CAPITULO III
1. Es cierto que con toda firmeza creía yo que tú, Señor y creador de nuestras almas, de nuestros cuerpos y de todo cuanto existe, eras incontaminable e invariable y en ninguna manera mudable; pero, fuese lo que fuese, no creía tener que investigar la naturaleza del mal en forma que me viera forzado a tener como mudable al Dios inmutable; para no convertirme yo mismo en el mal que investigaba. Mi investigación se basaba en la absoluta seguridad de que era falso lo que decían aquellos de los que con toda su fuerza huía mi ánimo, pues los veía llenos de malicia mientras investigaban la naturaleza del mal; pues creían que tu sustancia era más capaz de padecer el mal que no ellos de cometerlo. Ponía pues todo mi empeño en comprender lo que oía decir a algunos, que en el libre albedrío de la voluntad humana está la causa de que hagamos el mal y que cuando lo padecemos es por la rectitud de tus juicios. Sin embargo, no conseguia ver esto con entera claridad.
2. Con este esfuerzo por sacar mi alma de la fosa, me hundía en ella y mientras más batallaba, más me hundía. Levantábame ya un poco hacia tu luz el hecho de que tenía clara conciencia de poseer una voluntad, lo mismo que la tenía de estar vivo. Entonces, cuando yo quería algo o no lo quería, seguro estaba yo de que no había en mí otra cosa que esta voluntad y con esto advertía ya claramente que la causa del mal estaba en mí. Y, cuando arrastrado por la pasión, hacía algo contra mi propia voluntad, tenía la clara impresión de que más que hacerlo lo padecía y que en ello había más que una culpa, una pena y siendo tú justo, convenía que esa pena no fuera injusta.
3. Pero me volvía con insistencia el pensamiento: ¿Quién me hizo? ¿No fue mi Dios, que no sólo es bueno, sino que es el Bien? ¿De dónde pues me viene este querer el mal y no querer el bien, de manera que tenga que ser castigado? Si todo yo procedo de un Dios de dulzura, ¿quién fue el que puso y plantó en mí semillas de amargura? si fue el diablo quien lo hizo, ¿quién hizo al diablo? Y si él, de ángel bueno se convirtió en demonio por obra de su mala voluntad, ¿de dónde le vino a él esa voluntad mala que lo convirtió en demonio cuando todo él, como ángel, salió bueno de la mano de Dios?
Toda esta baraúnda de pensamientos agitaba mi alma, me deprimía y me dejaba sofocado. Pero nunca llegué a hundirme en aquel infierno de error en que el homre no te confiesa y prefiere pensar que tú padeces el mal, antes que admitir que es el hombre quien lo comete.