efectivamente –confirmó Tafhapy.

–¿No es una región civilizada, con pueblos, granjas y caminos?

–Hay muchas zonas civilizadas, sí. Y hay caminos que cruzan el delta, transbordadores que transportan a viajeros y sus camellos por las numerosas vías navegables, de un extremo de un camino al siguiente. Pero existen todavía muchas zonas salvajes e inexploradas, que siguen igual que en la época de los faraones. A medida que se aproxima al mar, el Nilo se divide en incontables canales y crea infinitas islas, grandes y pequeñas. Los mapas del delta no sirven para nada, porque de la noche a la mañana una tormenta o una crecida transforman la tierra en agua o el agua en tierra. Hay marismas que ningún caballo o camello puede atravesar, zonas de arenas movedizas que han engullido ejércitos enteros sin dejar siquiera rastro de ellos, ciénagas y lagunas llenas a rebosar de cocodrilos hambrientos de humanos. Hay extensiones inmensas completamente llanas, cubiertas de densa vegetación y carentes de puntos de referencia, por las que se extravían incluso los guías más expertos. Las inhóspitas regiones del delta llevan tiempo siendo el refugio de todo tipo de bribones y rebeldes: bandas criminales, esclavos huidos, desertores del ejército y antiguos soldados caídos en momentos de dificultad, cortesanos proscritos e incluso exiliados de la familia real. En el delta viven los hombres más desesperados de Egipto. Hacen lo que les viene en gana impunemente, lejos del alcance de la mano de la ley.

–Es evidente que un hombre con cuatro dedos de frente jamás se aventuraría a ir allí –dije.

–Creo que no –coincidió Tafhapy.

Reflexioné sobre el tema. ¿Sería yo un hombre con cuatro dedos de frente? Era evidente que no, al menos desde la desaparición de Bethesda.

–Si algún descerebrado decidiera ir allí, ¿qué tendría que hacer para encontrar a la banda del Hijo del Cuco?

–El ramal más oriental del Nilo se conoce como el Pelusio. El más occidental, y más próximo a Alejandría, es el Canopo. Entre ambos, junto con innumerables pequeñas vías de agua, se despliegan los cinco ramales más importantes del delta. Mis informantes creen conocer en cuál de estos ramales, y aproximadamente a qué distancia del mar, ha establecido el Hijo del Cuco su último baluarte conocido. El Nido del Cuco, lo llaman. Si algún loco decidiera emprender ese viaje, podría proporcionarle más detalles sobre su supuesta localización.

Tragué saliva.

–Pero ¿y si no tienen a Bethesda en ese lugar del delta, sino aquí, en Alejandría? Por lo que sabemos, podría estar a un simple tiro de piedra de esta casa.

–Es poco probable –dijo Tafhapy–. Esos secuestradores no suelen operar así. La habrán llevado al lugar donde más seguros se sientan y donde ella tenga menos probabilidades de escaparse: el Nido del Cuco.

Reflexioné sobre todo lo que me había contado.

–Si tengo que encontrar ese lugar, habrá que ir dándoles largas. Hay que hacer creer a los secuestradores que existe todavía la posibilidad de que reciban el dinero del rescate. Si pudieras engañarlos, Tafhapy…, si pudieras responder a su último mensaje y a cualquier otro que pudiera llegar…, hacerles creer que estás dispuesto a pagar…

–No, Gordiano. Voy a hablar claro: no va a haber comunicación alguna entre esos granujas y yo. Incluso así, no creo que decidieran eliminar rápidamente a esa chica. En los secuestros de este estilo, es bastante común que las negociaciones se prolonguen durante meses. Los secuestradores tendrán paciencia. Pero no recibirán respuesta alguna por mi parte. Es propiedad tuya. Te paso a ti el asunto y lo dejo enteramente en tus manos.

–¡Pero yo no voy a poder solo con toda una banda de rufianes!

–Contrata guardaespaldas.

–¿Con qué? No tengo dinero.

