CAPITULO V
1. Buscaba pues yo de dónde viene el mal, pero no buscaba bien y no veía lo que de malo había en mi búsqueda. En mi mente me representaba la creación entera y cuanto en ella podemos ver: la tierra, el mar, el aire, los astros, los árboles y los animales; me representaba también lo que no se ve, como el espacio sin fin, los ángeles y todo lo que tienen de espiritual; pero me los representaba como si fueran cuerpos a los cuales señalaba un lugar mi imaginación. Con eso me forjaba una masa enorme, que era tu creación, distinta con diferentes géneros de cuerpos; unos, que realmente lo eran y otros, los espíritus, que yo como cuerpos me imaginaba. Muy grande me imaginé tu creación; no como en realidad es, que eso no lo podía yo saber, sino como me plugo que fuera. Grande, sí, pero por todas partes limitada. Y a ti, Señor, te imaginaba como ambiente y continente de toda tu creación, pero tú mismo infinito. Como un mar que estuviera en todas partes y no hubiera sino un solo mar infinito y en él se contuviera una grande esponja, grande pero limitada y que esa esponja estuviera todda llena, en todas sus partes, del agua del inmenso mar. Así me imaginaba yo tu creación; finita, pero llena de ti y tú, infinito. Y me decía: así es Dios y todo esto es lo que Dios creó. Bueno es Dios y con mucho, con muchísimo, más excelente que todo eso. Y siendo El bueno, creó buenas todas las cosas y, ved aquí cómo las circunda, las contiene y las llena.
2. Pero, ¿en dónde está pues el mal, de dónde procede y por qué caminos nos llega? ¿Cuál es su raíz y cuáles las semillas que lo engendran? ¿O será acaso que el mal en sí no existe? Pero, ¿cómo, entonces, podemos temer y precavernos de algo que no existe? Puede ser que nuestro temor mismo sea vano; pero entonces el temor es un mal que sin causa nos aflige y nos hiere en el corazón. Un mal tanto más grande cuanto que no hay nada que temer y sin embargo tememos. Y entonces, o es realmente malo lo que tememos, o lo hacemos malo nosotros porque lo tememos. ¿De dónde viene, pues?
Dios hizo todas las cosas. Buenos es El y buenas son ellas. El es el bien supremo, ellas son bienes inferiores; pero de todos modos bueno es el creador y buena es la creación. ¿De dónde, entonces, viene el mal? ¿Acaso en la materia de que hizo el mundo había una parte mala y Dios formó y ordenó el mundo, pero dejándole una parte de aquella materia, que no convirtió en bien? Pero una vez más, ¿por qué? ¿Acaso no podía, siendo omnipotente, mudar y convertir aquella materia para que nada quedara de ella? Y por último: ¿Por qué quiso formar algo con esa materia en lugar de hacer con su omnipotencia, que esa materia no existiera? Porque ella no podía existir sin su voluntad.Y si la materia es eterna, ¿por qué la dejó estar así por tan dilatados espacios de tiempo, para luego sacar algo de ella?
3. O bien, si quiso con una voluntad repentina hacer algo, ¿por qué en su omnipotencia no hizo que esa materia no existiese para ser El el único ser verdadero, sumo e infinito bien? Y si no era conveniente que el ser sumamente bueno dejara de crear ortras cosas buenas, ¿por qué no redujo a la nada aquella materia, que era mala, para sustituirla por otra buena de la cual sacara todas las cosas? Porque no sería omnipotente si no fuera capaz de crear algo bueno sin ser ayudado por una materia no creada por El.
Tales cavilaciones revolvía yo penosamente en mi corazón gravado por mordentes preocupaciones y por el temor a la muerte. Pero si bien cuando no daba aún con la verdad, tenía ya bien firme y estable en mi corazón la fe en tu Cristo, Salvador nuestro, como la profesa la Iglesia Católica; una fe informe todavía y fluctuante fuera de toda norma doctrinal. Con todo, no sólo no rechazaba mi alma esta fe, sino que al paso de los días se adentraba más en ella.