CAPITULO V
Pero ahora ,Señor, todo eso ya pasó y el tiempo ha cicatrizado mi herida. ¿Será posible que aplicando a tu voz el oído de mi alma entienda yo de ti, que eres la verdad, por qué el llanto es un consuelo para los que sufren? ¿Es acaso, que tú, presente como estás en todas las cosas, haces a un lado nuestra miseria? Porque tú permaneces siempre estable en ti mismo, mientras nosotros nos revolvemos en toda clase de experiencias. Y sin embargo, ni rastro quedaría de nuestra esperanza si no llorásemos delante de ti.
¿De dónde viene pues el que del amargor de la vida podamos sacar frutos tan dulces como el gemir y llorar, suspirar y quejarnos? ¿Nos es dulce todo esto porque esperamos que tú nos escuches? Esto es clara verdad de la plegaria, pues con ella nos proponemos llegar hasta ti; pero ¿qué había en el fondo de aquel dolor mío por el bien perdido; en aquel luto que pesadamente me oprimía? Porque yo no esperaba hacer con mis lágrimas revivir a mi amigo; simplemente, me dolía y lloraba por una alegría irremisiblemente perdida. El llanto en sí mismo es amargo; pero acaso nos llega a deleitar cuando nos cansamos de las cosas que antes teníamos.