–¡Entonces, consigue dinero, Gordiano! –dijo Tafhapy refunfuñando y cada vez más impaciente–. O cómprate una nueva esclava.

–Pero ¿no decías que querías vengarte de esos villanos, Tafhapy? ¿No querías castigarlos por haberse mostrado tan irrespetuosos contigo? Ayúdame a darles su merecido. Préstame parte de tus guardaespaldas. Deja que me lleve un par de esos gigantes de ébano que están sentados en el patio. Ni siquiera los echarás de menos…

–Ay, Gordiano, no me sobran guardaespaldas. Muy pronto necesitaré toda la protección que me sea posible.

–¿A qué te refieres?

–Aunque seas extranjero, y demasiado joven para ser lo bastante sensato, estoy seguro de que estás al corriente de lo que se avecina. ¿No te das cuenta de que Egipto está al borde de la guerra civil? En el delta reina la anarquía; en Tebas, río arriba, ha estallado una revuelta, y cualquier día de estos, el rey acabará perdiendo su poder sobre el ejército. Puede pasar cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Soy un personaje público, Gordiano, que se enfrenta a un futuro incierto. Huiría, pero no existe puerto lo bastante seguro. La guerra entre Mitrídates y los romanos es muestra suficiente de ello. Sea lo que sea lo que suceda en Alejandría, aquí estaré. Mi hogar es mi fortaleza, mis guardaespaldas son mis soldados… y no me sobra ninguno. Y tampoco me sobra dinero, ni siquiera una moneda de cobre que poder darte. Estás solo.

Asimilé sus palabras y me quedé desmoralizado.

–Considera tus ventajas, joven romano –dijo Tafhapy–. Eres ingenioso, rápido de reflejos, físicamente fuerte y tienes la temeridad que otorga la juventud, por mucho que tal vez sea fruto de la ignorancia y la falta de experiencia. Te deseo lo mejor, Gordiano.

Axiothea me posó la mano en el hombro y me lanzó una mirada de consuelo. Se levantó entonces de la silla, se acercó a Tafhapy y le susurró alguna cosa al oído.

Tafhapy se quedó pensando y asintió. Llamó a Djet. El niño vino corriendo.

–No puedo prescindir de ninguno de mis guardaespaldas, Gordiano, pero podría prestarte al chico.

–¿Qué? No es más que un niño. –Y un maleducado, además–. No sería más que una carga. Una boca más que alimentar.

–He descubierto que Djet es bastante inteligente, muy fiable y adecuadamente fiel. Podría resultarte más útil de lo que te imaginas. De no ser así, y si demuestra ser un estorbo, puedes arrojarlo a los cocodrilos… siempre y cuando me compres luego un sustituto. Esta es mi oferta: te otorgo el uso de este esclavo, gratuitamente, mientras intentas localizar a tu esclava desaparecida y regresas con ella a Alejandría. O lo tomas, o lo dejas.

Negué con la cabeza.

–No sería justo para el niño. Habrá peligros, con toda seguridad, muchos peligros. Sacarlo de la seguridad de esta casa para llevármelo conmigo al delta, donde lo que domina son los bandidos y los corsarios…

–¡El delta! –exclamó Djet, sus ojos brillantes–. Toda la vida que oigo hablar de ese lugar. ¡Un rincón del mundo salvaje, lleno de monstruos y proscritos!

Tafhapy se echó a reír.

–Solo el entusiasmo que exhibe el chico ya debería hablarte por sí solo, Gordiano.

Suspiré. La idea de un incompetente romano, acompañado por un niño más incompetente si cabe, emprendiendo viaje hacia una tierra remota llena de asesinos y cocodrilos, me resultaba amedrentadora. Pero la alternativa no era otra que quedarse en Alejandría y ver cómo el mundo se venía abajo… sin Bethesda.

–Gracias, Tafhapy. Acepto la oferta. Y bien, dime, ¿dónde está el llamado Nido del Cuco?